Diario de un itinerante
¡¡Ooohh Jeremy Corbyn!!, part two
El líder laborista se prepara para volver al poder, en un movimiento que explica por qué los referendos son buenos para la izquierda
Andy Robinson 27/09/2017
Jeremy Corbyn.
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Si estás perdiendo la esperanza ante los resultados de las elecciones en Alemania, y los guiños de Donald Trump al supremacismo blanco en EE.UU., yo aconsejaría seguir muy de cerca la conferencia del Partido Laborista esta semana en Brighton, costa del sur de Inglaterra. Porque, lejos de estar todo perdido, se acerca el momento en el que un partido de la izquierda auténtica puede alcanzar el poder en un país en el que la soberanía nacional aún existe. Y todo esto, yo diría, tiene que ver con la fuerza democrática y liberadora de los referendos.
Antes de ver las escenas de alegría y esperanza ante el discurso de Corbyn hoy en Brighton, echa un vistazo a los periódicos de 2016 y a lo que decían muchos analistas progresistas tras el resultado del referéndum sobre el Brexit. Entonces, los cerebros de la izquierda europea, entre ellos brillantes analistas como Owen Jones y Yanis Varoufakis, así como bastantes líderes de la nueva izquierda española, interpretaron el voto en favor del Brexit como la prueba ya definitiva de que volvían los tiempos oscuros de los años treinta. El ultranacionalismo europeo había vuelto a levantar cabeza contra un proyecto europeo que es la única esperanza para un movimiento internacionalista, según sostuvieron los progresistas anti Brexit. Con el voto al chovinismo de la decadente potencia imperial, quedaba clarísimo que la izquierda había perdido la batalla de la poscrisis.
El ultranacionalismo europeo había vuelto a levantar cabeza contra un proyecto que es la única esperanza para un movimiento internacionalista, según sostuvieron los progresistas anti Brexit
Esto fue la lógica del nuevo pesimismo que sustituyó aquel momento fugaz de esperanza en la izquierda tras la crisis y la aparición de movimientos ciudadanos de protesta como el 15-M. Tras la crisis económica de 2008 y 2011 y su injusta resolución en favor de la banca y la oligarquía, el centro político, tal y como vaticinábamos, se había hundido a la vez que se fragmentaba el viejo consenso neoliberal. Pero no lo había sustituido una nueva política de clase y una izquierda transformadora –tal y como habíamos esperado-- sino una nueva derecha populista y ultranacionalista.
En EE.UU. las mismas tendencias se imponían. Los sueños de la izquierda quedaron hechos añicos bajo el impacto de la carga populista de Nigel Farage, Donald Trump, Marine Le Pen y los excomunistas anticomunistas putinistas como Víktor Orban en Hungría, que estaban allanando el camino a los fascistas. Todo estaba perdido, nos decían.
En España, la gran esperanza de Podemos empezaba a parecer un sueño roto también. Y, según insistían los pesimistas de la izquierda internacionalista, haría falta abandonar el proyecto de desbancar a aquel centro izquierda de la ya odiada tercera vía, la formula blairista, gonzalista, clintoniana que había gestionado el proyecto neoliberal durante los años antes de la crisis aplaudiendo el capitalismo de desigualdades disparadas.
Tras el Brexit y Trump, “¡NO PASARÁN!” sería nuestro lema por mucho que nos doliera. Emmanuel Macron, Hillary Clinton y Tony Blair volverían a ser aliados en el proyecto de restaurar la tolerancia y el transnacionalismo de la UE y de los hombres diversos de Davos. No quedaba más remedio que cerrar filas con los banqueros y los neoliberales progresistas ante la vuelta del fascismo.
Muchos amigos, de mi edad, parecían casi felices de poder recuperar su viejo pesimismo gramsciano, tras aquellos momentos efímeros de optimismo por el 15-M, Occupy Wall Street y la rebelión popular contra la banca y la corrupción. Se aliviaron porque ya se esfumaba aquella esperanza tan dolorosa (“puedo soportar la desesperación, es la esperanza lo que me mata”, era su lamento ante el auge de Podemos, Syriza y la nueva izquierda, parafraseando a John Cleese, el depresivo protagonista de Monty Python).
