Controversias CTXT
Plagios y dimisiones: cómo el control ciudadano puede mejorar la investigación
Héctor Fouce 9/11/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
---------------------------------
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
---------------------------------
¿Es posible compaginar la presidencia de un gobierno autonómico y escribir una tesis doctoral en menos de dos años, cuando normalmente los académicos tardan más de cuatro en redactarla? Eso es lo que hizo Francisco Camps, que además solicitó a la Universidad de Elche que su tesis no estuviese a disposición del público. A la vista de estas curiosidades, el profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra, Jorge Urdánoz, decidió batallar. Tras una petición al Consejo de Transparencia de la Generalitat Valenciana, finalmente logró que el exjefe del Consell entregara su trabajo en las Corts Valencianes, para descubrir que buena parte de sus páginas plagiaban trabajos de otros investigadores.
Es decir, el doctor Camps escribía las palabras de otros sin mencionar a sus autores, cometiendo un delito, pero también saltándose todas las normas académicas que se han construido a lo largo de siglos. Normas que parten de la idea de que el conocimiento se construye, como dijo Newton, subiéndose a hombros de gigantes, es decir, apoyándose en lo que otros han descubierto previamente. Y separando claramente las aportaciones personales de las de los maestros.
Tramposos
El plagio es la peor clase de trampa que se puede cometer en el mundo académico, porque se apropia del principal capital que un investigador tiene: las palabras con las que explica sus hallazgos. Sin embargo, la actitud del mundo académico español hacia el plagio es, en ocasiones, laxa. Mientras que cualquier programa de una asignatura en una universidad anglosajona contiene un capítulo en el que se detalla su política sobre plagios, que suele incluir el uso de programas informáticos en caso de sospecha, las universidades españolas no inciden en el tema, aunque sí se actúa cuando se detecta un caso sonado.
¿Somos más tolerantes los españoles con el plagio que los ciudadanos de otros países?
La petición de Urdánoz en Change.org, en la que se pide la apertura de una investigación universitaria, ha recibido en un mes poco más de 150.000 firmas. Algunos medios se han hecho eco del asunto, pero no se puede decir que este se haya convertido en el foco de una controversia de alcance. ¿Somos más tolerantes los españoles con el plagio que los ciudadanos de otros países? ¿Es porque la relevancia de los asuntos universitarios es menor? ¿O carecemos de un sistema de control y castigo que persiga a los tramposos?
Hace unos meses, César Acuña, uno de los candidatos presidenciales en Perú, fue acusado de plagio. La noticia sobre su tesis doctoral, defendida en la Universidad Complutense, saltó a los medios nacionales. De confirmarse, se comentaba que la carrera del candidato estaría acabada. En julio la Complutense emitía una nota de prensa que confirmaba el hallazgo de irregularidades y ponía el asunto en manos del rector. Acuña fue denunciado, pero el caso se archivó por la prescripción del supuesto delito.
La carrera política de Camps ya estaba hundida cuando, en 2012, defendió su tesis doctoral en la Universidad Miguel Hernández de Elche (sus últimos meses de escritura, como explica Urdánoz, coincidieron con la preparación del famoso juicio de los trajes). Pero acusaciones similares no generaron ni polémicas ni dimisiones. El director del Instituto de Estudios Fiscales (IEF), José Antonio Martínez Álvarez, fue acusado de plagiar numerosos artículos en un libro hace dos años (además de falsear su currículum): sigue en su puesto hoy en día. Al igual que Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, cuyo supuesto plagio fue denunciado por la prensa alemana justo en la semana en la que Madrid se jugaba sus posibilidades de ser sede de los Juegos en 2020.
No es casualidad que fuesen los medios alemanes los que consideraban que un plagio académico es motivo para desconfiar de un dirigente. El gobierno de Merkel ha perdido dos ministros debido a las acusaciones de plagio. El primero, en 2011, fue el ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, estrella emergente en la CSU de Baviera, partido hermano de la CDU de la canciller. Dos años después, la ministra de Educación (e íntima amiga de Merkel) Annette Schavan dimitía después de que la Universidad de Düsseldorf revocase su título de doctora. La misma falta se llevó por delante la ascendente carrera en Bruselas de Silvana Koch-Mehrin, del liberal FDP, que ocupaba una de las vicepresidencias del Parlamento Europeo. Y la polémica ha rozado a la actual ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, que se defendió de las acusaciones.
