HISTORIA DE LAS SERIES
Esa caja no es tan tonta
Tere Vilas 3/10/2016
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Aunque las primeras producciones televisivas originales tuvieron lugar en 1937, cuando llegó The Underground Murder Mystery, las dos revoluciones con nombre propio en la historia de la televisión, al menos según el crítico Toni de la Torre (Barcelona, 1981), son muy recientes: la revolución HBO y la revolución Netflix.
“A las puertas del cambio de siglo la cadena por cable HBO apostó por formatos con temáticas que los canales tradicionales estadounidenses no se podían permitir. El sexo, la violencia, los personajes complejos que aparecen en Los Soprano (1999) o The Wire (2002) calaron en esa audiencia inferior que al pagar una suscripción garantizaba la continuidad de la filosofía que estaban instaurando. En la actualidad resultaría económicamente inviable”, señala el experto en series Toni de la Torre. “Juego de tronos (2011) se ha coronado como el gran logro reciente de HBO porque ha sumado prestigio y éxito entre el público, un elevado volumen de seguidores. Pero ahora el dilema de la directiva consiste en encontrar una sucesora para hacer frente a la competencia de su principal opositor, Netflix”.
Tomadas de la radio, las comedias de situación sufren hoy un estado de desgaste
De la Torre acaba de publicar Historia de las series (Roca Editorial), una guía que recorre la evolución de las ficciones para la pequeña pantalla desde sus inicios en las décadas de 1920 y 1930 hasta la irrupción de plataformas de vídeo como Netflix y Amazon. La primera ha alcanzado este año los 81 millones de suscriptores en todo el mundo. “La revolución de la visualización vía streaming surge a raíz de la senda abierta por HBO y, además, se sirve de herramientas que solamente puede proporcionar el consumo por Internet”. House of Cards (2013), sin ir más lejos.
No nació con Netflix, sino en 1990 cuando la BBC adaptó la novela de Michael Dobbs que se desarrollaba en el Parlamento británico. Sin embargo, a la hora de actualizar y ajustar el formato, la empresa creada en Estados Unidos en 1997 analizó el comportamiento y los datos masivos de sus seguidores (los Big Data) para estudiar sus gustos y hábitos. De ese modo determinaron, por ejemplo, que la dirección de David Fincher seduciría a los usuarios y que Kevin Spacey era el actor que encajaba perfectamente en lo que esperarían para el personaje de Frank Underwood”, sostiene el crítico y profesor de guion en la Universidad de Barcelona.
Después de más de 11 años conjugando trabajo y pasión, y dedicando entre cuatro y cinco horas diarias a visionar títulos de lo más variado, De la Torre considera que el futuro de las series no está en absoluto claro. “Se ha demostrado que la fórmula Netflix no es infalible. En estos momentos la apuesta The Get Down (2016) no ha tenido la misma repercusión aunque se debe a un proceso similar. Habrá que ver hasta qué punto las series elaboradas a la carta superan o se disputan esa convivencia con la televisión de toda la vida”.
¿Qué ha pasado con las sitcoms?
Esa sería la siguiente pregunta a la que tendríamos que responder. Hace 15 años Friends (1994) gozaba de una buenísima salud, labrada en parte gracias a la receta de comedias de situación anteriores como Taxi (1978), Cheers (1982), Seinfeld (1989), Wings (1990) o Frasier (1993): el maridaje perfecto de un reparto coral y diálogos cargados de humor. Sin embargo, a los pocos minutos de que finalizase la ceremonia de la 68ª edición de los Emmy todos los titulares destacaban que Juego de tronos había puesto fin a 12 años de reinado de Frasier como la serie más premiada de la historia al obtener un galardón más, 38.
No solo se trataba de dar libertad creativa al autor, sino de convertirlo en marca
“Tomadas de los seriales radiofónicos, hoy en día las comedias de situación sufren un estado de desgaste”, asegura Toni de la Torre. “The Big Bang Theory (2007) y Cómo conocí a vuestra madre (2005) provienen de una forma de programar en los años 80 que aprovechaba la predisposición de la audiencia. Los programadores de televisión, la figura estrella de aquella época, explotaron la fama de Cheers para crear bloques de 3 o 4 sitcoms seguidas y el efecto arrastre permitía que se alternasen series que ya funcionaban con nuevas propuestas. Empleando esa técnica, la noche de los jueves de la NBC en la temporada 94-95 fue imbatible”.
Solamente en un contexto tan prolífico puede entenderse la huelga de guionistas, parte implicada que reivindicaba su trozo del pastel, de 1988. Se prolongó durante 153 días, 53 más que la huelga del sindicato de 2007-2008, aunque sus fundamentos, apunta De la Torre, guardan parecido. “La comercialización de las series en VHS desató las exigencias de los creativos porque los estudios se negaban a compartir los beneficios. Luego incluyeron demandas relacionadas con la toma de decisiones artísticas, pero esa motivación económica se repitió como detonante en el caso de la última huelga. En 2007 los dos sindicatos que representan a los escritores de cine, televisión y radio en Estados Unidos (WGAE y WGAW) iniciaron la protesta para reclamar un porcentaje de las ganancias que se obtenían a través de las emisiones online. Esta medida de presión supuso un golpe funesto para la ficción. Las cadenas reaccionaron ante el pulso con despidos, cancelaciones de temporadas y proyectos y recondujeron su programación hacia una mayor presencia de los reality shows”.
Un avión, humo negro y osos polares. Con estos elementos (y alguno que otro más) Lost (2004) entró en el Olimpo de las series de autor y J. J. Abrams estampó su firma y su sello en un hecho sin precedentes. “De nuevo”, indica Toni de la Torre, “entramos en la filosofía HBO. No solo se trataba de dar libertad creativa al autor, sino de convertirlo en marca, por eso sabemos que The Wire es obra de David Simon y Los Soprano, de David Chase. Pero lo realmente interesante se produce fuera del cable, en la cadena ABC, cuando se estrena LOST y J. J. Abrams es lo suficientemente inteligente como para erigirse como el hombre detrás del fenómeno. Un fenómeno que, a diferencia de aquellas dos series minoritarias, se vuelve global y populariza el término showrunner, la persona sobre la que se asienta una marca, algo a lo que ya estábamos acostumbrados en el cine”.
Si preguntásemos a un espectador de Dallas cómo se llama su autor se quedaría mirándonos sin saber qué decir
Como aclara en Historia de las series, la tradición viene de atrás. “Steven Bochco funda las bases de las ficciones como las conocemos hoy con Canción triste de Hill Street (1981), en la que trabaja con una independencia inusual, pasando por encima de productores y programadores. Es el padre de los creadores, los dota de visibilidad, y los que llegan después prosiguen su labor como alumnos aventajados: David Lynch y Mark Frost en Twin Peaks (1990) o Vince Gilligan en Breaking Bad (2008). Posiblemente si le preguntásemos a cualquier espectador de Dallas (1978) cómo se llama su autor se quedaría mirándonos sin saber qué decir”, bromea el crítico de series.
El recorrido por la evolución de las ficciones en la pequeña pantalla que plantea en este trabajo historiográfico tiene reservadas grandes sorpresas para seriéfilos y espectadores al uso. De la Torre concluye que el género más televisivo es el drama médico, a partir de títulos como Urgencias (1994) o House (2004). Y hablando de títulos: si en las líneas anteriores no hemos mencionado ninguna de sus series predilectas, anótelas para la próxima ocasión.
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