Pero la vuelta al pesimismo del intelecto y el espíritu fue (y sigue siendo) una lectura muy equivocada de los tiempos imprevisibles en los que vivimos. Desde la crisis y el colapso del consenso en torno a la globalización y la ideología Davos, todo es posible y nada es previsible. De ahí, la subida extraordinaria de Jeremy Corbyn y la izquierda laborista.
La campaña de Corbyn en las primarias en 2015 puso en marcha un nuevo activismo de base, y decenas de miles de británicos, hartos de la complicidad del laborismo con los crímenes del neoliberalismo y el belicismo neoconservador, se afiliaron al partido para apoyar a Corbyn, tachado de perdedor inepto por la prensa. Se organizó un movimiento de raíz dentro del partido, llamado Momentum, que apoyaba la agenda de izquierdas de Corbyn y que se mantuvo firme durante los dos años de ataques mediáticos e intentos de golpe contra Corbyn desde el grupo parlamentario blairista.
Desde la crisis y el colapso del consenso en torno a la globalización y la ideología Davos, todo es posible y nada es previsible. De ahí, la subida extraordinaria de Jeremy Corbyn
Se elaboró un programa socialista que defiende por primera vez desde los años cuarenta, la época de Clement Atlee y Aneurin Bevan, la nacionalización de los ferrocarriles y de servicios públicos como gas, eléctricas y agua, aunque bajo fórmulas menos centralizadas de gestión estatal (tal y como se explica en el nuevo informe Social Ownership presentado ayer en Brighton). Se defendía la inyección de 30.000 millones de euros en el servicio público de sanidad, financiados con subidas de impuestos a las grandes empresas e individuos de renta superior a 80.000 libras. No el 1% más rico, sino el 10% más rico.
Corbyn defendió subidas del salario mínimo y la recuperación de derechos sindicales, un compromiso personificado por su mano izquierda, Len McCluskey, líder del poderoso sindicato Unite. Se incluyó el compromiso de construir decenas de miles de viviendas públicas y controlar los alquileres así como restringir la capacidad de los bancos de cobrar intereses disparados al endeudadisimo trabajador británico cuyo salario real ha caído mientras su deuda crece como la espuma.
Y contra todo pronóstico, los laboristas, sin ganar, sacaron unos resultados excelentes en las elecciones de junio impulsados por millones de jóvenes politizados en cuestión de meses por el viejo Corbyn.
El referéndum del Brexit, lejos de convertir el Reino Unido en un islote de chovinismo y racismo, parece haber coincidido con un cambio sísmico en el paisaje político, abriendo un gran espacio hacia la izquierda al transformar las expectativas de lo que muchos votantes consideraban posible en la política nacional. Tras colocar una bomba bajo las estructuras del poder construidas implacablemente a lo largo de décadas en torno al modelo de globalización del mercado y la ley de la inevitabilidad tecnócrata, el voto en favor del Brexit abrió la puerta a un programa socialista que no se había visto desde los años setenta.
Esto ha ocurrido, paradójicamente, porque el Brexit, tras servir de revulsivo y de mecanismo de ruptura en contra de la élite londinense, no ha desempeñado un papel importante en las decisiones de voto ni en el debate actual. A nadie le interesa hablar de los detalles de la ruptura, salvo a los abogados y los periodistas de la BBC. Cada vez más lo imposible es un hecho consumado y está ya empezando a tener tracción el discurso de Corbyn de que los laboristas deberían aprovechar el momento del Brexit. Porque sus medidas de nacionalización y la creación de monopolios estatales de servicios públicos bajo control comunitario no serían compatibles con las directivas de Bruselas de defensa de las multinacionales y los bancos transnacionales.
