EL CINE DE LA CRISIS
Niños sonrientes y otros símbolos del cine subversivo
Desde el comienzo de la crisis, numerosas y exitosas películas están desarrollando un relato crítico acerca de variados aspectos del sistema político y económico
Diego González Cadenas 14/06/2017
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Al Presidente del Comité de Actividades Antiestadounidenses John Parnell Thomas, posteriormente declarado culpable y encarcelado por un delito de corrupción en la misma cárcel en la que se encontraban dos guionistas de los 10 de Hollywood, le preocupaba enormemente el efecto del cine en la cosmovisión de los ciudadanos estadounidenses. “Todos sabemos que lo que un ciudadano ve y oye en el cine de su barrio conlleva un fuerte impacto en sus ideas y comportamientos. Con un poder de influencia tal sobre la vida de los ciudadanos americanos como el que ejerce la industria del cine, no es antinatural –de hecho, es muy lógico-- que fuerzas subversivas y antidemocráticas traten de usar este medio con fines antiestadounidenses”.
Entre los múltiples testimonios que se dieron en las audiencias del Comité, interesa aquí recordar el de la célebre escritora y por aquel entonces también contratada como guionista en Hollywood Ayn Rand. A Rand le preguntaron acerca de la película Song of Russia, en la que se relata la historia de amor durante el ataque nazi a la Unión Soviética entre un director de orquesta estadounidense y una joven pianista soviética. Rand vio símbolos inequívocos de propaganda soviética a lo largo de toda la película: Moscú es representada como una ciudad limpia y cuidada; un pequeño pueblo es un lugar agradable en el que hay un teléfono de larga distancia y todos sus habitantes tienen una radio, símbolo de prosperidad; la película no aclara que los campesinos no pueden poseer tractores dando así una imagen distorsionada a la ciudadanía estadounidense de su sistema jurídico y económico; y, sobre todo, lo que más preocupaba a Rand y llamó la atención del Comité, se muestra a niños y adultos sonriendo. “Es uno de los trucos propagandísticos comunistas, enseñar a gente sonriendo. […] Los ciudadanos soviéticos no sonríen. Si lo hacen es privada y accidentalmente. Desde luego, no se trata de algo social. Lo único que hacen es hablar sobre la escasez de comida”.
Hoy día, uno cree sufrir de los mismos delirios que Rand y ver signos anticapitalistas por todas partes. Desde el comienzo de la crisis económica, múltiples y exitosas películas están desarrollando un relato crítico acerca de variados aspectos del sistema político y económico. El cine negro, que tan útil fue en el pasado para mostrar los bajos fondos de la sociedad escapando a la persecución macartista, ha vuelto con fuerza en los últimos años. En True Detective vimos unos Estados Unidos muy alejados del de las comedias románticas de millonarios que viven en Park Avenue. En España, tres excelentes películas han retomado el género para contribuir a desmitificar la transición a la democracia, enseñarnos las cloacas del Estado a través de los ojos de Paesa y el Madrid decadente de comienzos de década.
El cine negro, que tan útil fue en el pasado para mostrar los bajos fondos de la sociedad escapando a la persecución macartista, ha vuelto con fuerza en los últimos años
De forma similar al cine negro, un género igualmente popular como el thriller ha retomado la crítica social. Cien años de perdón, El desconocido y Comanchería denuncian la corrupción política y la estafa bancaria. Nightcrawler se centra en la mercantilización de la información periodística, pilar de las sociedades democráticas. En La sombra del poder se apunta directamente a las relaciones entre el poder político y los medios de comunicación. Snowden desmenuza el espionaje de la NSA. El escritor ataca directamente a Tony Blair por sus actuaciones durante la Guerra de Iraq y Red de mentiras evidencia las actuaciones de la CIA en Oriente Medio.
La crisis ecológica ha ocupado también gran parte de los esfuerzos de los cineastas, especialmente de los documentalistas, como es el caso de Before the Flood. Desde la ciencia ficción, Interstellar plantea un futuro cercano en el que la humanidad está sumida en una fuerte crisis ambiental que amenaza con destruirla.
La crisis económica ha sido explicada detalladamente en películas como Inside Job, Margin Call y La gran apuesta. La vida diaria de algunos de sus ganadores, altos ejecutivos, la hemos podido ver en algunas películas de gran éxito de taquilla como El lobo de Wall Street y Blue Jasmine y otras menos triunfantes pero igualmente recomendables como El capital.
