Cuando Michael Moore decidió pedir el voto para Hillary
El cineasta es una de las últimas figuras de la izquierda americana, incluido su rival Bernie Sanders, en pedir el voto para Clinton como única opción realista de evitar que Donald Trump llegue a la Casa Blanca
Alex Roche Nueva York , 25/10/2016
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A Hillary Clinton le costó más de lo esperado conseguir la nominación presidencial del Partido Demócrata: Bernie Sanders y sus entusiastas seguidores le dieron guerra hasta el último minuto. Al final, Clinton consiguió un 55% de los votos en las primarias, por un 43% de Sanders, aproximadamente. Los alistados en la revolución sanderista —que pudo ser y no será, al menos por ahora— se enfrentaron con la derrota de su candidato a una difícil disyuntiva: tras una competida batalla, en la que el partido se dividió casi por la mitad, tenían que decidir si apoyaban o no a Hillary Clinton, a la que tanto habían criticado por no ser suficientemente progresista. La decisión es especialmente trascendente si se tiene en cuenta que Clinton es la única opción realista de evitar que Donald Trump, y todas las cosas horribles que él representa, lleguen a la Casa Blanca.
La división entre las filas demócratas se puso de manifiesto en la Convención Nacional Demócrata de julio. Algunos seguidores radicales de Sanders —reunidos bajo el eslogan “Bernie or bust” (Bernie o ruptura)— demostraron, mediante abucheos y protestas, no estar dispuestos a transigir con Clinton. Otros sanderistas más pragmáticos no tuvieron problemas en apoyar a la candidata del partido. Por ejemplo, la conocida humorista Sarah Silverman declaró en el estrado sentirse orgullosa de pertenecer al movimiento liderado por Sanders, pero al mismo tiempo dijo que votaría por Clinton “con gusto”. Ante los ruidos de desaprobación del gallinero de acérrimos sanderistas a ultranza, Silverman les dedicó unas palabras: “Estáis haciendo el ridículo”.
¿Cuántos de los que apoyaron a Sanders en las primarias demócratas apoyan ahora a Clinton y cuántos no? En los días posteriores a la convención hubo varias encuestas. Los sanderistas dispuestos a votar por Clinton eran alrededor de un 78% (si solo se les ofrecía Trump como alternativa) o un 63% (si se les ofrecían terceras opciones, como la verde Jill Stein o el libertario Gary Johnson). Desde entonces, hay menos encuestas que hayan indagado sobre esto. Una en septiembre indicó que más de un 70% de seguidores de Sanders apoyaba a Clinton. Otra de octubre sitúa la cifra de sanderistas con Hillary en un 55%, un 12% con Stein, otro 12% con Trump y un 9% de indecisos.
¿Por qué apoyan la mayoría de los sanderistas a Clinton? Por un lado, hay una razón puramente pragmática: el único modo de evitar que un candidato xenófobo, sexista y de tintes fascistas como Trump sea presidente es votando por la única persona, aparte de él, que tiene posibilidades reales de salir elegida en noviembre: Hillary Clinton. Pero además de esta razón de peso, varios representantes del movimiento sanderista han argumentado su apoyo a Clinton aludiendo a la candidata y sus políticas.
Primero y principalmente, el propio Bernie Sanders. Tras un breve período de negociaciones con Hillary Clinton una vez terminadas las primarias, el senador por Vermont anunció que había conseguido que la exsecretaria de Estado aceptara “el programa más progresista de la historia de la política estadounidense”. Ambos candidatos acordaron una propuesta para que los hijos de familias que ganen menos de 125.000 dólares al año (un 83% de la población) puedan ir a una universidad pública sin pagar gastos de matrícula. Clinton también aceptó que todas las personas tengan la opción de unirse a un seguro público de salud. Por estas razones, y otras como los nombramientos del Tribunal Supremo o el cambio climático, Sanders escribió una tribuna en la que anunció que iba a “apoyar enérgicamente” a Hillary Clinton y en la que pedía a sus seguidores que hicieran lo mismo.
Luego está Elizabeth Warren. La senadora, líder incontestable de la izquierda del Partido Demócrata hasta la aparición de Bernie Sanders, se mantuvo ‘neutral’ en las primarias: fue la única miembro demócrata del Senado que no apoyó a Clinton. Una vez elegida esta, la que fuera profesora de Derecho durante casi 20 años en Harvard, y que sigue teniendo una legión de seguidores autodeclarados miembros del ala Warren del partido, ha hecho campaña incansablemente por Hillary Clinton y se ha convertido en una de sus defensoras más efectivas. Por ejemplo, hace unos días, tras el tercer y último debate presidencial de la campaña, Elizabeth Warren tuiteaba: “Hillary Clinton ha demostrado que tiene inteligencia, coraje, aguante, temple y, sobre todo, decencia. Estoy con ella y me siento orgullosa de ello.”