Estas dimisiones evidencian notables diferencias entre Alemania y España. La primera, y la más obvia, es que los políticos germanos dimiten más que en España. La segunda, que el número de doctores entre los políticos es notablemente alto. Y la tercera, que existe un sistema de control y reprobación que considera el plagio como un serio problema, y a los plagiarios dignos de la reprobación pública. Cerca del 60% de los alemanes consideraban que Schavan tenía que dimitir como ministra de Educación tras la acusación de plagio, y los medios alemanes se hacen eco de las denuncias, aunque estas sean anónimas, asumiendo que es obligación de los cargos públicos dar explicaciones en estos casos.
Responsabilidad de los científicos
Una de las características fundamentales de la ciencia es su autonomía: la validez o el interés de una investigación no pueden ser juzgados por cualquiera, sino por los propios especialistas. Lo que puede parecer para el lego una tontería o una cháchara incomprensible puede suponer un importante avance para una disciplina, y sólo los demás expertos del campo están en posición de evaluarlo. Hacer levitar una rana en un campo magnético puede parecer una tontería, pero el autor de ese experimento, Andre Geim, fue premiado con el Nobel de Física unos años después de recibir el premio IgNobel, que otorga la publicación satírica de Harvard Annals of Improbable Research a las investigaciones más absurdas en diferentes campos.
Esta autonomía es la que orienta todos los procesos de validación del conocimiento: cuando un científico presenta sus resultados para ser publicados en una revista, estos son analizados por otros especialistas, a los que no se informa de quién es el autor del trabajo. Esta “revisión ciega por pares” debería servir para detectar problemas como el del plagio: se espera que los revisores analicen los resultados, los métodos y las fuentes, asuntos con los que están familiarizados, y en ese proceso no sólo se verifican los resultados sino también se deberían detectar si se ha copiado a otros autores.
Para el filósofo Karl Popper, el objetivo fundamental del trabajo científico es falsar las hipótesis: es decir, demostrar que las teorías no funcionan para así ir construyendo otras que se acerquen más a la verdad. Éste es siempre un terreno resbaladizo y precario, a la espera de que una nueva evidencia obligue a rehacer la teoría. Por eso las investigaciones deben ser transparentes, permitiendo a otros científicos replicar el experimento para ver si se repiten los resultados. Esta misma dinámica rige en las ciencias sociales, y de ahí el uso de las citas: las ideas propias se van construyendo en discusión con las de trabajos anteriores para crear un argumento original.
En un mundo en el que los experimentos son caros y en un entorno académico en el que la carrera profesional se construye publicando el máximo número de artículos posible, a ser posible en las revistas más conocidas para así ser citado más veces ¿cuántos científicos estarán dispuestos a invertir su tiempo, esfuerzo y recursos en demostrar que el vecino no tiene razón, en lugar de publicar un hallazgo propio? ¿Cuánto esfuerzo puede dedicar el tribunal de una tesis doctoral a analizar un texto de 500 páginas cuando al evaluador se le acumulan exámenes por corregir, artículos que escribir, revistas que editar, congresos que organizar o tesis que dirigir? Entre 2008 y 2013, la lectura de tesis en universidades españolas aumentó un 40%. La universidad neoliberal, en la que el rendimiento mesurable se coloca por encima de cualquier otro valor, termina limando los procedimientos de control académicos e invitando a los investigadores poco escrupulosos a plagiar trabajos ajenos. No es de extrañar que cada vez surjan más voces pidiendo “slow professors” o reclamando que la calidad, y no la cantidad, se sitúen de nuevo en el centro de la universidad y de la valoración de su trabajo.
Internet y los ciudadanos
En Alemania, la tarea de control del plagio ha comenzado a hacerse de una manera absolutamente contemporánea: conectando a ciudadanos preocupados por el control de los políticos a través de Internet.
