Lectura
Robots contra las clases medias
Capítulo del libro ‘La imparable marcha de los robots’
Andrés Ortega 2/11/2016
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En 1995, Jeremy Rifkin escribió ya sobre "el fin del trabajo" ante lo que se veía como la Tercera Revolución Industrial. Ante la Cuarta podemos estar aún más ante el fin o el cambio del trabajo y del empleo tal como se han conocido hasta ahora. Se sustituye mano de obra no solo en tareas sencillas de manipulación, también en actividades cognitivas bastante complejas y nada rutinarias. En 1930, al hablar de "las posibilidades económicas de nuestros nietos" (un ensayo sobre el que impartió una conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, invitado por el Comité Hispano Inglés), John Maynard Keynes predijo que los avances tecnológicos harían que muchos trabajadores se vieran reemplazados por máquinas. Habló de "desempleo tecnológico". Pero creyó que sería un estadio temporal de "inadaptación", y no porque el empleo regresaría, sino que tal situación llevaría a que, para 2030, la semana laboral se habría reducido a 15 horas. La tecnología impulsaría la creación de una "clase ociosa". Su biógrafo, Robert Skidelsky, para el cual "antes o después nos quedaremos sin empleos", en lugar de tratar de oponerse al avance de la máquina, "hay que prepararse para un futuro de más tiempo libre, posibilitado por la automatización. Pero, para ello, es en primer lugar necesario que haya una revolución en el pensamiento social". Dos años después de Keynes, el filósofo y matemático Bertrand Russell, en un artículo significativamente titulado Elogio de la ociosidad, consideraba que trabajar menos permitiría a la gente disfrutar de "las necesidades y conforts elementales de la vida". ¿Pensaría lo mismo hoy ante lo que está ocurriendo en unas sociedades crecientemente desiguales también en el trabajo y en el ocio?
Repartir el trabajo y el tiempo de trabajo que quede no será fácil. Quizás aquí vemos de nuevo aparecer una brecha, esta vez en forma de ociosidad. Pero no la que puede parecer, pues una mayor ociosidad puede ir unida a menos ingresos. Algunas encuestas, sobre todo en Estados Unidos, reflejan que quienes más ganan trabajan más horas, y su tiempo libre lo dedican más al cuidado de los hijos o de la casa que las gentes con menores ingresos o menos trabajo, que han visto aumentar sus horas de ocio. Según un estudio de hace unos años de Alan B. Krueger, Daniel Kahneman et al. sobre "la divisa de la vida", los que más trabajan y más ganan dedican más tiempo a actividades activas y los que menos a pasivas, como ver la televisión. En 2014, un artículo de The Economist observaba cómo "los trabajadores que ahora están trabajando más horas son los que tienen más educación y los mejor preparados. La llamada clase ociosa nunca ha estado más ocupada". De nuevo volvemos a la idea de la sociedad 20/80: 20% echándole horas al trabajo y ganando mucho, y 80% con menos ingresos y más ocio o lunes al sol.
La idea del trabajo y de la realización humana a través del trabajo, tan criticada por Russell, está presente casi desde los tiempos del Antiguo Testamento, y desde luego desde la Primera Revolución Industrial. Al menos desde esta última, el trabajo, más incluso que el empleo, es una cuestión de autoestima, de realización personal, de respeto de uno mismo y de relaciones sociales. Marx, el de su juventud, el de los Manuscritos, se equivocaba al considerar que "el trabajo es solo un medio para satisfacer las necesidades", y lo veía como una actividad que resultaba enajenante, al afirmar que "un ser solo se considera independiente en cuanto es dueño de sí, y solo es dueño de sí en cuanto debe a sí mismo su existencia ". En su madurez llegó a considerar la automatización del proletariado como una característica necesaria del capitalismo, cuando en 1856 alertó de que "todas nuestras invenciones y progreso parecen resultar en darle a las fuerzas materiales una vida intelectual, y en atrofiar la vida humana a una fuerza material".
Los sindicatos europeos señalan que la digitalización no cambiará el papel central desempeñado por el trabajo en la construcción de la identidad individual y colectiva
Los propios sindicatos europeos, en un estudio de su instituto, señalan que la digitalización no cambiará "el papel central desempeñado por el trabajo en la construcción de la identidad individual y colectiva o el reconocimiento social asociado con él", pero sí alertan de que puede quebrar algunos de sus principios fundamentales, como "las relaciones de contacto social que se forjan y los puntos de referencia en el espacio y el tiempo, que le dan una posición única en la vida social". Ya en los años cincuenta del siglo pasado, Hannah Arendt alertó contra una "sociedad de trabajadores sin trabajo".
