El renacer de Detroit
La que fuera capital mundial del automovilismo se reinventa después de la bancarrota. Nuevos proyectos y negocios revitalizan la ciudad para diseñar su futuro y evitar la gentrificación
Ariadna Cortés Detroit , 28/09/2016
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Speramus Meliora; Resurget Cineribus. Pocos lemas encajan tan bien con la realidad a la que se refieren como el de Detroit, Michigan: “Esperamos cosas mejores; resurgirá de las cenizas”. Desde que en 1805 el asentamiento que le dio origen se quemara por completo, la ciudad ha tenido que sobreponerse a múltiples crisis. La última culminó en 2013, cuando se convirtió en la primera gran urbe de los Estados Unidos en declararse en bancarrota después de décadas de declive. Por aquel entonces diferentes documentales ya se habían encargado de mostrar al mundo la desoladora situación de la otrora cuarta ciudad más grande del país. Entre 1950 y 2013 su población se había reducido de 1,85 millones de habitantes a menos de 700.000, un proceso que dejó 70.000 edificios abandonados, muchos ellos ahora saqueados, quemados o derribados. La pérdida de puestos de trabajo en la industria del motor, unos servicios públicos extremadamente deficientes y una tasa de criminalidad que año tras año colocaba Detroit en la cabeza del ranking de las localidades estadounidenses más peligrosas fueron las principales causas del éxodo. Sin embargo, y aunque la cifra global sigue disminuyendo, en los últimos años la metrópoli ha recibido nuevos habitantes atraídos por las posibilidades que ofrece un lugar del que nadie espera demasiado.
Uno de los primeros colectivos en interpretar lo que está sucediendo como una oportunidad ha sido el de artistas, que encuentran inspiración en el paisaje postindustrial e incluso lo utilizan como lienzo. “Los alquileres baratos y la comunidad artística, mucho más pequeña y conectada que en otras ciudades, son otros de los atractivos”, explica Noah Elliott Morrison, músico, fotógrafo y videoartista de 30 años. Después de licenciarse y tener una breve experiencia en el extranjero como profesor de inglés, Morrison decidió instalarse en la ciudad del motor para desarrollar su faceta artística. Aquí se ha centrado en plasmar mediante fotografías y piezas de videoarte cómo la naturaleza ha tomado los lugares abandonados. “En otro sitio me habría perdido, sería otro pez en el mar, pero aquí todo el mundo se conoce y se te abren más puertas”.
Una de ellas le llevó a la dirección de operaciones de Ponyride, un centro que ofrece espacios para artistas y emprendedores a un precio muy asequible. Situado en Corktown, el barrio más antiguo de la ciudad y uno de los que más se ha revitalizado, actualmente acoge más de 30 proyectos y organizaciones. “Tenemos una lista de espera muy larga, sobre todo gracias al alquiler barato, pero también a toda la atención mediática que recibimos y que atrae inversiones para los negocios y donaciones para los proyectos con misión social”, explica Morrison. Aunque no hay ningún requisito específico para acceder a un espacio, la dirección del centro intenta que los nuevos inquilinos puedan colaborar con los que ya están instalados. “La colaboración no se puede forzar, no le decimos a nadie que debe hacerlo, pero es algo que sucede de manera natural, tanto aquí como en Detroit en general”, apostilla. Muchos de los negocios puestos en marcha en Ponyride comparten un mismo perfil: arrancaron gracias a una campaña de micromecenazgo y todas o la mayoría de sus ventas se realizan online. Las marcas de ropa Détroit is the New Black y The Dirt Label, la compañía de muebles Floyd y la distribuidora de café Anthology son algunos ejemplos.
Nuevas oportunidades, sectores en crecimiento
“Los pequeños negocios son los que han mantenido viva la ciudad”, afirma Alexandra Clark, que creció en una Detroit que se iba apagando debido a la deslocalización de la producción del sector del automóvil. Por eso, después de recorrer el mundo durante ocho años estudiando los secretos del chocolate, hace dos esta joven de 28 decidió volver y abrir aquí su tienda, Bon Bon Bon. Era la primera chocolatería que se inauguraba en 40 años. “La gente estaba preparada”, dice Clark. “La industria automovilística nos ha hecho firmes defensores de los productos locales, todos estamos dispuestos a ayudarnos mutuamente, así que es un buen entorno para abrir un negocio”. Los inicios, sin embargo, no fueron fáciles. “Ser una mujer emprendedora que quiere montar una tienda de bombones en Detroit no es la mejor carta de presentación para acudir a un banco”. De hecho, comenzó vendiendo sus productos al por mayor.
