Crónica parlamentaria
El PP, la Guarida del Lobo y los corderos tristes
El PP lucha por inventar una prescripción exprés de la responsabilidad política que deje limpio al Gobierno actual, mientras quienes alertaron sobre la corrupción afirman: “El mayor problema que tenemos los denunciantes es la soledad”
Esteban Ordóñez Madrid , 10/05/2017
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Plena tormenta y el PP tan cómodo, tan tranquilo e indolente. Sus diputados se recuestan en los sillones como patricios romanos, dispuestos al regocijo y a la ira, dispuestos, en fin, a lo que se les encapriche. Su reposo incomprensible nace de haber parasitado el árbol de las instituciones, desde la raíz hasta la copa. Han constituido una Guarida del Lobo en mitad de la democracia: un recinto de búnkeres, alambradas, minas y guardias bien pagados. Guardias infiltrados por todas partes. La comodidad, la seguridad, la prepotencia de sus ministros y parlamentarios son sólo el cuadro visible, el plano corto.
Entre esos ánimos pivotó la primera sesión de control al Gobierno después de casi un mes. Ha estallado la operación Lezo y, día a día, han ido destapándose agujeros. Las supuestas maniobras de Manuel Moix, el fiscal jefe Anticorrupción asiduo a la FAES que gusta a los corruptos; el mensaje del ministro Catalá al batracio Ignacio González deseando un próspero final de “los líos”; la reunión entre el secretario de Estado de seguridad y el hermano --de nuevo-- del croador favorito de Esperanza Aguirre; las sospechas de chivatazo. Pero los populares siguen tan cómodos, tranquilos, indolentes. Hay cobijo y buena leña en la Guarida del Lobo. Dos días antes de este pleno, el lunes 8 de mayo, la asociación de denunciantes de la corrupción Plataforma por la Honestidad organizó una cena en el Ateneo de Madrid. Ellos son los corderos de la historia.
Su reposo incomprensible nace de haber parasitado el árbol de las instituciones, desde la raíz hasta la copa
Allí hablaron Ana Garrido, denunciante de Gürtel; Azahara Peralta, que se negó a firmar sobrecostes en Acuamed; Luis Segura, cabo suelto de las herméticas Fuerzas Armadas; Roberto Macías, acusado por revelar las facturas falsas de UGT. Dijeron que les hacía felices ver a la gente apoyándoles, pero se les escapaban miradas perdidas, agotadas, tristes. “El mayor problema que tenemos los denunciantes es la soledad”, confesó Garrido. Quedaba claro al escucharles que resulta imposible llegar a ningún búnker de la guarida sin primero desollarse en las concertinas, perder las piernas en las minas y ser acosado por unos guardias que acechan como fantasmas, imprevisibles, porque el terreno es suyo y lo dominan. Los alertadores hablaron de “años de calvario”, “desesperación”, y de que atreverse a denunciar supone perder el futuro: quién va a contratar a un insurrecto. Algunos todavía reciben amenazas, incluso de muerte. Y todo, quizás, para muy poco. “Si fracasa mi caso, se silenciará una generación de militares que no denunciará”, pronosticó Segura, que luego, durante la cena, se despedía de quienes se acercaban a apoyarle con abrazos de agradecimiento y de necesidad. Baltasar Garzón, que también acudió al acto, trazó la línea. Recordó que se sigue asegurando que la corrupción no es un problema sistémico, pero que “hay un hilo conductor invisible” que lo recorre todo.
A escasos metros de allí y dos días después, el PP, cómodo, tranquilo, indolente. Había varias opciones de respuesta al ametrallamiento que se avecinaba. La oposición, encabezada por el PSOE, había preparado una ristra de preguntas para apabullar al Gobierno. Los populares podrían haber exhibido cierta preocupación y no por ello habrían parecido más débiles, aunque sí más implicados; pero uno sólo se preocupa cuando cree que algo se le escapa de las manos. Prefirieron dispensar la cosa echando la culpa a los demás. El problema de la desconfianza ciudadana no es la negligencia, sino el foco que apunta a la negligencia.
Los populares podrían haber exhibido cierta preocupación y no por ello habrían parecido más débiles, aunque sí más implicados
“Son cómplices de la corrupción”, “usted [a Rajoy] está acorralado por la corrupción”, fue recitando Antonio Hernando después de repasar una parte del historial delictivo del PP. El socialista lamentó que el fiscal jefe actúe como abogado defensor y recordó, para fijar antecedentes, cómo el PP mantuvo el sueldo a Bárcenas y le pagó los abogados. El presidente levantó el micrófono: “Hoy somos mucho más eficaces con la lucha contra la corrupción”. Más tarde, en respuesta a Pablo Iglesias, valoró “muy positivamente” el trabajo del fiscal jefe Anticorrupción: “Tiene una amplia trayectoria y actúa con total independencia, está funcionando muy bien la fiscalía”. Después soltó un par de chascarrillos. Los suyos se entregaron a un aplauso largo de fin de fiesta. Una ovación más deportiva que política. Se reían. Algunos se partían de risa.
Del mismo modo, Cristóbal Montoro salió burlón. Se le había visto a primera hora por una de las entradas al Congreso. Iba encorvado y hastiado, como si no entendiera a santo de qué iba él allí: al sentarse en su escaño parecía no haber llegado a ninguna conclusión al respecto. El ministro de Hacienda se quejó de las preguntas sobre corrupción y de que no le interrogaran por los presupuestos: “Están ustedes en un bucle, o sea, quiero decir”. Después repitió una de las estrategias de defensa con la que los populares creen desvincularse de la corrupción. “Ahora no se están dando casos de corrupción, son casos del pasado. Han llegado tarde a esta cámara y el problema es actualizarse”. El argumento se usa, sobre todo, contra Unidos Podemos. Intentan dibujar una línea divisoria que deje limpio al Gobierno actual. El PP lucha por inventar una especie de prescripción exprés de la responsabilidad política. Lo hacen como si el propio presidente del Gobierno hubiera nacido después de Gürtel. Hay mucho presente, sin embargo. El mismo respaldo incondicional a Manuel Moix (un día después de que se conociera su intención de apartar a los fiscales de la Lezo, una intención que él mismo había negado) ofrecía un ejemplo del instinto pepero de obstrucción de la justicia. Se desenvuelven siempre con la misma dinámica: primero obstaculizan, luego respaldan y cierran filas, más tarde se sienten engañados por el corrupto y, por último, cambian de trinchera y convierten la condena a sus delitos íntimos en un éxito propio, en una prueba de que no toleran a los políticos fraudulentos dentro de sus filas.
El más castigado fue Rafael Catalá (Rafa para amigos como Ignacio González, que no se cortaba en decirle que había que controlar los aparatos del Estado). El PSOE ha prometido presentar la reprobación contra él y hay serias posibilidades de que la apoye Podemos y Ciudadanos. José Manuel Villegas dudó de que el ministro esté capacitado para seguir en su puesto. Algunas informaciones señalan a Catalá como autor del chivatazo a González. En una interpelación urgente, el socialista Artemi Vicent Rallo acusó a Moix de ser uno de los infiltrados del PP para “desarbolar la lucha contra la corrupción”. El ministro, impasible, se perdió en generalidades: “Han venido a destruir, no a construir… Moix es un magnífico fiscal”. Con esa misma magnificencia, hace años el fiscal intentó, por ejemplo, prohibir la difusión de los correos que destaparon el caso de las tarjetas black. El jefe de Anticorrupción nos enseña que los centinelas de la guarida, esos que aparecen súbitamente como fantasmas porque el terreno es suyo, se ocultan también en los escalafones más altos del poder.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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