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Tribuna

El 1 de octubre y la crisis del régimen del 78

Lo que está en juego hoy es volver a resucitar el eje izquierda-derecha y el de centro-periferia, en lugar de desbordarlos mediante una salida democrática a la crisis del régimen del 78

Jorge Lago 30/09/2017

J. R. Mora

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El régimen político salido de los consensos de 1978 se sostenía en dos ejes fundamentales: izquierda/derecha y centro/periferia. Esta doble frontera permitió, más allá de la valoración de su génesis y alcance democrático, cuarenta años de relativa integración social y cohesión nacional. Es, sin embargo, con la crisis política, social y económica que arranca en 2008 pero que venía fraguándose tiempo atrás, cuando se quiebran esos consensos, toda vez que quedan al descubierto sus límites y contradicciones.

Primero le tocó al eje izquierda/derecha: el ciclo político que arrancó con el 15-M, las mareas, Podemos y las confluencias puso en jaque el bipartidismo: el PP gobierna desde 2016 gracias al sacrificio, y no la alternancia, de un PSOE que parecía sumarse sin remedio a la crisis de la socialdemocracia europea.

Después le llegó su turno al eje centro-periferia: la inestabilidad generada por la quiebra del reparto de posiciones a izquierda y derecha se trasladaba (supresión de la reforma del Estatut como hito) al segundo eje. Se trataba ahora de mantener la cohesión social y nacional mediante la confrontación centro-periferia, toda vez que los escaños periféricos habían dejado de contar para la gobernabilidad del Estado (y que éste tenía cada vez menos en la cartera para contener un conflicto reducido históricamente a negocio contable y no tanto a negociación política estable). 

La formación de gobierno tras la repetición electoral del 26J se hace definiendo una inédita frontera. Ya no se trata de la alternancia entre PP/PSOE (con apoyos eventuales en los partidos periféricos que aseguran la cohesión territorial), sino del reconocimiento de la quiebra de los dos ejes estabilizadores del R78: el “orden” político que ahora define la gobernabilidad deja fuera a un tercio del Parlamento y, por tanto, de los electores. Los “populismos e independentismos” se convierten así en lo otro del orden y la gobernabilidad, en el ellos de un nosotros que se configuró, además, con la crisis del artífice del R78: la traumática abstención del PSOE. Huelga señalar la profunda inestabilidad de un orden político cuyo exterior constitutivo (ese “afuera” del orden que opera como frontera legitimadora del “adentro”) es nada más y nada menos que un tercio del arco parlamentario y, por extensión, de la sociedad que dice integrar y cohesionar. 

Este marco de análisis sirve quizá para entender el alcance de lo que está en juego hoy, que no es tanto la unidad de España o una eventual declaración unilateral de independencia, como la posibilidad concreta e inmediata de una salida profundamente regresiva a la crisis del R78: el retorno traumático de la cuestión nacional se presenta hoy, para la amalgama Estado-Gobierno-PP, como la vía de contención del proceso de cambio que arranca con el 15M y llega hasta las primarias del PSOE. 

el retorno traumático de la cuestión nacional se presenta hoy, para la amalgama Estado-Gobierno-PP, como la vía de contención del proceso de cambio que arranca con el 15M y llega hasta las primarias del PSOE

Que esta salida regresiva se confirme dependerá, fundamentalmente, del alcance de la crisis y resurrección del PSOE de Sánchez, y de que las fuerzas situadas en ese “afuera” del orden no acaben encontrándose más cómodas en la resistencia frente al “adentro” que en la disputa por el poder. Para ello es necesario que las fuerzas políticas y sociales (digamos que) progresistas puedan sortear tres lugares comunes en los que pueden quedar atrapadas:

Estado de derecho vs. ilegalidad independentista. Este lugar común formalmente incuestionable oculta más de lo que muestra. Sin entrar a valorar la ilegalidad del procés, a todas luces evidente, cabe preguntarse qué Estado de Derecho se opone a las leyes del referéndum y la transitoriedad: ¿ese que ya el 15 M impugnaba por su escasa división de poderes, por la patrimonialización del Estado mediante una oligarquía político-económica manifiestamente corrupta y profundamente ineficiente? ¿El de una reforma de la justicia siempre pendiente, con el poder judicial, el Tribunal de Cuentas y el Constitucional lejos de los estándares democráticos exigibles? ¿El de una Constitución cuasi irreformable amén de siempre incumplida en los derechos sociales, que reivindica pero no blinda legalmente? 

