El debate final
A Trump le pudieron sus demonios
El candidato republicano evita en el tercer y último debate presidencial comprometerse a aceptar el resultado e insiste en volcar sospechas sobre la limpieza de las elecciones
Diego E. Barros Chicago , 20/10/2016
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El tercer y último debate presidencial entre Hillary Clinton y Donald Trump fue (por momentos) un poco más serio que los anteriores y probablemente será el menos decisivo. También, como se preveía, resultó incluso peor para el espectador. Sobre el escenario de la Universidad de Nevada en Las Vegas pudimos ver a dos candidatos cansados y superados por las circunstancias de una campaña que escapa a todo estándar de normalidad. La candidata demócrata tuvo a su oponente contra las cuerdas en varias ocasiones provocando que casi perdiera la compostura. Pero justo cuando parecía que el republicano estaba a punto de colapsar –hasta dos veces se le escuchó decir “qué mujer asquerosa”–, Clinton reculaba. Más que cansada, la exsecretaria de Estado parecía asqueada de compartir escenario y carrera electoral con el magnate. Absolutamente enferma de su presencia y repetidas mentiras. Ayer, sin ir más lejos, Trump llegó a sugerir que en EE.UU. se practicaban abortos a fetos en el noveno mes de embarazo. Así es él.
Trump es un caso de estudio. Probablemente la primera vez en la historia que una bomba de relojería andante pretende hacerse con el poder de la última potencia sobre la tierra. Y eso es lo preocupante. Que pese a todo, los golpes, contragolpes, escándalos y mentiras, Trump todavía no está fuera de la carrera. Una carrera que puede que no termine ni la propia noche del 9 de noviembre.
Trump se ha pasado los últimos días poniendo en duda la limpieza del proceso electoral. Ayer en un giro inesperado de los acontecimientos dejó una de esas frases que engrosarán la historia de la infamia democrática. Fue en el momento en que el moderador, el presentador de la Fox Chris Wallace, le preguntó si aceptaría el resultado electoral. Trump, sin dudarlo, respondió a Wallace y a los millones de espectadores que se encontraban tras las cámaras: “Lo consideraré en su momento, lo mantengo en suspense”.
Puede que esa frase de Trump marque un antes y un después en una campaña ya de por sí llena de situaciones surrealistas. Un candidato presidencial negándose a decir que aceptará el resultado electoral en caso de no resultar ganador. Un extremo que desde ya convierte su discurso de la noche electoral, sea cual sea el resultado, en la mayor emoción de la noche.
El republicano prometió que sus candidatos al Supremo abolirán el aborto como norma federal con lo que la decisión volverá a ser de los Estados
Trump insistió en esta idea incluso después de que su candidato a vicepresidente, Mike Pence, asegurara esta semana que “por supuesto” aceptarían el resultado de las urnas. Instantes después de finalizar el debate, la propia jefa de campaña de Trump, Kellyanne Conway, se apresuró a declarar ante las cámaras de CNN que “por supuesto que aceptará el resultado electoral” para matizar que “él será el ganador”.
Hasta ese momento, el debate circuló con altibajos. Los seis temas elegidos por el moderador de la noche —deuda y derechos sociales, situación económica, inmigración, situación del Tribunal Supremo todavía con una silla vacante, política internacional y aptitudes para ejercer la presidencia―, se fueron sucediendo de forma desordenada, con constantes vueltas y contravueltas e interrupciones. No hubo, lo que fue una sorpresa, pregunta sobre los correos electrónicos y los supuestos tratos del Departamento de Estado con el FBI, un asunto que Trump intentó poner encima de la mesa en reiteradas ocasiones y que tanto Wallace como Clinton evitaron por la vía de ignorarlo. Extraño, como mínimo, y seguro, munición que la campaña de Trump tratará de explotar en los días que quedan de aquí a las elecciones.
Salieron al ring Hillary Clinton de blanco inmaculado y Trump de traje oscuro y corbata roja como corresponde a los colores republicanos. No hubo saludo entre ambos, ni siquiera al final, para qué fingir. El combate se abrió con preguntas sobre el Tribunal Supremo, con una silla vacante tras la negativa de la mayoría republicana en el Capitolio a siquiera escuchar al candidato propuesto por Barack Obama, el magistrado con fama de moderado, Merrick Garland. Clinton dijo querer un Tribunal Supremo “que defienda los derechos de mujeres, minorías y colectivo LGBT”. “Un tribunal que revoque Citizen United y que nos represente a todos frente a los poderosos”, insistió la candidata demócrata. Por su parte, Trump prefirió jugar para casa y volvió a asegurar que sus candidatos tendrían como única misión “respaldar la 2ª Enmienda [la relativa a la posesión de armas] ante los ataques que está sufriendo”. De la misma forma, el republicano prometió que sus candidatos al Supremo abolirán el aborto como norma federal con lo que la decisión volverá a ser de los Estados.
Clinton le recordó que dijo que las mujeres que abortan deberían “ser castigadas de alguna manera” y Trump volvió a declararse “pro-vida” —en realidad, Trump ha sido siempre liberal en cuanto al derecho al aborto, pero campaña manda.