Aparecer en la prestigiosa revista Forbes como una de los 30 emprendedores menores de 30 a tener en cuenta en el sector de la alimentación le dio el empujón definitivo. “Antes ni siquiera me concedían una tarjeta de crédito, y ahora me llaman para ofrecerme líneas de crédito de 200.000 dólares”, detalla la maestra chocolatera. Actualmente tiene ocho empleados, una tienda en el centro y los sábados también vende sus bombones en el pequeño taller donde los fabrica, ubicado en Hamtramck, en el área metropolitana. En breve, no obstante, trasladará la producción a un local cercano pero diez veces mayor para asumir el aumento de volumen que implicará su salto a la venta online a nivel nacional. “Hamtramck recibe poca atención, en cierto modo ha sido olvidado, pero aquí están ocurriendo muchas cosas”, responde Clark preguntada por el futuro de la zona. “Si estuviese en cualquier otro sitio sentiría que me estoy perdiendo algo”.
Una sensación parecida es la que tiene Tobi Adebisi, de origen nigeriano, que vino a los Estados Unidos para estudiar ingeniería informática. “Todo el mundo me hablaba bien de las startups tecnológicas de la ciudad, así que decidí venir aquí a hacer prácticas”, relata este ingeniero de 22 años. La elegida fue Detroit Labs, una empresa de desarrollo de aplicaciones móviles que ha crecido rápidamente y ya cuenta con casi un centenar de trabajadores y una gran sede en la avenida Woodward, la arteria principal del centro. Cuando finalizó su beca, Adebisi pasó a formar parte de la plantilla de la compañía, donde se ha especializado en aplicaciones para iOS. De la experiencia destaca que “el ambiente de trabajo es muy estimulante, lo que más valoro es que me permite crecer profesionalmente”.
Como él han llegado muchos otros jóvenes atraídos por las oportunidades laborales que ofrece el creciente sector tecnológico. La industria manufacturera sigue siendo una de las principales fuentes de trabajo, pero ahora está inevitablemente ligada a la innovación tecnológica. Materiales con nanotecnología, medicamentos biotecnológicos o robots industriales son algunos de los productos que se fabrican aquí. Incluso las Big Three de la industria automovilística (General Motors, Ford y Chrysler), que mantienen sus cuarteles generales en el área de Detroit, hacen enormes inversiones en el desarrollo tecnológico de sus vehículos.
Según Adebisi, “la economía de la ciudad ha pasado de estar centrada en la fabricación de coches a la tecnología en general, con el software liderando esta evolución”. Las universidades cercanas han añadido diferentes programas y cursos para adaptarse a esta tendencia, y muchas empresas acuden a ellas para contratar empleados. “Cuanto más tiempo pase, más importante será la tecnología, y Detroit habrá estado ahí desde el principio, así que llevará ventaja”, opina el ingeniero informático, que también destaca el cambio que ha notado desde que llegó hace poco más de dos años. “Cada vez veo más tiendas y restaurantes. Además, en 2020 vamos a tener equipo de fútbol, y solo una ciudad que está creciendo puede pensar en este tipo de cosas”.
Repensar la ciudad postindustrial
Max Nussenbaum, de 26 años, decidió mudarse a Michigan hace cuatro. Estaba en la universidad y se apuntó al programa Venture for America, que conecta recién licenciados con startups en ciudades emergentes. “Quería ir a algún sitio con muchos problemas, pero que estuviera en un punto de inflexión, y Detroit es el mejor ejemplo de esta idea”, explica. Una vez aquí, y junto con otros tres compañeros, decidió comprar una casa, restaurarla e instalarse en ella. Les costó solo 8.000 dólares, menos de lo que recaudaron entre la campaña de micromecenazgo que lanzaron para el proyecto de remodelación y los fondos que obtuvieron de un programa que premia iniciativas innovadoras. “Antes de hacerlo nos preguntamos si era una idea demasiado loca, pero todo el mundo nos decía que en Detroit no lo era”.
La experiencia que adquirieron en el proceso y esa sensación de posibilidad que transmite la ciudad les llevó a montar poco después su propia startup de gestión de propiedades, Castle, que inicialmente tuvo su sede en la casa que comparten. “Nos dimos cuenta de que las compañías del sector están muy anticuadas”, comenta Nussenbaum, “¡aún utilizan fax!”. Se sirvieron de su formación tecnológica para crear un sistema más eficiente y transparente que la competencia, y ahora la empresa cuenta con un equipo de 15 personas, gestiona más de 700 propiedades en el área metropolitana y se está planteando ampliar su mercado a otra ciudad similar el próximo año. Sobre la situación del mercado inmobiliario opina que es difícil generalizar: “Hay algunas zonas que están mejorando pero otras no, y no sé si nunca van a recuperarse”. El contraste de calles bien cuidadas con otras plagadas de casas en ruinas y solares vacíos es observable en casi todos los barrios.
“Detroit nunca será lo que era, y justamente por eso ahora tenemos la oportunidad de replantear el modelo de ciudad”, apunta el emprendedor, que confía en que no se repitan los errores de otras metrópolis. A pesar de que no hay consenso sobre si se está dando o no un proceso de gentrificación, lo cierto es que el centro y los barrios más próximos acaparan muchos de los incentivos públicos y las inversiones privadas. La mayoría de los nuevos negocios y también los recién llegados, sobre todo jóvenes bien formados, se instalan allí. El resto de vecindarios, que han perdido buena parte de sus habitantes en favor de suburbios con mejor calidad de vida, registran tasas de pobreza elevadas. “Debemos ser capaces de hacer mejorar la economía de una manera inclusiva, sin convertir Detroit en otro gueto para ricos, como le ha ocurrido a Nueva York”, enfatiza Nussenbaum.
El demócrata Mike Duggan, el actual alcalde, ha montado un equipo multidisciplinar para diseñar la nueva Detroit. Uno de sus miembros es el especialista en arquitectura del paisaje Omar Davis, que llegó hace apenas cinco meses. “El objetivo es decidir cómo queremos que sea la ciudad dentro de 10 o 20 años y empezar a trabajar ahora para hacerlo posible”, detalla Davis, de 31 años. El reto es mayúsculo. “El sistema, en general, está hecho un desastre”. La propia administración municipal acumuló una deuda de más de 18.000 millones de dólares mientras proporcionaba unos servicios públicos negligentes. El paisajista considera que, en cierto modo, hay que empezar desde cero: “En el código municipal, por ejemplo, ni siquiera hay una clasificación del suelo para poder definir los espacios verdes, algo incomprensible en un sitio lleno de solares vacíos y huertos urbanos”.
El ayuntamiento está organizando reuniones para recoger las demandas de los vecinos, un proceso especialmente complicado por la desconfianza gestada en un pasado lleno de corrupción y promesas incumplidas. El anterior alcalde, el también demócrata Dave Bing, propuso reducir el tamaño de la ciudad, pues la dispersión de la población es uno de los principales obstáculos para la administración, que no tiene recursos suficientes para atender todas las zonas. La idea, sin embargo, fue rechazada unánimemente. El equipo actual, de momento, ha lanzado un plan para que todos los barrios tengan los servicios necesarios a un máximo de 20 minutos a pie o en bicicleta.
Aunque la lista de problemas a los que hay que hacer frente es muy larga, dos sobresalen por su importancia. Uno es el imprevisible e insuficiente servicio de transporte público, y el otro, el sistema educativo público, uno de los peores del país. En cuanto al primero ya se han hecho algunos avances, como, por ejemplo, una línea de tranvía que actualmente está en construcción gracias a una colaboración público-privada. El segundo nadie sabe cómo abordarlo. Tampoco debe pasarse por alto la cuestión del desempleo, cuya tasa lleva una trayectoria descendente pero que, con un 12,5%, casi triplica la mediana del estado de Michigan. Davis cree que todavía es demasiado pronto para saber hacia dónde va la ciudad, que salió oficialmente de la bancarrota en 2014, pero tiene claro que “el proceso de rediseño debe contar con la participación activa de sus habitantes, pues es justamente su sólida red comunitaria lo que hace de Detroit un lugar único”.
Speramus Meliora; Resurget Cineribus. Pocos lemas encajan tan bien con la realidad a la que se refieren como el de Detroit, Michigan: “Esperamos cosas mejores; resurgirá de las cenizas”. Desde que en 1805 el asentamiento que le dio origen se quemara por completo, la ciudad ha tenido que sobreponerse a...
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Ariadna Cortés
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