Es cierto que muchos británicos votaron a los laboristas porque pensaban que están más lejos del Brexit duro que Theresa May. Pero hasta la defensa del mercado único como si fuera una conquista de la izquierda europea (en realidad es un proyecto de apoyo y subvención al libre movimiento del capital y las multinacionales) empieza a perder fuerza en Brighton. Los laboristas han dejado de fetichizar el mercado único y pretenden unir a los trabajadores pro Brexit y a los simpatizantes laboristas que votaron a favor de permanecer en la UE en torno a un programa diseñado para combatir la desigualdad y reestablecer el papel del Estado como protector de los ciudadanos frente a la globalización neoliberal.
El Brexit ha servido para demostrar que se puede desafiar a la política del "No hay alternativa" y del “sentido común” neoliberal
Esto se hará mediante un programa pragmático que permitiría que el Reino Unido recuperase la soberanía en áreas como la nacionalización y el control de un movimiento libre de mano de obra, desprotegida en la UE mediante la aplicación de derechos sindicales y laborales. A la vez que se compromete a negociar un acuerdo que permitiría conservar una fuerte integración de comercio con la UE y que sentaría los cimientos para la construcción de una Europa verdaderamente solidaria.
El Brexit ha servido para demostrar que se puede desafiar a la política del "No hay alternativa" y del “sentido común” neoliberal, concretamente a la austeridad y a las privatizaciones. Pasó lo mismo con el referéndum escocés, donde al abordar una cuestión tan elemental como la soberanía nacional por primera vez en siglos, se permitió una radicalización utópica que dio fuerza a la izquierda escocesa, la Common Weal* y otros. Los referéndums son peligrosos para las estructuras de poder existentes. Da lo mismo el resultado. Por eso, aunque saben que la mayoría votaría que no, los poderes fácticos españoles están tan empecinados en negar el derecho de decidir en Catalunya. Lo peligroso para el poder atrincherado en Europa es el proceso democrático.
Paradójicamente, también, los referendos en Escocia y del Brexit pueden haber unido a votantes que son víctimas de la austeridad y la globalización en torno a una alternativa socialista, al cambiar la percepción de lo posible en la política. Por eso, muchos de los líderes de la izquierda británica que apoyaban la opción del Brexit, como Tariq Ali, defienden las posiciones de la CUP en Catalunya y el derecho de decidir. No es porque a Tariq, veterano de la izquierda y autor de un nuevo libro sobre la Revolución rusa, le guste el pan con tomate ni la butifarra amb mongetes, sino que entiende que cuando la democracia empieza a hacer tambalear las estructuras del poder, siempre beneficia a la izquierda
Esta semana, en Brighton, los laboristas, ya el partido más de izquierdas --y, con casi 600.000 afiliados-- y el más grande de Europa, se preparan para volver al poder, liderando todos los sondeos. John McDonnell acaba de anunciar que abandonará el programa de financiación privada-pública, que ha supuesto la canalización de miles de millones de libras desde el Estado a las multinacionales corruptas y que fue exportado a España en los años de Blair y Aznar. Al mismo tiempo, están elaborando planes para afrontar una fuga de capitales que, como siempre ocurre, sería la herramienta mediante la cual los bancos y las grandes corporaciones tratarían de sabotear a un próximo gobierno laborista que de verdad reta a la oligarquía. Estos planes preventivos dan una clara idea de que Corbyn ya, ante un gobierno conservador en fase de autodestrucción, confía en que va a ser el próximo primer ministro. Hasta The Economist, ha sacado en portada la imagen de Corbyn como próximo ocupante del número diez de Downing Street. Corbyn remontó una desventaja de 20 puntos en la campaña electoral de junio y ahora tiene la inercia (el momentum) a su favor. En el Gobierno de May parece estar librándose una guerra interna sobre el diseño del Brexit que puede precipitar su caída. Si se ve forzado a convocar elecciones, Corbyn está bien situado para ganar.
La moraleja de la historia: con buena organización y un programa de verdadera redistribución económica, la democracia en tiempos de crisis y extrema desigualdad puede dar muchas sorpresas. Los referéndums, también.
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*Fe de errores. En la primera versión de este artículo se decía Commonwealth.
Autor >
Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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1 comentario(s)
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Enrique
Purely wishful thinking...?
Hace 7 años 1 mes
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