La contrapartida a esa vida de lujo y excesos ganada a través del fraude nos la han mostrado aquellas películas que se han centrado en la cotidianeidad de los que sufren la crisis. Tenemos aquí un buen número de ejemplos de cine social que han puesto en evidencia el empeoramiento y las duras condiciones de vida de las clases populares en diversos países. En España, Techo y comida y Los fenómenos tratan el problema de la vivienda y la precariedad laboral. Out of the Furnace se centra en las duras condiciones de vida de la clase trabajadora en una zona pauperizada de los Estados Unidos, Dos días, una noche en Francia, y Yo, Daniel Blake, en Inglaterra. Las condiciones de vida en la periferia del sistema-mundo quedan perfectamente retratadas en películas tan duras como Metro Manila y Beasts of No Nation, en la que nos sumergimos en las guerrillas africanas que utilizan niños soldado y se financian vendiendo minerales manchados de sangre a los países desarrollados.
El cine de denuncia, en muchos casos, tiene por función señalar un aspecto concreto del sistema que funciona incorrectamente, sin que ello suponga una enmienda a la totalidad. De hecho, un número nada desdeñable de películas que podríamos enmarcar como de denuncia acaban teniendo una función legitimadora del sistema al presentar únicamente fallos parciales del mismo. Un buen ejemplo son los casos de Veredicto Final y El Dilema. El esquema de este tipo de películas es el siguiente: una persona o un grupo de personas denuncia una situación y, tras luchar arduamente, se acaba reconociendo y reparando, generalmente en los tribunales o a través de otras instituciones públicas, el daño causado. De esta forma, se termina demostrando que el sistema en su globalidad funciona bien al ser capaz de solventar los problemas que tiene en su interior, por muy graves que estos sean.
Hoy, sin embargo, los ataques aislados a determinados aspectos del sistema son más proclives a ser percibidos como una crítica de conjunto. Esto es: el efecto que muchas películas causan sobre el espectador no es el de la necesidad de replanteamiento de un aspecto aislado del sistema, sino la necesidad de cambiarlo en su totalidad. Este efecto, es claro, ha sido potenciado por los propios realizadores. En El Lobo de Wall Street, descrita por su director como una película acerca de la mafia, ya no se reproduce el esquema del happy end. En El caso Sloane, la protagonista lo deja claro en su alegato final: el sistema está podrido.
Hay un buen número de ejemplos de cine social que han puesto en evidencia el empeoramiento y las duras condiciones de vida de las clases populares en diversos países
Otras películas se han centrado en recordar luchas exitosas. Este es un elemento de máxima importancia, puesto que no sólo se denuncia un aspecto del sistema, sino que se demuestra también que es posible combatirlo con éxito. Es el caso de Pride y También la lluvia. Otras, como La llegada, se han atrevido a proponer el internacionalismo como única forma de resolución de conflictos globales.
Todas ellas, sin embargo, se han quedado ahí, sin enseñar cómo se consolidaron sus éxitos y plantear modelos de convivencia diferentes a los que priman en nuestra sociedad. No me refiero a la, por otra parte necesaria, capacidad de imaginar mundos utópicos y alejados de la realidad del común de los mortales, como puede ser el caso de Avatar, sino en plasmar la cotidianidad de un sistema diferente en tanto intensificación realista de los rasgos positivos del actual. Es sumamente llamativo que en plena crisis del capitalismo no haya cine que muestre la cotidianeidad de una sociedad regida por un modo de producción económico diferente.
Žižek, en su último libro, The courage of hopelessness, da en el clavo poniendo como ejemplo V de Vendetta. Lo realmente interesante sería ver una segunda parte en la que se explique qué ocurre tras la toma del poder, cómo se organiza la vida diaria, cómo se traducirá este momento emancipatorio en un nuevo orden social. La verdadera importancia del acontecimiento revolucionario es lo que ocurrirá al día siguiente, al comprobar cómo ha cambiado o cambiará nuestra vida cotidiana.
Recientemente se han perdido varias oportunidades de oro en este sentido. Que yo tenga conocimiento, únicamente se ha planteado en los últimos años cómo sería el día después tras el acontecimiento revolucionario en El caballero oscuro: La leyenda renace, si bien desde un prisma reaccionario. En El amanecer del planeta de los simios, los guionistas podían haber diseñado una sociedad basada en valores opuestos a los imperantes en la humana. En Star Wars: El despertar de la Fuerza nos hemos quedado sin saber cómo podía haber sido la consolidación del sistema democrático por el que tanto habían luchado los rebeldes. En Mad Max: Furia en la carretera, no sabemos cómo será el sistema que surge de la rebelión contra la dictadura.
