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Hasta hace tres días, las mujeres no tenían vulva. Ni para gozo ni para pecado. Sencillamente, los genitales femeninos no tenían nombre, más allá del coño. Hoy, hasta una asociación de ultras católicos se atreve con la palabra. No solo eso: la imprimen, la pasean y la ponen en boca de todos, lo que da una idea de hasta qué punto ha avanzado y calado en la sociedad la pelea de las mujeres. Y hasta qué punto ha cambiado el propio feminismo.
Nos hemos acostumbrado a contar cadáveres, poniendo el contador a cero cada año como si las casi 900 mujeres asesinadas anteriores fueran historia
Para describir la situación actual de las mujeres, se recurre con demasiada frecuencia a los crímenes machistas, más concretamente a los asesinatos. Nos hemos acostumbrado a contar cadáveres, poniendo el contador a cero cada año como si las casi 900 mujeres asesinadas anteriores fueran historia, y a informar de crímenes cada vez más truculentos, lo que es un arma de doble filo. Elaborar el relato de la violencia contra las mujeres poniendo el foco en los crímenes de sangre logra esconder todo el resto de maltratos: golpes, violencia psicológica y amenazas de muerte, sí, pero también un mercado de trabajo donde las perspectivas de promoción dependen del desigual reparto de los permisos de maternidad y paternidad, de la “visión macho” de los jefes sobre tu capacidad de liderazgo, de la visión feminizada de algunos trabajos y de la falta de igualdad de oportunidades reales. Son en definitiva las causas últimas de lo que llamamos “la brecha salarial”.
Los crímenes machistas ocultan también humillaciones laborales, infancias hipersexualizadas, trata de mujeres para el consumo y esclavitud, desatención judicial o situaciones de pobreza extrema. Todo esto se le queda en nada al consumidor de información comparado con el goteo de degollamientos, descuartizamientos o explosiones.
Siendo esto gravísimo, existe otro asunto al que se le está prestando poca atención y, al revés de lo que sucede con golpes y asesinatos, sí es nuevo y propio de nuestras sociedades. Por eso, y porque no para de crecer, debería centrar todo nuestro interés. Se trata de la respuesta masculina –y no solo– a lo que podríamos llamar el avance de la vulva. Las calles y las asociaciones viven la novedad de un feminismo desenfadado y cada vez más joven, vigoroso y fresco. El problema es que a medida que este crece, aumenta un machismo también desacomplejado y también cada vez más joven. Los insultos de “feminazi” en tertulias, gritos de “puta, puta, puta” o las pancartas en campos de fútbol contra mujeres que denuncian son solo un ejemplo. Las amenazas en la red, el pan de cada día.
El nuevo machismo se ampara, en gran medida, en la sociedad del anonimato fruto de la nueva vida digital, aunque no solo
La aplicación de la Ley Orgánica de Protección Integral Contra la Violencia de Género en España y una lucha enconada de las mujeres por reivindicar sus derechos a nivel mundial han dado lugar a un nuevo movimiento feminista. Lo preocupante es que este pequeño avance, visto en perspectiva millenials, genera tanto reacciones de lo masculino en defensa de privilegios atenuados como desconcierto cultural frente a las identidades perdidas. El nuevo machismo se ampara, en gran medida, en la sociedad del anonimato fruto de la nueva vida digital, aunque no solo. Contribuyen unas instituciones que, amparadas en la crisis económica y en prejuicios ideológicos, siguen recortando los presupuestos en este ámbito, y el lentísimo avance de la justicia –los asesinatos de hijas, hijos o prostitutas, las violaciones, etcétera siguen sin ser considerados “violencia de género”—. Muchos medios de comunicación afines a la derecha también juegan su papel, alimentando el mito de las denuncias falsas, lucrándose con anuncios de contactos detrás de los que pueden darse situaciones de trata y aireando modelos agresivos contra el cuerpo de la mujer.
El avance de la vulva es imparable. El de un nuevo machismo cada vez más feroz parece que también. Ahí están las razones para que la lucha siga y para reclamar a instituciones y medios de comunicación una atención inmediata a estos asuntos. Inmediata, con inversiones y, como en el caso de los genitales femeninos, sin complejos. Como demuestra el Especial 8 de marzo que hoy publica CTXT, las mujeres siempre se las han apañado para cambiar la historia. Las democracias modernas deben dotarlas con urgencia de las herramientas necesarias para que ese cambio no requiera una heroicidad, sino que sea la consecuencia de un nuevo pacto social más justo y equitativo.
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