Parirnos con cada amor
Volvemos a nacer con cada querer y con cada ruptura, cada vez que cambiamos para adaptarnos a la gente que nos rodea. El reto es inasumible sin feminismo
Andrea Momoitio (Píkara Magazine) 6/08/2017
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Lanzó la pregunta con cuidado. Quizá, consciente de lo que podría generar en muchas de nosotras: “¿Cuántas veces han vuelto a partir su cuerpo? ¿Cuántas veces han vuelto a nacer?”. Mi cabeza me llevó rápido a un kilómetro que desconozco cerca de Zaragoza, a la madrugada en la que me desperté con los golpes de la furgoneta en la que viajaba contra la mediana. Sentí entonces por primera vez la fragilidad de mi cuerpo. Me acordé también de alguna noche, una de las muchas en las que podría no haber visto amanecer y, sin embargo, llegué al nuevo día solo con dolor de cabeza.
Ella era mucho más fuerte que yo y estaba mucho menos enamorada de mí que yo de ella. La rebeldía con la que me reconocían en mi casa se evaporó entonces
Fueron sólo unos segundos de recuerdos atormentados porque su pregunta rápidamente me llevó a recorrer todos mis amores. “Enamorarte y dejar de hacerlo, Andrea, eso sí que han sido tus partos”, pensé justo después. El taller de Daniel Coleman Chávez, en las jornadas translesbofeministas que se celebraron el mes pasado en San Cristóbal de las Casas (Chiapas), continuó promoviendo la escucha activa entre compañeras. La mía era Arantza. Ya nos conocíamos. De no ser así seguro que hubiese mentido durante el ejercicio hablando de cómo mi cuerpo se conectaba con las emociones con las que cabía suponer que lo haría. Ella me dio confianza para hablar de lo difíciles que son para mí los espacios así y me devolvió una imagen de mí que no corresponde con la propia. Me gustó más. Creamos el clima que necesitaba para que pudiera hablarle de cómo el amor me ha moldeado. Hoy, casi un mes después de la conversación, la idea de moldearme con el amor sigue rondando mi cabeza. Aquí dentro de poco sirve, así que decido buscar las palabras precisas para que pueda escaparse.
Mi primer amor fue adolescente. No sólo coincidió con esa etapa de mi vida sino que se produjo con las mismas características: rabia, rebeldía, ansia, ánimo de eternidad, palabras mentirosas, emociones a flor de piel. Ella era mucho más fuerte que yo y estaba mucho menos enamorada de mí que yo de ella. Cuántas horas estuve en la parada del autobús esperando a que llegase. La rebeldía con la que me reconocían en mi casa se evaporó entonces. Vinieron luego nuevos amores, en los que nunca creí, ante los que no me expuse y los que permitieron que volviera a mostrarme con esa seguridad en mí misma que me había definido en otros momentos.
En la oscuridad de un bar de mala muerte apareció quien me hizo creer que podría protagonizar un amor de película. La relación se movió entre la ciencia ficción, el surrealismo, el cine gore y el de terror. Apenas tuvo tintes de comedia romántica. Volví a parirme para esconderme ante una personalidad arrolladora, que cumplió con lo que se esperaba de ella. La timidez me agarró con firmeza y todavía hoy, años después, intento deshacerme de ella. Digo por ahí que soy extímida para dar cabida a todos los momentos en los me asaltan las ganas de esconderme detrás de cualquier árbol.
Tuve que volver a nacer para huir y en aquella huida me encontré con quien vio en mí una fortaleza que yo no reconocía, un atractivo que jamás sentí, un sentido del humor que nunca me hubiese atribuido, una inteligencia con la que hacía mucho que no conectaba.
Hoy, trato de construir un método que me sirva para querer bien. Una forma de hacerlo que se sustente en un profundo y absoluto respeto por la persona de la que me he enamorado
Volví a parirme para aprender a amar. Fue de verdad todo aquello..., pero yo no me manejo bien en la honestidad pura. Expuesta y rabiosa al cargar con unos aprendizajes que me habían hecho mejor persona, pero que yo no reconocía; más adulta y responsable, sin haberme dado cuenta de cómo había llegado hasta allí, aprendí a comunicarme para decir adiós. Ese amor me enseñó tanto, que creí que tendría que sacudirme fuerte para volver a ser yo. No tardé en darme cuenta de que ya no existía un lugar al que volver, que nada volvería a ser lo mismo nunca y quise experimentar con mi versión más irracional para querer entre palabras a una mujer que me devolvió el mismo cariño que da un diccionario. Una vez más continúo mi camino alimentando amores que no eran merecedores de ese nombre. A muchos se les queda corto. Para otros, la palabra era demasiado larga. Pienso ahora por primera vez que resulta increíble cómo tan solo cuatro letras pueden significar tanto. Quizá Lorca hablaba del amor y no de la vida.
Volvemos a nacer con cada amor y con cada ruptura. Volvemos a parirnos cada vez que cambiamos para adaptarnos a la gente que nos rodea. Volvemos a parirnos para partir y para gustar. Intento encontrar atributos de mí que me hayan acompañado a lo largo de mi vida, adjetivos que puedan definirme y no encuentro ninguno. Me encantaría poder creer que nunca he perdido la rebeldía, pero me recuerdo frágil, vulnerable, invisibilizada, sometida. Ahora, si atiendo a la memoria histórica de mi cuerpo, vuelvo a sentirme una desconocida. Creo que ninguna de las personas que me han querido hasta ahora me reconocería en las palabras que elijo hoy para mi forma de querer a Z.: atenta, cuidadora, comprensiva, comunicada y comunicante, paciente.
Miro para atrás tratando de comprender algunos de los aprendizajes que me han traído aquí. Sea como sea, hoy, trato de construir un método que me sirva para querer bien. Una forma de hacerlo que se sustente en un profundo y absoluto respeto por la persona de la que me he enamorado. Las líneas rojas están más presentes que nunca en mi vida y miro con asombro las faltas de respeto que encuentro en parejas de mi entorno y que, por nada del mundo, quiero de nuevo para mí. Ya he tolerado muchas. “Ni una más, Andrea, ni una más”, me prometo. Querer bien no es nada fácil. Tenemos que lograr construir una manera de amar en la que podamos exprimir cómo nos sentimos al enamorarnos, pero que reconozca con el mismo valor el amor a las amigas, a la vida, a nuestras vecinas; que reconozca nuestras inseguridades y miedos, pero que nos explique que querer es un aprendizaje más en la vida, que nadie nace aprendiendo a amar y que intentar hacer el amor es tan orgásmico como hacerlo; que permita los errores, pero exija disculpas; que se mueva entre la cabeza y el corazón, para construir formas de amar en las que quepa ir al supermercado y leer poesía en un parque, los días grises y los arcoiris, que reconozcan los altibajos, que sienten bases sólidas para amores que no tienen que ser eternos, ni siquiera demasiado duraderos, pero sí merecedores de ese nombre.
En ello estamos. El reto es inasumible sin feminismo, la teoría del pensamiento que más ha pensado, valga la redundancia, sobre el amor para tratar de alcanzarlo sin tantos riesgos. Las consecuencias de no hacerlo han puesto sobre la mesa un pacto de Estado.
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Andrea Momoitio (Píkara Magazine)
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