El segundo bloque de la noche correspondió a la inmigración, tema en el que Trump se siente cómodo y sobre el que basó buena parte de su campaña en las primarias. El magnate volvió a asegurar que construiría el muro (ya no dice quién lo pagará) porque “hay muchos bad hombres (sic)” al otro lado de la frontera. Los “hispanics/latinos” del segundo debate se convirtieron ayer en “bad hombres”; a secas y en español. Tras una frontera que, según él, Clinton quiere abrir a todos. La candidata demócrata le espetó que no era el más indicado para hablar de inmigración ilegal ya que “él mismo dio empleo a indocumentados”. Al contrario que su oponente, Clinton dijo querer “sacar de las sombras a miles de personas y poner en marcha la economía”, recordando que este es un asunto “bipartidista” y que incluso fue abordado por presidentes republicanos como Reagan y Bush.
Los momentos de tensión de la noche se vivieron alrededor de la figura del presidente Vladimir Putin y el papel del espionaje ruso en el hackeo de las cuentas de correo electrónico de varios altos cargos del Partido Demócrata. Trump negó tener lazo alguno con Putin y aseguró que este “no tiene el más mínimo respeto” por Clinton ni por la Administración Obama. La exsenadora contraatacó espetándole: “porque él [Putin] prefiere tener una marioneta como presidente”. Trump pareció perder los estribos: “tú eres la marioneta”, respondió para añadir que en Oriente Próximo y en las negociaciones sobre desarme nuclear, Putin ha demostrado ser “más listo” que Clinton y Obama.
Otro hito histórico: un candidato a la presidencia de EEUU alabando a un mandatario ruso para socavar a su propio presidente.
En materia económica, Trump volvió a insistir en el mensaje conocido: renegociar los tratados internacionales y bajar los impuestos en todas las escalas, frente a una contrincante a la que acusó de preparar una subida “sin precedentes” de los mismos. Clinton recordó que su plan solo prevé un incremento para las rentas más altas mientras que apuesta por subir de forma considerable el salario mínimo. “Bajar impuestos a los más pudientes, lo hemos probado ya, y no ha funcionado”, señaló la exsenadora.
Los momentos de tensión de la noche se vivieron alrededor de la figura de Putin y el papel del espionaje ruso en el ‘hackeo’ de los correos de varios altos cargos del Partido Demócrata
Trump llegaba a este debate herido de muerte por la cola de mujeres que lo acusan de propasarse sexualmente; y unos sondeos cada vez más en contra. Su campaña había dicho que el candidato pretendía abandonar la dureza. El intento, si alguna vez existió, fue en vano y no duró más de cuarenta minutos. El debate se abroncó cuando se habló del temperamento necesario para ocupar el Despacho Oval. Hillary tiró a dar: “Mientras yo estaba en la Situation Room dando caza a Bin Laden, él estaba presentando concursos de belleza”, dijo la exsecretaria de Estado.
En un momento dado se escuchó a Trump decir de Clinton: “qué mujer asquerosa”. Cuando Clinton hablaba de contribuir con más fondos a la seguridad social y su rival no estaba en posesión de la palabra, como si no tuviera un micro delante y millones de personas pudieran escucharlo.
Mientras, Clinton, a lo suyo, golpear. “Donald cree que acosar y menospreciar a las mujeres lo hace más grande”, sostuvo la candidata en referencia a las acusaciones de acoso que varias mujeres ciernen sobre el candidato. Trump se defendía: “no conozco a esas mujeres”; para acto seguido decir que todo se debe a una conspiración organizada por la campaña de Clinton.
Y en ese intercambio de golpes se llegó al momento cumbre de la velada. Trump, atacó a los medios de comunicación —“tan deshonestos y corruptos que envenenan las mentes de la gente”—, y pasó a su deporte favorito: asegurar que su rival debería ser juzgada e ir a prisión, por lo que “ni siquiera debería haber tenido la posibilidad de concurrir a la presidencia”, advirtió, para remachar: “es una criminal”.
Por último, Trump volvió a poner bajo sospecha el funcionamiento de la democracia americana. “Millones de personas están registrándose de forma ilegal para votar”, sostuvo sin aportar prueba alguna. Sin embargo, carecer de pruebas no le resta un ápice de gravedad, especialmente porque este tipo de comentarios puede disparar la tensión en los centros de elección el mismo día de los comicios.
Trump tuvo ayer su oportunidad. Probablemente la última y no la aprovechó. Una vez más los demonios que lleva dentro volvieron a hacer aparición precisamente cuando más necesitaba proyectar una imagen de centralidad y moderación. Las primeras encuestas de opinión hechas públicas ayer tras el debate otorgaban la victoria a Clinton. Sin duda los números son exagerados (hasta 13 puntos en el caso de la encuesta de CNN). Pese a su profesionalismo, es probable que Clinton lo hubiera tenido mucho más complicado con cualquier otro oponente. Lo saben los demócratas y lo sospechan los republicanos que ahora temen no ya perder la Casa Blanca sino el propio Senado.
Suele decirse que, en realidad, los debates se ganan en el post debate. En las mesas de comentaristas y en los titulares del día siguiente. Parece que ahí también lo tendrá difícil Trump porque, a partir de hoy, la historia será su negativa a decir que aceptará el resultado de las elecciones. La democracia misma.
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Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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