Tribuna
El machismo no solo asesina
La muerte de mujeres es la punta del iceberg de la dominación masculina
Bonifacio de la Cuadra 10/12/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
---------------------------------
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
Donación libre:
---------------------------------
La llamada violencia de género se vincula exageradamente con los asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas sentimentales. Es más: la reacción social y política contra la violencia de género --capaz de originar incluso la unanimidad de nuestro actual Parlamento-- responde al aumento de asesinatos de mujeres, con todo su acompañamiento de tragedia familiar, de modo que si la práctica de ese fenómeno aberrante de la dominación masculina se produjera sin asesinatos, descendería de modo notable la repulsa pública y no sabemos si incluso desaparecería, como vino ocurriendo cuando apenas había asesinatos. Con asesinatos y todo, en las encuestas del CIS el maltrato de género no figura entre las preocupaciones principales de los españoles.
Por supuesto que la muerte de mujeres a manos de sus maridos, exmaridos o examados, o el mero riesgo de que pueda ocurrir, exige --como siempre que se suprime violentamente una vida humana-- una respuesta adecuada. La respuesta penal es imprescindible. Pero es preciso tener en cuenta el difícil abordaje de este delito y los problemas que entraña una infracción penal en la que se mezclan sentimientos, se producen cambios de criterio acusatorio, retirada a veces de la denuncia, penuria familiar si el acusado permanece en la cárcel, situación de los hijos comunes...
El fondo del problema tiene su origen en la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer y en la injusta situación femenina frente a la dominación masculina
La consideración de delito público, de modo que ya no es imprescindible la acusación de la víctima para que se persiga penalmente al supuesto delincuente, facilita el proceso, pero no resuelve el fondo del problema, que tiene su origen en la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer y en la injusta situación femenina frente a la dominación masculina. Hay condenados con una concepción muy particular de su delito. La actual alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, contaba, cuando era jueza de vigilancia penitenciaria, que un recluso le manifestó en la cárcel: “Yo he matado a mi mujer, pero no soy ningún delincuente”.
Sin necesidad de que el macho mate o amenace de muerte a su pareja, lo que está en juego en nuestra sociedad, que se sigue denominando democrática, es la terrible desigualdad femenina frente a los varones. Es cierto que algo se ha avanzado desde cuando las mujeres estaban excluidas del derecho a votar, del ejercicio de determinadas profesiones --incluida la judicatura--, de la disponibilidad sobre su propio dinero... Pero la mujer continúa cobrando menos que el hombre por idéntico trabajo, padece la falta de conciliación igualitaria de la vida laboral y familiar, tiene una mínima presencia en los órganos de dirección de las empresas, la Iglesia católica sigue excluyéndola del sacerdocio, es exageradamente minoritaria en la Real Academia de la Lengua, prácticamente no existe como pintora en los museos o exposiciones de arte...
Discriminación injustificada
Nada hay que justifique esta discriminación. Es conocido que en la Universidad, con similar número de alumnos de uno y otro sexo, las mujeres obtienen mejores calificaciones. La periodista especializada en ciencia Malén Ruiz de Elvira recogía hace unos años del experto estadounidense Richard Haier que “la ciencia muestra claramente que no existe diferencia en la inteligencia general entre el hombre y la mujer”. ¿A qué viene, pues, esa superioridad masculina, que desemboca en la violencia de género?
La filósofa Marisa Montero García-Celay publicó en la revista Trasversales, en enero de 2008, Algunas claves explicativas de la violencia de género. Partía de que Rousseau estableció que “el destino natural de las mujeres es servir al hombre y a sus hijos”, que el padre es “el cabeza de familia” destinado a moverse en el ámbito público, “mientras que las mujeres y los hijos quedan bajo su tutela en el espacio doméstico”. De ahí deducía Montero una estrategia del sistema patriarcal: “El capitalismo necesita de un 'alguien' que se quede en casa para las tareas domésticas y de cuidado sin ningún coste para el sistema. ¡Qué abuso del tiempo y de la vida de las mujeres!”.
Añade Montero que la violencia de género aparece cuando, tras las conquistas del siglo XX --sufragio femenino, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, leyes tendentes a la igualdad de sexos--, el patriarcado tiende a perpetuarse, ayudado por instituciones como la familia --que asigna tareas en el ámbito doméstico--, la Iglesia --con su visión de la mujer, sometida a la obediencia al varón a consecuencia de su “inferioridad natural”-- y la escuela --transmisora del patriarcado y en la que todos los grandes nombres que se estudian en la historia, la literatura, el arte y la ciencia son hombres--. Los movimientos feministas a favor del cambio ni siquiera se mencionan.
