Trump y las mujeres: el machismo y el arte de los negocios
Se podría decir que el ‘trumpismo’ y el feminismo corporativo son dos caras de la misma moneda
Sam Miller (Jacobin) 22/10/2016
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Todos sabemos que Donald Trump es misógino. Pero ahí no acaba la cosa. Trump usa a las mujeres de un modo calculado para promocionar su imperio empresarial y su imagen política.
Esta promoción forma parte de una dinámica más amplia, en la que la construcción de la feminidad se esgrime como cemento ideológico para los capitalistas: a las mujeres metidas en negocios y política se les exige que mantengan la imagen afable y tierna de las niñeras por fuera mientras se han de mantener duras, crueles y despiadadas por dentro para llegar a lo más alto. El modo en que Donald Trump se relaciona con las mujeres en sus negocios y en su vida privada es un microcosmos con vertientes más amplias. La hija de Trump, Ivanka, y su oponente política (y examiga) Hillary Clinton representan el mismo feminismo corporativo.
En El arte de la negociación, Trump describe a su padre como una persona valiente, firme y trabajadora; a su madre, por otra parte, la describe como “la perfecta ama de casa” que “cocinaba, limpiaba, zurcía calcetines y trabajaba como voluntaria en el hospital”. Según Donald, su madre era glamurosa, comprensiva y guapa –al igual que muchas mujeres de la vida de Trump, Mary dependía de un marido dominante y únicamente desempeñaba un papel auxiliar en la familia–.
Está claro que Trump interiorizó la dinámica de sus padres y la mantuvo en su primer matrimonio con Ivana Zelníčková, una inmigrante checoslovaca. Ivana relata un incidente con el padre de Donald, Fred, en una cena, en la que Fred insistió en controlar lo que ella iba a pedir: “Le dije al camarero: 'Me gustaría comer pescado'. Y Fred le dijo al camarero: 'No, Ivana no va a comer pescado. Se va a comer un filete’. Yo respondí: ‘No, voy a comer pescado’”. Donald le insistió a Ivana en que Fred actuaba así por “amor”.
Fred Trump era contrario a contratar a una mujer para un cargo directivo, que consideraba un “trabajo masculino”. A pesar de que Donald rompió con la postura de su padre al contratar a mujeres, las siguió explotando y arreglando a su antojo. Cuando Donald contrató a Ivana como presidenta del Hotel Plaza, le dijo a los periodistas: “Mi esposa, Ivana, es una directiva brillante. ¡Le pagaré un dólar al año y todos los vestidos que pueda comprarse!” Ivana se sintió humillada.
Trump explica con detalle sus variadas proezas sexuales. Lo que hace que estos fragmentos sean tan perturbadores es el modo en que proyecta su repulsión depredadora hacia las mujeres
Con el tiempo, Donald rescató alguna de las actitudes de su padre hacia las mujeres al decir que el mayor error que cometió con Ivana fue “sacarla del papel de esposa y permitirle dirigir uno de mis casinos de Atlantic City”. Donald prefería volver a casa tras un largo día y encontrarse a una mujer dispuesta a comentar “temas menos duros de la vida”, en vez de a una mujer que se tomaba su trabajo con seriedad. Como él mismo decía: “Jamás volveré a dar a una esposa responsabilidades dentro de mis empresas”.
En todos sus libros, Trump explica con detalle sus variadas proezas sexuales. Lo que hace que estos fragmentos sean tan perturbadores es el modo en que proyecta su repulsión depredadora hacia las mujeres. Un ejemplo publicado en El arte de volver (1997) relata una cena con una prominente mujer con poder y prestigio que no identifica:
…De repente sentí su mano en mi rodilla, después en mi pierna. Empezó a acariciarme de todas las maneras posibles… Después me invitó a salir a bailar y acepté. Mientras bailábamos se puso muy agresiva y le dije: “Mira, tenemos un problema. Tu marido está sentado en esa mesa y mi mujer también”. “Donald”, dijo, “no me importa. Simplemente no me importa. Tengo que tenerte y tengo que tenerte ahora”.
Trump tilda a las mujeres de falaces, manipuladoras y viciosas. “Las inteligentes actúan como si fueran muy femeninas y se hacen las necesitadas, pero por dentro son unas auténticas asesinas. La persona a la que se le ocurrió la expresión “el sexo débil” bien era muy ingenua bien estaba de broma. He visto a mujeres manipular a hombres con un simple gesto de los ojos —o quizá de otra parte del cuerpo”. Para Trump las mujeres de éxito nunca pierden su apariencia “femenina” que oculta un corazón frío y artero.
Trump define su personalidad como mitad empresario mitad showman, y otorga a Ivana y a su segunda mujer Marla Maples la representación de estos dos extremos de su personalidad. Ambas son “rubias y guapas”, pero Ivana es retratada como una empresaria “dura”, mientras Marla es la “artista y actriz”.
Su matrimonio con Marla también fracasó, ya que los negocios eran la prioridad máxima. “Una cosa que he aprendido [sobre las relaciones]: Existe la dependencia. Existe la poca dependencia. Yo no quiero dependencia”. En esta ocasión, con Marla, Trump se aseguró de que el acuerdo prenupcial fuera absolutamente claro y sin complicaciones. No quería que se repitiera la batalla legal de su anterior divorcio.
Trump compró el concurso de Miss Universo por 10 millones de dólares, que también venía con Miss EE.UU. y Miss Adolescente EE.UU., “la triple coronación de la belleza”. Trump declaró que estos concursos eran para “divertir” y de “belleza, la máxima belleza: la de una mujer”.
En una entrevista con Howard Stern, Trump se jactó de que el concurso era su vía de acceso definitivo a las mujeres al bromear burdamente que deberían estar “obligadas” a acostarse con él por ser el dueño de la organización. El comportamiento de Trump provocó gran conmoción en la primera Miss Universo, Alicia Machado, a la que avergonzó y humilló. Trump describió la constante presión que ejerció sobre Machado para que perdiera peso como “caballeroso”. El control que ejercitó sobre ella le provocó profundas heridas psicológicas y, como consecuencia, padeció trastornos alimentarios.
The Apprentice se emitió durante catorce temporadas, con Trump como juez de más de una docena de empresarios que compiten por el premio de dirigir una de sus empresas
Si Miss Universo trataba de la belleza exterior, The Apprentice se centraba en los instintos asesinos de las mujeres en los negocios. The Apprentice se emitió durante catorce temporadas, con Trump como juez de más de una docena de empresarios que compiten por el premio de dirigir una de las empresas de Trump. Según Scott McLemee, The Apprentice cambia “las normalmente precarias condiciones de contratación del sistema neoliberal y las convierte en el espectáculo de un juego de alto riesgo”. Trump acaba cada episodio en su sala de juntas gritándole al concursante que ha perdido: “¡estás despedido!”.
Las mujeres del programa se encontraban entre la espada y la pared, ya que actuar de forma “femenina” o “masculina” podría ser perjudicial dependiendo de la situación. Tal y como dijo Trump: “La negociación es un arte muy delicado. A veces tienes que ser duro; a veces tienes que ser dulce como un caramelo –depende de con quién estés tratando–”.
En el transcurso del programa, los comportamientos estereotípicamente “masculinos” como insultar e interrumpir a los demás, atacar y meterse con la gente, y dominar la conversación eran seleccionados preferiblemente a los supuestamente “femeninos”: rehuir de los conflictos, hablar mínimamente, poner énfasis en las relaciones interpersonales y aportar comentarios constructivos.
El propio Trump marcaba el tono “masculino” y se describía a sí mismo como el “dictador” del programa. Era imperativo que las mujeres del programa adoptaran una actitud calculada y que manipularan a los demás para ganar. En la práctica tenían que interiorizar el estilo empresarial de Trump.
Si Ivana era demasiado emprendedora para Trump en su trato como esposa, y Marla se opuso a la desatención de la vida familiar por parte de Trump, su tercera mujer, Melania, una modelo nacida en Eslovenia, parece salvar las diferencias y cumple su función exactamente como Donald quiere. Melania es callada: apoya a su marido, tolera su ética laboral y está contenta de asumir la responsabilidad de criar a su hijo común, Barron, de diez años.
Pero incluso Melania ha tenido que reprobar los comentarios lascivos que hizo su marido en 2005 sobre toquetear a las mujeres. Trump hizo esos comentarios cuando Melania estaba embarazada de Barron, pero no se diferencian mucho de otros chistes groseros a costa de Melania.
