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El PP ha encontrado, mejorando su escalada de mentiras, un nuevo modo de sobrevivir al diluvio de la corrupción. El tsunami ha crecido tanto que ya no se puede contener con la destrucción de documentos  delatores, con el “tú más” de la cortina de humo, con el “hay que esperar el dictamen de la “justicia”, una (¿) manzana podrida no afecta a toda la cosecha o “en todas partes cuecen habas” y en todas las familias hay una (¿) oveja negra.  Ahora se trata de reconocer las culpas, cuando ya no se pueden ocultar, y minimizarlas, aislarlas e individualizarlas y, como buenos chicos (¡), pedir perdón y jurar y perjurar que nunca más se volverá a repetir (¿) y pelillos a la mar. Lo que ha ocurrido es que unos cuantos desaprensivos han abusado de nuestra buena fe (¡), de nuestra ingenuidad (¡¡), de nuestro estricto sentido del deber (¡¡¡) , implicados en la desbordante tarea (¡¡¡¡) de nuestras obligaciones políticas, al servicio de la Comunidad (¡¡¡¡¡). Pero, hasta aquí hemos llegado, cruz y raya, no hay mal que por bien no venga, de ahora en adelante vamos a extremar la vigilancia, estar atentos a todos los deslices, poner controles, crear un sistema de alarmas, para que no vuelvan a ocurrir hechos tan bochornosos y tan reprobables, de los que nos avergonzamos, nosotros los primeros (¿). Todos nuestros compañeros de partido serán puros y limpios, como las voces blancas de los coros angélicos. Con la corrupción, transigencia cero (y que nos quiten lo bailao).

Todo esto estaría muy bien, si hubiera sido el PP (“Aguanta, Luis”) el que hubiera destapado los escándalos; pero han sido unos cuantos jueces honestos los que han descubierto el pastel y evitado que la corrupción llegara a ocultar el sol y alcanzara a las pituitarias de todos los españoles.