Llama doblemente la atención esa falta de capacidad de imaginar otra cotidianidad cuando la realidad lo está poniendo en bandeja de plata. Nos encontramos, aparentemente, a las puertas de una nueva revolución industrial que podría dejar abierta la puerta a una disminución notable del tiempo de trabajo, un aumento del tiempo libre y a la posibilidad de que los humanos nos desprendamos de las labores más duras y menos gratificantes intelectualmente. Cuando esa posibilidad se ha planteado en el cine, ha sido en su vertiente distópica, como en el caso de la película de animación de Pixar Wall-E, donde se viene a sostener que, si el ser humano erradica una parte importante de los puestos de trabajo sustituyéndolos por robots, nos encontraremos ante una existencia carente de sentido, dedicándonos a quehaceres aparentemente insustanciales. En esencia, a lo que se han dedicado siempre las clases adineradas: tener capacidad para disponer del tiempo a su antojo.
Llama doblemente la atención esa falta de capacidad de imaginar otra cotidianidad cuando la realidad lo está poniendo en bandeja de plata
Sorprende también que no se lleve a cabo ese ejercicio de imaginación política en un momento en el que se está potenciando nuestra imaginación mediante el constante descubrimiento de exoplanetas. Somos capaces de imaginar extrañas civilizaciones con una capacidad tecnológica ultradesarrollada, pero no de concebir la cotidianeidad de unas sociedades regidas por la solidaridad en lugar del egoísmo y en las que, como decía Kevin Spacey en K-Pax, la guerra y la miseria sean inexistentes.
El arquitecto Douglas Murphy, en Last Futures, plantea que esta incapacidad para imaginar otros mundos es consecuencia directa del proceso neoliberal. Un proceso ideológico por el que hemos llegado a aceptar ampliamente que de nada vale imaginar una transformación política que nunca va a llegar. En el terreno de la arquitectura, como sostiene Murphy, el rechazo a las visiones igualitarias del futuro, compaginado con el auge del individualismo, conllevó una reacción estética y política que tuvo por fin obliterar el potencial de la arquitectura para ser percibida como una herramienta de cambio.
Esta negación del cambio y de la posibilidad de imaginar queda perfectamente retratada en La gran apuesta, cuyo oscarizado director y guionista ha mostrado públicamente simpatía por Bernie Sanders. Durante escasos 20 segundos se plantea una salida alternativa a la crisis económica para rápidamente ridiculizarla y tacharla de imposible. El “no hay alternativa” ha calado profundamente, incluso entre los intelectuales progresistas.
Para pensar el día después parece que tenemos, esencialmente, dos estrategias. La primera consiste en apelar al imaginario socialdemócrata de los estados sociales de la segunda posguerra mundial y, especialmente, del norte de Europa. Películas como We Are the Best! han optado por ello retratando amablemente la cotidianidad en la Suecia de Olof Palme. Esta apelación a los modelos del norte de Europa o al estado social de la segunda posguerra mundial puede ser sumamente útil en tanto remite a una imagen fácilmente reconocible de una alternativa económica más igualitaria y a un pasado reciente de bienestar compartido en gran parte de los estados occidentales. No obstante, esta apelación a los modelos sociales del norte de Europa tiene un efecto negativo, al transmitirse, en primer lugar, que los proyectos sociales de la segunda posguerra mundial son un horizonte insuperable, y, segundo lugar, al apelarse a una suerte de pasado idílico al que, por otra parte, es imposible volver debido a que está basado en la explotación de la periferia del sistema-mundo y el crecimiento económico constante.
La segunda estrategia pasa por pensar en la creación de nuevos imaginarios que apelen directamente al futuro. Necesariamente, ese nuevo imaginario tendrá que remitirse a aspectos reconocibles de nuestro pasado cercano y a una intensificación del presente. Requiere una combinación de aspectos novedosos con la conservación y ensanchamiento de los logros del pasado.
Es importante que nuestros cineastas tomen buena nota de las palabras del Presidente del Comité de Actividades Antiestadounidenses y utilicen el cine como una herramienta de transformación social. Ya tenemos un buen número de blockbusters destituyentes. Ahora necesitamos blockbusters constituyentes. Esperamos poder ver en el futuro a héroes como el villano de El caballero oscuro devolviendo el poder al pueblo y construyendo una democracia en escenarios tan reconocibles como Manhattan. Pocas cosas son más emocionantes en la gran pantalla que ver proyectos colectivos de lucha contra la opresión y de consolidación de un nuevo sistema que rija nuestras vidas.
Diego González Cadenas es investigador en Derecho Constitucional.
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Diego González Cadenas
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