Análisis
Trump, Israel, Palestina y el fatalismo ilustrado
La política exterior es resultado de un cúmulo de intereses y alianzas y para la Casa Blanca es mucho mejor la zona gris en la que se dice una cosa en El Cairo y se hace otra en Nueva York, Washington, Jerusalén, Ramala y Gaza
Joan Cañete Bayle 16/11/2016
Soldados israelíes patrullan una calle de Hebrón (Cisjordania) en mayo de 2015.
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La irrupción de Donald Trump en la escena política primero estadounidense y después mundial supone un reto para el periodismo, ya que en el presidente electo de Estados Unidos confluyen muchas corrientes que definen este oficio y su entramado ideológico y empresarial, desde el componente espectáculo de la información hasta la adaptación a nuevas formas de informar en la época de las redes sociales, pasando por dilemas como qué es más importante, la imparcialidad o denunciar a los mentirosos como lo que son: mentirosos. Dos de estas corrientes que confluyen en Trump son la reducción al individuo de complejas corrientes históricas y la querencia, casi avidez, por predecir lo que va a suceder antes de que ocurra, una suerte de complejo de Nostradamus.
La primera es vieja como el mismo periodismo: reducir a una persona, un líder, complejos fenómenos sociales, políticos e históricos en los que influyen numerosos factores. Así, la guerra de Irak es George W. Bush (y no, por ejemplo, el marco mental que llevó al establishment político y mediático estadounidense a apoyarla e incentivarla y que, sobre todo, señalaba como una suerte de traidor a quien se oponía). La caída del Muro de Berlín es Mikhail Gorbachev. El problema (o la solución) de Siria es Bachar al Asad. Muerto Osama bin Laden, se acaba Al Qaeda. La deriva de Israel es Binyamin Netanyahu.
Es mucho más sencillo, y casi obligatorio en periodismo a causa de su propia naturaleza, explicar una situación a partir de una persona, sus políticas, sus discursos, sus filias y sus fobias, que no entrar en la enorme gama de grises, causas, efectos, consecuencias y contradicciones que suele ser la realidad. Trump, el magnate sin currículum político, el nuevo presidente de Estados Unidos sin más ideología que el exabrupto, el nuevo líder mundial con una hoja en blanco ideológica más allá del racismo, la xenofobia, la misoginia y su posicionamiento en la extrema derecha estadounidense, es un desafío en este sentido.
Se impone con Trump una suerte de fatalismo ilustrado: todo lo que pueda ir mal, y feo, y desagradable con Trump, sucederá
¿Qué hará Trump? ¿Cómo serán Estados Unidos y el mundo con Trump? ¿Qué pasará con Trump? Los análisis tras su chocante victoria se dividen entre quienes explican lo que sucedió y elucubran sobre lo que sucederá sin mucha más base que un puñado de discursos, miles de tuits, entrevistas en los medios. Se impone con Trump una suerte de fatalismo ilustrado: todo lo que pueda ir mal, y feo, y desagradable con Trump, sucederá. Al fin y al cabo, solo con este fatalismo se podía predecir que un tipo como él llegaría a la Casa Blanca.
La segunda corriente es el complejo de Nostradamus, muy del periodismo moderno, más proclive al análisis que al reporterismo, al que le gusta más la opinión que la información. ¿Y si gana Trump? fue la pregunta periodística por definición de esta larga campaña electoral estadounidense, con muchos medios y periodistas más centrados en hablar de lo que podría suceder que no de lo que ocurría. ¿Y ahora que ha ganado Trump, qué? es la pregunta después de la victoria. Una cuestión que exige respuestas, cualquier cosa antes de decir, por ejemplo: no sé qué sucederá con los tratados de comercio que ha firmado y/o negociado Estados Unidos.
¿Y qué pasará con Trump con Israel y Palestina?
No lo sé. ¿Reconocerá Jerusalén como capital de Israel y moverá allí la embajada, como declaró un asesor suyo a la prensa israelí? No lo sé. ¿Dará carta blanca a los asentamientos, como confía Israel? No lo sé. ¿Declarará muertos los dos Estados y abrirá la puerta a la anexión israelí de más partes de Cisjordania? No lo sé. ¿Qué quiere decir cuando dice que le gustaría lograr el “acuerdo definitivo” entre palestinos e israelíes? No lo sé. ¿Suspenderá el tratado nuclear con Irán? No lo sé.
En cambio, sí hay bastantes cosas que sí sabemos.
Por ejemplo:
El mito de que Barack Obama ha sido un presidente perjudicial para los intereses de Israel es falso
—Que el mito de que Barack Obama ha sido un presidente perjudicial para los intereses de Israel es falso. Es cierto que su relación política y personal con Binyamin Netanyahu no es buena, pero en términos políticos su administración ha sido robustamente proisraelí. Lo ha defendido contra viento y marea en la ONU y en la arena internacional, incluso en situaciones tan poco defendibles como la guerra de Gaza. Su buena relación incluso puede resumirse en una cifra: 38.000 millones de dólares en ayuda militar en diez años, el mayor programa de ayuda militar de la historia estadounidense. La retórica de Obama sobre los asentamientos, o los supuestos deslices de John Kerry ante la cámara sobre la peligrosa deriva de Israel bajo Netanyahu, son palabras. La realidad es el apoyo diplomático sin fisuras y esos 38.000 millones de dólares. Una administración Trump amiga de Israel tendrá difícil superar tanta fidelidad.
—Que Netanyahu está encantado con la victoria de Trump. No tanto, cuando apostaba por Hillary Clinton, una amiga fiel y sin fisuras de Israel, y a Trump no le dejaron cumplir con el ritual de todo candidato republicano (y también demócrata), que es visitar Israel y fotografiarse en campaña con el primer ministro. En el mundo maniqueo de los amigos de Israel, de Trump se dice de todo: lo han premiado unas asociaciones proisraelíes y otras lo consideran un antisemita en la línea de los Protocolos de los Sabios de Sión, no en vano es la gran esperanza (blanca, por supuesto) de los supremacistas tipo Ku Klux Klan. Los candidatos republicanos de los amigos de Israel eran otros, no Trump. Valga como ejemplo Sheldon Adelson, que apoyó a Marco Rubio y Ted Cruz hasta que no tuvo más remedio que financiar a Trump. En campaña, Trump ha hablado de soluciones justas para los palestinos y se ha declarado más sionista que nadie. Nada nuevo, Obama hizo algo parecido en el 2008.
—Que la historia dice que en términos generales Estados Unidos es un país serio que suele defender sus intereses en el mundo con tozuda coherencia y perseverancia, más allá de quién se siente en el Despacho Oval. Los principales aliados de Estados Unidos en Oriente Próximo son Israel y regímenes árabes como Arabia Saudí, Egipto y Jordania. Su implicación política en la zona se juega a partir de esta triangulación. El asunto palestino, tras el estallido de las primaveras árabes, no es prioritario. El tratado con Irán es beneficioso para los intereses de Washington; un conflicto abierto con Teherán no le conviene a Estados Unidos. La política exterior estadounidense no la hace sólo el presidente, es resultado de un cúmulo de intereses y alianzas: el avispero sirio muestra hasta qué punto son complejas y lo poco que tienen que ver con la ideología, los principios y los apriorismos del comandante en jefe. Obama abrió su presidencia con el famoso discurso de El Cairo en el que dijo: “La situación de los palestinos es intolerable. Sufren las humillaciones diarias que acompañan a la ocupación. Nunca daremos la espalda a su derecho legítimo a vivir con dignidad y un Estado propio”. La realidad, como hemos visto, se llama 38.000 millones de dólares.
—De Trump, este Israel tan o más a la derecha suya espera que mate la solución de los dos Estados, el reconocimiento de Jerusalén como capital, la carta blanca para construir en Cisjordania, la aceptación de los hechos consumados sobre el terreno.
No hace falta que Trump decrete que la solución de los dos Estados está muerta, porque esa es la realidad desde hace años
La realidad es que todo esto ya sucede. No hace falta que Trump decrete que la solución de los dos Estados está muerta, porque esa es la realidad desde hace años, al menos desde 2002. Israel construye lo que le place en Cisjordania, lo ha hecho con todos los presidentes, de Estados Unidos lo ha hecho con Obama y lo hará con Trump, para saber esto no hace falta ser Nostradamus. Sobre el terreno, la dinámica de la ocupación no puede cambiarse, como mucho puede acelerarse. Esta realidad indica que ya existe un único Estado, desde el Mediterráneo hasta el Jordán, desde el Golán hasta el Sinaí, en el que hay un ocupante y un ocupado con diferentes grados de opresión, desde el palestino de Gaza al palestino de Haifa que cuenta con pasaporte israelí. Si quisiera, que nada indica que es así, Trump no podría frenar ni cambiar la ocupación por sí mismo; un apoyo político como mucho podría darle más velocidad, si cabe.
Pero este apoyo político tiene un coste para Estados Unidos. Reconocer Jerusalén como capital tendría un enorme impacto simbólico y político en todo Oriente Próximo, pero no convertirá la ocupación en legal ni cambiará nada sobre el terreno, sólo hará algo que Washington ha evitado en este asunto, que es alinearse con la ilegalidad internacional y enfadar a sus aliados árabes, que por mucho que se lleven más o menos bien con Israel no podrían tragar con una decisión así sin al menos una larguísima representación de aspavientos. Lo mismo sucede con las colonias: no dejarán de ser ilegales porque Washington lo diga, de la misma forma que Israel no ha dejado de construir porque Washington le haya dicho que no lo haga. De Trump Israel espera, pues, que vaya en contra de los intereses de Estados Unidos en el terreno simbólico y político. Para la Casa Blanca y sus intereses (políticos y de toda índole) es mucho mejor esta zona gris en la que se dice una cosa en El Cairo y se hace otra en Nueva York, en Washington, en Jerusalén, en Ramala y en Gaza. Las decisiones simbólicas y políticas tienen consecuencias que a Washington no tiene por qué convenirle, más allá de lo que le exija Adelson a Trump. De hecho, por mucho que la derecha-derecha-derecha israelí vocifere, al Estado de Israel tampoco le conviene aclarar según qué zonas grises, y eso es algo que la derecha-derecha de Netanyahu sabe muy bien.
Israel continuará haciendo lo que le plazca con la ocupación hasta que reciba una presión internacional que no ha sufrido
Aplicando la ley del fatalismo ilustrado, puede ser que Trump vaya en contra de los intereses de su propio país, con el magnate todo (lo malo) parece posible. Pero llevado a la esencia, en el asunto de Israel y Palestina todo se reduce a que Israel continuará haciendo lo que le plazca con la ocupación hasta que reciba una presión internacional que desde los tiempos de James Baker y George Bush padre no ha sufrido. Nada indica que con Trump esto vaya a suceder, así que lo lógico sería que las tendencias actuales simplemente se acentúen. En el terreno simbólico-político según qué decisiones pueden ser devastadoras no para la vida de los palestinos de a pie (como mucho, empeorará un poco lo que ya es muy malo), sino para el propio Estados Unidos.
De hecho, para los palestinos si Washington abandona la ficción del ‘honest broker’ y se alinea de forma decidida y sin caretas como lo que es, la causa por la que la ocupación goza de impunidad, tiene una ventaja: la de la claridad. Pero conviene recordar que ni a Israel ni a Estados Unidos les ha convenido nunca tanta sinceridad.
La administración Obama ha advertido por activa y por pasiva a Israel, a su gobierno y a sus aliados de que el principal damnificado por la destrucción de la idea de los dos Estados es el sueño sionista de un Estado democrático con mayoría demográfica judía. Como dice el cliché, el verdadero amigo no es el que te dice a todo que sí sino el que es sincero contigo. Pocos amigos más fieles que la administración Obama encontrará Israel.
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CTXT ha acreditado a cuatro periodistas --Raquel Agueros, Esteban Ordóñez, Willy Veleta y Rubén Juste-- en los juicios Gürtel y Black. ¿Nos ayudas a financiar este despliegue?
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Joan Cañete Bayle
Periodista y escritor. Redactor jefe de 'El Periódico de Catalunya'. Fue corresponsal en Oriente Medio basado en Jerusalén (2002-2006) y Washington DC (2006-2009). Su última novela publicada es ‘Parte de la felicidad que traes’ (Harper Collins).
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