Editorial
La arrogancia de quien desprecia
22/05/2017
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Así no. Los afiliados al Partido Socialista Obrero Español dejaron el domingo bien claro que no, que no se puede tirar por la ventana a un secretario general que fue elegido de manera directa por los militantes y que no se puede dar el gobierno de la nación al partido más corrupto del país, el PP, y al presidente que más ha abusado de las instituciones democráticas, Mariano Rajoy.
Resuelta esa cuestión, ahora hay que empezar a pensar cómo se resuelve el problema principal: echar a ese presidente y a ese gobierno de la Moncloa y recuperar el sentido de las instituciones. Nada de eso será posible si la socialdemocracia española y europea no es capaz de armarse de contenidos económicos y sociales suficientes como para representar un verdadero poder de transformación y romper las líneas rojas impuestas desde fuera sobre las potenciales alianzas para llevar a cabo estos objetivos.
Ahora hay que empezar a pensar cómo se resuelve el problema principal: echar a Mariano Rajoy y al gobierno de la Moncloa y recuperar el sentido de las instituciones
Las primarias han devuelto a Pedro Sánchez a la secretaría general y lo han hecho con bastante holgura. No será fácil plantarle cara en el inmediato Congreso del PSOE, como pareció dar a entender Susana Díaz en su desabrida comparecencia del domingo. La presidenta de la Junta de Andalucía ha sufrido una derrota clara, que le deja en muy mala posición. Basó toda su campaña en la inexplicable consigna “yo gano”, y ha resultado que pierde, y por mucho. Atrincherarse en Andalucía no debería ser una opción, porque la experiencia demuestra que en los partidos políticos que se fracturan (y en este caso, además, la fractura la provocaría Díaz) se producen continuos movimientos y, en términos generales, a favor de quien tiene más expectativas de futuro.
Sánchez posee ahora mayor legitimidad que antes dentro de su partido y dispone de un relato que siempre es atractivo de cara al exterior: ha superado infinidad de obstáculos y el menor de ellos no ha sido la frontal oposición del establishment político, económico, intelectual y mediático. Los brutales editoriales de El País, de una irracionalidad sorprendente, han logrado probablemente que no quede vivo uno solo de sus lectores, pero no han hecho mella en las expectativas del candidato. Una brutal exhibición de intereses espurios y una brutal demostración de falta de influencia y de desconocimiento de su propio país, con mayúsculas y minúsculas; es verdaderamente un balance estremecedor para la cúpula directiva del otrora diario de referencia.
El fracaso de la línea de ataque contra Pedro Sánchez demuestra que han cambiado muchas cosas en el escenario político español. Su victoria interna no se traduce, sin embargo, en una victoria externa: la izquierda española continúa dividida, no entre dos ramas del PSOE, como Díaz pretendía creer, sino entre dos partidos diferentes, PSOE y Podemos. Pablo Iglesias ha optado por presentar una moción de censura al PP que se debatirá dentro de pocas semanas y que, como el propio Iglesias reconoce, no tiene posibilidad de prosperar. Pero como es posible presentar una moción por legislatura y por la décima parte de los diputados (35 parlamentarios)*, Sánchez podría intentar encabezar la suya dentro de un periodo de tiempo más largo.
Los socialistas españoles, con Sánchez a la cabeza, deben contribuir al debate de si es posible una política socialdemócrata con las actuales reglas del juego establecidas en Bruselas
No ser diputado es un inconveniente, pero no una barrera infranqueable para Sánchez, porque para ser candidato a presidente del Gobierno no hace falta ser miembro de la Cámara. Lo que hace falta es tener los apoyos suficientes, algo con lo que no cuenta ahora. Para eso, Pedro Sánchez tendría que demostrar antes muchas cosas que aún no ha aclarado. Ojalá lo haga pronto porque la situación del país, con un gobierno completamente paralizado y un presidente acorralado por la corrupción, no admite muchas dilaciones.
A escala europea, los socialistas españoles, con Sánchez a la cabeza, deben contribuir, como sus homólogos portugueses y los demás, al debate de si es posible una política socialdemócrata con las actuales reglas del juego establecidas en Bruselas, que sea alternativa a la austeridad rampante de la última década. Una austeridad que ha hecho que los ciudadanos perciban imposición cuando antes veían democracia, y ajustes y sacrificios cuando previamente recibían más bienestar. No pueden esconder más la cabeza sobre este asunto central para Europa.
A nivel interno, Sánchez debería fijar tres prioridades en la política económica que va a defender: 1) derogar una reforma laboral que ha hecho de lo precario lo estructural y lo habitual, y que ha dado todo el poder dentro de la empresa a una de las partes de la misma, el empresario, en detrimento de los asalariados y los sindicatos; 2) una reforma fiscal que equilibre los impuestos que paga el capital con los que paga el trabajo, y que genere los ingresos suficientes para tener un porcentaje de gasto social equivalente al menos al de nuestros países vecinos, y para activar la inversión pública, verdadera pagana de la crisis; y 3) una reforma energética que limite el poder del oligopolio eléctrico y, como consecuencia, que elimine la pobreza energética y, sobre todo, que sea eficaz en la lucha contra el cambio climático, el problema más importante para esta y las próximas generaciones. Nada más, pero nada menos.
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* En una versión anterior se decía que era posible presentar una moción por legislatura y grupo parlamentario.
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