Los múltiples crímenes de Jesús Gil
Excesivo, racista, homófobo... y delincuente. La historia reciente del fútbol y de la política española puede entenderse siguiendo las huellas del último presidente electo del Atlético de Madrid
Bécquer Seguín Traducción: Álvaro San José López 28/12/2016
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Eran cerca de las diez y media de la mañana cuando Jesús Gil y Gil, de 62 años de edad y entonces presidente del Atlético de Madrid, abandonó con dificultad el Mercedes que había aparcado frente a las oficinas de La Liga en la capital de la ciudad, cruzó las verjas que las separaban del exterior y se dirigió a la puerta de las oficinas centrales de La Liga, flanqueado por dos imponentes guardaespaldas ataviados con gafas de sol. Era el 8 de marzo de 1996, un viernes. Antes de alcanzar la puerta, Gil se encontró con José María Caneda y José González Fidalgo.
Caneda era el presidente, y Fidalgo el gerente del SD Compostela, un club pequeño procedente de la histórica ciudad de Santiago de Compostela, donde se encuentra el punto final del famoso camino de peregrinaje cristiano, el Camino de Santiago, que siguen los viajeros caminando desde el sur de Francia, que pasa por los Pirineos y que atraviesa todo el norte de España. Hasta el estadio del club tiene un nombre religioso, San Lázaro.
Sin embargo, la historia del club no hace pensar en el Lázaro de la Biblia, sino en el protagonista de la novela picaresca del siglo XVI, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Al igual que el pequeño Lázaro de la historia, que sufre numerosos momentos de servidumbre antes de valerse por sí solo, el SD Compostela había luchado durante décadas antes de alcanzar en 1992 la máxima categoría del fútbol español, 32 años después de que el club viera la luz.
Tres años más tarde, durante la temporada 1995-96, el Compostela consiguió su mayor logro: alcanzar los primeros puestos de la liga de fútbol gracias a las sensacionales victorias sobre equipos más grandes como el Barcelona, el Espanyol y la Real Sociedad. Durante gran parte de la temporada, el Compos estuvo en la cuarta posición e incluso durante un tiempo llegaron a estar segundos, a solo seis puntos del líder, el Atlético. En el partido 29 de la temporada, una semana antes de la reunión en la sede de La Liga, el Compostela había sufrido una descorazonadora derrota por 3 a 1 contra el Oviedo, que ocupaba la decimoséptima posición de la tabla. Aun así, el club se aferraba al tercer puesto y si ganaba la semana siguiente al Real Betis, en séptima posición, conseguiría mantenerse tercero y conservaría todas las opciones de jugar en Europa la temporada siguiente.
Jesús Gil se acercó a José María Caneda fuera del edificio. Días antes, Caneda había realizado unas declaraciones despectivas sobre los votantes de Marbella, la ciudad donde Gil acababa de ser reelegido alcalde por segunda vez. Caneda había llamado “estúpidos” a los votantes y se reafirmaba en el insulto:
− Te digo lo mismo, exactamente lo mismo− exclamó, mientras Gil acortaba la distancia que los separaba.
− Como vuelvas a mencionar el nombre de Jesús Gil, te arranco la cabeza− bramó Gil, mientras levantaba el dedo delante de Caneda.
− Te digo exactamente lo mismo.
− ¿Quieres que empecemos ya?
−Cuando quieras, cuando quieras− se defendió Caneda, antes de que Fidalgo, el gerente, interviniera. Era un poco más bajo que Gil, pero un poco más alto que su jefe en el Compostela, y su actitud agresiva pilló por sorpresa a Jesús Gil.
−No vengas a meterte con nadie de momento, ¿eh?− dijo Fidalgo, cuando ya los reporteros empezaban a salir del edificio y, en ese momento, las cámaras comenzaron a dispararse como si fueran luces de Navidad.
Gil y Fidalgo alzaban dedos acusatorios al unísono y mientras, Caneda, que permanecía apartado a un lado, repetía la misma frase −“cuando quieras”−. Así se mantuvieron durante unos instantes hasta que Fidalgo dio la espalda a Gil, agarró por el codo a Caneda y acompañó a su presidente hacia la puerta de las oficinas.
− Eres un chorizo− gritaba Gil detrás de ellos.
En ese momento, Fidalgo se dio la vuelta, alzó el dedo índice y cargó de nuevo contra Gil: −Y tú un hijo de puta− espetó.
Gil retrocedió y lo que eran luces de Navidad se volvieron luces de discoteca. Fidalgo consiguió agacharse, aunque sobreestimó la velocidad con la que un hombre del tamaño de Gil podía lanzar un puñetazo: todavía estaba por venir. Cuando Fidalgo se agachó una segunda vez, Gil golpeó al hombre del Compostela en la sien con la parte de abajo de su puño. Antes de que Fidalgo pudiera lanzar el contraataque, los enormes guardaespaldas de Jesús Gil se antepusieron y detuvieron la trifulca, empujando a Caneda y a Fidalgo tras las puertas y encerrando a los dos hombres en las oficinas.
Al día siguiente, el Compostela perdió contra el Betis, 2-1. El club ganó solo uno de los partidos que le quedaban esa temporada y bajó del tercer al décimo puesto. Fue uno de los derrumbes más desgarradores en la historia de La Liga. El Compostela nunca había acabado tan arriba, pero el logro no dejaba de producir una amargura muy profunda. Mientras, el Atlético acabó llevándose el doblete.
“Desde 2004, el Atlético de Madrid lo dirige un tipo que está ahí de manera ilegal”, dice Jesús Martínez, abogado y miembro de Señales de humo. Ese tipo es Miguel Ángel Gil Marín, el segundo hijo de Jesús Gil, y 2004 es el año en que falleció Jesús
Jesús Gil, fallecido en 2004 con 71 años a causa de un infarto cerebral, era una persona escandalosa con una reputación infame. Un magnate inmobiliario conocido por sus negocios turbios y un político con negocios aún más turbios. Las últimas dos décadas de su vida, alcanzó la presidencia y después la propiedad del Atlético de Madrid, y gobernó, aunque quizá esta no sea la mejor palabra para describirlo, el Ayuntamiento de Marbella, localidad ubicada en la Costa del Sol que viene a ser lo mismo que Malibú, California, pero con grandes dosis de evasión de impuestos, prácticas mafiosas y corrupción política.
