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Ahora que el traslado del Atlético de Madrid parece apuntalar sus movimientos definitivos para el próximo septiembre (si la justicia o las instituciones no deciden lo contrario, dada la chapuza administrativa que se vislumbra tras la peculiar recalificación del suelo de la Peineta y la extravagante solución planteada para la ejecución de las obras de los accesos) conviene echar la vista atrás para alcanzar la ineludible conclusión que da título a este artículo.
Desde que en febrero de 2006, Miguel Ángel Gil Marín nos contara a bombo y platillo y rodeado de fieles creyentes su plan de vender el Vicente Calderón para saldar la deuda histórica del Club Atlético de Madrid SAD (la que engendró su padre y él mismo amamantó), han transcurrido once años de una gestión nefasta, en los que el oscurantismo, la falacia y la manu militari gilista han mantenido al aficionado --sumiso, todo hay que decirlo-- a verlas venir. Once años después, se descubre el engaño y la grave situación financiera en la que el Club se ve inmerso tras la trama urdida por sus ilegítimos propietarios.
Pero antes de llegar al final del largo y tortuoso camino, conviene rememorar los hitos que han ido marcando la senda del desarraigo del hincha atlético.
Puesta en marcha la maquinaria de la salvación de la deuda atlética desde ese invernal día de febrero de 2006, y sintiéndose sus artífices plenamente legitimados por la impostada gloria de la misión, solo tuvo que transcurrir un año y medio para que unos periodistas razonables nos bajaran de la nube en el fragor del estío del 2007, al contarnos que el beneficio para el Club solo sería de entre 15 y 35 millones, una pequeña parte de la deuda de 130 que admitía tener y que, por supuesto, era ya en esa fecha mucho mayor.
El 12 de diciembre de 2008 se firma el Convenio Patrimonial entre el Consistorio y la SAD al albur de la futura candidatura de la Capital a los Juegos Olímpicos de 2020
A pesar de que el loable –si hubiera sido cierto-- objetivo inicial de salvar la deuda histórica –y acometer fichajes top, como aseguró un siempre lenguaraz Enrique Cerezo-- se veía frustrado casi de raíz al echar los primeros números, por muy benévolos que fueran con el proyecto, se firmó el protocolo con el Ayuntamiento de Ruiz-Gallardón en julio de 2007, porque según el alcalde-faraón: “Ganamos todos”.
Porque seguramente ganábamos todos, el 12 de diciembre de 2008 se firma el Convenio Patrimonial entre el Consistorio y la SAD al albur de la futura candidatura de la Capital a los Juegos Olímpicos de 2020 y dada su trascendencia se publica en prensa la noticia, que aquí no se trata de lo que yo cuente, sino, como estamos comprobando, de lo que nos cuentan las hemerotecas:
De esta noticia cabe inferir que ya se aludía a aquello de “lo comido por lo servido” y que se trataba del cambio de un estadio por otro, el viejo por el nuevo, por lo que el Club no ganaría un euro, aunque sí un estadio ultramoderno.
En definitiva, en poco menos de dos años, habíamos pasado “de saldar la deuda histórica” a “lo comido por lo servido”, ajena la afición a lo que algunos aventuraron que pasaría y que la maquinaria mediática gilista se encargó de ocultar. Pero lo peor de todo es que en cualquier momento se podría haber dado marcha atrás, máxime cuando, en septiembre de 2013, se conoció que Madrid no sería olímpica. En ese momento, con una ejecución de obras del nuevo estadio en fase meramente testimonial y no necesitando ninguna de las partes continuar adelante con el proyecto, podría haberse resuelto lo firmado. Pero hete aquí que, a pesar de haberse iniciado las obras sin licencia y de saberse que se incumpliría por el club el plazo de entrega del estadio (que según la estipulación quinta del convenio era de tres años desde la firma del acta de replanteo, la cual tuvo lugar en octubre de 2011 y por tanto la Peineta debió ser entregada en octubre de 2014), pesó más el tinte especulativo de la operación. La razón es que las plusvalías urbanísticas de la parcela del Vicente Calderón estaban comprometidas y ya no cabía la marcha atrás.