Pero es la cierta resistencia femenina a ese patriarcado lo que agrava la violencia de género. Porque resulta más eficaz atacar el origen del fenómeno que esperar al desenlace criminal. Según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), en el contexto de la pareja, el tiempo que transcurre desde que se produce la primera agresión física hasta que ésta se denuncia es de aproximadamente seis años. Durante ese largo periodo de tiempo --resalta Montero-- “las mujeres sufren las agresiones en silencio”. Según el testimonio que recoge de Marie-France Hirigoyen en El acoso moral, la víctima declara: “Cuando me insulta es como si me moliera a palos. Me deja hecha polvo, enferma físicamente, K.O”.
Así pues, la violencia de género “no se reduce a actos de agresión física”, explica Montero. La Declaración de Naciones Unidas de 1993 detalla la significación de la violencia de género: “Todo acto de violencia, basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”.
El desorden que supone para el macho la resistencia de su víctima es lo que altera el apacible (¡para él!) proceso de dominación masculina
Contra la resistencia femenina, asesinato
Lo que de ningún modo debe pensarse es que cuando aumentan los asesinatos machistas es cuando se acentúa la violencia de género. Suele ocurrir que la mujer opone finalmente resistencia, se rebela y denuncia o pide el divorcio. Pero no es ese el momento de mayor dominación masculina, sino el de respuesta del macho a la incipiente resistencia de la mujer. De hecho, concluye a veces con el ulterior suicidio del agresor, que no se produciría si su pareja femenina aguantara sin rebelarse. El desorden que supone para el macho la resistencia de su víctima es lo que altera el apacible (¡para él!) proceso de dominación masculina y lo que le impulsa al asesinato.
Por eso, desde la policía, la fiscalía y la judicatura, la denuncia contra el dominador --que nada se parece a una acusación de robo o ataque contra un delincuente ajeno a la familia-- debe mimarse y tramitarse con el máximo interés. Lo ideal es la actuación de las autoridades --con la ayuda de vecinos, amigos o familiares-- desde el primer momento que aparece la actitud dominadora y machista. Pero dado que la colaboración ciudadana es muy difícil entonces y que la propia víctima tarda en llegar a la conclusión de que debe denunciar a su examado, al menos que, llegado ese momento, cuente con la máxima atención de las autoridades, a las que el Estado debe proporcionar suficientes medios materiales y humanos.
En cuanto a la prevención, deben cumplirse con esmero los mandatos educativos que resalta la propia Ley Orgánica Integral contra la Violencia de Género, de 2004, de modo que desde la escuela o el instituto se fomente el respeto a la igualdad de sexos. Así como que se erradique la tendencia de multitud de jovencitos y jovencitas a que el machito ejerza el control sobre ella y su vida privada a través del móvil o las claves de las redes sociales, sistema de dominación vendido por él y comprado por ella como una prueba de amor...
Luchar democráticamente contra la violencia de género exige permanecer activos sin esperar a las situaciones dramáticas. El forense Miguel Lorente, exdelegado gubernamental contra la violencia de género y autor del libro Mi marido me pega lo normal, señala entre las causas habituales del maltrato del hombre a la mujer “no tener preparada la comida”, “llevarle la contraria”, “no estar en casa cuando él llegó o llamó”, “quitarle la autoridad ante los hijos u otras personas”, y como objetivo del maltrato, “mantener la autoridad y lograr que ella esté sometida y controlada”.
Las gracietas o el humor machista representan muy bien ese dominio. Me impresionó en 1990 que un ministro de Justicia socialista, Enrique Múgica, tras la solemne apertura del año judicial, ante la conveniencia señalada por Cristina Alberdi, única mujer en aquel CGPJ, de que en el siguiente hubiera más mujeres, preguntó: “¿Pero han hecho cocinas en el nuevo edificio del Consejo?”. Y se ha avanzado poco. Son recientes las afirmaciones conocidas de David Pérez, alcalde del PP en Alcorcón (Madrid), que consideraba “muy sorprendente”, en pleno siglo XXI, “ese feminismo rancio, radical, totalitario vigente, incluso influyendo en las legislaciones y marcando en muchas ocasiones la agenda política”. El edil, que se proclamó rodeado de mujeres en su ayuntamiento, calificó a las feministas de “mujeres frustradas, mujeres amargadas, mujeres rabiosas, mujeres fracasadas como personas”.
Es curioso cómo describen las mujeres los pequeños avances hacia la igualdad en materia doméstica cuando afirman que el hombre “ayuda” o “colabora”. Con cierta ironía, una mujer confesó en televisión: “Mi marido y yo tenemos el trabajo repartido; él deshace la cama y yo la hago, él come y yo hago la comida”. En conclusión: no es el machismo asesino el único patológico en una democracia cuya Constitución consagra que no puede “prevalecer discriminación alguna por razón de (…) sexo”. El origen de todo machismo, tanto el asesino como el consentido y silencioso, es el modelo patriarcal de familia nucleado en torno a un matrimonio sacramental y procreativo que une a ambos cónyuges, como predica la Iglesia y aplican los maltratadores, “¡hasta que la muerte los separe!”.
---------------------------------
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí