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Londres, Rotterdam, Tokio, Amberes, Nanning, Glasgow. Seis puntos repartidos por el planeta que, ordenados cronológicamente, componen un todo. Un viaje, posiblemente el más asombroso de la historia del deporte. Su protagonista es un japonés nacido en Kitakyushu, prefectura de Fukuoka, el tercer día del año 1989. Su nombre, Kohei Uchimura. El ejecutor de este viaje. Aunque, realmente, el protagonista, la protagonista de esta historia, no es Uchimura. Es la belleza. La perfección. Y la búsqueda de una a través de la otra.
El viaje de Uchimura comienza mucho antes de proclamarse campeón de gimnasia en los Mundiales de Londres de 2009. Antes, incluso, de lograr la plata en el concurso general un año antes, en Pekín, en sus primera participación en unos Juegos Olímpicos. El viaje empieza antes de que el propio Uchimura naciera. Empieza en sus padres, gimnastas. En su sueño de poner en marcha un gimnasio donde su hijo empezó a practicar antes siquiera de poder conservar recuerdos.
Las paradas del viaje son los testigos de la proeza. Nunca antes un gimnasta había logrado cuatro títulos mundiales consecutivos. Uchimura contempla la historia de su deporte desde lo alto con seis coronas bajo su brazo. Todo el ciclo olímpico entre Pekín y Londres es suyo. Todo el ciclo olímpico entre Londres y Río de Janeiro, también. Entre medias, el oro conseguido también en la capital británica. Un oro amargo.
Uchimura pertenece a la estirpe de los últimos románticos de la gimnasia. Aquellos que, pese a la necesidad de especialización en busca de la gloria, continúan ejecutando el programa completo --barra fija, paralelas, salto, suelo, anillas y potro con arcos--. El camino más ingrato, salvo para los elegidos como él. Él, que no necesita muscular para lograr el control absoluto sobre su cuerpo y balancearlo a su antojo. Solo necesita entrenar.
“No creo en Dios, nunca tuve un amuleto de la suerte. Todo en lo que creo es en la práctica”. Sus palabras, tras su único oro olímpico, revelan más que el valor de las horas de entrenamiento. Uchimura está convencido de que lo que le diferencia del resto de gimnastas no está en las repeticiones de sus ejercicios, sino en la manera que tiene de sacar más provecho de ellas. Uchimura no da vueltas a las finales que están por venir, sino en cómo acabar sus prácticas sin fallo. En cómo alcanzar la perfección.
Sus colegas, ante la aparente facilidad con la que el japonés ejecuta sus movimientos, convirtiendo en rutina lo que ellos aspiran a lograr y nunca conseguirán, hablan de él como si de una máquina se tratase. “Para mí, los movimientos y actuaciones mecánicas son perfectas. Me lo tomo como un cumplido”, dice alguien que afirma que su objetivo es “crear una belleza que ningún otro pueda expresar”. “Mi padre solía decir que cientos de movimientos imperfectos no pueden ni igualar uno bello. Y eso es algo que siempre tengo en mente”, confesaba en una reciente entrevista con la Federación Internacional de Gimnasia.
La desaparición del 10 en la gimnasia y la instauración de un sistema de notas que suma la dificultad del ejercicio y la ejecución del mismo premian a aquellos más dotados, capaces de presentar un programa más complejo. Uchimura, antes de empezar su concurso, parte con puntos de ventaja ante la mayoría de sus rivales. Después, su ejecución, próxima a la perfección, acaba por disparar las diferencias.
Su tono pausado, reflexivo, no cambia cuando recuerda su anterior experiencia olímpica. Sigue como si pronunciara cada palabra tras una lenta digestión, con la misma serenidad con la que firma sus ejercicios. Pero, de fondo, alcanza a sentirse un pesar. El de los fallos el primer día de competición en Londres --en dos de los seis aparatos-- y en la final por equipos, después. El oro individual estuvo lejos de verse amenazado, pero por equipos, aunque acabaron corrigiendo al alza la decisión inicial de los jueces, su concurso no fue suficiente para arrebatar a China el primer puesto.
En Río de Janeiro, Uchimura puede ser el primer gimnasta en repetir el título olímpico desde que en 1972 su compatriota Sawao Kato revalidara corona. Pero en Brasil, el oro que más ilusión despierta en el japonés es el del concurso por equipos. El oro conseguido por Japón en los pasados mundiales de Glasgow cerró una herida de 37 años. Los japoneses, que llegaron a encadenar cinco oros olímpicos entre 1960 y 1976, han sido desplazados en los últimos años por el dominio chino. En Londres y en Pekín, Uchimura tuvo que conformarse con la plata.
Mientras avanza hacia unos Juegos que pueden encumbrar aún más un palmarés de leyenda, el japonés no teme desviar su atención de su reto más inmediato. Sin complejo alguno, sueña con pedirle al cuerpo un ciclo olímpico más, extender su hegemonía otros cuatro años. Los Juegos de 2020, en Tokio, ante los suyos, ante una hija que podrá ser plenamente consciente de lo que hace su papá, son la excusa perfecta para proseguir su viaje.
Porque, independientemente de los títulos, las medallas o los reconocimientos, estos no son más que huellas de una carrera que nunca acabará ganando. La perfección que tanto le obsesiona no es posible. Porque, aunque firme el mejor ejercicio nunca antes visto, Kohei Uchimura sentirá que aún es posible mejorarlo
Londres, Rotterdam, Tokio, Amberes, Nanning, Glasgow. Seis puntos repartidos por el planeta que, ordenados cronológicamente, componen un todo. Un viaje, posiblemente el más asombroso de la historia del deporte. Su protagonista es un japonés nacido en Kitakyushu, prefectura de Fukuoka, el tercer día del...
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