Uno de los seguidores más lúcidos de Bernie Sanders durante las primarias fue el economista Robert Reich, antiguo secretario de Trabajo con Bill Clinton. Una vez que el septuagenario político perdió la nominación, el profesor de la Universidad de Berkeley optó por subrayar que el programa fiscal de Hillary Clinton subiría considerablemente los impuestos de los contribuyentes con más ingresos, sobre todo, entre el 1% con ingresos más altos, y que este aumento de fondos públicos se destinaría a educación y otros servicios. Reich, junto con otro medio centenar de economistas progresistas, como Stephanie Kelton, una de las principales asesoras de Sanders, o Emmanuel Saez, uno de los expertos más influyentes en cuestiones de desigualdad, ha publicado una carta en la que se argumenta que el proyecto económico de Hillary Clinton aumentará los salarios y reducirá la desigualdad.
Pero quizá la defensa más convincente de Hillary Clinton no viene de ningún experto, sino de un director de cine hipercrítico con el capitalismo y que reconoce que nunca se hubiera imaginado votando por Clinton: Michael Moore. El cineasta, un entusiasta y convencido sanderista durante las primarias, acaba de estrenar una película, Michael Moore in Trumpland, en la que anima a apoyar a Clinton centrándose en argumentos más emocionales que programáticos y, quizá por ello, más efectivos.
Michael Moore in Trumpland es un largometraje muy inusual. Se estrenó por sorpresa, solo once días después de que Moore hiciera, y grabara, un monólogo en un teatro de Ohio. El monólogo es la película. El lugar elegido para la actuación no es casual. Ohio es quizá el Estado más importante de las elecciones presidenciales de noviembre, al ser considerado el más decisivo de los swing states, los Estados igualados, en los que pocos votos pueden decantar la balanza. Además, el condado donde se encuentra la sala es un feudo de Trump, quien recibió allí cuatro veces más votos en las primarias que Hillary Clinton.
Uno de los aciertos del guión es la empatía con la que Moore, más allá de algunas inevitables pullas sarcásticas, trata a aquellas personas “desposeídas” que se plantean votar a Trump como un corte de mangas al sistema y a sus élites, como una “herramienta de manejo de la ira”. Que Moore comprenda el hartazgo y desesperación de la clase trabajadora blanca de Estados Unidos hace su mensaje a este sector del electorado más eficaz.
Su discurso para ellos se resume así: Trump acabaría con el Estados Unidos que conocemos; por vuestro país debéis votar por Hillary.
Además, Moore explica que él tiene dos grandes desacuerdos con Clinton, su voto a favor de la guerra de Irak y su cercanía con los grandes poderes financieros de Wall Street. Salvo estos dos temas, la mayoría de las críticas que recibe Clinton son injustas, según el cineasta. Y pone como ejemplo la esforzada lucha de Hillary en los noventa por conseguir un sistema universal de salud y cómo por ello sufrió innumerables y crueles ataques. El empeño de la entonces primera dama quedó en nada entre tanta crítica y, como consecuencia, hasta la llegada de Obamacare, 50.000 personas —señala Moore— murieron cada año en un “sistema dominado por la codicia” por no tener seguro médico o tener un seguro inadecuado.
Los estadounidenses, opina Moore, tienen ahora la oportunidad de redimirse dándole a Hillary Clinton el apoyo que le negaron en su momento.
También afirma Moore que, tras el fracaso de los noventa, Hillary Clinton se replegó a un papel de primera dama más tradicional, pero sin olvidar nunca lo que había ocurrido y esperando a que llegara su momento de nuevo. Aquí Moore recurre al feminismo para conectar la espera de Hillary con la espera de las mujeres por tener poder “tras 10.000 años” de dominio masculino. Ya va siendo hora de que haya una mujer presidenta, dice, y qué mejor representante que Hillary, que procede de la primera generación de feministas que pudieron ir en gran número a la universidad, que redimieron a sus madres —que no habían tenido esa oportunidad— y que tuvieron que luchar toda su vida para ser tomadas en serio. Ahora, concluye Moore, ha llegado el momento de las mujeres, con Hillary Clinton como representante, y les corresponde a los ciudadanos, especialmente a los que apoyaron la revolución sanderista, acompañarla y apoyarla. Dirigiéndose al electorado, y admitiendo que Hillary tiene problemas para conectar con la gente, les dice: no os tiene que caer bien, podéis odiarla, pero en noviembre, aunque sea rechinando los dientes por lo mal que os cae, votadla.
Ahora bien, el apoyo del sanderismo a Hillary Clinton no es gratis. Está directamente ligado a que una futura Administración Clinton cumpla con las promesas de la candidata a Bernie Sanders y sus seguidores. Si como presidenta Hillary se va demasiado al centro, traicionando sus compromisos programáticos, muchos en la izquierda del Partido Demócrata ya advierten de que tendrá que enfrentarse a un contrincante más progresista en las primarias para las elecciones de 2020.
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