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RESUMEN: Fracasada la moción de censura contra el Alcalde de Nazaria por la inesperada ausencia del concejal Manuel Pérez de la Malta, la ciudad es una inmensa pregunta. El periodista Antonio Castromil no acierta a aventurar ninguna hipótesis. La esposa del concejal ha regresado precipitadamente de la playa, donde se encontraba con sus dos hijas desde la víspera. La policía no parece haber encontrado datos de interés en la inspección de su casa. En la sede del Partido Popular, don Juan Antonio del Mármol, el asesor de Urbanismo cuyo mantenimiento en el cargo pese a su implicación en los papeles de Panamá y en la Lista Falciani fue el detonante de la moción de censura, desvela al Alcalde José Sebastián Hurtado, que había intentado persuadir al concejal para no votar a favor de la moción de censura.
Cuatro de julio, martes. Nuestra rutina ha llenado a primera hora de la mañana la circunvalación de coches con dirección a los polígonos industriales del norte, a los comercios del centro, a las cafeterías, a los despachos, a los almacenes. Escuchamos la radio, que hoy habla de nosotros. Los pájaros del verano apuran en los árboles de las plazas el último aire fresco que todavía queda de la madrugada. Da la impresión de que la noticia va a saltar en cualquier momento, pero de momento sólo vamos sabiendo que el candidato fallido, Francisco Teruel, ha exigido una investigación urgente con todos los medios que sean necesarios para esclarecer un asunto tan grave, y que el Alcalde, José Sebastián, pide cautela frente a los infundados rumores que se han extendido por la ciudad y respeto por la angustiosa situación de la familia del concejal. A algunos, nuestro itinerario nos ha permitido pasar por la plaza del Ayuntamiento en el mismo momento en que el Alcalde de siempre ha llegado en el Audi oficial y se ha abierto camino entre el numeroso grupo de reporteros.
Entre ellos, aunque algo apartado, está Antonio Castromil. Su columna de los martes la ha titulado “El concejal extraviado”, y a las nueve de la mañana ya había recibido más de mil visitantes. Nos ha parecido que, sin decirlo, está queriendo sugerir que su desaparición tiene que ver con una volubilidad de criterio político y personal. Pero nada más. Ni siquiera dice eso de “todas las hipótesis están abiertas”, que es la manera que tienen los periodistas de que pensemos en lo peor que pueda ocurrírsenos. Así que hemos pensado en una espantada. Castromil no habla de su desaparición, sino de su personalidad. Y si Castromil no sabe nada más, es que no sabemos nada más. Está ahí, merodeando en la plaza del Ayuntamiento y fumando. Habla por teléfono con un inspector de policía jubilado, Salvador Susaeta. Le pregunta si es posible conocer las llamadas entrantes y salientes de un número de teléfono y su localización durante los últimos días, aunque no se disponga del terminal.
-Con autorización judicial no hay ningún problema.
-No te pongas a la defensiva, Salvador, te estaba preguntando sólo si es técnicamente posible.
-Claro que sí. Se hace a diario.
-Pues entonces ya lo saben.
-Tendrían que haberse abierto diligencias por delito grave, y de momento no lo creo.
-Te digo yo que lo saben. ¿Qué Juzgado estaba ayer de guardia?
-Yo qué sé, Antonio, yo ya estoy jubilado. El Fiscal Jefe siempre está de guardia…
-Este es mi Salvador. Gracias. Y no te pierdas ni te quedes sin batería.
Ya lo saben, y tienen las diligencias declaradas secretas. Con toda seguridad. Ya saben con quién contactó ayer por la mañana, y ya saben hacia dónde se dirigió al salir de su casa. Y si no han dado con él, o si no dicen que han dado con él, es que la cosa es seria, piensa Castromil, camino de Fiscalía. Nada más verle la cara al Fiscal Marcelino Pereda sabrá si es cáncer o escayola. Sube a la primera planta del antiguo Banco reconvertido en Fiscalía que, pese a sus rótulos, tiene aún más aire de transacciones monetarias que de escritos de acusación. Lo saludan las funcionarias como si fuera de la casa. El Fiscal está reunido. El Fiscal está reunido con otros fiscales. La jefa del gabinete de prensa sí está en su despacho. Castromil sube a la segunda planta, y encuentra a Rosa María Sampedro hablando por teléfono. De un gesto con la mano le dice que pase y que cierre la puerta. Rosa María está hablando con una reportera de La Razón en Sevilla y le insiste en que no tienen ninguna novedad.
-¿Por qué le mientes? -le pregunta Antonio Castromil cuando cuelga.
-¿Por qué crees que es mentira?, le contesta Rosa María, que es de Lugo.
-Porque ya sabéis todo lo que un teléfono puede contar. Sólo quiero que me confirmes una cosa.
-Pregunta.
-Que está vivo y en Nazaria.
-No sabemos si está vivo ni dónde está, Antonio.
-Luego está muerto.
-No tenemos ni idea.
-Más claro todavía, entonces. Está muerto.
Como si las cosas fueran verdad no por haber sucedido, sino por haber sido dichas por Antonio Castromil, suena el teléfono y Rosa María Sampedro cambia el gesto de la cara. No dice nada y cuelga. Mira al periodista. Parece dudar un instante.
-Esto sí puedo decírtelo, porque en un minuto lo va a saber toda Nazaria. Acaban de encontrar un cadáver con chaqueta y corbata en el río Genil.
-¿Quién lo ha encontrado?
-Un tipo haciendo footing.
-Ya no se dice así, Rosa. ¿Dónde ha sido?
- Más allá de Cenes del Genil, casi en Pinos de la Vega.
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Una noticia así corre primero a la velocidad de los bytes por la fibra óptica y luego a la velocidad del sonido a través de las ondas. Tenemos una noticia de última hora desde Nazaria. La policía investiga si un cadáver hallado en el río Genil se corresponde con el cuerpo del concejal Don Manuel Pérez de la Malta. Los detalles viajan más lentos y confusos, como una furgoneta de Atestados por la carretera de la Sierra. Alguien alude a la indumentaria, otros creen oír un helicóptero, todos dan por muerto al concejal, la mayoría imagina un tiro en la nuca, y aparecen ya las primeras condenas de los sospechosos en esquinas, teléfonos y cafeterías. Casi nadie se ha preguntado todavía por el lugar exacto donde ha sido hallado, y si juntáramos las imágenes que cada uno de nosotros se ha representado, todo el curso del río Genil estaría repleto de cadáveres. Dos agentes de la Policía Nacional acuden a casa de Teresa Aranda. Cuando llegan, la encuentran vestida de calle dando instrucciones a quien parece ser una empleada de hogar. Los niños están todavía durmiendo. Teresa se introduce en el coche de la Policía y al cerrar la puerta no puede evitar un sollozo. Va a ser un momento muy duro, le previenen los agentes. Ella sabe, antes de verlo, que va a identificar el cuerpo de su marido, pero se agarra a la ficción de un final feliz de alivio que desvíe la desgracia hacia otra familia, porque nadie puede morir así, sin merecerlo, sin síntomas ni explicaciones.
Pasan Cenes del Genil, camino de la sierra, y llegan a una curva con precintos, coches con sirena y una agitación ordenada y severa de gentes que saben lo que hacen. Teresa Aranda quiere estar serena en el momento en que se encuentre con el último instante de la vida de su marido, aunque su marido lo hubiese vivido muchas horas antes. Un secretario judicial ha levantado ya acta y la policía está haciendo fotografías. Los agentes acompañan a Teresa, la ayudan a bajar por el terraplén entre pinos y silencio sobre el rumor del río. En la terrible escena, Teresa es capaz de poner un punto de belleza con su vestido rojo, su pelo negro y sus movimientos ágiles. Teresa no dice “es él”, sino que rompe a llorar. Es él. Se muere también la última esperanza. Le piden que no lo toque. Ya está preparado el equipo para trasladarlo al Instituto Médico Forense, donde le practicarán la autopsia. A primera vista no hay impactos de disparo. Lleva el casco puesto. La moto, una Honda SH 125, ha sido encontrada a una veintena de metros más allá, en la ladera. Un inspector hace a Teresa unas preguntas que ella no sabe contestar: ¿hacia dónde podría dirigirse su marido? ¿Sabe usted si recorre con frecuencia este trayecto?
