Las encrucijadas de Paul Auster
El azar es la clave de la existencia y de la obra de este contador de historias que no cree, sin embargo, en la suerte a la hora de escribir
Isabel Camacho Bilbao , 13/09/2017
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¿Qué hubiera pasado si Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) no hubiera visto a los 13 o 14 años a un compañero de campamento caer fulminado por uno de los rayos que "danzaban como lanzas" en una excursión por el bosque?
¿O si su padre no hubiera muerto de manera repentina a los 66 años mientras hacía el amor dejándole un cajón de preguntas sin respuestas y una herencia que cambió su vida de escritor en 1979?
¿Y si una tarde sin presagios del 23 de febrero de 1981 no hubiera acudido al recital de poesía y hablado con aquella mujer que le sobrecogió por su belleza y de la que nunca ha vuelto a separarse? ¿"Mi querida Siri" (Hustvedt), su esposa, y escritora?
Ese “Y si”, "What if" -que menciona reiteradamente- es la clave de la existencia y de la obra del contador de historias que es Paul Auster. Una cadena de coincidencias improbables que se conjuran para que "lo inesperado" acontezca.
"Tenemos que enfrentarnos a lo inesperado porque el mundo está lleno de sucesos extraños. La realidad es mucho más misteriosa de lo que estamos dispuestos a creer", respondía Auster en 1987 en una entrevista recogida en su obra Experimentos con la verdad.
Tantos años después, la magia de lo fortuito sigue impregnando su narrativa. Con un bagaje literario repleto de éxitos y un reconocimiento internacional, Paul Auster sostiene que él es un escritor realista porque lo inesperado es parte de la realidad:
“Nuestras vidas están llenas de historias, pero solo en determinados momentos somos capaces de verlas o entenderlas. Hay que estar dispuesto a hallar el sentido de lo que te está ocurriendo”. Son palabras expresadas durante su reciente viaje a España (Madrid, Bilbao y Barcelona) para presentar su última novela 4321 (Seix Barral), de 957 páginas, tras siete años sin publicar ficción.
¿Paul Auster en Bilbao? No hay duda de que es la intervención del azar, de lo inesperado. Tenerlo delante, escuchar y mirar, sentirse como el Auster niño de 8 años al que solo le importaba el béisbol y su equipo, el New York Giants. Al que la casualidad, como tantas veces ocurriría en su vida, le puso delante a su ídolo, el jugador Willie Mays. Le pidió un autógrafo pero ninguno de los dos llevaba con qué escribir. Desde ese día, dice Auster que siempre guarda un bolígrafo en el bolsillo y que por eso se hizo escritor. Ahora es él el que firma autográfos en la primera página de su novela 4321.
Todo comenzó una mañana de hace casi cuatro años. Una taza de té, el periódico... Igual que otras mañanas. Pero, de repente, como si se tratara de una revelación, Auster se dio cuenta de que tenía una idea para su próxima novela. Así, de la nada, del gran espacio en blanco, emergieron las palabras, escribió el libro a ciegas, bailando a través de las frases, sin saber qué era lo siguiente que iba a suceder. "Existía dentro de mi pero yo no lo sabía", cuenta con su voz profunda y de inglés transparente.
Hace 27 años, en una entrevista, contó que para él escribir es un acto de supervivencia. Una imagen surge en su interior y poco después comienza a sentirse acorralado por ella, a ver que no tiene otra opción que abrazarla. A la pregunta de si había intentado descubrir la fuente de esos encuentros, respondió que no está demasiado interesado en rastrear el origen de sus ideas. Explica que no cree ni en la suerte ni en el azar a la hora de escribir. “Uno tiene que estar muy relajado para escribir bien, tiene que estar muy abierto, dispuesto a ir a lugares que pueden ser muy incómodos, incluso dolorosos. Las cosas inesperadas suceden, se te ocurren ideas que minutos antes ni siquiera pensabas. Esa es la aventura de escribir. Es una obsesión, una compulsión. Cuando escribes te adentras en nuevos mundos, te sientes más vivo. Un escritor siempre tiene que dar lo mejor de sí mismo. Cuando no trabajo soy un neurótico".
Pasó tres años y medio encerrado siete u ocho horas diarias jugando a crear su particular universo. Una mezcla de sufrimiento y gozo que solo abandonaba a última hora del día. Entonces, él, que trabaja en el piso inferior, y su esposa, Siri Huvstedt, que lo hace en el superior de la casa familiar de Brooklyn, se reunían, cenaban y tirados exhaustos en el sofá, a veces, veían una película antigua. "Terminaba agotado. Escribir es agotador. Cuando escribí la última frase (“Estaba casado con una mujer llamada Happy”), me levanté y caminé agarrado a la pared. Creía que me iba a caer", relata con una sonrisa.
El resultado es un viaje iniciático a través de la vida de Archibald Isaac Ferguson, un chico con cuatro vidas posibles. Cuatro historias, cuatro libros dentro de uno. Como en un juego de espejos que reflejara distintas versiones de una misma persona.
El estilo narrativo que utiliza para cada uno de ellos es distinto. También el mundo que contempla y construye.
Los cuatro Ferguson comparten genética: su padre, el comerciante Stanley, y su madre, la fotógrafa Rose. Viven en la misma época: la segunda mitad del siglo XX norteamericano. Pero sus personalidades y sus experiencias vitales difieren porque lo inesperado moldea sus vidas. Ferguson es un reportero en tiempos de la contracultura, un niño prodigio que muere pronto, un bohemio y un escritor en busca de su gran novela.
Sus vidas son diferentes porque todo suceso, por irrelevante que parezca, abre unas posibilidades y cierra otras. ¿Y si hubieras actuado de otra forma en un momento crucial de tu vida? Siempre la misma pregunta que, como un mantra, recita Auster.
Explora los límites del azar y las consecuencias de las decisiones que adoptamos. Aunque, paradójicamente, no le gusta este término para referirse a sus novelas. "No me considero un novelista del azar. En mis libros no hay una interpretación mística o teológica. Cuento historias en las que intento representar el mundo como lo entiendo. Toda nuestra vida se ve afectada por lo inesperado. Es lo que yo llamo la mecánica de la realidad".
4321 es la primera de sus novelas, "un gran relato más que una novela", recalca, que comienza con un párrafo largo, inusual en la narrativa de Auster. "Según la leyenda familiar, el abuelo de Ferguson salió a pie de Minsk, su ciudad natal, con cien rublos cosidos en el forro de la chaqueta, y pasando por Varsovia y Berlín viajó en dirección oeste hasta Hamburgo, donde sacó billete en un buque llamado The Empress of China, que cruzó el Atlántico entre agitadas tormentas invernales y entró en el Puerto de Nueva York el primer día del siglo XX". Dice Auster que en esta primera frase, el lector ya se da cuenta de que va a vivir una gran epopeya. Al final, comprobará que es un manifiesto contra el destino.
Apenas iniciada y ya sorprende su magia de prestidigitador. "Lo pasó mal, sobre todo al principio, pero incluso después de que ya no fuera el principio, nada ocurrió tal y como había imaginado que sería en su país de adopción".
En sus casi mil páginas se va desplegando el microcosmos del universo Auster. Pero, también, una ruptura con los temas y el estilo que le han convertido en uno de los escritores actuales más reconocidos. Crea una arquitectura narrativa compleja que parece haber requerido de ese bagaje vital y de escritor que posee a sus 70 años. En una entrevista con el director de cine Wim Wenders confesaba sentir que había estado preparándose toda la vida para escribir esta novela.
Y en este camino de preparación ha creado La invención de la soledad, Leviatán, Trilogía de Nueva York, Mr. Vértigo, El Palacio de la Luna, Sunset Park, La ciudad de cristal, El Libro de las ilusiones o Brooklyn Follies. Y guiones tan aplaudidos como Blue in the face, Smoke o Lulu on the bridge. Una obra que lo abarca todo, también la poesía. Quizá porque, para Auster, es más que nunca un acto de supervivencia. "Empiezas a revisar tu vida, te preparas para el final. Tengo una necesidad ciega de escribir".
El personaje de Ferguson coincide con el de su creador en que nació en 1947 en Newark, New Jersey. También en que ambos son descendientes de una familia de inmigrantes judíos. Claro que hay recuerdos personales que Auster aprovecha: la Guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy, el estallido de la libertad sexual en los años 60, los disturbios raciales o los actores y el cine de Hollywood de la época, a los que recuerda con admiración y nostalgia.
"Ferguson no había aún cumplido cinco años pero ya sabía que el mundo se componía de dos reinos, el visible y el invisible, y que las cosas que no podían verse eran con frecuencia más reales que las que se veían", escribe cuando se refiere al primer niño. Por decirlo de otro modo, siempre ha jugado con su idea de que la verdad es más extraña que la ficción.
La obra no es una autobiografía. Dice Auster que si se compara con los cuatro Ferguson, que son escritores también, lo que les diferencia es la precocidad. Y recuerda que con 20 años él escribía cientos y cientos de páginas impublicables. "Me frustraba tanto que a los 23 años decidí que la prosa de ficción se había acabado para mí y me dediqué los siguientes siete años a la poesía. Escribí ensayos y algunos artículos hasta que llegó lo inesperado: de pronto se abrió una puerta y escribir prosa fue posible. Hice una pieza pequeña, Espacios blancos, que terminé una noche, a las dos de la madrugada. Fuera nevaba y yo me fui a la cama con la sensación de que había nacido a una nueva vida. A las siete de la mañana del domingo sonó el teléfono. Era mi tío que me contaba que mi padre había muerto esa noche. Tenía 66 años y buena salud. La noche en que mi padre moría, yo volví a nacer. Entonces, me puse a escribir sobre mi padre. Fue La invención de la soledad".
Mientras navegaba por la aventura de 4321, Auster cumplió la edad de su padre al fallecer y cuenta que sintió una sensación extraña, como si traspasara una cortina invisible, y pensó que podría morirse sin acabar el libro. Pero ahora sonríe al recordarlo: "No he hecho más que escribir, me alegro de no haberme muerto, hubiera sido patético".
El escritor pensó titular su obra Ferguson pero, cuando llevaba un año y medio escribiendo, un policía blanco mató a Michael Brown, un joven negro de 18 años, en un lugar llamado Ferguson, en Misuri. Y el título cobró un significado diferente.
Auster, a quien le gusta alzar su voz contra los tiranos -ha renunciado a presentar su libro en Turquía por el encarcelamiento de escritores y periodistas en el país-, siempre que puede no duda en hacerlo contra Donald Trump. "Es un loco y un dictador y no puedo aceptar que le hayan votado 63 millones de personas, el 53% mujeres. Es una persona peligrosa que cree, como Goebbels, el ministro de propaganda Nazi, que una mentira repetida muchas veces acaba creyéndose. Es racista, misógino, maniático y psicópata. No es solo una amenaza para Estados Unidos, sino para el mundo". “Se podría morir de un ataque cerebral y ya no tendríamos que pensar más en él o puede ser presidente durante ocho años y hacer saltar el mundo en pedazos”, expresa. "No sé qué va a pasar, no puedes escribir una historia hasta que está acabada. Pero ahora tenemos que prestar atención y no permitir que sucedan las cosas que ocurrieron en los años treinta. Creo que necesitamos gente muy inteligente, muy atenta, que siga de cerca lo que está ocurriendo, es el trabajo de los reporteros y periodistas; quizá luego podamos hacer una novela sobre esto".
Paul Auster lleva casi un mes repitiendo y contando estas o parecidas historias desde que empezó la gira de promoción por Europa. Así que, cuando llega a Madrid y después a Bilbao, está exhausto. Es amable e incluso bromea con los periodistas. Posa pacientemente ante los incansables fotógrafos y no decepciona a los cientos de lectores (más de 500 en Bilbao, donde tuvieron que habilitar dos salas que resultaron insuficientes) que disfrutan de lo inesperado de su presencia.
Palabras que traspasan y convencen: Solo vivimos una vida, fascinante y espectacular. Hay que dejar que la imaginación nos lleve por caminos desconocidos. No creo en el destino. No hay un plan previsto. Vivir es una aventura.
Las palabras finales son para un acontecimiento que cambió su vida. Conocer a quien es su mujer, la escritora Siri Huvstedt, a la que admira como escritora y ama como mujer. Esta es su declaración de amor:
"Conocer a Siri fue el momento más importante de mi vida. Acababa de cumplir 34 años, me había separado de mi primera mujer, con la que pasé tres años, y por casualidad fui a una sala de lectura de poesía en un lugar muy conocido de Nueva York, en la 92. Había miles de personas entre el público, incluso una antigua novia que leía, y quería ir para apoyarla. Yo venía de un viaje y dudaba si ir o no, pero me dije que tenía que ir. Y estoy encantado de haberlo hecho".
"Solo conocíamos a una persona en común en todo ese universo, que era quien le acompañaba. Era un estudiante de Columbia que estaba casado. Como yo conocía a su mujer, al verle con esa chica tan guapa y joven pensé que la estaba engañando. Nos presentó. Fui amable. Estaba sobrecogido por la belleza de Siri, que no había dicho mucho. Su presencia me parecía extraordinaria. Hablamos un poco los tres y, de repente, él se giró y se fue a otro grupo. Entonces me di cuenta de que no eran pareja. Nos quedamos ella y yo. Hablamos durante horas. Y acabamos juntos esa noche. Y así llevamos 36 años. Desde entonces siempre hemos estado juntos. No me puedo imaginar mi vida sin ella. Hablamos de vidas paralelas como la de los Ferguson. Yo no me podría imaginar a un Auster sin su querida Siri en su vida. Soy un tipo con suerte. Vivo con la mujer que amo y vivo de lo que me gusta. Qué más puedo pedir a la vida".
Cuando llevaban nueve años juntos, Paul Auster contó en una entrevista que La ciudad de cristal es un homenaje a Siri, una carta de amor en forma de novela. El autor quiso imaginarse qué habría sido de él si no la hubiera conocido. Ahora, le dedica 4321.
Autor >
Isabel Camacho
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