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Charles Musters era un aventurero inglés. A mediados del XIX se pasó un año viajando con los indios tehuelches. El viaje quedó plasmado en un libro formidable, Vida entre los patagones, una joya en la que explica un viaje que, en breve, tras el exterminio de los indios del desierto, ya sería imposible de realizar. El libro dibuja una realidad cotidiana --cazar cada mañana, desplazarse, apostar por cualquier cosa, discutir, emborracharse, explicar historias, utilizar otra lógica-- que ya no existe. En el libro, por cierto, se explica un cuento que Musters escuchó un dia, en un corro de indios. Parece que hable de amor, pero, como siempre sucede con las conversaciones sobre el amor, habla de otra cosa.
El cuento explica la historia de un indio joven. Está casado con una mujer bellísima. Su mujer muere. Él se queda junto al cadáver de su mujer tres días, llorando, hasta que el alma de su mujer abandona su cuerpo muerto. El alma de la esposa intenta consolar al esposo. Pero no lo consigue. El esposo le ruega, desesperado, que le permita acompañarla. Ella le explica que para acompañarla debe quitarse antes la vida. Es sencillo. No ocupará mucho tiempo. Pero él no se atreve a dar ese paso. Tras mucho insistir, llorar y suplicar, ella accede a que le acompañe. Viajarán juntos hasta la muerte. Ella muerta, él vivo. Juntos, el alma de la mujer y el cuerpo del esposo, caminan por el desierto varios días, hasta llegar a un río. Allí hay un vigilante. Vela para que ningún vivo acceda al mundo de los muertos. El vigilante permite pasar a la mujer, pero niega el paso al hombre.
El mundo está repleto de personas valientes que no lo saben. Simplemente, en 30 segundos, no hicieron lo que se les exigía, o hicieron lo que no se esperaba de ellos
Sabe que está vivo por su olor. Los vivos, en fin, emiten una peste terrible. Tras mucho insistir permite pasar, finalmente, al hombre. Acceden al mundo de los muertos. El mundo de los muertos es el mundo de la abundancia. Los muertos se pasan la noche cazando y comiendo animales. El mundo de los muertos no es, de hecho, un desierto. Beben agua fresca y licor de manzana. Ese mundo sólo existe por la noche. De día, el paraíso desaparece, y vuelve a ser un desierto. Concretamente, la zona más severa del desierto. De día, el esposo duerme en ese desierto, bajo el sol y bajo el frío. De noche está con su mujer. Pero no la puede abrazar --es un espíritu--. Tampoco puede comer los animales que cazan los espíritus, ni beber su agua y su licor, pues no son palpables. A los pocos días, el indio está deshidratado y hambriento. Pide permiso a su mujer para volver con los vivos. Invierte varios días en ese viaje de vuelta. Cuando vuelve, descubre que han pasado varios años. El resto de los indios --sus amigos y sus familiares-- le rechazan, porque le daban por muerto. Es una especie de fantasma vivo. Marginado, acaba viviendo solo. Muy poco tiempo, porque se suicida. De pura tristeza. Su suicidio, propuesto por su esposa hacía sólo algunos días, ya no es un acto de valor, sino de cobardía. Cuando vuelve al mundo de los muertos, su esposa le rechaza, por cobarde.
La historia no es más que la historia de Orfeo. Orfeo accede, también vivo, al mundo de los muertos, para recuperar a su esposa. No lo consigue. Por falta de fe. En esta historia, el esposo tampoco lo consigue, pero por otra razón. Por falta de valor. El mito de Orfeo explica lo que es la fe. La fe es algo costoso, una calidad que, para existir, debe de existir siempre. Tan sólo 30 segundos sin fe, un instante en el que Orfeo duda si su esposa muerta le sigue hacia la salida del Hades, son suficientes para enviar el proyecto de Orfeo al garete. El valor, contrariamente a la fe, no precisa de toda una vida. Tan sólo se debe de ser valiente 30 segundos. El indio del mito no fue valiente los 30 segundos necesarios, cuando su esposa le dijo que, si quería seguir con ella, sólo tenía que poner fin a su vida. Por lo que, como Orfeo, también perdió a su esposa.
Gracias a este mito explicado por Musters, sabemos que el valor --las grandes decisiones; decir sí o decir no cuando es preciso; irte, quedarte; hacer algo o no hacerlo--, sólo requiere 30 segundos. Por lo general, la valentía, ese momento en el que debes de tomar una gran decisión no prevista, no sólo ocupa 30 segundos de tu vida, sino que accedes a él, o no, sin darte cuenta, en 30 segundos. No es, por tanto, algo épico. El mundo está repleto de personas valientes que no lo saben. Simplemente, en 30 segundos, no hicieron lo que se les exigía, o hicieron lo que no se esperaba de ellos. Las grandes decisiones, en fin, no son grandes decisiones. Son 30 segundos. No se pueden hacer grandes discursos sobre ellas, porque no se pueden hacer grandes discursos sobre 30 segundos de biografía. Quizás sólo somos normales, sólo somos nosotros en esos 30 segundos.
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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