“Desde 2004, el Atlético de Madrid lo dirige un tipo que está ahí de manera ilegal”, dice Jesús Martínez, abogado y miembro de Señales de humo, un grupo de aficionados partidario de reformas. Ese tipo es Miguel Ángel Gil Marín, el segundo hijo de Jesús Gil, y 2004 es el año en que falleció Jesús y dejó a Miguel Ángel una participación mayoritaria en el club. Poco más de dos meses después de su muerte, los jueces imputaron al padre y al hijo por cuatro delitos de fraude por valor de 16,2 millones de euros al haber cedido al club los derechos de cuatro jugadores que no valían nada. Dos de las operaciones eran directamente fraudulentas porque el Atlético ya era el propietario de los derechos de los jugadores, así que en la práctica se los revendieron de nuevo al club. En las otras dos, demostraron una mayor imaginación, puesto que ninguno de los fichajes había siquiera puesto un pie en un campo de fútbol en su vida, ni profesionalmente ni en categorías inferiores. En los cuatro casos, los fondos del Atlético de Madrid se desviaron a una compañía llamada Promociones Futbolísticas de la que eran propietarios ellos mismos. Ennio Sotanaz, escritor y bloguero que cubre al Atlético, explica que los Gil seguramente “fueron a varios países subsaharianos” a por los jugadores, “luego los vendieron como futuras estrellas por millones de euros y los jugadores no vieron nada del dinero”. No era más que una herramienta financiera para desviar fondos y, más que nada, para robar activos del club.
Desde entonces, Miguel Ángel no ha devuelto el dinero que debía ni ha cumplido el año y medio de cárcel al que fue condenado. Algunos aficionados del Atlético, como los miembros de Señales de humo, se declaran perplejos, ya que no pueden entender cómo es posible que el Estado no haya ejecutado su propia sentencia, o cómo puede ser que las autoridades españolas permitan a un criminal convicto seguir siendo el accionista mayoritario del tercer club más importante de posiblemente la mejor liga del mundo. Los tribunales españoles tienen fama de estar politizados, sobre todo el Tribunal Supremo, y muchos sospechan que la situación tiene algo que ver con la relación política que los Gil y Enrique Cerezo, el actual presidente de club y anterior vicepresidente durante la época de Gil, tenían con los miembros del Partido Popular, la derecha tradicional española, que estuvieron en el gobierno entre 1996 y 2004.
Para buscar pistas solo hay que estudiar la vida del miembro mayor del clan. Durante la década de los 90, su fama dio un salto cuantitativo como consecuencia de una trayectoria profesional que parecía salida directamente del manual de Donald Trump. En sus diferentes papeles como promotor inmobiliario, presentador de su propio programa de televisión y político, Gil y Gil mezclaba una filosofía “hablando en plata”, con demostraciones de ostentación. Era el alcalde de una ciudad costera prominente y el propietario de un equipo de fútbol conocido internacionalmente, y sin embargo la mayoría de las cosas que decía sonaban a un montón de sinsentidos racistas, homófobos o sexistas. Por eso siempre era noticia y los medios de comunicación dedicaban tanto tiempo a sus palabras insensatas. Una cadena de televisión española fue un poco más allá y dio a Gil su propio programa de variedades de 95 minutos de duración en la franja horaria más vista. Se titulaba Las noches de tal y tal, en referencia a la forma en que tenía Gil de acabar siempre sus frases, y en él aparecía Jesús Gil sin camisa, sumergido en un burbujeante jacuzzi y rodeado de modelos en bikini mientras contaba historias de su propia vida.
“La personalidad de Jesús Gil era excesiva absolutamente en todo”, afirma Juan Esteban Rodríguez Garrido, profesor de formación del profesorado en la Universidad Complutense de Madrid, que ha publicado las biografías de Arda Turan y Koke. “Me ha dicho gente que trabajaba con él, no solo en el Atleti, sino también en sus otros negocios, que era el tipo de persona que podía llamarte a cualquier hora, daba la impresión de no dormir nunca. Una persona con pocos escrúpulos cuando se trataba de hacer negocios. También es verdad que su retórica era fácil, fácil en el sentido de que conectaba bien con “el pueblo”, quizá porque también él venía del ‘pueblo’, era muy populista”.
“Que se mueran todos aquellos a los que les jode que yo sea rico y el Atlético líder”, declaró en una ocasión. En 1989, después de que el Atlético perdiera contra la Fiorentina en la copa de la UEFA, Gil se despachó sobre el árbitro Michel Vautrot, votado mejor árbitro del mundo tanto en 1988 como en 1989: “No es que sea un mariquita, es un maricón. Sé de muy buena tinta que después de quedar nosotros eliminados de la Copa de la UEFA a ese colegiado le buscaron los italianos un niño rubio de ojos azules”. Al año siguiente, la UEFA inhabilitó a Gil durante 18 meses.
Poco después de la derrota contra la Fiorentina, Jesús Gil renunció supuestamente en el último momento a la contratación de uno de los mejores delanteros alemanes, Jürgen Klinsmann, sin otra razón que haber escuchado que el jugador “perdía aceite”, según sus propias palabras.
Durante la primavera de 1997, el Atlético alcanzó los cuartos de final de la Champions League. Se enfrentaba al Ajax, un equipo en el que jugaban Tijani Babangida, Kiki Musampa y Patrick Kluivert, que anotó el tanto del 1-1 en el partido de ida jugado en Amsterdam. Tras el encuentro, Jesús Gil presentó su evaluación en la televisión: “Los negros del Ajax... Eso parecía el Congo, dicho con todos los respetos. Mirabas a un lado y había cuatro negros calentando, mirabas a otro y había cinco y en el campo otros tres. Salían negros de todas partes como si fuera una máquina de churros”.
Louis van Gaal, el entrenador del Ajax en aquella época, condenó los comentarios y boicoteó un almuerzo organizado con representantes del Atlético antes del partido de vuelta en Madrid. Al día siguiente, el titular “Eso parecía el Congo” llenaba la portada del tabloide holandés De Telegraaf.
La respuesta de Gil a las acusaciones de racismo vino en la forma de una conferencia de prensa antes del partido de vuelta, que al Ajax ganaría en el minuto 119 con un gol de Babangida. Decidió hablar en inglés y aseguró que: “Black, white, all. I am white. No problem. Ahora”, saltó en español por un momento, y retomando en inglés, continuó: “I think that… Excuse me. I think that you black and say black, black, black all days is very bad”, y tras una larga pausa, finalizó su soliloquio: “The colour no is problem for man”.
Tres años antes, durante un segmento de su programa de variedades, Gil fue igual de elocuente cuando entrevistó en su finca a Imperioso, su semental español de color blanco. Le preguntó sobre diversos asuntos, entre ellos los fichajes que debía hacer y si debía despedir al entrenador (durante la temporada 1993-94, Gil había contratado un número récord de entrenadores: seis).
El escritor uruguayo Eduardo Galeano interpretó la conversación como si de un cuento se tratara en su libro Fútbol a Sol y Sombra:
−Perdimos, Imperioso.