De fondo, esta dualidad perfila una oposición que niega la dialéctica propia de la acción política: ¿la ley como garante de la democracia? Claro, pero siempre y cuando se entienda en paralelo a la democracia como fundamento de esa ley, que no puede por ello ser inmóvil, sino adecuada y reformada merced a las nuevas demandas sociales. No parece especialmente progresista romper o parar esta dialéctica y apelar a una sola cara del fenómeno: una ley sustancial como fundamento de una democracia inmóvil. Aunque solo sea porque, hoy, esa Ley no da encaje al deseo mayoritario del 82% de soberanismo que atraviesa transversalmente la voluntad catalana de un referéndum pactado.

¿Qué España, qué Estado de derecho y qué ley se están contraponiendo al procés? Urge que el conflicto legal no impida ver el bosque (¿la selva?) de ese significante en disputa llamado Estado de Derecho. No vaya a ser que en la oposición entre Ley e Independencia acabemos recuperando una concepción de la Ley que no permita transformación política alguna. No deberíamos tampoco perder de vista que aquello que el Estado-Gobierno del PP se permite hacer hoy en Cataluña puede acabar siendo la normalidad de lo que guíe después su acción en el resto de desafíos políticos pendientes.

El nacionalismo no puede ser de izquierdas o progresista, ergo hay que oponerse a él y a toda retórica sobre patrias y naciones. ¡Y así nos va! ¿O este rechazo secular de las izquierdas a toda idea de nación o de patria no explica la histórica incapacidad del progresismo para disputarle al Partido Popular la idea y el relato mismo de España? La incapacidad de enunciar una narrativa propia sobre lo que nos une y crea vínculos comunes, ¿no muestra que la contradicción entre izquierda y nación es patológica antes que epistemológica o teórica? Quizá convenga asumir que no hay construcción política que no apele a un “nosotros”, a nombrar y relatar la pertenencia. Y esa identidad colectiva, mientras siga habiendo Estados, requiere de la disputa por los significantes nación o patria, según escueza menos. Algo que se traduce, hoy, en que seamos capaces de construir una identidad plurinacional y democrática frente al imaginario centro-periferia del R78. Resignificar España, por mucho que cueste en el imaginario de las izquierdas.

Quizá esta dificultad para nombrar un “nosotros” no tenga que ver con supuestos internacionalismos de origen o con concepciones ancladas en la primacía de las clases sociales para la construcción de identidades colectivas. Tampoco con una defensa de lo común desde la fría ley y la autonomía de la razón (mimbres siempre insuficientes para cimentar una comunidad), sino con los efectos de una derrota histórica que conviene asumir (la derrota, sí, del orden democrático, la de la Guerra Civil, la del olvido pactado que permitió la Transición). Asumirla no para rememorarla en bucle (somos aquellos que nos definimos desde esa derrota originaria) o convertirla en trauma paralizante (España es irreformable porque requeriría para su transformación ganar retrospectivamente lo que se perdió en la Transición). Decía Jorge Moruno hace unos días que la historia es mejor hacerla que recordarla. Pues eso.

De hecho, frente al intento del PP de disponer de su particular 15M patriótico (manifestaciones por la unidad de España, Guardia Civil saliendo para Cataluña jaleada al grito de “A por ellos”, preparativos para un 12-O español como respuesta al 1-O catalán), ante este intento de reconquistar las calles y los afectos, conviene quizá no responder con la adjetivación siempre a mano (franquistas, reaccionarios, fascistas) y asumir que nos cuesta encontrar un relato que contraponer a esa huida reaccionara hacia una España telúrica. 

El procés es una salida en falso de la derecha catalana ante su corrupción o su marcado neoliberalismo y complicidad con la crisis social y económica catalana. Por más que el PDCat sea el partido que más ha recortado y aplicado recetas neoliberales, por más atravesado que esté por la corrupción, ¿no asistimos a un desborde democrático expresado en ese significativo 82% a favor del derecho a decidir? ¿No estamos más allá de la lógica de los partidos y de las instituciones catalanas? Podemos valorar no solo la ilegalidad de las leyes del referéndum, sino la ineficacia para aglutinar a una mayoría en lugar de dividirla o dejar fuera de su hoja de ruta a una parte de ella (algo que la respuesta represiva de Rajoy se está encargando de subsanar), pero no deberíamos ignorar que lo que suceda el 1-O no opone simplemente al Gobierno con la Generalitat (salvo que asumamos el relato de una sociedad secuestrada y manipulada por sus élites gobernantes), sino que se enmarca en un desborde democrático sin precedentes en Cataluña, por más discutibles que sean su origen y liderazgo.