Previsiblemente, de la automatización y la robotización surgirá lo que el historiador alemán Werner Abelshauser llama un nuevo "sistema social de producción" que afecte incluso a los trabajos que no son fácilmente automatizables. El Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales de Alemania es uno de los que ha ido más lejos en sus reflexiones sobre el impacto de estos cambios en el "Trabajo 4.0". Serán necesarias formas atractivas de flexibilidad, interconexión y a la vez de digitalización. La robotización y la automatización requerirán más cooperación entre el ser humano y la máquina. No se trata solo de trabajar de otra manera, sino de crear productos y servicios completamente nuevos, algunos que no podemos ni imaginar.
La idea de empleo y de trabajo está de hecho cambiando ya, viéndose sustituida por la de "ocupación", aunque centrarse en las ocupaciones es, según un informe de McKinsey, un error, pues pocas serán automatizadas en su totalidad. Sería mejor hablar de "actividades". Efectivamente, como explica Osborne, puede que los mismos empleos no desempeñen las mismas actividades, y estas se automaticen más, en torno a un 30%. Su investigación llega a la conclusión de que un 45% de las actividades pagadas en Estados Unidos —lo que representa una masa salarial de dos billones de dólares— serán automatizadas. Y las automatizaciones suelen ser permanentes. A las máquinas solo las reemplaza otra máquina mejor.
Se llegará a una redefinición de lo que es el empleo y el trabajo, con, según Chui, un potencial para generar un trabajo con sentido, significativa, y también a una profunda transformación de lo que es la empresa y la actividad empresarial. Estas se han de adaptar para sobrevivir en un entorno digital y automatizado, con una competencia global y en el que la geografía o incluso las separaciones sectoriales ya signifiquen mucho menos. Google es un ejemplo, pero hay otros muchos. No obstante, al hacerlo, mediante un proceso de simplificación de puestos de trabajo que no es mera automatización, la empresa cambiará su organización y su manera de trabajar.
La vida laboral cambiará. Y de hecho ha cambiado ya bastante. El empleo de por vida en una empresa es ya cosa del pasado. En 2012, la estabilidad en un empleo se había reducido ya a 4,6 años en Estados Unidos. Pero también la esperanza de vida de las compañías se está reduciendo: la longevidad de las del índice S&P500 de la Bolsa de Nueva York ha pasado de 60 a unos 18 años. Es más, la mitad de las empresas del Fortune 500 han desaparecido desde el año 2000, debido principalmente al factor digital.
La gente querrá participar más en su propio entorno laboral, ser activa en el mercado de trabajo y tener su propia historia y evolución en este terreno. Aunque probablemente la negociación colectiva esté en declive permanente. En el trabajo 4.0, cada vez más gente demandará obtener más soberanía propia sobre su tiempo laboral, en un entorno en el que se dará una mayor fragmentación del trabajo. Uno puede poner en sus ratos ociosos su coche a disposición de Uber, alquilar una habitación a través de Airbnb, y tener otras labores remuneradas. Puede ser también una suma de minijobs, muy propios de nuestra época, solo que como autónomos.
Los sindicatos europeos ya consideran que la economía digital va a "amplificar" el surgimiento de más formas de trabajo flexibles y no estandarizadas
Los sindicatos europeos ya consideran que la economía digital va a "amplificar" el surgimiento de más formas de trabajo flexibles y no estandarizadas. En este contexto se sitúa el auge de los autónomos o de los que en Estados Unidos se llaman los freelancers (autoempleados con mucha menor protección y regulación que nuestros autónomos). ¿Son estos los impulsores de la nueva economía, o es esta la que estimula una nueva forma de trabajo (que no de empleo)? ¿Representan la "nueva normalidad"? En Estados Unidos, que suele ir por delante en muchas de estas tendencias, los freelancers suman ya 53 millones, frente a 104 millones de asalariados, es decir, una tercera parte de los que trabajan. En España no estamos aún en eso: el porcentaje de autónomos ha descendido desde el 12,2% en 1994 a un 10% en 2014 (porque había muchos en el sector de la construcción antes del pinchazo de la burbuja), pero está volviendo a crecer.