−Ya lo sé, Jesús.
−¿La culpa de quién es?
−No lo sé, Jesús.
−Sí lo sabes, Imperioso. La culpa es del entrenador.
−Pues despídelo.
En otra entrega de su programa, el invitado era el cómico inglés Benny Hill. Durante la escena que compartían, Hill tenía que golpear repetidamente en la cara a Jesús Gil, pero el guión no le pareció bien y Gil acabó propinándole un puñetazo.
Bernardo Salazar, historiador futbolístico que cuenta entre sus libros con una historia del Atlético en cuatro volúmenes y una historia del Real Madrid en 12 volúmenes, no tiene problema en recordar su primera interacción con Gil y Gil. Sucedió en 1968, cuando Salazar trabajaba en una agencia de publicidad y Gil, siguiendo los pasos profesionales de sus padres, se iniciaba en el negocio de la construcción. Jesús Gil engañó a Salazar para que firmara un contrato de publicidad de una de sus propiedades, pero él nunca firmó su parte del acuerdo, y Salazar acabó pagando el pato y realizando servicios que nunca se pagaron.
58 personas murieron al hundirse un techo durante un evento en una de sus propiedades. Se descubrió que el proyecto no contó ni con un arquitecto. Acabó indultado por Franco. Pasó poco más de dos años en prisión
Un año después, salieron al descubierto las prácticas empresariales de Jesús Gil y finalmente se demostró que no solo carecían de escrúpulo alguno, sino que además eran criminales. El 5 de junio de 1969, unos 500 invitados de la cadena de supermercados holandesa Spar se reunieron en un complejo turístico propiedad de Gil y Gil en Los Ángeles de San Rafael, Segovia, para celebrar sus nueve años de presencia comercial en España. El evento también servía para inaugurar la renovación del restaurante del resort del que Gil era propietario. Gil había comprado el terreno del complejo en 1965, congraciándose con el infame Ministro de Turismo, Manuel Fraga, y consiguiendo que recalificara los terrenos para su urbanización. Poco tiempo después, esta se convertiría en su “manera habitual de hacer negocios”, según su biógrafo, Juan Luis Galiacho.
Para poder acomodar la convención de Spar en San Rafael, Gil abrió tanto la nueva como la vieja parte del restaurante. Cuando comenzaron a llegar los invitados, se fueron apiñando en los asientos de la parte nueva, en la que cabían 150 personas aproximadamente y en la que se encontraba la mesa presidencial, a la que estaban sentados, entre otros, el teniente-alcalde de Segovia, Manuel Mosácula, y el alcalde de la ciudad de El Espinar, Antonio Vázquez Aparicio.
Los langostinos y la trucha a la segoviana estaban todavía calientes cuando todo el mundo se puso en pie para recibir la bendición del cura. Sin previo aviso, el techo se derrumbó. La sala de banquetes era una masa de miembros, cemento y mortero. Algunos pilares independientes habían protegido a los comensales que estaban sentados en la mesa presidencial y les ofrecían una vista de la macabra escena a salvo de peligro: “Estar viendo a toda la gente sentada allí, delante de nosotros y de pronto no ver a nadie”, narró Mosácula al periódico ABC.
Murieron 58 personas y 147 resultaron heridas en el desastre. La finalización de la parte nueva del restaurante estaba prevista para julio, pero Gil insistió en que se cambiara la fecha para inaugurarlo a mediados de junio. Muchos testigos y supervivientes recordaban haber visto mortero fresco el día del derrumbamiento; otros recordaban haberse dado cuenta de que el cemento no estaba seco aún; otros, incluso, se percataron del estado inacabado de la propiedad, en la que se veían hileras de ventanas cubiertas con lonas, o paredes y tabiques sin completar. La investigación posterior demostró que todo el proyecto se había realizado sin la participación de un arquitecto y sin un plan de construcción.
La dictadura de Franco culpó directamente a Gil, y apuntó a que no se habían solicitado los permisos necesarios. Lo juzgaron, lo declararon culpable de “imprudencia temeraria” y decretaron su ingreso en prisión de manera “indefinida”. Siete meses después, al darse cuenta de que el prisionero había establecido un floreciente negocio ilícito de mercancías dentro de la cárcel, las autoridades le trasladaron a su casa en régimen de arresto domiciliario, aunque al poco tiempo regresó a la cárcel porque una juez había reexaminado el caso de San Rafael y había decidido volver a abrirlo. La sentencia de esta juez, después de que Gil acordara compensar a cada una de las 58 familias de las víctimas con un millón de pesetas (poco más de 115.000 € en dinero de hoy en día), fue que una condena de cinco años sería suficiente.
Cinco meses después, Gil abandonaba de la cárcel gracias a un indulto del mismísimo general Franco. Había pasado un total de 27 meses en la cárcel y seis en libertad condicional.
Jesús Gil y Gil nació en la ciudad de El Burgo de Osma, Soria, en 1933. No era muy aficionado al fútbol. En todo caso, era aficionado al Athletic de Bilbao, el equipo al que apoya mucha gente del norte de Castilla y León. Aunque quizá a Gil le atraía más la capital, ubicada a dos horas al sur en coche. Seis años después de que saliera de la cárcel, justo antes de la temporada 1978-79, Gil realizó sus primeros negocios con el Atlético de Madrid y convenció a Vicente Calderón, el legendario presidente del Atlético que dio nombre a su estadio, para que trajera el equipo a Los Ángeles de San Rafael durante la pretemporada. Para Gil, el club no era más que un medio para conseguir un fin.
“Estamos hablando de alguien a quien vas a entrevistar sobre fútbol y te da una lección de una hora sobre comunismo”, dice Rubén Uría, periodista de CTXT y la Cadena SER. “El fútbol era una plataforma, o un puente, para alcanzar lo que le interesaba de verdad”, afirma Sotanaz, el bloguero del Atlético, “y eso era la política”.
El punto de inflexión con el Atlético llegó la década siguiente, en 1987, cuando Calderón, que era el presidente del club, murió súbitamente. Las elecciones para presidente se convocaron inmediatamente después. El equipo estaba inmerso en la carrera por ganar la Copa del Rey, a los mandos de Luis Aragonés, y había llegado a la final, que le enfrentaría con la Real Sociedad. Sin embargo, al Atlético le faltaba una estrella mundial, alguien como Paulo Futre. El extremo del FC Oporto venía de liderar a su equipo en la victoria 2-1 sobre el Bayern Munich en la final de la Copa de Europa y, al final de esa temporada, quedó segundo en la votación del Balón de Oro.
"Era alguien a quien ibas a entrevistar sobre fútbol y te daba una lección de una hora sobre comunismo”, dice Rubén Uría
La final de la Copa de Europa se disputó a finales de mayo y las elecciones del Atlético estaban previstas para el 26 de junio. Lo que Gil vio en Futre fue la mejor oportunidad de garantizarse el puesto de presidente y, para conseguirlo, dos días antes de la votación se subió en un avión privado con destino a Oporto acompañado de Rubén Cano, una antigua estrella del Atlético que acababa de terminar su carrera profesional como futbolista y comenzaba su trayectoria como uno más de los muchos asesores de Jesús Gil. Se reunieron con los gerentes del Oporto y no tardaron en llegar a un acuerdo para el traspaso de Futre. Desde Oporto, viajaron a Milán para visitar a Futre, que estaba jugando el Mundialito de Clubes con el FC Oporto. Pocas horas después, de regreso a Madrid, la noche antes de las elecciones, Gil apareció en una discoteca llena de seguidores del Atlético con Futre a su lado.
“Estaba demostrando que no era una cortina de humo, que Futre estaba allí de verdad”, dice Garrido. Los aficionados del Atlético se quedaron sin palabras, Futre, una joya del fútbol mundial, podía acabar jugando con ellos. En aquella época, posiblemente no había ningún otro jugador en el mundo, aparte de Maradona, que pudiera generar tantas expectativas entre los aficionados.
“Al día siguiente, la gente votó en masa por Jesús Gil”, confirma Garrido, “y de ese día en adelante, el ‘huracán Gil” había tocado tierra en el Atlético”.
Durante el discurso que siguió a su nombramiento, Gil declaró: “Este es el inicio de una nueva era en el Atlético”. Muchos comentaristas pensaron que se refería a una nueva era de trofeos y buen fútbol, pero Gil tenía otra cosa en la cabeza. De acuerdo con Garrido, al caer la noche, el gerente del Atlético, José Julio Carrascosa, le dijo a Jesús Gil que iba a guardar las papeletas de voto con el fin de mantener un registro, y Gil riéndose afirmó: “Esas las puedes tirar al río, porque esta es la última vez que habrá elecciones en este club”.
Cuando inició su carrera política en Marbella, las tácticas que empleó fueron similares. La ciudad de Marbella, enmarcada por Gibraltar y Málaga en la costa sur de España, está enclavada entre una pequeña colina y el radiante mar Mediterráneo. Cuando se abrió en 1954 un resort de lujo llamado Marbella Club, la ciudad se convirtió en el destino de la élite mundial y en el lugar favorito de personas con apellidos como Rothschild, von Bismarck, Thurn und Taxis, Metternich y Thyssen. Jimmy Stewart, Grace Kelly y Cary Grant eran habituales en la década de los 70, y hoy en día es fácil encontrarse con el cantante Julio Iglesias y el actor Antonio Banderas descansando por la ciudad.
Gil llegó a Marbella en 1986, un año antes de su jugada para hacerse con la presidencia del Atlético. Abrió una agencia inmobiliaria, que decoró, de verdad de la buena, con una foto de Marlon Brando en el papel de El padrino. José Cosín, escritor y abogado de Marbella, define el gesto como una tácita “declaración de intenciones”.
Cinco años después, mientras se disputaba la primera temporada bajo el mandato de Gil en que el Atlético estaba siendo más o menos competitivo, decidió presentarse a la alcaldía de Marbella. No se anduvo con rodeos ni empleó acrónimos estridentes, se limitó a crear un partido llamado Grupo Independiente Liberal, o GIL. El partido lo dirigió a imagen y semejanza de los “clanes sicilianos”, en los que “los capos cumplían las órdenes del jefe del clan”, escribe Cosín en Mafia y corrupción, el libro que escribió sobre la política marbellí de los últimos 25 años. Como integrantes de su círculo íntimo, Gil reclutó a varios hombres de negocios con muy buenos contactos y el 26 de mayo de 1991 ganó las elecciones a la alcaldía, con más de un 65% de los votos.
Sin embargo, incluso antes de tener asegurado su mandato en la ciudad, Gil ya había colocado la palabra “Marbella” en la camiseta de los jugadores del Atlético, en sustitución de una marca de fotocopiadoras. Ahí permaneció durante muchos años y hasta se convirtió en sinónimo del club.
“¿A nadie le pareció raro que Marbella figurara en la camiseta del Atlético cuando Gil era también el alcalde?, pregunté a Sotanaz, el bloguero de Madrid.
“La gente le rió la gracia”, contestó, “porque era la época de la ‘España feliz’, la época del ‘todo vale’”. Esa ‘España feliz’ es una referencia a la euforia nacional que provocaron eventos como los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92 que, acompañados de un sentimiento de progreso y prosperidad, sirvieron para distraer a la gente de la corrupción a gran escala que ahora hemos conocido, a raíz de una serie de revelaciones que tuvieron lugar a partir de 2009, y que se estaba produciendo en aquel momento. Gil estaba en lo alto de esta ola de chanchullos y el acuerdo sobre las camisetas con el logo de Marbella es el ejemplo perfecto: según Gil, como nadie estaba dispuesto a pagar lo que valía patrocinar al equipo, lo patrocinaría él mismo. “Lo que hizo fue sacar dinero del ayuntamiento de Marbella y decir que era para pagar el patrocinio de las camisetas del Atlético”, cuenta Sotanaz, “pero eso era mentira”. Se suponía que el dinero era para el Atlético, pero el club “no recibió ni una peseta”, según Sotanaz. En su lugar, Gil se quedó con la mayor parte del dinero.
Antes de que comenzara la temporada 1991-92, Gil diseñó una operación mediática increíble: “Los jugadores [del Atlético] salieron con una camiseta que decía ‘Corrupción, ¡no!’ en el lugar del patrocinador. Imagínate. Estaba promocionando su propio mensaje de que todos los políticos en España son unos corruptos”, explica Garrido. “Se presentó como el defensor anticorrupción que se iba a deshacer del viejo sistema político”.
Aunque la degradación no se detuvo ahí. “Marbella” figuró también en las camisetas del Sevilla y del Betis durante la misma época y, posteriormente, se acabó expulsando a varios ejecutivos de ambos clubes por corrupción, muchos de cuyos casos estaban directamente relacionados con Gil y Gil.
En 1999 entraba por segunda vez a la cárcel por el 'Caso Camisetas': había defraudado 2,7 millones de euros. Nada en comparación con lo desviado en el Ayuntamiento de Marbella: 35,2 millones
El día de saldar cuentas llegaría una década más tarde. El 9 de enero de 1999 Gil fue puesto bajo custodia (la segunda vez que iba a la cárcel), como consecuencia de lo que se conoció como Caso Camisetas. El acuerdo para patrocinar las camisetas del Atlético era en realidad una tapadera para malversar 450 millones de pesetas (2,7 millones de euros) del ayuntamiento de Marbella. Dos años después, el Tribunal Supremo confirmó la sentencia: 28 años de inhabilitación y seis meses de arresto domiciliario.