Volver a resucitar el eje izquierda-derecha y el de centro-periferia, en lugar de desbordarlos mediante una salida democrática a la crisis del régimen del 78, eso es, me temo, lo que está en juego hoy. 

Fuimos muchos los que dijimos, desde el 15M en adelante, que era un error resucitar el primer eje, recuperando viejas identidades que suponían un paso atrás en la superación democrática de la crisis del R78; que no era cuestión de alineamientos a izquierda o derecha, por legítimos que fuesen, sino de un desborde democrático de la patrimonialización del Estado por una oligarquía en crisis, y del modelo socioeconómico en que se había sustentado (desigualdad, 50% de paro juvenil, precariedad e incertidumbre como solo horizonte de futuro para una mayoría social creciente). También, de los claros retrocesos en los derechos y las libertades democráticas, de una corrupción estructural y las carencias democráticas de ese Estado de Derecho y esa Constitución que hoy se invocan por doquier.

no se trata de resucitar sin más la cuestión nacional o de zanjarla, por legítimo y necesario que sea, en el derecho a decidir, sino de desbordar el marco centro-perifiera

Pero hay que precaverse, también, de hacer lo propio con el eje centro-periferia: no se trata de resucitar sin más la cuestión nacional o de zanjarla, por legítimo y necesario que sea, en el derecho a decidir, sino de desbordar el marco centro-perifiera como antes se desbordó el eje izquierda-derecha. ¿Cómo? Mediante un referéndum pactado y con garantías (aunque solo sea porque el 82% de la población catalana así lo reclama o expresa), pero no solo: urge un salto adelante en la definición plurinacional del Estado y la disputa por lo que sea España, por más que la permanencia de Cataluña no pueda decretarse desde un centro atrincherado en una ley que ya no integra a… ¡ese 82% de los y las catalanas! No hay autoridad sino autoritarismo cuando la ley no se sustenta en la democracia sino en el poder del Estado.

Pero no es tarea fácil. La relativa superación del eje izquierda-derecha que permitió y acompañó la ola de cambio post 15M contaba con una base social, apelaba a un afecto que recorría las calles y el sentido común de época. El cambio político se coló en el Parlamento, llegó a las alcaldías de Madrid y Barcelona, incluso a las propias primarias del PSOE con la inopinada victoria de Pedro Sánchez contra el aparato de su partido y de los poderes mediáticos. Es importante reconocer que el desborde del eje centro-periferia no se engarza, para el conjunto de la población a este lado del Ebro, en un sentido común de época: un Estado plurinacional tiene más de deseo que de traducción de esperanzas y demandas sociales asentadas. Cabe, sin embargo, pensar que la democratización del Estado a la que apela el desborde del eje izquierda y derecha solo pueda tener lugar si se asume el desborde del segundo eje. Es por otro lado la única herramienta sensata para trabajar democráticamente por que Cataluña siga formando parte de España.

Pero si la España de este fallido Estado de Derecho es la que se define únicamente mediante su oposición a la cuestión catalana, la salida al conflicto actual solo puede ser regresiva. Desbordar ese marco es tan urgente como necesario: referéndum pactado, reforma constitucional, eventual moción de censura que redefina sin exclusiones ese nosotros/ellos que sustentó el pacto de gobierno actual y, por último pero no menos importante, el fin de la fusión y confusión entre Gobierno y Estado, de la indistinción entre una oligarquización nacional y un Estado patrimonializado y sin proyecto integrador. Solo mediante esa resignificación de lo que sea España podrá darse un desborde democrático del R78, y no una involución y una salida regresiva a su crisis. En esas estamos. 

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Autor >

Jorge Lago

Editor y miembro de Más Madrid.

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6 comentario(s)

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  1. ArktosUrsus

    No sé de dónde sale ese 82%. Desde luego ni del 9N (entonces sin porras) de los escasamente 2 millones de votos ni de los 2,3 millones del (esta vez con porras) 1 de octubre. Mucho del "soberanismo transversal" que usted indica es simplemente una corriente antiPP que cree que en un país "soberano" (¿como España, que cediendo su soberanía económica y polñitica socapa de una integración que lo es sólo de mercado, tiene que pedir permiso hasta para gastar un euro en papel higiénico?) sería más justo y democrático. El soberanismo es minoritario (minoría muy numerosa, pero minoría al fin. 2 millones sobre 5,5 o sobre 7, según elijamos censo o habitantes, es incontestablemente una minoría) en Cataluña, y lo que es peor, trata de imponerse por la fuerza. Sí tiene razón usted en una cosa: no siendo ya necesario (o útil políticamente) que nadie hable en catalán en la intimidad, el soberanismo se exacerba. Acostumbrado a prebendas totalmente injustificadas por su peso electoral (eleconómico sería cuestión de otro debate) se encuentra de pronto sin ellas y protesta. Tampoco es que España sea magnífica. A los hijos y nietos de los derrotados en la gerra (in)civil nos cuesta trabajo reconocer como nuestra la patria que mantuvo la mayoría de los simbolos franquistas, remozados pero iguales, eso sin contar con las nulas "purgas" imprescindibles de franquistas en las careras militar, judicial y de policía. Siguieron los mismos, como en polñitica nos dirigió con mano firme el timones de la Secretaría del Movimiento. Y se alaba a franquistas de toda la vida como "padres de la transición". ¿De verdad cree usted posible que nos sintamos identificados con esa patria? Y eso sin contar con que religión y nacionalismo son (desde Constantino) los dos ejes del poder que han dado origen a las guerras en la humanidad. Se guerreaba para "engrandecer la nación" y se conquistaba para "llevar al infier e idólatra" la verdadera fe. Parecido al Daesh pero hace 500 años. No sé si el nacionalismo es progresista o no (a mi no me lo parece porque se basa en un hecho fortuíto como es dónde nacemos y en un afianzamiento desde la negación de las bondades de los demás) pero no me gusta. Como a Brassens, la música que marcha al paso no me "sulivella".

    Hace 6 años 6 meses

  2. Argento

    Pobrecitos estos tíos de la izquierda españolista champagne. Necesitan escribir centenares de párrafos para ocultar lo que realmente son: la disidencia creada y controlada por el régimen unionista para impedir el derecho a decidir de las naciones catalana y vasca. Podemos no es más que el ala izquierda del centralismo. Iglesias, Monedero, Errehon, Echenique, Calau y otros son simples marionetas españolistas

    Hace 6 años 6 meses

  3. Nui

    Señor, su articulo hace aguas.... y la guinda, por poner una, es describir a Pedro Sanchez como un producto del 15M... en fin, suerte para el que tenga bien leerlo a ud. y despues digerirlo..

    Hace 6 años 6 meses

  4. intruso

    Dudo mucho que esto venga del 78, me da que viene de mucho antes, ni siquiera del 39, ni del 36, ni del 34, ni del 31, desde mucho antes. Hay que mirar con más perspectiva, los problemas del el Estado español vienen de hace siglos, y es un problema cultural y de mentalidades. Esa es la base de todo y si eso no cambia no podrá cambiar nada. Cuando la gente dice que no se puede empezar la casa por el tejado lo dice por algo.

    Hace 6 años 6 meses

  5. Clementina

    De tant en tant reconforta llegir un espanyol amb trellat i amb el cap moblat. Certament el seguidisme de Rajoy i la unitat indivisible d'Espanya us deixarà en un situació difícil. Ho teniu magre

    Hace 6 años 6 meses

  6. ANDRÉS SIERRA

    "Salida democrática" el conjunto vacío para evitar las contradicciones de clase. Salida democrática ¿con qué relaciones de poder?, ¿con qué programa económico? y ¿con qué medidas concretas contra los aparatos de estado franquistas que existen hoy bien asentados en la judicatura, en el ejército, y en otros aparatos del estado?. Y qué relación de fuerzas es necesaria para poder imponer la "salida democrática". ¿Qué alianzas de clases? Las contradicciones de clase no se reducen a una oligarquía minoritaria contra un indiferenciado pueblo (gente en la terminología del marketing político del momento). Por el contrario están bien presentes en el conflicto actual catalán, dirigido en esencia por la pequeña y mediana burguesía.

    Hace 6 años 6 meses

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