ANÁLISIS
¿Ha reducido la globalización la desigualdad entre países?
La idea de que la integración de los mercados abre un escenario donde el PIB por habitante de las economías rezagadas se acerca al de las más avanzadas no encuentra suficiente evidencia empírica
Fernando Luengo 9/11/2016
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Buena parte de los trabajos en materia de convergencia se centran en el comportamiento que demuestra el Producto Interior Bruto (PIB) por habitante. Sin embargo, no cabe ignorar que una visión más compleja y de mayor calado necesita tener en cuenta otros indicadores conectados con lo que, en términos genéricos, se suele denominar convergencia estructural, que apunta a aspectos como los salarios, la productividad del trabajo y las especializaciones productivas y su contenido tecnológico.
El objetivo de este texto es aportar evidencia empírica sobre la existencia de un proceso convergente situando en el eje del análisis, como se acaba de indicar, el PIB por habitante. Son dos los indicadores que se utilizan al respecto. El primero es la convergencia beta, la cual se verifica cuando las economías que parten de mayores niveles de atraso relativo —siempre medido en términos de PIB por habitante— crecen por encima del promedio. La convergencia sigma añade a la beta una exigencia: el avance de las economías más rezagadas debe ser suficiente como para compensar el gap inicial del que parten. Es claro, por lo tanto, que esta segunda contiene a la primera.
Conviene advertir desde ahora mismo sobre los importantes límites existentes en cuanto a la cantidad y calidad de la información estadística disponible, así como de las dificultades para hacer comparaciones internacionales. La utilizada en este texto procede del Banco Mundial (World Development Indicators, WDI). El PIB por habitante está expresado en paridad de poder adquisitivo a dólares internacionales constantes. La comparación entre países tiene en cuenta, de esta manera, el efecto de la inflación y la desigual capacidad adquisitiva de las monedas en los respectivos mercados. Para la muestra más general (146 países) se ha acotado el periodo que se extiende desde 1990 hasta 2014; para la más acotada, referida a las economías comunitarias (excluyendo Malta, donde el WDI no ofrece información) se analizan los años comprendidos entre 1995 y 2015.
El primero de los gráficos relaciona el PIB por habitante en 1990 y su crecimiento acumulado en el conjunto del periodo, hasta 2007; mientras que el segundo toma como referencia este año y lo relaciona con la evolución de esa variable entre 2008 y 2014.
De cumplirse la hipótesis de los que ponen el acento en los efectos beneficiosos de la globalización para las economías rezagadas, los países que partían de un nivel más desfavorable tendrían que haber crecido por encima de los mejor posicionados en términos de PIB por habitante, por lo que deberíamos visualizar una línea de tendencia con una marcada pendiente negativa. Sin embargo, la línea que mejor ajusta la nube de puntos del gráfico es prácticamente plana, lo que debe interpretarse como que, para la muestra de países considerada, apenas hay relación; en otras palabras, no se ha producido convergencia beta.
En los años siguientes, dominados por la crisis económica, se mantiene con pequeñas modificaciones el patrón que acabamos de mostrar. Una suave pendiente negativa, con un coeficiente de determinación algo más elevado que en el periodo anterior, pero, en cualquier caso, arrojando un valor reducido. Ello se explica porque, al menos en los primeros años, cuando se desencadenó el crack financiero, las economías con niveles más altos de PIB por habitante se vieron más afectadas por la recesión; asimismo, en los años siguientes, en términos generales, experimentaron un crecimiento del producto débil, inferior al obtenido en el mundo periférico.
Antes señalé que el indicador de convergencia sigma contiene y amplía la perspectiva mostrada por el beta. En este caso, para que se superen las brechas de PIB por habitante es necesario que el crecimiento de las economías rezagadas sea lo suficientemente intenso como para corregir o cerrar el gap inicial.
La figura III muestra la evolución de este indicador para el conjunto del periodo analizado. Tal y como está construido –desviación estándar del logaritmo del PIB por habitante-- existirá convergencia si la pendiente de la curva es negativa, mientras que, por el contrario, las diferencias aumentarán cuando dicha pendiente sea ascendente.
De nuevo encontramos un panorama que obliga a matizar las previsiones más optimistas. En efecto, el conjunto del periodo en absoluto ha estado dominado por la convergencia. De hecho, en la primera mitad de los noventa las disparidades se han acentuado. A partir de ese momento, hasta el estallido de la crisis, la situación se ha mantenido aproximadamente estable, con ligeras oscilaciones. Sólo en los últimos años, por las razones que acabo de comentar, mayor impacto de la crisis en los países ricos, se aprecia una clara tendencia convergente.
¿Lo acontecido en la UE confirma o corrige esta apreciación? Con el objeto de facilitar las comparaciones, se utiliza la misma fuente de información (el WDI ofrece datos de todos los países comunitarios, con la excepción de Malta). Los gráficos siguientes presentan la evolución de la convergencia beta en el espacio comunitario (en secuencia temporal, 1995-2007; 2008-2015).
A diferencia de la trayectoria seguida por la convergencia beta para una muestra de 146 países –donde no se apreciaba una tendencia hacia el cierre de la brecha en PIB por habitante-, dentro del espacio comunitario, en el periodo comprendido entre 1995-2007, sí se observa un proceso de catching-up, esto es, los países que acreditaban en 1995 un PIB por habitante menor han crecido más que los que presentaban estándares más elevados. La economía española es un buen ejemplo, pues registró un crecimiento muy superior al promedio comunitario, pero, quizá, el factor que en mayor medida explica esta evolución sea el dinamismo experimentado por los nuevos socios comunitarios procedentes del desaparecido bloque comunista.
Aunque en los años de crisis la línea de tendencia sigue mostrando una pendiente negativa (la mayor parte de los países del centro y este de Europa han continuado creciendo por encima del promedio comunitario) la intensidad del proceso convergente se ha reducido considerablemente.
En lo que concierne al comportamiento seguido por el indicador que da cuenta de la convergencia sigma, es muy diferente dependiendo del grupo de países que consideremos, la UE 27 o la UE 15. En el primero, desde comienzos de siglo ha conocido una sustancial y continua mejora, que ha sido más suave pero no se ha detenido en los últimos años. Patrón muy diferente del existente en el grupo de economías que integran la UE15. Hasta el crack financiero, la convergencia sigma se ha mantenido, aproximadamente, en los mismos parámetros, mientras que en los años de crisis, sobre todo a partir de 2010, cuando se han aplicado con mayor rigor las políticas de ajuste salarial y presupuestario, las divergencias se han acentuado.
Nada nos dicen estos gráficos sobre cuestiones tan relevantes como las políticas económicas llevadas a cabo por los diferentes gobiernos, los entornos institucionales en que se han aplicado o los estilos de crecimiento seguidos. Las aproximaciones macroeconómicas al tema de la convergencia centradas en el comportamiento del PIB por habitante tampoco aportan información sobre las especializaciones productivas, los niveles de productividad o los estándares sociales. La consideración de estos y otros planos es, por supuesto, necesaria a la hora de dar cuenta de los resultados, las restricciones, las oportunidades y el margen de maniobra con que cuentan las diferentes economías.
Con todo, la idea-fuerza de que, como criterio general, la globalización de los mercados y la inserción externa de las economías –una de las piedras angulares de las políticas llevadas a cabo durante las últimas décadas-- abren un escenario donde el PIB por habitante de las economías rezagadas se acerca al de las más avanzadas no encuentra suficiente evidencia empírica, al menos en el periodo de tiempo considerado.
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Fernando Luengo es profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro de la asociación EconoNuestra.
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