El club y la cervecera aprobaron un planeamiento que vulneraba de forma flagrante la ley y que incidía en el hipotético valor dado a la parcela del estadio, evidentemente a la baja
Así pues, tras algunos varapalos judiciales al ámbito Mahou-Calderón, debidos a que el club y la cervecera aprobaron un planeamiento que vulneraba de forma flagrante la ley y que incidía en el hipotético valor dado a la parcela del estadio, evidentemente a la baja, nos encontramos con que FCC, que había suscrito un convenio con la SAD para ejecutar las obras del nuevo estadio a cambio de dichas plusvalías urbanísticas, decide bajarse del carro y rescindir dicho convenio, lo que supone para el Atleti unas pérdidas reconocidas en las cuentas aprobadas en noviembre de 2016 de 25,5 millones de euros.
En dichas cuentas, también se recoge una minoración del valor contable de la parcela del Vicente Calderón, que pasa de 196 millones a 154. Esa parcela es hoy prenda –junto con otros derechos-- del crédito concedido al Club por Inbursa, la financiera de Carlos Slim, por importe de 163 millones, para la ejecución del Estadio Wanda Metropolitano.
También por el camino se pierden 72 millones de euros, igualmente reconocidos por el club en las cuentas anuales, derivados de una nueva pifia judicial, esta vez en la Operación Alcorcón, en cuyo paraje de Venta La Rubia todavía se congregan hoy en día algunos jubilados despistados en espera de ver a Cerezo colocar la primera piedra de la Ciudad Deportiva del Atleti.
Y así las cosas, sentencias condenatorias mediante –de cuyos resultados se pretende culpar a los que denuncian y no a los que cometen las ilegalidades–, y tras la entrada de Wanda en el capital de la SAD, salvándola de una previsible situación de quiebra, nos plantamos en el momento actual, a seis meses de la supuesta inauguración del Wanda Metropolitano (si la seguridad y la movilidad lo permiten), y ya se reconocen abiertamente las pérdidas que supone para el Club la locura del traslado.
En Radio Marca, el ínclito Cerezo no tiene remilgo alguno en reconocer que se perderán 170 millones con el traslado, cuando se pensaban ganar 100; y uno de los voceros del gilismo, quien otrora ensalzaba la operación, echa cuentas de lo que cuesta un estadio, cifrando las pérdidas en 150 millones.
Se corregía así el importe detallado por el locuaz presidente, que sin embargo, a mi modo de ver, está más cerca de los números reales, dado que nunca se contemplan los resultados negativos derivados de la resolución del contrato de FCC, por los aludidos 25,5 millones de euros.
No podemos dejar de advertir que se prevé vender la parcela del Calderón por su valor contable, pero eso está por ver y solo el tiempo lo dirá, ya que la previsión de pérdidas está limitada al precio final de venta de dicha parcela.
A lo largo de todo el proceso se perderán en el proyecto cerca de 200 millones de euros, si tenemos en cuenta otros gastos como impuestos, traslado, financieros, proyectos
Lo que resulta a todas luces evidente es que a lo largo de todo el proceso se perderán en el proyecto cerca de 200 millones de euros, si tenemos en cuenta otros gastos como impuestos, traslado, financieros, proyectos, etc. Que nos cuenten la milonga de que se pagarán en unos años con la rentabilidad que genere el nuevo estadio no solo es una hipótesis, sino que no enmascara un ápice la realidad: el traslado es un fracaso de principio a fin. El dinero se podría haber utilizado para remodelar el Calderón, permutar terrenos con la Mahou, sanear parte de la deuda que generaron y siguen alimentando los que se apropiaron indebidamente del club y en hacerle una plantilla realmente competitiva al Cholo, el único que verdaderamente está sosteniendo la economía atlética metiendo al Atleti, por cuarta vez consecutiva, en los cuartos de final de Champions.
Mientras tanto, los medios de comunicación, lejos de denunciar esta realidad, de preguntarse cómo los que detentan la mayoría del capital del Atleti juegan así con su patrimonio histórico, se dedican a glosar la figura de Miguel Ángel Gil y Cerezo, manipulan la información para despistar y convencer al hincha y la opinión pública, pregonando las maravillas de un nuevo estadio que sin embargo deja entrever algunas chapuzas de manual. Menos mal que nos quedan algunos reductos donde aún se respira aire libre e independiente y nos permiten contarles estas cosas.
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Jesús Martínez Caja es abogado y miembro de la Asociación Señales de Humo.
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Jesús Martínez Caja
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