Aun así, el escándalo de las camisetas no fue nada si lo comparamos con el saqueo generalizado que llevó a cabo en la ciudad que supuestamente tenía que administrar. Entre 1991 y 1995, según publicó el periódico El Mundo, Gil y otros seis cómplices desviaron a cuatro empresas fantasma 35,2 millones de euros del ayuntamiento de Marbella. José Luis Jiménez, que era amigo de Gil desde que se conocieron en una celda de la cárcel de Segovia en la década de 1970, era el propietario de varias compañías inexistentes. Juan Antonio Roca, otro socio de Gil, había creado en 1993 dos empresas imaginarias y las había puesto a nombre de su madre de 80 años, que vivía en otra ciudad y que ignoraba lo que estaba sucediendo. El puesto oficial de Roca en el gobierno de Gil en Marbella era gerente de planificación urbana, una planificación que llevaba a cabo a través de una de las empresas fantasma, lo que le permitía calificar y recalificar terrenos al tiempo que negociaba acuerdos con los constructores.
El testaferro de Roca era Juan Hoffman, cuyo padre, Hans, había sido un destacado simpatizante nazi que había conseguido asilo para antiguos oficiales nazis en diversos lugares de la Costa del Sol. Juan heredó la red de contactos de su padre y en ella figuraban políticos corruptos y élites económicas de toda Europa. El fallo del tribunal dictó que se había aprovechado de sus contactos para blanquear dinero obtenido gracias a esa estafa.
Para llevar a cabo su papel de gobernantes municipales, Gil, Jiménez y demás, utilizaban una cuenta secreta desde la que realizaban ingresos falsos en sus diversas compañías. La investigación reveló que entre todos se hicieron con un total de aproximadamente 49,4 millones de euros. A pesar de que Gil intentó culpar de todo a su abogado desde hacía más de 20 años, José Luis Sierra, Gil y otros seis hombres (incluido Sierra) fueron acusados de estafa y malversación de caudales públicos. El Caso Saqueo, como se conoció en su momento, dio como resultado la tercera y última encarcelación de Jesús Gil. El 16 de abril de 2002, un juez de la Audiencia Nacional decretó que fuera arrestado. Gil pagó la fianza y salió seis días más tarde.
La red de corrupción de Jesús Gil operaba de una manera ordenada y sistemática, al contrario que su gestión impulsiva del Atlético. En 1989, un par de años después de su elección, su personal de confianza comenzó a mencionar el nombre de Patricio Rubio Bernal, conocido como “Patri”, que era por aquel entonces un jugador de las categorías inferiores del Real Betis que tenía 15 años, pero que ya era considerado como uno de los jugadores con mayor potencial de Europa. Gil enseguida fichó al joven jugador con “el contrato y las condiciones de un jugador profesional”, según Garrido. El periódico ABC publicó que Gil había pagado al Betis una prima por traspaso de 142.500 € y había convertido a Patri en el canterano mejor pagado del mundo de la noche a la mañana.
Garrido cuenta como un amigo que tenía una relación estrecha con el equipo le decía: “Durante los entrenamientos, mientras el equipo corría alrededor del campo, Patri daba toques al balón contra la pared y no corría”. Le trataban, tanto dentro como fuera del campo, como un objeto de lujo, más adecuado para una galería de arte que para un campo de entrenamiento.
“Se publicó mi contrato y eso me hundió”, explicó Patri en una entrevista concedida en 2005, después de retirarse del fútbol. “Mis compañeros me envidiaban y los del primer equipo me miraban mal porque cobraba más que alguno de ellos”. Su carrera en el Atlético se extinguió. Cuando terminó su contrato de tres años con la cantera del Atlético, no le renovaron. “Y luego hay mucha mentira.”, confesó en la misma entrevista, “De mis tres años, sólo cobré uno y medio, y a base de pagarés. El resto no me lo pagaron”.
Los rumores afirman que el fichaje de Patri dejó una marca indeleble en Jesús Gil, pero la verdad es que el Atlético de Gil rara vez acudía a las categorías inferiores para completar el primer equipo. Y no era por falta de jóvenes talentos. El equipo infantil ganó en 1991 la liga nacional gracias a su capitán, Raúl González Blanco, más conocido como Raúl, y a los 55 goles que marcó esa temporada. El año siguiente, después de que los cadetes del Atlético, liderados por Raúl, vencieran a un Real Madrid impresionante antes de alcanzar el objetivo de ganar otra liga más, Jesús Gil decidió repentinamente disolver la cantera del Atlético. Despidió a todo el personal de las categorías inferiores, incluidos entrenadores y ojeadores, y envió a los jugadores una carta en las que les decía que eran libres de irse a jugar a otros equipos.
“Llega un punto en el que Gil se cree su gran mentira”, explica Uría. “Su gran mentira era que el Atlético de Madrid no tenía que ser un gran club, sino un gran negocio. [Por eso] la gestión económica que hizo consistió básicamente en ingresos y gastos. Se dio cuenta, gracias a su mente prodigiosa, que el club tenía muchos gastos y algunos eran completamente innecesarios. Poco a poco, decidió eliminar las ramas históricas del club: voleibol, balonmano y todas las demás. Luego creyó que salía caro mantener a la cantera y, finalmente, llegó a la genial conclusión de eliminarlo por completo”.
Bernardino Matallanas, ojeador del atlético desde 1965 y el hombre que había traído a Raúl al club, dimitió en señal de protesta. Raúl rápidamente fichó por el Real Madrid, club en el que se convertiría en uno de los jugadores más icónicos de su historia.
El interés económico personal de Jesús Gil pudo más que todos los demás cálculos. Durante la campaña electoral de 1987, Gil expresó que el concepto de convertir a los clubes deportivos en sociedades anónimas era “absurdo […] porque el cambio del ordenamiento jurídico no se concibe habida cuenta del elevado déficit de nuestros clubes, actualmente. Primero, por tanto, habría que hacer desaparecer ese déficit. Por otra parte, si el Club fuera de 4 o 5 señores”, en lugar de pertenecer a sus propios socios, “desaparecería la pasión de los seguidores, y sin la pasión de éstos perdería el fútbol todo su encanto y su atractivo actual”.
