Jim Carrey, en un fotograma de El show de Truman (1998).
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Decía Ortega que los modales se sustentan en la mentira. Llueve, truena, te encuentras con un desconocido en un ascensor y le dices una mentira. Es decir, buenos días. Se dicen buenos días, incluso, no sólo cuando no son buenos días, sino también en la desgracia más absoluta. En la ruina, en la miseria, en la guerra, en la cocina durante el desayuno.
La civilización no es mucho más. Consiste en eso. En decir pequeñas mentiras. Eso salva el mundo. El mundo se salva cada mañana con un buenos días, que evita hablar de un corazón salvaje, de la furia, incluso de la opinión que te merece la persona a la que dices buenos días. Es preciso defenderse de la brutalidad con un buenos días. No cuesta nada. Pero costó miles de años acceder a esa forma de civilización, aún frágil.
Cualquier intento de retorno a la selva siempre pasa por suprimir los buenos días. En la Navidad de 1914, el bando aliado y el bando alemán fusilaron a cientos de soldados que se llegaron hasta la trinchera contraria y desearon feliz Navidad a los desconocidos con los que se disparaban. Feliz Navidad, como cualquier mentira que entra dentro del pack modales —buenas tardes, me alegro, usted primero, te sienta muy bien— no significa mucho más que buenos días. Como quedó claro en 1914, buenos días y ese tipo de frases hechas, no son hipocresía. Son pequeños heroísmos. Paradójicamente, la única forma de establecer la verdad en nuestras vidas, de poder aludir frontalmente a cosas ciertas, es eliminar el ruido, la barbarie, a través de todas esas mentiras.
Existe, no obstante, el buenos días brutal. No lo sé explicar. Creo que consiste en los buenos días obligatorios. No difieren de los buenos días emitidos por dos desconocidos que se cruzan en una tormenta. Pero son diametralmente diferentes. Hay hambre --nunca pensé que podría decir esta frase, que seguro que dijo mi abuelo--. No hay fábricas, pero la sensación es que trabajamos en fábricas por un sueldo ridículo. La democracia, esa cosa que solo fue posible en el Estado, está desapareciendo. No es una frase hecha. De todo lo que pudo ser la democracia, ya solo queda el voto. Y miras la prensa y te dice buenos días. Sólo te dice buenos días. Por más que le preguntes, te dice que es un buen día. Te dice tantas veces buenos días que llegas a creer que el incivilizado, el salvaje, el violento eres tú.
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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