Las malas artes de los políticos dimisionarios fueron puestas de manifiesto por la web VroniPlag, que reúne a personas con diferentes bagajes, muy a menudo de forma anónima
Las malas artes de los políticos dimisionarios fueron puestas de manifiesto por la web VroniPlag, que reúne a personas con diferentes bagajes, muy a menudo de forma anónima. La forma de trabajar echa mano de herramientas básicas de Internet, como Google: se trata de comparar el texto con otros y revisar si la procedencia externa está bien acreditada o no. En una primera fase, el texto se publica en la web sin citar a su autor. Una vez que se han constatado los primeros indicios de plagio, el texto se edita para marcar cuáles son las partes plagiadas, ahora ya con atribución a su autor. Podría calificarse de una práctica de inteligencia colectiva encaminada a controlar tanto a los políticos como a los académicos.
Las acciones de VroniPlag no están exentas de polémica. La dimitida vicepresidenta del Parlamento Europeo Koch-Mehrin dijo que "a los activistas en páginas como VroniPlag no les interesa la limpieza de la academia sino escenificar un escándalo". Para Von der Leyen, lo que buscan las activistas es simplemente sembrar dudas sobre el trabajo académico de los políticos, a pesar de que el grueso de los plagios denunciados por VroniPlag corresponden a otros ámbitos profesionales, especialmente profesores.
La profesora Debora Weber-Wulff, conocida en el mundillo como WiseWoman, consideró que gracias al trabajo colaborativo por fin se había movido algo en Alemania. Pero, aun valorando de forma positiva el trabajo de control de los ciudadanos, otras voces se preguntan si esta no debería ser una labor de las universidades. Thorsten Wilhelmy, antiguo miembro del Consejo Alemán de la Ciencia y las Humanidades, declaró a la BBC: "Estas páginas invitan a que de repente la escala para determinar lo que es un comportamiento académico inapropiado se construya fuera de las universidades".
¿Burbujas o espejos?
Otro eminente plagiario ha sido el expresidente de Hungría Pal Schmitt, que se resistió a dimitir argumentando que no existe relación entre el trabajo académico y el político, asumiendo que una cosa es mentir en la tesis y otra hacerlo a los ciudadanos. Apelaba de esta manera a la vieja idea de la torre de marfil, esa errónea imagen que sitúa a los universitarios encerrados entre sus libros y ajenos a la realidad que les rodea. Pero al final sus malas artes académicas le obligaron a presentar la dimisión. La universidad resultó no ser una burbuja, sino un espejo de la sociedad de la que forma parte.
La presencia del plagio revela diferentes dinámicas de nuestra sociedad. Por una parte, las universidades siguen siendo espacios de prestigio y favorecen el ascenso en la escala social. Un título de doctor viste maravillosamente un curriculum profesional (especialmente en Alemania, donde es una obsesión nacional). Pero las prácticas y mecanismos que deberían sustentar ese prestigio están siendo erosionados por los constantes recortes y por la obsesión cuantitativa que lastra el trabajo intelectual de profesores e investigadores –cada año se publican más de dos millones de artículos en revistas académicas–. Si no hay tiempo para leer con calma las tesis y los artículos, no hay capacidad para asegurar que lo que circula es información contrastada y valorable, creada a través de procedimientos comprobables; vivimos en un mundo en el que todos los académicos están ocupados en publicar artículos que apenas nadie lee. Puesto que publicar es extremadamente barato desde la llegada de Internet, infinitas revistas de dudosa ambición intelectual se ofrecen a publicar textos sin complicar demasiado la vida a sus autores con rebuscadas revisiones o comprobaciones de calidad, como asegurarse de que no hay plagio.
Puede que sólo los miembros de la comunidad científica estén en condiciones de evaluar la calidad y la exactitud de un trabajo académico, pero si este está sustentado en mentiras y en conductas reprobables, el problema deja el ámbito académico. Un profesor que miente o un político que engaña merecen la reprobación pública, porque su conducta pone en duda la validez de su trabajo. Unos ciudadanos organizados, armados con herramientas tecnológicas, y una prensa exigente, que airee las vergüenzas de los personajes públicos cuando estas erosionen el bien común, pueden ayudar a la universidad a mantener, a pesar del viento en contra, su prestigio y su calidad. Porque una sociedad libre y democrática se basa en unos ciudadanos educados e informados, y las universidades, y del mismo modo los medios de comunicación, son actores centrales en la conformación de este ciudadano democrático.
---------------------------------
CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agüeros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
Autor >
Héctor Fouce
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí