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El paro internacional de mujeres del 8 de marzo tiene lugar en respuesta a la violencia extrema a la que nos enfrentamos hoy en día. Tiene lugar para hacer un llamamiento a establecer una práctica feminista adaptada a las necesidades históricas actuales, de hecho, para hacer un llamamiento a establecer una internacional feminista.
Los organizadores en Nueva York, en distintos lugares del país y en todo el mundo, coinciden con el movimiento argentino Ni una menos en reconocer que la violencia contra las mujeres tiene numerosas facetas: es la violencia doméstica, pero también la violencia en el trabajo y de la deuda; la violencia del racismo sancionado por el estado y de la homofobia; la violenta criminalización de los movimientos migratorios; es la violencia que se deriva de la encarcelación y la deportación; la violencia contra el planeta tierra; la violencia contra las mujeres nativas y sus luchas; y la violencia institucional contra el cuerpo de la mujer al impedir su acceso al aborto libre, a la atención sanitaria y al cuidado infantil. Es la violencia contra nuestros verdaderos medios de reproducción social: contra las relaciones que conforman nuestras condiciones de vida y nuestra libertad.
Es la violencia contra nuestros verdaderos medios de reproducción social
Esta amenaza contra la reproducción de nuestra existencia material y social cambia nuestra perspectiva con respecto a los problemas a los que nos enfrentamos. Nos obliga a comprender y preguntarnos cuál es la relación entre violencia institucional y doméstica, entre nuestra autonomía corporal y nuestra capacidad colectiva para luchar, entre la violencia del capital y del estado y las jerarquías existentes entre las mujeres.
Para poder hacer frente a este sinnúmero de tipos de violencia socialmente conectados, nuestra lucha debe también estar conectada. De igual manera, no podemos construir una práctica feminista verdaderamente radical o transformadora si ignoramos o minimizamos el racismo estructural, la homofobia y la transfobia, o las extremas desigualdades y la devastación medioambiental que genera el capitalismo mundial.
Por este motivo, nuestras condiciones sociales plantean exigencias a nuestra lucha. Nos obligan a cambiar lo que entendemos por paro, y precisan que la práctica se dirija hacia las estructuras asistenciales, sexuales y del trabajo doméstico, hacia las cadenas mundiales de violencia capitalista, estatal e íntima. Una práctica feminista adaptada a nuestros tiempos solo puede ser un feminismo anticapitalista. Solo puede ser un feminismo por y para la clase trabajadora y las mujeres no remuneradas, las mujeres de color, las mujeres inmigrantes, las mujeres musulmanas, las mujeres queer y trans, las trabajadoras sexuales, las trabajadoras domésticas y asistenciales, y las madres.
Nos jugamos muchas cosas. Quizá más que nunca antes en la vida de muchas de nosotras. Por eso, me gustaría plantear una pregunta: ¿qué tipo de práctica feminista se adapta a la tarea de responder a esta necesidad histórica?
Esperamos que comience a surgir de las calles el 8 de marzo. En Nueva York, nuestra marcha no se detendrá en el City Hall, sino en un centro de detención de inmigrantes, en el cementerio africano, en la fábrica Triangle Shirtwaist, donde mujeres inmigrantes ardieron en la hoguera del capital hace cien años. Se detendrá en Stonewall y en el parque Zuccotti. Esperamos que al llevar nuestra acción a estos lugares aparecerán nuevas líneas de conexión y solidaridad que han permanecido ocultas hasta ahora.
Aunque esto no es más que el principio. Un feminismo auténticamente transformador nos insta a constituir afinidades y también a poner límites y a romper vínculos. Nos insta a reconsiderar como políticos los lugares de nuestra reproducción y la reproducción de nuestra lucha. Necesita una práctica colectiva renovada, y una afirmación política de la práctica en relación con la asistencia, la acogida, la solidaridad colectiva y la respuesta afectiva que nuestras propias formaciones políticas han vuelto invisibles, pero que al mismo tiempo han servido para mantener viva la lucha. Nos insta a reconocer que la formación de lucha y la producción de conocimiento y visión son inseparables.
Un feminismo auténticamente transformador nos insta a constituir afinidades y también a poner límites y a romper vínculos
Un feminismo adaptado a nuestro tiempo necesita una militancia que apele a estas cosas: una militancia que surja a partir de las condiciones de nuestra reproducción social y no de los desgastados impasses de la política machista. Esta posibilidad nos obliga a preguntar: ¿cómo sería una militancia desde la perspectiva del trabajo asistencial, del trabajo sexual, de las mujeres inmigrantes, de las mujeres trans? Podemos observar ya numerosos ejemplos. Escuchamos sus llamamientos con gratitud y con amor.
Estamos inmersas en un proceso de re-crearnos a nosotras mismas como sujetos políticos, potencialmente revolucionarios. Para conseguirlo, es necesario que nos situemos colectivamente nosotras mismas en relación con un momento de riesgo y posibilidad. Como me dirijo a una universidad, acabaré con estas palabras de Ni una menos: “Nosotras paramos. Para que no nos paren con su pedagogía criminal. Para hacer pedagogía nosotras… Porque libertad implica desmontar definitivamente el patriarcado”. Y desmontarlo no es posible sin transformar radicalmente tanto nuestras formas de conocimiento como nuestras formas de práctica. Para conseguirlo es necesario que desmontemos también muchos de los muros dentro de la universidad.
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Kelly Gawel es una doctoranda en filosofía residente en Nueva York.
Nota: El espíritu de este artículo se concibió de manera colectiva.
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Kelly Gawel
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