Por ejemplo, Howard Stern le preguntó a Trump durante una entrevista si se quedaría con Melania en caso de que tuviera un horrible accidente de coche que la dejara impedida. Trump respondió: “¿Cómo están sus pechos?” “Sus pechos están bien”, replicó Stern. Entonces Trump respondió con seguridad: “Porque es importante”. No es un secreto que a su marido le importa el aspecto físico de Melania. Respecto a su vida profesional, Melania puede que tenga su propia línea de joyas, pero su negocio y su estilo de vida no suponen una amenaza para las aspiraciones de su marido.
Los perturbadores ataques sexistas no acaban con las esposas de Trump: con el tiempo se ha hecho famoso por sexualizar públicamente a su hija Ivanka. Cuando solo tenía dieciséis años, Trump dijo al New York Times: “¿No crees que mi hija está buena? Está buena, ¿no?”.
La cosa se pone incluso más repulsiva: en un clip de 1994 en el que salía Trump con su entonces esposa Marla Maples, el entrevistador Robin Leach le preguntaba por su hija de un año, Tiffany, y Trump respondía: “Bueno, creo que tiene mucho de Marla, es una niña preciosa y tiene las piernas de Marla. Todavía no sabemos si tiene esta parte también”, dijo Trump señalándose el pecho, “pero el tiempo lo dirá”.
Ante los comentarios obscenos de su padre, Ivanka no ha querido criticarle, quitando importancia a las afirmaciones de que es misógino y desviando la conversación a la cantidad de mujeres que ha contratado en la construcción y el desarrollo a lo largo de los años.
Ivanka está desempeñando el papel que su padre vaticinaba para sus hijos en el libro de 1990 Sobrevivir al triunfo: el de su discípulo directivo
Con treinta y cuatro años, Ivanka Trump es vicepresidenta ejecutiva de desarrollo y adquisiciones en la Organización Trump y tiene su propia línea de productos de moda. También está casada y tiene tres hijos. A menudo habla de la interrelación entre los negocios y la vida privada, e insiste de manera particular en los negocios. Es una firme defensora de un estilo corporativo feminista, y acuñó el hashtag #WomenWhoWork (mujeres que trabajan) como parte de su campaña para promover el espíritu empresarial entre las mujeres. Ivanka está desempeñando el papel que su padre vaticinaba para sus hijos en el libro de 1990 Sobrevivir al triunfo: el de su discípulo directivo.
“Quizá estoy siendo un padre sobreprotector, pero si tengo alguna influencia en el tema, mis hijos pueden perfectamente ser directivos, no empresarios. Me parecería excelente saber que están viviendo una buena vida y que mantienen el imperio Trump –independientemente de lo que pase cuando esta extraña aventura mía llegue a su fin”–.
Irónicamente, Ivanka cita la ética laboral de su madre Ivana como su inspiración profesional más importante –la misma ética laboral que Donald Trump detestaba durante su matrimonio–. Para Trump, la diferencia entre Ivana e Ivanka es que Ivana era competencia para Donald e Ivanka ha sido preparada para ser su sucesora, de modo que no supone ninguna amenaza.
El feminismo corporativo de Ivanka en ningún caso es excepcional. De hecho, observamos la misma jerga neoliberal en otras mujeres influyentes en los negocios como Sheryl Sandberg –mujeres que han apoyado a Hillary Clinton–. De hecho, sin las circunstancias de su nacimiento, uno se imaginaría a Ivanka Trump como una defensora incondicional de Hillary. Su mensaje de empoderamiento femenino en una sociedad profundamente estratificada concuerda plenamente con el feminismo respaldado por el Wall Street de Hillary Clinton.
El mensaje es simple: “Lánzate” en tu lugar de trabajo; “emplea la incertidumbre a tu favor”; “da un paso adelante y destaca”; “saca el máximo partido de cualquier negociación”. En su libro The Trump Card, Ivanka cita a Arianna Huffington y Russell Simmons como fuentes de inspiración: dos firmes defensoras de Clinton.
Sin embargo, este feminismo desprovisto de clase no está tan alejado del de su padre. Sus vulgaridades pueden ser chocantes, pero en su práctica empresarial diaria Trump definió la dialéctica de este feminismo como algo “adorable por fuera” y despiadado por dentro. Se podría decir que el trumpismo y el feminismo corporativo son dos caras de la misma moneda. En el feminismo corporativo, el patriarcado celebra su dominio como una característica femenina.
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Traducción de Paloma Farré.
Este texto está publicado en Jacobin.
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