Antes de 1992, los equipos de fútbol en España y en la mayor parte de Europa funcionaban como clubes, no como empresas. Los clubes deportivos eran como asociaciones de afiliados: no pertenecían a nadie en concreto, sino a todos los socios. “Durante la época de Franco”, explica Emilio Abejón, economista y miembro de dos grupos que abogan por la responsabilidad y la representación democrática en los clubes de fútbol, “los clubes en España eran asociaciones democráticas la gente votaba al presidente. Mis abuelos podían elegir al presidente del Atlético de Madrid, pero no podían elegir al jefe del gobierno. Curiosamente, cuando llegó la democracia a la política, ésta desapareció de los clubes”.
A mediados de la década de 1980, los principales clubes de fútbol españoles habían acumulado grandes déficits y el gobierno decidió intervenir para investigar la estabilidad financiera de La Liga. Después de varios intentos fallidos por reducir el déficit, el Congreso de los Diputados aprobó en 1990 la Ley del Deporte, que obligaba a casi todos los equipos de fútbol de primera y segunda división a convertirse en sociedades anónimas antes del 1 de julio de 1992. Posiblemente, el propósito de la Ley del Deporte era puramente económico: poder exigir que rindiera cuentas por las deudas del club una persona o una junta propietaria. Sin embargo, el resultado fue sobre todo político: en la práctica, la ley entregaba el poder absoluto a una persona millonaria sobre lo que antes solía ser una comunidad de vecinos afiliados a una asociación. La ley eximía al Real Madrid, al Barcelona, al Athletic de Bilbao y al Osasuna de la obligación de convertirse en sociedades anónimas, porque el gobierno estimaba que eran los únicos clubes económicamente solventes. (No obstante, el 4 de julio pasado, la Comisión Europea resolvió que el estatus de esos cuatro clubes era ilegal, porque les permitía acogerse a “desgravaciones fiscales parecidas a las organizaciones sin ánimo de lucro”, según explicó el Financial Times).
“Al acceder a la presidencia, Jesús Gil estaba decidido a hacer suyo el Club”, sentenció el Tribunal Supremo en 2004. El tribunal buscaba conocer la lógica que estaba detrás de otro de los casos de corrupción de Gil, el llamado Caso Atlético
Sin lugar a dudas, Gil fue uno de los mayores defensores del cambio. “Al acceder a la presidencia, Jesús Gil estaba decidido a hacer suyo el Club”, sentenció el Tribunal Supremo en 2004. El tribunal buscaba conocer la lógica que estaba detrás de otro de los casos de corrupción de Gil, el llamado Caso Atlético, en el que tanto él como Enrique Cerezo, el antiguo vicepresidente y actual presidente, fueron declarados culpables de apropiación indebida durante la transformación en sociedad anónima a principios de la década de los 90. (El altamente politizado Tribunal Supremo absolvió a Gil y a Cerezo en 2004 de la condena de dos años y de restituir todas las acciones adquiridas durante el proceso de constitución del club en Sociedad Anónima Deportiva, citando como justificación la prescripción de los delitos una vez que transcurren cinco años). “Para ello”, continuaba la sentencia, “se dispuso a confundir el patrimonio del club con el suyo, bien personal bien de sus empresas o de otras con ellos vinculadas, y no dudó en aportar su patrimonio para la adquisición de fichas federativas de jugadores, entre las que se incluyó la relativa al jugador Futre, cuyo fichaje esgrimió en la campaña electoral antes de ser elegido presidente”.
Abejón expone las complejas artimañas financieras que permitieron a Jesús Gil apropiarse del club. “Si quieres ser el dueño del club y no solo su presidente, ¿qué haces? Admites una deuda contigo mismo para poder intercambiarla más tarde por capital. Primero intentó eso, pero el gobierno dijo, ‘No, eso no se puede hacer. Tienes que poner el dinero de verdad’. Entonces lo primero que hizo fue pedir a los socios (durante una Junta General Extraordinaria de Accionistas de 1990) que reconocieran una deuda que no había calculado o documentado con precisión y que, por tanto, era falsa. Luego puso a los aficionados de su lado declarando: “Esto lo hago porque amo al club y no quiero que baje a Segunda”.
Pero el tiempo seguía pasando y la enorme deuda del Atlético había puesto al club en peligro de descenso automático durante la temporada 1992-1993, si Gil no encontraba los 12,3 millones de euros que demostraran la solvencia económica del club. Pero no había deuda demasiado grande para Jesús Gil. Dos días después de la reunión redobló su amor por el club fichando a Bernd Schuster, y declaró que había pagado el traspaso con dinero de su bolsillo, aunque en realidad había usado el del Atlético.
Para finalizar, Abejón explica cómo Gil probó que podía pagar la deuda y demostró así la estabilidad financiera del Atlético, lo que permitió al club permanecer en Primera División. “Vas a un banco y les dices: ‘dame un aval por 12 millones de euros’”. Según Abejón, Gil había prometido devolver el aval en una semana. “Presentas el aval, capitalizas, compras todas las acciones y luego devuelves el aval”, continua Abejón, “y así te conviertes en el dueño”.
En otras palabras, el aval era fraudulento, es decir que valía menos que un pañal usado, pero consiguió su propósito: la Liga lo había aceptado. Al mismo tiempo que el club pasaba de estar compuesto por socios a estar compuesto por accionistas, la decisión de la LFP legitimaba la compra de acciones de Gil, que se hizo casi con el 95% de las mismas.
En realidad, las cosas no sucedieron de manera tan ordenada. El 30 de junio de 1992, el último día antes de que se cerrara el plazo para convertirse en sociedad anónima, hubo mucha tensión. Salazar, el historiador del Atlético, recuerda que a pesar de la influencia de las conexiones políticas que tenía Jesús Gil en la capital, la caja de ahorros Caja Madrid había cerrado la línea de crédito y no le concedía el aval que le permitiría calmar al Gobierno y a la Liga. Sin el crédito, el Atlético descendería a Segunda B.
A las 18:00 horas de ese día, Salazar recuenta, Gil recibió una llamada de Ramón Mendoza, el presidente del Real Madrid, preguntándole si eran ciertos los rumores sobre el crédito, a lo que Gil tuvo que responder que sí. Entonces, Mendoza le comentó que conocía a la persona idónea que le podría ayudar.