La crisis, el nuevo tipo de trabajo gig (término que viene de los músicos de clubes de jazz en los años veinte del siglo pasado), la revolución tecnológica y el deseo de muchos de no tener jefes y poder adaptar sus horarios a sus necesidades están fomentando esta forma de ocupación que, sin embargo, comporta diversos problemas. Como señala Sarah Horowitz, fundadora y directora del sindicato de freelancers (Freelancers Union, que se presenta como "federación de no afiliados"), a medida que escasean los trabajos que sostenían a la clase media, "la economía freelance está revolucionando la manera en que vivimos y trabajamos". Cuando la perspectiva de empleo se redujo a raíz de la recesión de 2008, muchos vieron en el freelancing una manera de lograr nuevos ingresos. Ahora la situación ha cambiado y algunas investigaciones señalan que una mayor satisfacción con el trabajo y el no tener que someterse al horario laboral estricto —en Estados Unidos, de 9 a 5— han impulsado este tipo de actividad. Según un estudio encargado por el citado sindicato a la empresa Edelman Berland, más de la mitad de los freelancers encuestados en Estados Unidos señalan que empezaron a hacerlo por elección, no por necesidad, porque la economía ofrece ahora ese tipo de flexibilidad. Y la mitad de ellos no aceptaría ahora un empleo fijo, incluso si lo encontraran.
Su perfil también es interesante. Muchos son emprendedores. Según ese informe, un 38% de ellos son millennials. También hay un cierto factor étnico o cultural: uno de cada 10 asiático-americanos en Estados Unidos es autoempleado. Y un 60% de los freelancers que dejaron empleos tradicionales para convertirse en autónomos dice ganar más que antes.
Según Martín Quetglas, este tipo de empleo "se ha presentado como una especie de milagro basado en la confianza entre habitantes digitales, olvidando que su aparición ha coincidido con la crisis". The New York Times Magazine, en respuesta a unas alabanzas publicadas en la revista Wired sobre la fe en la economía digital, señalaba que "no es una cuestión de confianza devenida, se trata de desesperación". Añadía que "a la práctica de la uberización acuden cada vez más personas con dificultades que intentan aumentar sus ingresos pasándose a este tipo de trabajo informal. El éxito de estas empresas parece basarse en su comprensión de tendencias tales como el empoderamiento individual a través de Internet, la tecnología de las aplicaciones móviles, la digitalización de las relaciones sociales y los nuevos hábitos de vida".
La economía freelance crece, pero no así la protección de los que la integran
Efectivamente, los autónomos no han alcanzado su El Dorado, ni mucho menos. La economía freelance crece, pero no así la protección de los que la integran. No tienen salario mínimo ni cobertura sanitaria (frente a los empleos por cuenta ajena). La Ley de Asistencia Sanitaria Asequible que ha impulsado Obama les ayuda parcialmente, si bien no permite el acceso a subsidios. Tampoco tienen prestaciones por desempleo ni vacaciones pagadas, y se tienen que sufragar ellos mismos sus propios planes de pensiones. Puede llegar a suponer el fin de la división entre la vida privada y la laboral, por el lugar de trabajo —a menudo el hogar— y el tiempo, sin jornada fija. Es parte de la fragmentación del trabajo.
En este contexto, frente a agencias de empleo temporal están surgiendo plataformas que conectan a gente con tiempo dispuesta a trabajar con gente sin tiempo dispuesta a que trabajen para ellos en tareas específicas. Es el caso de Task Rabbit, especializada en actividades de limpieza o jardinería. Pero esta plataforma no funciona como un empleador, e incluso exige a sus clientes que asuman responsabilidades en casos de litigios. Ocurre algo similar con Uber.
Aunque en España se ha producido una feminización de los autónomos, el perfil tipo del autónomo español que se extrae de los datos de ATA (Asociación de Trabajadores Autónomos) es un varón de 40 años, sin empleados, que regenta un comercio desde hace más de tres años y cotiza la base mínima a la Seguridad Social. Aún queda lejos de la tendencia observada en Estados Unidos, que supone una conversión del mundo laboral de la mano de las grandes transformaciones en curso. Según el informe de ATA, de 2011 a 2015 el número de mujeres que cotizan al régimen de autónomos de la Seguridad Social ha aumentado en 28.000, al tiempo que hay 15.000 hombres menos registrados (en lo que influye la crisis de la construcción inmobiliaria). La legislación sobre los autónomos ha mejorado en España, pero sus colectivos piden avanzar más en la dirección de otros países, como en Francia, donde solo cotizan en proporción a lo que ingresan. ¿Veremos también aquí más freelancers ante el crecimiento en España de la economía gig?
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La imparable marcha de los robots. Andrés Ortega. Alianza Editorial, 2016.
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Andrés Ortega
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