Juan Antonio R. Carratalá / Catedrático de Literatura española
“Hemos inventado un franquismo sin franquistas”
Esteban Ordóñez 19/10/2016
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Juan Antonio Ríos Carratalá (Alicante, 1958) investiga y escribe libros que abordan la memoria histórica con honestidad, bordeando todo lo que huela a pastiche o a mito mediante datos y pruebas. Es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante. Habla de cultura, de literatura, de periodismo, siempre tomando distancia y con humor. Sus libros están plagados de datos y referencias bibliográficas, pero cada página está lubricada con una buena carga de ironía. En su último título, Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista, recorre la historia de la represión de los periodistas después de la Guerra Civil. Como figura central, que sirve para expresar cómo la dictadura se fundamentó en la “banalidad del mal”, aparece Manuel Martínez Gargallo, humorista que después de la guerra se dedicó, en funciones de juez, a reprimir a los que antaño habían sido sus compañeros de profesión y de tertulia. Como dice, nos hemos inventado un franquismo sin franquistas que ha cuajado como relato, pero que resulta insostenible desde el punto de vista académico, o sea, con las pruebas en la mano: “Ese loco (Franco) estaba ahí porque había varios millones de locos como él”.
¿Hemos mitificado nuestra historia reciente?
Cuando te dedicas a escarbar en documentación, en expedientes de todo tipo, siempre acaba apareciendo la antítesis de cualquier proceso de mitificación. La ficción te conduce a presentar de forma más presentable la historia; la realidad, no. La realidad acaba siendo bastante triste y una suma de intereses, a veces muy pedestres, que son los que justifican situaciones históricas como el franquismo. Por ejemplo, la represión que se llevó a cabo fue muchas veces por cuestiones personales de escaso calado político o ideológico. No pensemos que los represores eran personajes excepcionales. En cuanto investigas, te das cuenta de que eran tipos que tenían sus historias personales cutres, y al mismo tiempo curiosas y paradójicas como es el caso de Martínez Gargallo. No creo que haya muchas evoluciones como la suya, de humorista de prensa a juez represor de la prensa.
La represión que se llevó a cabo fue muchas veces por cuestiones personales de escaso calado político o ideológico
En el libro, habla de la retórica y la solemnidad que reinaba hasta el hastío en la cultura del régimen. ¿A qué respondía esto?
Cuando en clase tengo que explicar la cultura del franquismo digo: hay una pelea entre franquistas y quienes no comulgaban al 100% con el régimen. La pelea es: ¿introduzco o no introduzco la realidad? La cultura franquista es la negación de la realidad porque si la cuentas, no la controlas tanto. Entonces crean una realidad alternativa en el cine, en el teatro. Una anécdota que siempre se menciona: nunca hubo tantos mayordomos en el cine como en los años 40, las historias se desarrollaban en mansiones aristocráticas donde nadie trabajaba. Igual que el cine de teléfonos blancos de la época de Mussolini. Se usaba la retórica aplastante. Sólo no ser retórico en el lenguaje era ya una forma de oposición.
Había intelectuales que apoyaron el franquismo, ¿qué pasó, de repente perdieron el oído para detectar la ñoñez?
El régimen tuvo sus familias, era heterogéneo. Y también en lo cultural. Sí que había gente que era consciente de que aquello era ñoño, ridículo, cursi. Suelen coincidir con los que hemos rescatado desde la historia, la otra generación del 27, Edgar Neville, Jardiel Poncela, son personas que se identifican políticamente con el régimen, o que más bien hacen un pacto, tienen un semioasis de libertad vigilada, pero te das cuenta de que ellos no se creen nada de lo que están viendo, y sus obras, en la medida de lo posible, se separan de esa ortodoxia. Pero había gente que sí lo creía.
¿Intelectuales también?
La cultura franquista es la negación de la realidad porque si la cuentas, no la controlas tanto
Tú lees los libros de historia y parece que todos desde un punto de vista intelectual estaban contra Franco.
Sí, claro, ¿pero por qué estaba ahí?
Estaba porque había gente que lo apoyaba. Somos tan geniales que hemos inventado un franquismo sin franquistas.