Al mismo tiempo que el club pasaba de estar compuesto por socios a estar compuesto por accionistas, la decisión de la LFP legitimaba la compra de acciones de Gil, que se hizo casi con el 95% de las mismas
Mendoza “llamó a quien fuera”, explica Salazar levantando las manos hacia atrás. Una compañía llamada Dorna, que pertenecía a Banesto, por aquel entonces el quinto banco más grande de España, y que se dedicaba a las promociones deportivas, solucionó el problema de Gil. Le concedieron un aval por valor de 2.062 millones de pesetas (unos 12,3 millones de euros). Mario Conde, presidente de Banesto, tenía que sellar la operación, pero estaba de viaje en Sudamérica y la aprobación tuvo que coordinarse a distancia. (Conde sería condenado más tarde por fraude y malversación durante su presidencia y sentenciado a 20 años de cárcel. En abril de 2016 le arrestaron de nuevo y le imputaron por blanquear capitales desde hace décadas). El aval llegó solo un cuarto de hora antes de que acabara el plazo a medianoche y Gil pudo presentar los papeles en la Liga justo a tiempo. Uno o dos días después, retiró el aval bancario. “No pagó absolutamente nada, en realidad”, dice el bloguero Sotanaz.
Pero Gil no fue el único que consiguió engañar al Gobierno de España y a la Liga para que le permitieran quedarse con la titularidad del club. Manuel Ruiz de Lopera, presidente del Real Betis desde el momento en que se convirtió en sociedad anónima en 1992 hasta que fue condenado por fraude fiscal en 2006, fue acusado recientemente de saquear las cuentas del club durante su constitución en sociedad anónima por valor de 30,5 millones de euros. Hoy en día, el caso sigue abierto; su origen se encuentra en la demanda que los aficionados políticamente activos, en su mayor parte, interpusieron en 2014 contra el anterior dueño del Betis.
“Se preguntaron ellos mismos, ‘¿qué hace falta para adueñarse del club?’”, cuenta Jesús Martínez, abogado y miembro de Señales de humo. “O mejor todavía, ‘¿cómo puedo hacerlo sin desembolsar un céntimo?’”.
Un mes antes de constituirse en sociedad anónima y hacerse con la mayoría de las acciones, Gil había ganado su segunda Copa del Rey consecutiva con el Atlético, venciendo en la final 2-0 al Real Madrid, con goles de Schuster y Futre, sus dos fichajes estrella. Cuando se destapó lo de la evasión fiscal, cuenta Salazar, “los aficionados ni se enteraron”.
Hoy en día, el hijo de Jesús Gil, Miguel Ángel Gil Marín, es el propietario del 52% del club. Wang Jianlin, el hombre más rico en 2015 según Forbes, y Cerezo, productor cinematográfico que fue el vicepresidente del club entre 1987 y 2003, poseen cada uno un 20%. Los propietarios del resto de las acciones son los socios del club, incluidos los abonados. Gil Marín estudió veterinaria, pero lleva involucrado en el Atlético desde principios de la década de 1990 y, básicamente, lleva la gestión del club en un segundo plano desde 1997. Casi nunca acude a los partidos, y los aficionados tienen la creencia de que circula por la M-30 madrileña para aliviar los nervios cada vez que juega el equipo.
Le pregunto a Abejón, el economista, por qué el Atlético todavía sigue en manos de las mismas personas a las que pillaron desviando dinero del club y me responde con una analogía: “Digamos que te robo el coche. Cinco años después, cuando prescribe ese delito en España, conduzco hasta tu casa y te digo ‘¡mira lo que tengo!’. Tú me denuncias por habértelo robado, pero el juez dicta que ‘sí, te lo robó, pero no puedo condenar a esta persona, por eso no irá a la cárcel y ni siquiera te lo tiene que devolver’. Esto es según el código penal, “si quieres que te devuelvan tu coche”, me explica, “tienes que recurrir al código civil, que es más caro y más complicado”.
En torno a la primavera de 2000, los aficionados del Atlético comenzaron a organizarse. Se creó el foro Señales de humo, con las características normales de cualquier foro deportivo: gente discutiendo los partidos del fin de semana, pero hablando también del pésimo estado económico, político y social del club.
Por esta misma época, los investigadores empezaron a encontrar las primeras grietas en los casos de corrupción de Jesús Gil. Unos meses antes, un juez de la Audiencia Nacional abrió la investigación del Caso Atlético sobre Gil, su hijo y sus socios, por apropiación indebida cuando el club se estaba constituyendo en sociedad anónima. El 22 de diciembre de 1999, el juez decretó el cese de Gil como presidente y destituyó a todo el consejo de administración del club, “decapitándolo por completo”, en palabras de Garrido, el biógrafo de Koke y Turán. El club fue intervenido y se nombró como administrador a Luis Manuel Rubí Blanc, una persona completamente ajena al mundo del fútbol.
“El Atleti casi llegó a disolverse”, relata Abejón, “te dices a ti mismo ‘no me lo creo, hay que hacer algo’”
“Eso afectó al vestuario, sin duda”, confirma Garrido, “los jugadores del equipo ganaban uno, dos o tres millones cada uno, pero en sus contratos solo figuraban 100.000, 200.000 o 300.000 euros”. El resto provenía de cuentas en el extranjero. Rubí lo sabía y fue al vestuario un día para decirles “muchachos, voy a pagaros lo que pone en el contrato. Si alguien tiene algo que decir que lo diga”, pero claro, los jugadores que tenían que haber cobrado tres millones de euros solo declaraban trescientos mil euros. Si hubieran dicho algo, estarían reconociendo un fraude fiscal, así que ninguno abrió la boca. A esto le siguieron tres o cuatro meses de caos absoluto en los que el riesgo de que los jugadores acabaran en la cárcel estaba bastante presente. En el campo, los resultados ya estaban siendo malos, pero después de esto empezaron a ser calamitosos, y el equipo acabó bajando a Segunda.
Los tribunales decidieron devolver el club a Jesús Gil y a sus administradores a mediados de abril, pocas semanas después de que el club bajara a Segunda por primera vez desde 1939. Muchas de las personas con las que hablé situaron los orígenes de esta decisión en el miedo. El Atlético era, y es todavía, el tercer club más importante de España, y lo que es más, era el club más grande que se había constituido en sociedad anónima. El experimento de convertir a los clubes en sociedades anónimas todavía era un fenómeno relativamente reciente y muchos en el Gobierno y otras instancias estaban desesperados por verlo funcionar. Que el Atlético descendiera asestó un golpe fatídico a esta idea y consiguió que los aficionados se dieran cuenta de la realidad en que sus presidentes los habían metido. “Lo único que cambió [cuando Gil regresó al club]”, comenta Garrido, “fue que el equipo alcanzó la final de la Copa y perdió contra el Espanyol, pero esa fue la última vez que los aficionados cantaron ‘y tal y tal’, la expresión marca de la casa de Jesús Gil.
