Editorial
Debates socialistas: cuándo empezó todo
ctxt 16/05/2017
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Emmanuel Macron dejó el sector privado (banquero de inversión) para ser ministro de Economía de un Gobierno socialista (cuyo presidente, Francois Hollande, había ganado las elecciones al grito de “mi enemigo son las finanzas”); luego ganó la presidencia de la República autodefiniéndose como ni de derechas ni de izquierdas; y su primer acto fue nombrar a un jefe de Gobierno que, para que no hubiese ambigüedades ideológicas, declaró “Soy de derechas”. ¡Qué recorrido el del hoy niño bonito de las élites europeas!
Este tipo de contradicciones son, por ejemplo, las que han hecho inidentificable en tantas ocasiones el proyecto socialdemócrata. Quizá haya que volver al principio y definir qué significa ser socialista en el siglo XXI. Qué se puede hacer y qué no se puede hacer bajo esa bandera. Cómo pensar y cómo vivir. Hasta que no se resuelva este problema de identidad la socialdemocracia no saldrá del hoyo. Hay un discurso muy extendido, dominante incluso en sedicentes analistas progresistas y medios de comunicación antaño de referencia, que desprecia este asunto y que, sin embargo, incide en poner la barrera separadora entre los buenos tiempos y la decadencia socialdemócrata en la aparición de líderes izquierdistas en algunas de las formaciones más representativas de esta familia ideológica: los Corbyn, Hamon, Sánchez serían los responsables de la marginalidad socialdemócrata. Los problemas serían del hoy, no del ayer.
Ello es una representación falsa de la realidad más. El problema está bastante más atrás. La indignación no es fruto de una pataleta. Por ejemplo, está en cuando comenzó la Gran Recesión en el año 2007 y la socialdemocracia no supo, o no pudo, o no quiso, dar una respuesta propia a los problemas políticos y económicos surgidos (una austeridad injustamente repartida, y la negligencia con que se trató a los muchísimos ciudadanos que se quedaban por el camino). Durante una década la socialdemocracia ha padecido un síndrome de Estocolmo con los administradores de la derecha, a los que se dejó todo el terreno de juego como si fueran los únicos capaces de dar soluciones, hasta el punto de que muchos de los votantes de aquella socialdemocracia pensaron que los conservadores y los socialistas eran como los gemelos de Alicia ante el espejo.
O quizá haya que ir un poco más atrás y hacer balance de lo que ha significado aquella “tercera vía” de los Clinton, Blair, Schröder y González en la vida de los ciudadanos. Mayor apertura, mayor globalización, desregulación, privatizaciones, modernización… Y al mismo tiempo desigualdad, paro, precarización estructural, empobrecimiento, puertas giratorias y sustitución, poco a poco y en silencio, de la universalización del Estado de Bienestar (la mejor utopía factible de la humanidad) por un Estado compasivo, de beneficencia, que cuida a los más necesitados y no a todos, lo que significa una des-socialización de la vida pública.
Es en hitos como estos donde hay que buscar la crisis de la socialdemocracia, la de la representación política y la aparición de nuevas formaciones apoyadas por ciudadanos, especialmente jóvenes, que dejaron de confiar en los socialistas para que les ayudasen a resolver sus problemas. El problema es Blair, el último Zapatero, Hollande, no Hamon o Corbyn. Mientas no se haga una reflexión sobre esto y se busquen chivos expiatorios actuales de la subsidiariedad socialista, no habrá salida.
Lamentablemente, poco de ello estuvo presente en el debate celebrado entre Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz, en la calle Ferraz. Sólo algunos atisbos en las intervenciones de los dos primeros, y silencio absoluto en la tercera, aconsejada por los progresistas y los medios de comunicación citados, no sea que la crítica les llegue también a ellos. Tampoco una palabra de Europa. Si los tres coinciden –lo que les honra- en que una de sus primeras medidas sería la derogación de la nefasta reforma laboral, ¿qué solución darían al hecho de que mientras ellos quieren acabar con esta reforma, la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional, o el Banco Central Europeo, no sólo no la quieren sino que exigen a España (haya el Gobierno que haya) una nueva vuelta de tuerca al mercado laboral para hacerlo más flexible, lo que significa aumentar el poder de una parte (los empresarios) en detrimento de la otra (los asalariados)?, ¿Cómo harían frente a esa confrontación?, ¿con qué aliados exteriores e interiores? Silencio. Por cierto, derogar la reforma laboral anula cualquier posibilidad de apoyar al Partido Popular, su autor, en cualquiera de las modalidades posibles (coalición, apoyo externo, abstención).
En el debate de Ferraz se habló sobre todo de poder, de quién mandará en el PSOE y con qué estructura. Ello lo determinarán en buena parte el domingo los afiliados en votación directa, y tendrá una segunda vuelta en el Congreso del partido, a celebrar inmediatamente. La primera labor del nuevo secretario general será reducir la polarización entre los militantes (ya no es sólo entre dirigentes y militantes de base) e intentar una integración entre las distintas facciones que se han hecho activas en los últimos meses. Para establecer una política de alianzas que pretende desalojar a esta derecha corrupta y reaccionaria será preciso disponer previamente de un proyecto propio de partido que deberá despejar, entre otras, las incógnitas citadas, y hacer la autocrítica de un pasado subsidiario tantas veces de las políticas de la derecha.
Los equipos de Sánchez y López han presentado sus aproximaciones en sendos programas (por cierto, bastante similares en muchos puntos), pero es sorprendente que Susana Díaz, tan apoyada por el aparato del partido y tan segura de su victoria hasta ahora, no haya considerado siquiera la necesidad de acudir a ese debate con un borrador de sus ideas, y que piense que ante tan ingente tarea como hay por delante, puede simultanear los cargos de presidenta de la Junta de Andalucía y de secretaria general de un partido en situación excepcional. Demasiada soberbia.
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