¿Y cómo ha podido colar esa idea?
Por necesidad. Por ejemplo, ahora mismo, el Gran Wyoming: cada vez que saca a Franco en una caricatura está ayudándonos a exculparnos porque nos permite pensar que era un loco el que estaba ahí, pero que nosotros no podíamos ser tan locos como él. Entonces concentramos las culpas en ese personaje. Si empiezas a decir: ese loco estaba ahí porque había varios millones de locos como él detrás, entonces tú o tus familiares seríais responsables también. Eso inquieta. Mientras que si encontramos a alguien en quien concentrar todos los males, nos tranquilizamos.
Como Arias Navarro: ha quedado como la imagen del llorica, pero a la vez es un personaje en el que se ha indagado poco.
Claro. Ha desaparecido su expediente. Hay un montón de expedientes que han desaparecido, uno de ellos, el suyo. Con él igual, si tienes a un personaje caricaturizado, exagerado y le achacas a él todos los males, aparece un monstruo absurdo, pero desconectado de nosotros. El problema es el monstruo que se llama Martínez.
Hay un montón de expedientes que han desaparecido, uno de ellos el de Arias Navarro
¿Cómo era el trabajo humorístico de Martínez Gargallo? ¿Era bueno?
Buenísimo. Si hubiera seguido, habría prosperado. Estaba en el círculo de Jardiel Poncela. Ellos comían y bebían juntos. Madrid era pequeñito y él se movía en esos círculos, de hecho, estudiaban juntos, aunque por clase aparecían poco. Eran señoritos de la época de la República.
¿Cómo se produjo esa deriva hacia convertirse en represor? ¿Tenía alguna característica que le empujara?
Hay un dato, que no doy en el libro porque no deja una huella documental, pero creo que era homosexual.
Lo deja caer cuando cuenta que el hermano de Joaquín Sama dijo: "Si baila mi hermano, bailamos todos", cogiendo a Gargallo de la cintura...
Sí, porque la hija de Sama habló conmigo y me contó lo que debía contar su padre, y tengo varios testimonios que coinciden. Él nunca lo confesó, claro. Aunque todos los que le conocían lo dicen. Lo que ocurre es que en aquella época se tuvo que casar para disimular. En aquella época era imposible un juez que llega a un pueblo y está soltero. Así que se casa, se saca una oposición y a partir de ahí tiene que renunciar a su faceta humorística, tiene que reformarse socialmente y lo hace a través de la carrera judicial.
Pero es curioso que no abordaba los casos con piedad. El humor por naturaleza relativiza, y él, como juez, hacía lo contrario: llegaba a cambiar una pena de cárcel por una petición de condena a muerte.
Los represores siempre reprimían más de lo que les pedían. Azcona lo contaba con mucha gracia: "Ellos, por si acaso se equivocaban, añadían". Te podían cuestionar al restar, no por añadir. Los únicos que restaban eran aquellos que tenían tanta seguridad que podían permitirse el lujo. Millán Astray era amigo íntimo del escritor Diego San José y consiguió que Franco no firmara su sentencia de muerte. ¿Por qué? Porque nadie le va a decir al ‘ilustre mutilado’, oiga, usted es dudoso. Estaba por encima del bien y del mal.
¿Y Martínez Gargallo qué tenía siempre detrás de la oreja?: "Y si alguien se acuerda de quién era yo en los años 30, y si alguien se acuerda de los bailes a los que iba y de con quién salía y a qué cafés". Estas personas son las que se convierten en los máximos represores. En el régimen nazi, los que más judíos matan son aquellos que tienen la posibilidad de ser vinculados con los judíos. Esos se exceden. Ocurre por la fe del converso y para que no rasquen en el pasado.
