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El azar --o no-- ha querido que el juicio sobre la mayor trama de corrupción institucionalizada del partido en el gobierno coincida con uno de los momentos más convulsos en la historia del PSOE desde la Transición. Asistimos atónitos a las declaraciones de los acusados y a las valoraciones que van haciendo líderes políticos de uno y otro lado afirmando que esto "es una cuestión del pasado" que "no descubre nada nuevo". Pero lo que nos tiene a buena parte de los observadores abrumados es ver cómo la factura de Gürtel no la va a pagar tanto el PP --que ya la tiene descontada--, como un PSOE supuestamente dispuesto a rendirse derrotado ante el Partido Popular.
Si queremos analizar el momento actual y el camino recorrido no podemos quedarnos con el fotograma del convulso Comité Federal del PSOE donde todo saltó por los aires, ni en la imagen del elegante Correa explicando que las dádivas y comisiones formaban parte del business as usual. Es necesario juntar todos los fotogramas para ver la película.
La caída del muro de Berlín puso fin al enfrentamiento entre dos modelos de entender las relaciones sociales
La caída del muro de Berlín puso fin al enfrentamiento entre dos modelos de entender las relaciones sociales, económicas y políticas acabando con oscuros años de intolerancia al otro lado del telón de acero. La tierra prometida se encontraba en ese paraíso de libertades y democracia liberal plagado de placeres. Pasó de moda leer a Marx y extrapolar la lógica de acumulación del capital. Los humanos (occidentales) disfrutábamos de los placeres de un pacto social construido sobre la necesidad de reconstruir Europa tras la II Guerra Mundial y unas élites que preferían --por si acaso-- echar el freno, no fuera que el motor gripara. La crisis del petróleo de 1973 había dado el primer aviso, y el Estado de Bienestar empezó a ser vulnerable. Entrábamos en los ochenta. Llegaron Thatcher y Reagan y mandaron callar.
No pretendo hacer un análisis histórico del último cuarto del siglo XX en Europa, pero sin llevar la mirada atrás es difícil reconstruir la película. Las sucesivas crisis fiscales que se fueron dando en el conjunto de Europa durante los últimos años del pasado siglo revelaban, en realidad, avances hacia la configuración de lo que se llamaría el pensamiento único, del que tanto hemos debatido, escrito y analizado. Ahora nos damos cuenta de que iba en serio.
El discurso se construye sobre una base: There is not alternative
La historia del pensamiento político dominante desde las últimas décadas del siglo XX en Europa es la historia de la construcción de un argumentario neoliberal tan falso como eficaz: la liberalización de los mercados ha traído consigo la aparición de oligopolios --cuando no monopolios-- en todos los sectores estratégicos; la globalización, si bien es cierto que reduce la desigualdad entre los Estados, no es menos cierto que la está agravando notablemente en el interior de cada uno de ellos; y los enormes avances tecnológicos que nos sorprenden cada día están dibujando un horizonte más distópico que utópico. No quisiera parecer apocalíptica, pero esto no es lo peor: lo más grave, a mi entender, es que este discurso se construye sobre una base: There is not alternative.
La ausencia de alternativa es algo constatable en los programas políticos de las izquierdas, en los discursos de sus dirigentes o en las prácticas de sus organizaciones. Anclados en la máxima posmoderna del fin de los macrorrelatos, las izquierdas hemos renunciado, en la práctica, a construir una narrativa propia que no sólo explique el mundo, sino que dé una alternativa creíble y realizable capaz de ilusionar tanto a los votantes como a los militantes, empezando por los dirigentes. Sólo así se explica la bajada de votos de Podemos en las últimas elecciones generales y sólo así se puede entender la rendición incondicional al Partido Popular que --de consumarse la abstención-- estará escenificando el PSOE.
Renunciando a gestionar el conflicto sobre el modelo de Estado, el PSOE está renunciando a liderar su solución
Esa abstención del PSOE tiene muchas lecturas: por un lado, la incapacidad de los socialistas para avanzar en los retos pendientes de la Transición, con el modelo de Estado en primer lugar. ¿Hasta cuándo será intocable el Estado de las Autonomías? ¿Cuánto tiempo tendremos a las fuerzas nacionalistas castigadas en el rincón? Renunciando a gestionar el conflicto sobre el modelo de Estado, el PSOE está renunciando a liderar su solución, o, al menos, a contribuir a ella de forma destacada. Porque el problema está, se quiera ver o no.
Otra lectura tiene que ver con su relación con las otras izquierdas. Cuando preguntas a dirigentes socialistas si se sienten más cercanos al PP o a Podemos, la respuesta suele ser la misma: por supuesto, a Podemos. Quizá sea precisamente por esto --y porque desde el partido morado tampoco se ha puesto fácil-- por lo que en el imaginario el principal enemigo no es el Partido Popular, sino los chicos y chicas de Podemos, que, como decía Josep Borrell, "son nuestros hijos". Esta contradicción, más allá de un divertimento en los debates, deja a las claras la confusión que existe hoy en el seno del PSOE entre la táctica y la estrategia. O mejor dicho, el tacticismo permanente ante la ausencia de estrategia.
Si finalmente el PSOE se abstiene, el Partido Popular gobernará con una clara mayoría
Hasta qué punto el síndrome ha calado lo podemos ver en esa ilusión construida sobre la idea de que es mejor un gobierno popular en minoría que uno en mayoría. Si finalmente el PSOE se abstiene, el Partido Popular gobernará con una clara mayoría, ya que ante cualquier cortapisa de los socialistas siempre podrá acudir a la amenaza de la --tan temida por algunos líderes socialistas-- convocatoria de terceras elecciones. No vale, aquí, por tanto, el debate weberiano entre la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones. En la situación de debilidad actual que exhibe el conjunto de la izquierda, su posibilidad de influir en las políticas del PP es mínima.
Y aquí está, a mi juicio, el núcleo del problema: la posible abstención del PSOE para permitir que gobierne el Partido Popular es un síntoma de su falta de estrategia, imposible de articular ante la carencia de un relato solvente y creíble que construya una alternativa al neoliberalismo imperante. Si el PSOE, y el resto de fuerzas de la izquierda, tuvieran esa alternativa, ni el resultado electoral hubiera sido el mismo ni ahora se estarían planteando regalar el gobierno a la derecha. Habría motivos para tragarse los egos y llegar a un acuerdo. No es, por tanto, una abstención, sino una rendición ante la evidencia de que no tienen alternativa que presentar. Y no me refiero a la táctica, sino a la estratégica.
Tanto si la abstención se confirma --de forma más o menos explícita--, como si no, todo parece indicar que los próximos años en España serán gobernados por la derecha. Haremos bien las gentes de izquierda --no sólo los partidos-- en intentar construir de forma plural pero colaborativa un relato liberador frente a la globalización neoliberal que nos permita escapar del síndrome TINA.
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Cristina Monge. Politóloga.
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Autor >
Cristina Monge
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