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Mientras, nosotros ya nos hemos enterado de que el concejal ha sido asesinado, aunque nos digan que hay que esperar al resultado de la autopsia. Baltasar de la Oliva no puede esperar, y ya comparece ante los medios en la sala de prensa del Ayuntamiento, desde donde se retransmite en directo. Nos produce extrañeza que no sea Francisco Teruel, y pensamos que ha de ser porque se trate de un mensaje duro que requiera palabras con filo. El número dos socialista prueba el micrófono, carraspea, se aparta con la mano un mechón caído sobre sus gafas y compone un gesto de seriedad y determinación. Se hace silencio y comienza a leer una declaración. Da su más sentido pésame a la familia y compañeros de Don Manuel, proclama su respeto a las investigaciones policiales y judiciales que están por venir, pero enseguida empieza a golpear:
“Es muy difícil en estas circunstancias creer en las casualidades: lo cierto es que si alguien tenía interés en que Don Manuel no pudiera votar la moción de censura contra el Sr. Sebastián Hurtado, lo ha conseguido. No estoy acusando a nadie. Hoy es momento de llorar la pérdida de la vida de una persona, y no de entrar en otro tipo de debates. Con motivo de la preparación de la moción de censura he tenido la oportunidad de conocer mejor a Don Manuel y de valorar su decisión de ponerse del lado de la decencia sin calcular los costes políticos y despreciando ofertas que con toda probabilidad habrá recibido. Lamentablemente para él todo se ha acabado, y esto es lo más importante en el día de hoy. Pero el hoy forma parte del mañana, y como representante político, me veo en la obligación de constatar algo que es objetivo y no interpretable: que la continuidad de Don José Sebastián Hurtado en la alcaldía de la ciudad está, a partir de este momento, sustentada en el luctuoso suceso que acabamos de conocer, y del que iremos sabiendo detalles. Y desde aquí, con toda la gravedad del momento, reclamo al Alcalde que actúe en consecuencia. Tenga usted el gesto de dignidad que esta ciudad merece. Cada día que usted siga como Alcalde, estará aprovechándose de la muerte de Don Manuel Pérez de la Malta. Está usted a tiempo de remediarlo y de despejar todas las dudas. Señor Alcalde, en nombre del Grupo Socialista de la Corporación le pido la dimisión.
No mucho después Don José Sebastián sale del Ayuntamiento, y un enorme racimo de micrófonos se abalanza hacia él. Una periodista de Telecinco (porque ya han llegado a Nazaria unidades móviles de todas las grandes cadenas de televisión) le pregunta qué tiene que decir ante las duras palabras del portavoz socialista. Deleznable, deleznable, contesta el Alcalde. En mi pueblo, a quien aprovecha la muerte para sus intereses personales o partidistas, se le llama carroñero. El Sr. De la Oliva es un carroñero. Cambiaría cinco alcaldías por la vida de Don Manuel Malta si estuviera en mi mano, lo juro por la Virgen de las Angustias. Lo que sí está en nuestra mano es despedirlo con todos los honores. Y como Alcalde de Nazaria, convoco a todos los nazaríes a acudir masivamente a su entierro, esta tarde a las ocho y cuarto en el cementerio de San José.
*** *** ***
Teresa ya ha dicho a sus hijos que su padre se ha muerto. Pero se lo ha explicado de una manera tan a lo Walt Disney que se ha quedado con la sensación de que lo han oído como si les hubiese dicho que se ha ido de viaje por unos días. La menor tiene cinco años, y el mayor va a cumplir ocho, y ahora están en casa de los primos. Ella ha tomado un vaso de gazpacho y una rodaja de piña, y sin pensárselo dos veces ha ingerido los medicamentos que la Unidad de Apoyo Psicológico le ha aconsejado. Está sentada en el sofá. Ha visto el cuerpo de su marido blanco y sin alma, embadurnado de barro y briznas de hierba, con la nariz rota y la boca ensangrentada, y le han dicho que aparentemente es un accidente. Pero no puede evitar preguntarse hacia dónde iba o de dónde venía por esa carretera. Esa pregunta añade malos presagios al presagio de una vida cargando con el vacío del padre de sus hijos. ¿Dónde ibas, Manolo?
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La muerte es eso, piensa Antonio Castromil en su casa. Se ha servido un whisky con hielo para mitigar el sabor del tabaco excesivo. La muerte es un corte seco. Con razón la representan con la guadaña. Pero el guadañazo no se lo dan al cuerpo, sino a la vida. Zas, todas las líneas de la vida se quedan para siempre en el punto por el que ha pasado la secante. La eternidad en un punto. Y en silencio. “El caso -piensa Castromil, o quizás lo había leído en alguna parte- es que los muertos son imperturbables: no hablan, no pueden defenderse ni revelar sus secretos ni señalar a terceros”. Él, ahora, tiene dos posibilidades: o dedica la tarde a comprar una manguera de jardín para sustituir la que está picada y a esperar noticias como cualquiera de nosotros, o se entrega a algo que puede acabar obsesionándolo: el punto kilométrico 8’250 de la carretera hacia Pinos de la Vega, el punto exacto por el que pasó la guadaña. Es decir, la línea que desembocó en ese punto. Es decir -abrevia para sí- dónde coño iba vestido de chaqueta y corbata por la carretera de la sierra. Y la obsesión gana siempre a una manguera nueva de goma, por mucho charco que haga la antigua.
Llama a Salvador Susaeta, el inspector jubilado que desde que se jubiló le informa con menos prevenciones de los secretos policiales. Le dice que sólo le hace falta saber dos cosas muy simples: a qué hora dice el forense que se produjo la muerte, y si ese hombre iba o volvía.
-La hora ya la van diciendo por ahí, Antonio, parece mentira -le reprocha Susaeta-. Entre las 9 y las 10.30 de la mañana. Lo de ir o volver es una buena pregunta, así que merece la respuesta. Dame diez minutos.
Castromil sale de casa. Coge el coche y se dirige hacia la carretera de la sierra. En el extremo de la ciudad hacia la carretera de Cenes del Genil hay una gasolinera que regenta alguien que le debe algún favor. Aprovecha para repostar, estaciona el vehículo en un lateral y entra en el establecimiento para pagar. Pregunta al empleado si está el jefe. Sí, sí, Don Luis. Estamos de suerte, Don Luis está en su despacho. Dígale que soy Antonio Castromil. El empleado lo miró, como diciendo: “ya lo sé”. Antes de entrar en la puerta con el rótulo de “reservado”, Castromil mira un mensaje entrante de Susaeta en su móvil: Venía. Eso dicen los de atestados.
Es muy probable que Luis estuviese durmiendo. La televisión retransmite el Tour de Francia. Se levanta, se saludan. Castromil dice que va a pedirle un favor:
-Mientras no sea dinero, aquí me tienes -dice Luis.
-Me gustaría ver las grabaciones de la cámara de vigilancia.
Luis titubea. Sabe que la multa es cuantiosa.
-¿Te las ha pedido ya la policía? -pregunta Castromil.
-No, ¿por qué?
-Es por curiosidad. Sólo para saber si voy delante o detrás de ellos.
-¿Es muy importante para ti, Antonio? Mira que…
-Vamos a ver, Luis, es como si las miraras tú mismo. Si quieres las vemos juntos.
-Pero ¿qué buscas?
-Lo que te imaginas. Quiero comprobar a qué hora pasó el concejal por aquí. Me basta con la grabación de la cámara que enfoque a la carretera.
-Hay dos.
-Pues la que mire a Nazaria.
-¿Franja horaria?
-Entre las ocho y media y las diez y media, para empezar. De ayer, claro.
Luis abre un cajón, rebusca y le extiende un sobre con un DVD. Le dice que la tiene que mirar ahí, en el ordenador de su despacho. Luis sale fuera y lo deja solo.
Antonio Castromil va por delante de la policía. Sabe ya que el concejal salió de Nazaria a las 9h 38m de la mañana del día 3 de julio en su Honda SH-125, y que la guadaña lo alcanzó a 8 km. de Nazaria, no antes de las 9h.50 según sus cálculos, ni después de las 10h.30 según la autopsia. Por tanto, habría llegado tarde a la sesión del pleno para la moción de censura, pero a tiempo para la votación. Le da por recordar que a esa hora, mientras el concejal extraviado salía de la ciudad, él estaba ya en la plaza del Ayuntamiento, apostando con Julián García Guerra, el director local de Radio Nacional, sobre cuánto duraría el mandato de Paco Teruel. Mientras uno se muere, otros estamos hablando de política, se dice. Pero unas preguntas llevan a otras, y ahora lo que quiere saber es si en alguno de los bolsillos de la chaqueta o en el maletín de la moto llevaba un discurso escrito. Seguro que en eso la policía va por delante de él, a menos que fuesen de los que esperan la orden judicial de registro para abrir el maletero o revisar sus pertenencias personales. Que hay gente para todo, sobre todo en provincias.
Nosotros todavía estamos discutiendo sobre quién podría ser el asesino, porque no nos creíamos lo del accidente. Como dice De la Oliva, es muy difícil en estas circunstancias creer en las casualidades.
[…]
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Autor >
Miguel Pasquau Liaño
(Úbeda, 1959) Es magistrado, profesor de Derecho y novelista. Jurista de oficio y escritor por afición, ha firmado más de un centenar de artículos de prensa y es autor del blog 'Es peligroso asomarse'. http://www.migueldeesponera.blogspot.com/
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