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Relax. Esta es la palabra-clima que hoy abunda entre la mayoría de los políticos de casta profesional, periodistas apesebrados y otras especies reptilianas del terrario de la política española. Tras firmar el acta de defunción de su último engendro, el guapo Pedro Sánchez, enterrado todavía vivo en el cementerio de Ferraz, andan por aquí y por allá ¡felicitándose! Por fin habrá gobierno. Go-bier-no, que palabra tan vacía cuando las decisiones políticas (las reales) se toman a más de mil kilómetros en dirección noreste, dentro de un gigantesco poliedro de 200 metros de altura, revestido de cristal y rodeado de placas de metacrilato en las que se lee: European Central Bank. 

Satisfacción, tranquilidad, sonrisas complacientes: pero ¿por cuánto tiempo? ¿Se ha resuelto realmente algo? Vayamos por partes.

1. Quien ha sido asesinado en Ferraz no es Pedro Sánchez, sino el PSOE, esa institución que lleva ciento y porrón de años como “partido del cambio”, y treinta y tantos como partido-Estado. Si tomamos el guión publicado hace unos días en este mismo medio, Susana “la de las gestoras” será presentada en 2018 como la gran opción de futuro del turno socialista. Con el aliento de “Felipe, Felipe”, o “Susana, Susana”, podemos estar seguros de que el PSOE sólo va a ser partido de gobierno para aquellos que viven al sur del Tajo y al oeste de las sierras de Alicante y Murcia, no más de una cuarta parte de la población.  

Desde que el 15M estallara en las plazas, o incluso antes, desde que la segunda legislatura de Zapatero se reflejará con toda crudeza en el nuevo art. 135 de la Constitución, el PSOE no ha hecho más que perder votos y más votos. El último hito de su particular carrera hacia la nada fue su singular decrecimiento entre el 26J y el 20D: al parecer, prácticamente ni un solo voto del millón largo que se dejó Unidos Podemos “volvió” al PSOE. Los socialistas han dejado de ser el partido de los jóvenes, de los parados, de las clases medias desclasadas y de los trabajadores situados en la franja del mileurismo, esto es, de la inmensa mayoría del país. Incluso entre los bien intencionados y los patriotas de las siglas, lo de la “gestora” ha sido un “fuera máscaras”, “se acabó el Carnaval”. Nada parece indicar que el PSOE de Susana pueda escenificar la alternancia izquierda-derecha, que tan provechosa ha resultado en los últimos cuarenta años. Como le coreaban los militantes socialistas, “ya verás Susana que frío hace fuera de Andalucía”. 

2. La verdadera renuncia de la “gestora” promovida por el viscoso triunvirato González-Zapatero-Susana no es la de gobernar en esta legislatura, sino la de promover un programa de regeneración democrática, o lo que es lo mismo, dar carpetazo a la crisis política. En este año, nuestra clase política ha renunciado a la única baza que tenía en su mano, la de llegar a un acuerdo. Obviamente ni podía ni estaba preparada para dar soluciones a una crisis económica que depende de Europa, ni tampoco para promover una reforma institucional de calado. Sin embargo, todavía parecía plausible que reuniera a los nuevos actores políticos debajo del rótulo “Segunda Transición”. Bastaba con sellar algo parecido a un nuevo pacto de Estado, con algún ligero cambio constitucional.

Es improbable que lo que veamos en los próximos meses se parezca, ni mucho ni poco, a este proyecto de regeneración democrática. Sin duda, las escenas que viviremos nos recordarán a las viejas imágenes de un cuerpo privilegiado, ensimismado en las disputas de chiringuito. No hay “regeneración” posible sobre estas bases. La larga crisis de legitimidad seguirá su curso. 

3. La estrategia del avestruz ha resultado excelente para Rajoy, pero acabará por agotarse en el medio plazo. Él, que no acude a las crisis; él, que a fuerza de ignorarlas espera a que acaben, nos ha enseñado que en ocasiones para mantener el gobierno lo mejor es no hacer nada. Paroxismo de la afasia, caricatura de la caricatura, Rajoy no ha hecho efectivamente nada para resolver la crisis. Con una concepción del tiempo que tiene algo de geológica, ha dejado pasar elecciones a la espera de que de nuevo le cayera el gobierno. Y le ha vuelto a caer. 