Mientras tanto, el foro Señales de humo había cobrado vida propia. “El Atleti casi llegó a disolverse”, relata Abejón, “te dices a ti mismo ‘no me lo creo, hay que hacer algo’”. Ese otoño de 1999, varios asiduos del foro habían comenzado a hablar de crear una asociación. “Estábamos convencidos de que nuestros problemas iban más allá de las quejas del día a día sobre la gestión del club”, dice utilizando la primera persona del plural tan característica de los aficionados acérrimos. El plan original era acudir a la Audiencia Nacional y estudiar toda la documentación que se había hecho pública sobre el caso. En 2002, cuando los tribunales estaban agotando los últimos cartuchos en el Caso Atlético, Señales pasó de ser un foro a convertirse en una asociación. “Entendemos el club como una institución social y cultural, propiedad de sus socios y con instituciones democráticas, transparencia y una existencia sostenible, para que nadie pueda hacer locuras económicas que pongan al club en peligro de extinción a largo plazo”, señala Abejón. “El gilismo (como se apodaba la ideología empresarial de Gil y su trama) es la antítesis de todo esto. Basta con ver lo que ha pasado en Marbella”.
“Al principio, íbamos a las gradas con pancartas y queríamos que todos los socios se enteraran”, cuenta Abejón, “pero últimamente ya lo hacemos menos”. Desde 2003, Señales, con la ayuda de varios de abogados voluntarios, ha tomado medidas legales que le permiten intervenir en la gestión del club. Muchos de los socios de Señales con los que hablé me dijeron que se inspiraron en el trabajo de asociaciones de otros clubes, como el Betis, que estaban ganando importantes batallas legales contra sus propios dueños corruptos.
Una de las primeras acciones que promovió la asociación fue acudir a la junta de accionistas. Para poder sentarse a la mesa necesitaba un 5% de las acciones del club y durante varias semanas antes de una reunión de 2002, los socios de Señales fueron puerta por puerta hablando con aficionados y recogiendo las firmas necesarias para poder enviar a una persona que representara a los socios y a la gente que tenía el abono de temporada o una o dos acciones, algunas de ellas pasadas de generación en generación por aficionados del Atlético. “Y allí que nos presentamos”, relata Abejón, “fue la primera reunión del club en la que no estaban solo los miembros del círculo cercano de Gil, y conseguimos juntar todas las acciones de los socios”.
El experimento de convertir a los clubes en sociedades anónimas era un fenómeno relativamente. Que el Atlético descendiera consiguió que los aficionados se dieran cuenta de la realidad en que sus presidentes los habían metido
La reunión a la que acudieron fue muy significativa. Gil estaba inmerso en una oleada de nuevos casos de fraude y malversación, y parecía que iba a perder la presidencia del club, aunque se aferraba a lo que pensaba serían sus últimas muestras de poder. Para incrementar el número de acciones que poseía, decidió ampliar el número de acciones del club que, recordemos, ya poseía casi por completo. De acuerdo con los estatutos del club se convocó una junta general de accionistas para poder aprobar la medida. Según Abejón, Gil consiguió manipular la reunión gracias al secretario, que aprobó la ampliación de capital a pesar de las protestas del representante de Señales.
En ese momento, Señales demandó a Gil y sus cómplices, entre los que estaban Cerezo y el hijo de Jesús Gil, Miguel Ángel. “La primera jueza estaba acojonada porque esta gente era muy poderosa”, cuenta Abejón. “Intentó que la apartaran del caso y nos hizo perder el tiempo durante cuatro o cinco años, pero desde el penúltimo tribunal hasta el Tribunal Supremo solo pasó un año. Después de nueve años, el tribunal falló a nuestro favor”. De esta manera, en 2012, más de una década después de que los aficionados indignados comenzaran a conectar online los unos con los otros, Señales consiguió su victoria legal más importante contra la trama de Gil.
La sentencia del Tribunal Supremo abrió un sinfín de posibilidades para Señales. “Esta sentencia nos ha permitido hacer muchas cosas porque reconoce que hubo evasión”, cuenta Abejón, “una especie de pecado original en la apropiación del club por parte de los Gil que sienta un precedente sobre el que construir otros casos contra el hijo de Jesús Gil”.
Gil Marín “gana lo mismo que un delantero que marca 20 goles por temporada”, explica Martínez, el abogado y socio de Señales. Todos estos años de mentiras pesan mucho sobre el tono de su voz. Su profundo enfado con la situación solo es comparable con su arsenal de conocimiento y su agudeza mental.
Estamos sentados en una arrocería del barrio Quintana de Madrid cuando suena el teléfono de Martínez. Mira la pantalla y las comisuras de sus labios se estiran para formar una ligera sonrisa, “mira”, me dice, y me enseña un mensaje de WhatsApp que acaba de recibir. El que lo manda es Miguel Ángel, el auténtico Miguel Ángel Gil Marín (Martínez no es el único socio de Señales que conozco que tiene el teléfono de Gil Marín entre sus contactos).
Martínez me cuenta que en una de las últimas juntas de accionistas a las que asistió, habló con Gil Marín. La conversación que tuvieron fue sobre una de las demandas que Señales iba a presentar en breve contra el club. Gil Marín le pidió a Martínez (muy educadamente, enfatizó Martínez), que le enviara un mensaje el día antes de que el grupo presentara la demanda, solo para avisarle. Martínez le había mandado el mensaje esa misma mañana y por lo que parecía Gil Marín pensó que era necesario responderle. El mensaje no dice nada, pero llaman la atención el tono y la longitud. Martínez le había enviado dos o tres líneas como mucho y Gil Marín había respondido con un largo párrafo que destilaba un tono similar al de un adolescente torturado por una reciente ruptura sentimental. Pongamos que ya es difícil tomarse en serio una historia melodramática de amor y traición sobre tu propio club, pero cuando esa historia te llega del dueño del tercer club más grande de, quizá, la liga más grande del mundo, es casi imposible no caerse de risa.
Mientras abandonamos el restaurante y nos dirigimos hacia su coche, Martínez me pregunta a bocajarro: “¿Por qué quieres escribir sobre Jesús Gil?” Mi respuesta es que era un personaje fascinante: increíblemente repulsivo, a menudo un payaso, y sin embargo fue capaz de embaucar a todo el mundo con su encanto y llegar a los más selectos escenarios del deporte y la política españoles. ¿Qué puede ser más interesante que un tipo que era el dueño de un gran club de fútbol, que era el alcalde mafioso de una lujosa ciudad costera española y que entrevistaba a su semental blanco en televisión?, pregunto incrédulo.
“Ya claro, pero todo eso ya lo sabes. Sin embargo, sobre Miguel Ángel no sabemos casi nada. Y, para mí, el misterio es lo más interesante”.
Este artículo fue publicado en septiembre en la revista Howler
Traducción de Álvaro San José López
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Bécquer Seguín
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Traducción: Álvaro San José López
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