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“El hombre que no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, quienes se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su permiso” (Marx, 1875).
¿Qué significa hoy la libertad o la igualdad para un socialista? ¿Cómo definimos hoy el socialismo? Son interrogantes que hoy en día difícilmente son (bien) respondidos: la deriva ideológica del socialismo –fruto de la derrota histórica del movimiento obrero– es de tal calibre, que la confusión y desorientación entre nuestras filas hace peligrar el necesario renacimiento del proyecto emancipador del socialismo para el S.XXI.
La primera condición en la defensa de un proyecto alternativo de sociedad pasa por la valoración de su deseabilidad normativa. Habida cuenta que los principios y los horizontes deben permanecer a la vez que los métodos y estrategias deben adecuarse a los tiempos siguiendo la máxima marxista del "análisis concreto de la situación concreta"; si queremos renovar el socialismo y adaptarlo al S.XXI, debemos recuperar el núcleo normativo original de lo que fue la tradición socialista decimonónica, heredera de la democracia fraternal republicana. A esa empresa dedicaré este modesto artículo con el objeto de contribuir –en el turbulento contexto histórico actual– a refortalecer, para el Reino de España, el programa pancivilizatorio del socialismo.
Pero antes de entrar en materia, se debe hacer una imprescindible apreciación histórica (I): por un lado, dado que la fórmula del "socialismo realmente existente" de estatalizar (II) los medios de producción, fruto de la planificación centralizada organizada y difundida como modelo por Stalin a partir de los planes quinquenales en la URSS (1928), ha fracasado. Y por otro lado, la fórmula socialdemócrata de "constitucionalizar" (III) la empresa —es decir, embridar legalmente a la empresa "absolutista" a través del derecho laboral moderno—, resultado del "pacto social de posguerra", donde a partir del Tratado de Detroit (1943) se renunció a la democracia económica e industrial a cambio del reconocimiento oficial del papel de los sindicatos en la negociación colectiva (Domènech, 2013), parece en declive habida cuenta de las contrarreformas laborales, la desprotección creciente del mundo del trabajo, la desafiliación, etc. (Harvey, 2007).
Entonces, ¿es el socialismo un proyecto agotado y fracasado? ¿Queremos realizar un revival acrítico de ambos modos de entender y ejecutar el socialismo? O, es que quizás, ¿estos dos modelos de socialismo no fueron realmente el proyecto pensado por el socialismo originario? Veremos ahora por qué, en efecto, se abandonó el proyecto fundamental de la democratización de la empresa o lo que es lo mismo, la socialización –que no estatalización– de los medios de producción.
Para no volver a repetir las desviaciones normativas y los errores tanto del socialismo real como de la socialdemocracia de posguerra, partamos de la recuperación normativa de los conceptos republicanos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, liberándolos del secuestro conceptual mainstream del liberalismo que tanto daño nos ha hecho. Si no extirpamos de nuestra actual concepción la "libertad como no-interferencia", donde X es liberalmente libre si nadie interfiere en su conjunto de oportunidades, es decir, si vive en “ausencia de constricciones”, podríamos caer en la trampa liberal de decir que existe un trade-off entre libertad e igualdad o que cualquier ley ―independientemente de la forma de Estado y el proceso legislativo para promulgarla― nos reduce nuestra libertad, produciendo que nos quedemos sin argumentos normativos ante, por ejemplo, la defensa de una política redistributiva.
¿Qué es entonces la libertad republicana? En la "libertad como no- dominación" X es republicanamente libre si no es dominado por nadie, bien sea un déspota privado o público, es decir: si de iure y de facto puede autogobernarse tanto en la vida privada como en la vida pública. Esto nos da las pistas para captar las condiciones exigentes de la libertad: para ser libre, (a) se debe poder ejercer el "gobierno de sí", deiure, es decir, desde el ámbito formal significa existir civilmente, ser sui iuris (sujeto de derecho): autónomo, independiente, dueño de sí mismo; (b) se debe poder ejercer el "gobierno de sí" de facto, es decir, desde el ámbito material significa tener la condiciones de existencia garantizadas, para no ser interferido arbitrariamente, para no depender de otro, o en términos de Marx, para poder vivir sin el permiso de otros; por último, (c) se debe poder ejercer el "autogobierno colectivo", que alude a la dimensión social y colectiva de la libertad en tanto que vivimos en sociedad y debemos construir una comunidad política que se dote de un gobierno para gestionar los asuntos comunes. Porque sólo en condiciones democráticas, cuando la sociedad civil se dota de leyes a través de sus representantes ―como agentes fiduciarios―, éstas no restringen su libertad dado que esas leyes se consideran interferencias no-arbitrarias. Estas tres condiciones son inseparables: deben darse a la vez para alcanzar la libertad republicana.
Si consideramos la libertad desde la tradición republicana, la igualdad se nos torna muy distinta a una igualación económica pura ―una quimera que el mismo Marx criticó―. No se trata de eso, la igualdad significa reciprocidad en la libertad, es decir, que seamos igualmente libres y para ello necesitamos no sólo la igualdad ante la ley, sino que las desigualdades materiales no sean tan altas como para que "nadie sea tan rico como para poner a otro de rodillas ni nadie sea tan pobre como para tener que arrodillarse ante otro" (Rousseau, 1762: 48), y que tampoco sea tan alta la desigualdad como para que la acumulación de capital permita a los ricos disputar con éxito a los poderes públicos su derecho inalienable a determinar el bien común. Por tanto, los márgenes de la desigualdad estructural que debemos permitirnos son reducidos pero no son cero. Y por último, la fraternidad republicana ―que parte de una metáfora familiar―, implica la universalización de la libertad republicana. Es el sello distintivo del republicanismo democrático frente al republicanismo oligárquico, en donde "emanciparse" ―¡otra metáfora familiar!― de la tutela paterna significa "hermanarse", es decir, dejar de vivir bajo la tutela de mi señor para convivir fraternalmente con mis hermanos emancipados. En definitiva, de lo que se trata es de universalizar la libertad republicana, de elevar de iure y de facto a todas las clases subciviles —los alieni iuris— a la sociedad civil, para que todos participen libre e igualmente en el autogobierno colectivo (Domènech, 2004).
Ahora, sabiendo bien el significado profundo de la tríada republicana ¿Qué es el socialismo? Una definición de consenso para el movimiento obrero decimonónico –anarquistas, comunistas, socialistas, sindicalistas– fue redactada por Marx (1866) y aprobada en el I Congreso de la I Internacional: el socialismo sería el “sistema republicano de asociación de productores libres e iguales”, es decir, un sistema de gobierno republicano en donde deja de existir la relación capital/trabajo, dado que los ciudadanos son igualmente poseedores de los medios de producción, igualmente propietarios, igualmente independientes. Algo poco conocido es que el mismo Lenin interpretó correctamente el núcleo normativo socialista: en un artículo en Pravda (1923) –convenientemente olvidado por Stalin–, a pocas semanas de fallecer escribió lo siguiente:
“a partir de la Revolución de Octubre e independientemente de la Nep (...) siendo la clase obrera dueña del poder del Estado y perteneciendo a este poder estatal todos los medios de producción, en realidad sólo nos queda la tarea de organizar a la población en cooperativas. (...) “Sólo” eso. No necesitamos ahora ninguna otra clase de sabiduría para pasar al socialismo (...) cuando los medios de producción pertenecen a la sociedad, cuando es un hecho el triunfo de clase del proletariado sobre la burguesía, el régimen de los cooperadores cultos es el régimen socialista” (414-415).
El objetivo del socialismo es, más que la redistribución de la riqueza para reducir las desigualdades, la redistribución radical del poder. En este sentido, el socialismo busca al mismo tiempo eliminar todas las formas sociales y estructurales de poder despótico en pos de alcanzar la anhelada liberación. Para el socialismo habría una relación isomórfica de poder despótico-patriarcal en la familia, en la propiedad privada —el capital—, en el Estado y en las relaciones internacionales entre potencias y pueblos. Esto nos llevará a entender las cuatro tareas normativas que nos ha legado el socialismo ilustrado y que a mi juicio siguen representando las tareas fundamentales para el S.XXI, aunque no debamos usar hoy en día, ni los mismos métodos ni las mismas estrategias pretéritas (Domènech, 2013).
1. Hay que combatir el despotismo doméstico dentro de lo que ahora entendemos por “familia” ―la potestad arbitraria del varón sobre la mujer y los niños―. Para conseguir que nuestro hogar se convierta en la "República independiente de nuestra casa" es imprescindible conseguir la efectiva emancipación de la mujer. Las políticas de garantías de ingresos –la RBU y el acceso al mercado laboral–, de reparto del trabajo –reducción de jornada laboral y corresponsabilidad– y el desarrollo del IV pilar del Estado del Bienestar –escuelas infantiles y servicios de cuidados– permitirán garantizar las condiciones para el ejercicio de la libertad y la igualdad entre los hombres y las mujeres en el seno del hogar.
2. Hay que combatir el despotismo de unos patronos incontrolables fiduciariamente por los trabajadores, por los consumidores y por el conjunto de la ciudadanía. Sólo a través del impulso de políticas que reduzcan la interferencia arbitraria de los empresarios sobre sus empleados –refortaleciendo el derecho laboral y la negociación colectiva―, el impulso del modelo empresarial cooperativo (la
"República laboral") como nuestro modelo ideal –a través del fuerte apoyo al sector de la economía social y los comunes–, la democratización del control sobre la inversión –los fondos de inversión controlados por trabajadores―, una política de garantía de ingresos –RBU– y la reducción de la jornada laboral, se conseguirá la efectiva emancipación del trabajo frente al capital.