Quizás a nuestro Yogui político no le falte razón: en cierta forma nuestra crisis política no pasa de parodia. Pero lo más probable es que lo único que haya conseguido es tiempo. Tiempo y recursos para aplazar la guerra interna dentro del PP, y para amortiguar y reabsorber a Ciudadanos. Una formación, que precisamente por ser demasiado funcional a la gobernabilidad y al ajuste de los “viejos actores”, ha agotado demasiado rápido sus cartuchos como opción de reforma. 

4. El cierre de la vieja clase política ha dejado condiciones óptimas para la formación de nuevos “terceros”. Como en cualquier ecosistema, el nicho vacío que deja una especie tiende a ser ocupado por otra. ¿Qué harán los Sánchez, Iceta y demás ante la debacle socialista? ¿Se quedarán sentados a la espera de la purga? ¿Y qué hará Errejón y su grupo, arrinconados en Podemos y liquidada su “hipótesis de Estado”? Agotado Ciudadanos como comodín de gobierno, bien encaminado el PSOE al precipicio, se ofrece vacante para el partido de la reforma que normalmente no reforma nada. Falta por ver quiénes serán los candidatos. 

5. Para Podemos, pero en general para todo lo que se ha movido desde el 15M, este episodio debe pasar como una confirmación del diagnóstico inicial del ciclo: “PP PSOE, la misma mierda es”, y “Lo llaman democracia y no lo es”. La primera afirmación ha quedado verificada de nuevo en la operación “gestora” (no será la última). La segunda se deduce de que no hay campo alguno para la reforma interna. Como en la Primera Restauración, la crisis de régimen puede prolongarse indefinidamente, pero ya sabemos que no tiene solución interna. 

El retorno a altos niveles de abstención, el aburrimiento y desafección con la política institucional han puesto sobre la mesa que la crisis de la democracia española no se resuelve añadiendo nuevos partidos al teatro mediático. Para los “del cambio” es del todo urgente salir del lodazal parlamentario y localizar cuáles van a ser los conflictos de la nueva fase. Específicamente para Unidos Podemos será preciso hacer algo casi imposible en un partido político: invertir todas las dinámicas que han empujado su “devenir casta”, deshacer y desmigar su emergente clase política —hecha a medias de groupismo pop, a medias de cuchillada interna—, abandonar la retórica de la Segunda Transición y conectarse con el flujo, todavía vivo, de una sociedad que no parece vaya a reconocerse en su clase política (vieja o nueva). 

6. Y lo más importante: la variable independiente de la crisis española no está en su escena política, tampoco en el llamado “desafío soberanista” o en el proceso de “autodeterminación de Catalunya” (según prefieran). La variable determinante es lo que en estos meses suceda en Europa. Como les ocurre a los inversores, a nuestros políticos les falta profundidad de mirada. Hoy yacen tranquilos sobre la hierba que calienta el BCE con sus emisiones masivas de dinero. No obstante, los avisos están dados. 

Las rebajas del crecimiento económico para el año próximo vienen anunciadas por todas partes (FMI, BM). Apenas formado, el nuevo gobierno tendrá que imponer una nueva ronda de recortes que exige Europa y que ya no está dispuesta a aplazar. El petróleo ha comenzado a subir tras un inusitado periodo de combustible barato. Los problemas de la banca italiana continúan sin solución, a la expectativa de un rescate financiero que podría multiplicar por cuatro o cinco la cantidad comprometida en España. El Deutsche Bank (al igual que el Commerzbank) parece que ya no escapa a una debacle largamente anunciada. 

En fin, no pierdan mucho el tiempo con la escena política española, casi todo es palabrería y teatro. Dediquen algo de sus horas de búsqueda de información a las páginas sepia y salmón. Por ahí vendrá la nueva ola de inestabilidad. Por lo que parece no está muy lejos. Y son muchos los que dicen que tiene forma de tsunami.