Los represores siempre reprimían más de lo que les pedían. Azcona lo contaba con mucha gracia: 'Ellos, por si acaso se equivocaban, añadían'
La escuela de periodismo de El Debate era una pieza fundamental…
El Debate era escuela de golpistas. En la República no había demasiada libertad de prensa, pero sí había prensa claramente alineada con posturas de apoyo a la Sanjurjada del 32... El Debate era ultracatólico. La escuela era buena, es la base que permite la formación de periodistas durante el periodo del franquismo, pero en esos años (de la República) hicieron una labor de oposición radical, golpista. De allí vienen varios de los que luego participan en el Movimiento de Franco. Algunos lo pagaron, hay varios fusilados también. Esta escuela sentó las bases de la formación en periodismo. Intentaron formular la carrera de periodista al margen de lo que era la tradición, o sea, el ponte a escribir y búscate la vida. Sentaron esas bases con unos parámetros tremendamente conservadores, aunque de calidad.
¿Los grandes periodistas de la Transición venían de esta escuela? ¿Llegó algo a la democracia?
Cuando escribí este libro pensaba que la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) se iba a interesar mucho, porque aparecía en el centro de la cuestión, la sede de los juzgados de represión estaba en el edificio de la APM. Pues no se interesaron, todo lo contrario. Porque de los 40 hasta los 70 prácticamente está la misma gente dirigiendo la asociación. Llegan al final del franquismo. Y hace pocos años salió la historia de la APM en varios volúmenes y este episodio ocupa un párrafo. Si rascan, verán cómo la Asociación de la Prensa de Madrid fue un órgano de la represión de la profesión. A Martínez Gargallo lo eligen porque conocía a todos los ‘sospechosos’, y él ubica el juzgado ahí por una razón muy sencilla: tenía las fichas de todos. Para qué iba a estar yendo y viniendo. La Asociación también participó en la tarea de depuración: todos los periodistas tuvieron que pasar por ahí. ¿Cómo puedes decir que estás defendiendo una profesión si a la vez la estás reprimiendo? Es un episodio muy triste y pasan por él de puntillas. El único que me apoyó fue Miguel Ángel Aguilar, que se interesó mucho por la historia, pero la APM como tal no quiso saber nada.
La APM también participó en la tarea de depuración: todos los periodistas tuvieron que pasar por ahí
¿Esto ha lastrado el ejercicio del periodismo que nos ha llegado hasta hoy? La prensa internacional ha calificado en alguna ocasión a España como un país con problemas en la pluralidad mediática y en libertad...
Claro. Todo colectivo debe purificarse, y eso supone enfrentarte a tu propio pasado. No se trata de condenar a nadie, sino mirar qué éramos en los 40 y en los 50. En este país, hasta hace unos pocos años, el premio más importante para un periodista era el Premio González Ruano. ¿Pero sabemos quién es González Ruano? Es un tío que lo meten los nazis en la cárcel por ser más bestia que los propios nazis. En París, él trafica con judíos, les cobra para que salgan hacia España y de ahí a Latinoamérica. Les cobra y en Andorra los espera y los mata. O sea, estaba conchabado con gente de Andorra que se encarga de cargarse a los judíos. Y la Gestapo lo detiene por delincuente común. González Ruano era íntimo amigo de Martínez Gargallo, es un personaje éticamente deleznable. Es verdad que escribía bien, ¿pero tú puedes dar en democracia un premio de periodismo con el nombre de este tipo? Una profesión de investigación, de sacar los colores a cualquiera, y van todos contentos a recibir ese premio. Y nadie pregunta quién es... En realidad, este libro (Nos vemos en Chicote) tendría que haberlo escrito un periodista. La prensa no era gente aliada con el franquismo, era el franquismo.
El BOE publicó unos requisitos para ser periodista, ¿no? ¿Qué pedían?
Fidelidad absoluta, ausencia de antecedentes... Gente que hacía el parte meteorológico o que hablaba de deportes, tenían también que enmendarse... Algunos que fueron apartados de la profesión se hicieron perdonar y al cabo de 10 o 15 años salían en el ABC con otro nombre, sacando temas con poca relación con la política...
¿Hubo muchos que renunciaron, aun a riesgo de muerte, a adherirse al régimen?
Escritores como Miguel Hernández son la excepción que confirma la regla. Otros se sometieron porque, como es normal, querían sobrevivir. La gente cuando siente el peligro de prisión o la amenaza de ser fusilado, quien más y quien menos hace lo que haga falta. Había incluso una revista que se llamaba Redención donde si colaborabas, te quitaban pena. Y algunos colaboraban con Redención después de haber colaborado en Mundo Obrero. Eso es lógico, pero tampoco te garantizaba nada. El caso de Bluff, publicó en Redención, pero hay un dibujo que no gusta y por eso lo condenan a muerte en Valencia.
¿Qué tenía el humor que tanto les sangraba?
La gente cuando siente el peligro de prisión o la amenaza de ser fusilado, quien más y quien menos hace lo que haga falta
Era el humor que ellos mismos cultivaban. Por ejemplo, La Traca es paralela a una revista que se llamaba Gracia y Justicia. No sabemos cuál es más satírica y de humor más grueso. La única diferencia es que unos van contra la derecha y otros contra la izquierda, pero son vidas paralelas, se retroalimentan. Lo que pasa es que al director de Gracia y Justicia lo convierten en un mártir de la causa, y a Carceller y a Bluff los fusilan. ¿Qué habían hecho? Lo mismo, pero con objetivos contrapuestos. No es una cuestión de humor, sino de a por quién va ese humor. La Traca molestó mucho porque triunfó. Se vendía como rosquillas.
¿Cuánto hemos mitificado las tertulias del Café Gijón? ¿Cómo era realmente el ambiente?
Sí, sí... Azcona decía que para la gente de provincias el Gijón era inaccesible. Era la tertulia literaria más importante de la posguerra, pero estaba fuera del alcance de gente no tan asentada en el régimen. Gargallo iba allí porque sus amigos eran de letras, eran personas cultas. Entre ellos había algunos condenados, y no pasaba absolutamente nada. Buero Vallejo contaba que él conocía a quienes le condenaron a muerte, y que a veces coincidían...
¿Y cómo lo soportaban?
¿Qué quieres que haga Buero Vallejo? ¿Y qué hace el otro? El otro, como cualquier verdugo, se crea un personaje. Un verdugo lo es en la medida en que él no es consciente de quién es. No puedes salir a la calle siendo un verdugo de forma absolutamente consciente. Tú no puedes salir a la calle siendo un corrupto de forma absolutamente consciente. Lo que hace esta gente es crearse una coartada mental, un personaje alternativo, y al final se lo creen. Ellos se amparan en su situación de funcionario: firmé lo que tenía que firmar y apliqué lo que tenía que aplicar y ya está.
Tú no puedes salir a la calle siendo un corrupto de forma absolutamente consciente
Da la impresión de que cualquier dictadura consigue fabricarse en último término una suerte de impunidad moral...
Sobre todo cuando una dictadura es tan larga. Penetra tanto en la sociedad que esa sociedad no está dispuesta a rascar porque si rasca se encuentra ante un espejo. Qué pasó con la impunidad en la Transición, se habla de un pacto de silencio, pero ahí no se firmó nada, ni siquiera hubo una reunión para no hurgar... Lo primero es que la gente no quería buscar, salvo unos pocos que se desvincularon siempre de la corriente. No querían arriesgarse porque si lo llegan a hacer, cuántos Martínez habrían aparecido. Y esto, con diferentes grados, pasó en Francia. Allí no se hablaba abiertamente de colaboracionismo hasta los años 70. Todos eran de la resistencia. En Italia, todos están convencidos de que ganaron la guerra porque estaban con los aliados al final, pero al principio qué. Y en Alemania también hubo silencio hasta los 60. ¿Por qué empezaron en esos años a preguntar? Pues porque antes no se atrevían.
¿Hace falta una desconexión generacional?
Ya son los nietos los primeros que se atreven a preguntar. Los hijos no porque da miedo encontrarte a energúmenos en tu familia.
En el bar Chicote había licencias morales a cambio de silencio, ¿qué locuras hacían?
La prostitución estaba permitida, es algo que pocas veces se cuenta. Allí había prostitución de lujo y había tráfico de estraperlo y tráfico ilegal de penicilina. Cuando no circulaba penicilina, en Chicote sí lo hacía. Hubo gente que se hizo millonaria trayendo del extranjero penicilina. También se traficaba con droga. Y Chicote salía en el No-Do y lo ponían como un tío simpático, dicharachero: aparecía también en el chotis este de Madrid, Madrid. Él forma parte del imaginario más costumbrista, pero había de todo.
¿Qué tipo de público acudía allí?
Los que tenían mucho dinero. La otra generación del 27 sí que iba: ellos ganaron mucho con el cine y con el teatro. Les fue bien y podían permitírselo. Era un sitio caro. Allí te encontrabas con el poder. Toda dictadura, aunque se llamara nacionalcatolicismo, sabe que la gente de cintura para abajo sigue existiendo y tienes que encontrar sitios de escape. ¿Tú puedes irte a echar un polvo con una puta?, sí, pero aquí. ¿Puedes drogarte?, sí, pero aquí. Todo eso estaba permitido desde el momento en que no se democratizara.
Toda dictadura, aunque se llamara nacionalcatolicismo, sabe que la gente de cintura para abajo sigue existiendo y tienes que encontrar sitios de escape
Camilo José Cela también hizo sus pinitos como delator, ¿no?
Claro, eso está publicado. No sólo era colaborador de la censura. También salió una carta en la que al fin de la guerra se ofrecía a colaborar con la censura y a delatar. Era una forma de buscarse un hueco en esa época. En el archivo de Alcalá de Henares hay un montón de cartas de gente que se ofrece a este juego. Los consejos de guerra están llenos de delatores. En el libro cuento un caso: uno que tuvo varios líos de faldas y para resolverlos se puso a delatar. Y la verdad es que se las quitó de encima. O gente que lo hacía para quedarse con un negocio o con una casa.
Ahora parecería imposible asumir la carga moral de delatar en falso a alguien y entonces se hacía para cosas tan mundanas... ¿Cómo se podía llegar a esos niveles?
Hay un caso de un zarzuelero que estaba en Madrid durante la guerra y, ya en la posguerra, llegó a meter a todos los autores de zarzuelas que quedaban en la cárcel, hasta el de la Rosa de azafrán acabó en la cárcel, y él tío pensaría: me quedo yo de zarzuelero oficial del régimen. La gente que delataba por cuestiones políticas era una minoría. Hay momentos, incluso, en los que los oficiales que tramitan el consejo de guerra se dan cuenta.
Es lo perfecto para que crear un país de gente ruin...
¿Cuál era el vicio mayor que tenía Franco? Tomar Fanta. Tenía mucho azúcar en la sangre porque bebía 15 o 20 Fantas cada día
Una dictadura se basa en que la gente ruin tenga intereses coincidentes con el régimen. No hay nada que una más que los intereses comunes. Una dictadura no puede imponerse machacando a millones de personas, eso dura lo que dura. Tienes que inculcarles la sospecha de que son felices (en el franquismo se era feliz por consigna), pero también tienes que crear intereses comunes, decirles, tú sé fiel a la dictadura porque yo me voy a callar todo lo cutre que has hecho.
Hay una frase en el libro: "El franquismo es una dictadura llevada a cabo por gente anodina".
El que es carismático siempre tiene algún gesto de cierta altura, el que es un personaje anodino, ése, si llega al poder es el más capullo que puede haber, entre otras cosas porque siempre está receloso: es mediocre hasta para ser tirano. Un dictador que tenga grandes vicios suele ser más flexible, aunque sea un Calígula, pero ¿cuál era el vicio mayor que tenía Franco? Tomar Fanta. Tenía mucho azúcar en la sangre porque bebía 15 o 20 Fantas cada día. Eso es de una mediocridad tal que va a ser el gran capullo de la historia. Lógicamente, los que le rodeaban eran de una mediocridad acojonante. Aparte, está la idea de que si tú has sido oprimido por un tío con cierto carisma, también eres una víctima con carisma; pero si eres oprimido por un chaparro, bajito, de voz aflautada y que consume 20 Fantas cada día, como víctima también eres una pobre víctima. Por eso la oposición tampoco hurga demasiado, porque también era bastante cutre.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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