3. Hay que combatir el despotismo del Leviatán, dado que la relación despótica de hombre/mujer y de capital/trabajo tiene también un isomorfismo en la relación estatal monarca/súbdito. Por esta razón, de lo que se trata es de eliminar esa forma despótica de Estado — independizada de la sociedad civil— y sustituirla por una "República Social" que suprima la dominación de clase con unos órganos elegidos, controlables fiduciariamente y deponibles por voluntad del pueblo. Para ello será necesario la mayor democratización del Estado —hacia una democracia participativa—, el aumento del control ciudadano sobre los representantes —mejorando los mecanismos de accountability, de checks and balances, con revocatorios, etc.— y la participación ciudadana en el diseño e implementación de las políticas públicas –la coproducción de las políticas–.
4. Por último, hay que combatir el despotismo de las potencias extranjeras en su injerencia en los asuntos internos de los países dominados, reproduciendo la división internacional del trabajo. Para garantizar la soberanía de los pueblos, el socialismo reformuló la vieja consigna de la
"República Cosmopolita" a través del fraternal "internacionalismo proletario", quedándonos como tarea imprescindible relanzar una nueva Internacional –el DIEM25 puede ser un buen comienzo a nivel europeo– y una nueva agenda geopolítica para la izquierda –el ITF, la defensa de los DD.HH., el impulso de nuevos marcos de cooperación internacional como la red de ciudades, la lucha contra el cambio climático, etc–.
Para convertir estas ideas en propuestas y plasmarlo en un programa de gobierno, existe una condición previa: necesitamos tener clara una teoría de gobierno, algo que, como nos indicó Foucault (1979), en la teoría socialista brilla por su ausencia:
“lo que falta en el socialismo no es tanto una teoría del Estado sino una razón gubernamental, la definición de lo que sería en el socialismo una racionalidad gubernamental, es decir, una medida razonable y calculable de la extensión de las modalidades y los objetivos de la acción gubernamental (...) [por tanto] no hay racionalidad gubernamental del socialismo (...) si hay una gubernamentalidad efectivamente socialista, no está oculta en el interior del socialismo y sus textos. No se la puede deducir de ellos. Hay que inventarla” (127-120).
Habida cuenta que la praxis gubernamental de la socialdemocracia de posguerra se insertó al interior de la gubernamentalidad liberal, como contrapeso y correctivo de sus peligros internos, mientras que el socialismo real adoptó una gubernamentalidad de Estado policial, donde “el socialismo funcionó como la lógica interna de un aparato administrativo” (Ibíd), nos resulta imprescindible desarrollar teóricamente un arte de gobierno socialista verdaderamente autónomo que nos permita tener una guía para iniciar un proceso de transición al socialismo en condiciones democráticas.
En conclusión, si queremos hacer realidad el núcleo normativo del proyecto socialista, es condición necesaria tener unas organizaciones sociales, sindicales y políticas, que a través de think tanks progresistas, centros de investigación y fundaciones evalúen la viabilidad técnica, económica y jurídica de las propuestas y construyan un programa de gobierno sólido ―con una teoría de gobierno que lo sustente– que plasme, en un conjunto articulado de políticas públicas, los principios normativos considerados. Ese proyecto de gobierno tiene que tener la capacidad de ser hegemónico, de instaurarse en sentido común y ayudar a construir un sujeto colectivo mayoritario –el pueblo–, que lo haga factible políticamente. ¿A que espera el espacio político de Unidos Podemos a ponerse manos a la obra?
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Eduardo González de Molina es sociólogo y politólogo por la Universidad Carlos III de Madrid. Actualmente está cursando un Máster en Políticas Públicas y Sociales por la Universidad Pompeu Fabra y la Johns Hopkins University y trabaja como asesor técnico para la Dirección de Planificación e Innovación del Área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Barcelona.
Notas:
a) Por supuesto, esta pequeña abstracción histórica de la “fórmula socialdemócrata y comunista” del siglo XX, cae en una simplificación (necesaria por la escasez de espacio) en donde no fueron exactamente “modelos teóricos” de pizarra linealmente establecidos, sino el resultado o la cristalización de luchas, combates, correlaciones de fuerza, realidades históricas contingentes, etc.
b) Hay que recordar la gran diferencia entre "estatalizar" los medios de producción y "socializar" los medios de producción, habida cuenta que el modo de estatalización de la URSS y del resto de países del socialismo real impuso una dominación despótica sobre los propios obreros: se intercambió la dominación burguesa de clase por la dominación burocrática de una "nueva clase" (Djilas, 1957).
c) Esta triple metáfora de "constitucionalizar", "absolutizar" o "democratizar" la empresa proviene de un isomorfismo entre el modo de organizar y regular el poder en la familia = el modo de organizar y regular el poder en el Estado = el modo de organizar y regular el poder en la empresa (Domènech, 2004).
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Autor >
Eduardo González de Molina Soler
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