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Querido suscriptor (estimado, más bien):
Gracias por hacerme cambiar de opinión. Una costumbre que, si no me equivoco, Antonio Muñoz Molina dice hacer con frecuencia. Verá, me veo a mí misma hace apenas unos meses contándole mis penas y lamiendo mis heridas a un montón de taxistas de Madrid, lamentando el poco apego, la falta de cariño del españolito medio (terrible expresión, estereotipada e injusta) a pagar por las ideas. A ese afán desmedido, cuando no jactancia, por sacar pecho como el vulgar Gastón de La bella y la bestia afirmando, orgulloso, la cantidad de series y películas que piratea y proyecta en su televisión de 200 pulgadas.
Digo taxistas pero sumo a camareros y peluqueras, la santísima trinidad de las confesiones para aquellos que no nos callamos ni debajo del agua. “Pagamos las copas pero lo de comprar un periódico, ni le cuento. Apenas quedamos unos cuantos románticos”. Me veo a mí misma, abuela prematura a los 41 años y contando batallitas mientras compruebo que han cerrado otro kiosco del barrio.
“Siete de cada diez españoles no está dispuesto a pagar por algo que puede obtener gratis, según el informe del Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales de 2015 [...] La piratería en internet bate récords en España de tal forma que en 2015 el 87,48 % de los contenidos consumidos eran ilegales”. Comprenderán que con estos datos una no puede salir a la calle y marcarse un baile a lo La la land, pero me sirve para seguir llorando al que se deja escuchar. Porque todo va mal, el oficio ni le cuento. Porque no nos entienden, porque no saben, porque para el fútbol siempre hay tiempo y dinero, y para la juerga, y para el iPhone12 en cuanto lo saquen. Pero para nosotros, ay, quién quiere pagar por lo que pensamos, entrevistamos, filtramos… para nosotros ni una simple propina.
Repito: gracias. Porque usted no es de esos. Usted ha decidido ir contracorriente y considera que merece la pena pagar por el trabajo de estos muchachos locos que hacemos Ctxt. No quiero caer en el simplón peloteo, en darle una palmadita en la espalda con condescendencia. Quizá es usted demasiado joven y no recuerda a Sophia Petrillo, la abuela de Las chicas de oro (lo siento, las referencias cultas búsquelas en otra carta), que siempre empezaba sus anécdotas con un “Sicilia, 1932”. Déjeme hacer mi propia versión.
Madrid, finales de 2014. Miguel Mora me escribe un mensaje. No me conoce, yo a él por sus artículos. Me dice que está montando un medio y que si me apetece unirme. Que me espera un viernes a las 11 y me manda una dirección. Y le digo que sí. El padre de mis hijos apunta esa dirección en un cuaderno y hacemos bromas. Yo me quiero más bien poco y me pregunto qué hace Mora contando conmigo. Los nervios me hacen abrazar el humor negro: “Toma nota de dónde voy, a ver si va a ser todo una broma y aparezco descuartizada como en un telefilme”. Y voy. Y Miguel me abraza y a los cinco minutos (otra vez yo y mi locuacidad, mi locuacidad y yo), ya les he contado mi vida a los presentes. Y como tengo miedo de no estar a la altura me lanzo al humor, a mi vertiente de Lina Morgan del siglo XXI. No he trabajado con ninguno de los que acudieron a esa reunión pero a la hora y media ya he dicho que sí a todo, y a las dos semanas estoy en un notario firmando como socia fundadora, y lo celebramos con vino y jamón. Y me convierto en secretaria del consejo de administración, y digo que sí a formar parte del consejo editorial (tremenda osadía por mi parte), y me lanzo a la piscina como se lanzaba Jennifer Grey a los brazos de Patrick Swayze en Dirty Dancing: sin saber si soy lo suficientemente guapa como para tener ese novio pero segura de que quiero intentarlo.
Pasamos frío por encima de nuestras posibilidades para lanzar Ctxt. En una redacción prestada en La Ventilla a la que llamábamos la nevera, tecleando con radiadores y bufandas y mantas zamoranas. Con un número uno en el horno el terrorismo cambió nuestros planes. El ataque a la sede de Charlie Hebdo nos hizo empezar casi de cero. Y salimos y lloramos, claro.
Han pasado más de dos años. Tenemos redacción perfectamente aclimatada, somos muchos más socios, amigos y amantes de este medio que ya tiene hasta su versión en papel. Y yo tengo doble personalidad y soy Ángeles Caballero pero también Norma Brutal. Me dejan escribir con una libertad que desconocía y, aun sin boa de plumas todavía, cuentan conmigo de vez en cuando para hablar por ahí de lo primero que se me ocurre. Me he ahorrado muchas sesiones de psicólogo gracias a eso y a que, desde ese finales de 2014, sigo sintiéndome querida y abrazada. He ganado sarcasmo y canas en el camino, he perdido a un padre que nunca tuvo miedo a que me descuartizaran en esa primera reunión cuando se lo conté. “Vamos, jabata”, me dijo.
Sólo por el esfuerzo que hacen pagando por nuestro trabajo y por el amor a este oficio que a pesar de los tiempos se mantiene, merece la pena que sigamos tecleando. Gracias por alimentar esta locura.
Ángeles Caballero
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Cada semana, nuestros suscriptores reciben una carta dominical exclusiva, firmada por: Gerardo Tecé, Guillem Martínez, Xosé Manuel Pereiro y otras grandes firmas de la revista. Esta carta, escrita por Ángeles Caballero, se envió a los suscriptores el 8 de abril de 2017. Suscríbete aquí y recibe tu carta cada semana, además de disfrutar de muchos otros privilegios.
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Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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