Sala de despiece
Política de urinario
Si todo es opresivo y cualquier gesto es una agresión, nada lo es. El sufrimiento pierde su significado si no puede cuestionarse ni graduarse
Sergio del Molino 28/10/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Un epidemiólogo me explicó una vez que el hecho de que tengamos cada vez más alergias a más cosas es consecuencia de vivir en un mundo mejor. La higiene, las vacunas y los avances médicos han alargado nuestra esperanza de vida. En el camino se ha resentido el sistema inmune, que no se refuerza con las guarrerías propias de otros tiempos y de otras infancias, haciendo de la primavera un engorro, y de la lactosa o de los melocotones, un veneno, pero todo el mundo coincidirá en que es preferible soportar una alergia que morir de cólera por beber agua no potable. Algo similar sucede con el cáncer, que es una enfermedad asociada al envejecimiento y que, por fuerza, está más extendida en una sociedad cada vez más envejecida: la longevidad debería computar como factor de riesgo. Del mismo modo, cuando se dice (con alarma) que el suicidio es la primera o segunda causa de muerte entre los jóvenes, por detrás o por delante de los accidentes de tráfico, se omite una realidad pasmosa y asombrosa: los jóvenes no mueren, a no ser que se empeñen en matarse. Hace no tanto tiempo, las principales causas de muerte estaban asociadas a bacterias y virus, por no hablar de que una parte considerable de la población moría al nacer o antes de cumplir cinco años.
Como dice Louie C. K. en un monólogo, nos enfadamos porque el avión se retrasa cuarenta minutos y creemos que nuestro día es una mierda sin pararnos a pensar nunca en lo que supone estar sentado en el aire y cruzar el mundo “como un dios griego”, en pocas horas, mediante una tecnología que no comprendemos ni un poco y que, en lo que a los legos respecta, parece magia.
Desde que la cultura obrera desapareció en Europa occidental, la izquierda, huérfana del discurso de clase, se abrazó a la doctrina New Left y se centró en la lucha por los derechos civiles de grupos y minorías
En términos políticos esta actitud produce una banalización y una degradación del debate público que debería preocupar a cualquiera. El escote de una presentadora de televisión puede despertar agrios debates sobre el machismo insoportable de la sociedad y las violencias que sufre la mujer sin que nadie repare en los progresos hacia la igualdad ya conseguidos, lo que lleva a exageraciones y comparaciones ridículas (por ejemplo, equiparando la presión social de las revistas de moda sobre el patrón de belleza con situaciones de brutalidad y sometimiento extremos, invocando el burka, la ablación o la esclavitud de Boko Haram). No hablaré de la épica de pueblo oprimido exhibida desde algunos sectores de la sociedad catalana que, si yo fuera saharaui, negro de Sudáfrica o kurdo, me tomaría personalmente como un insulto.
Si todo es opresivo y cualquier gesto es una agresión, nada lo es. El sufrimiento pierde su significado si no puede cuestionarse ni graduarse. Si una uña rota merece la misma compasión que un brazo amputado, no hay forma de armar una discusión política ni de avanzar en nada. Nos estancamos en monólogos lacrimógenos ante los que sólo se puede asentir o dejar de escuchar.
Desde que la cultura obrera desapareció en Europa occidental, con la colaboración de gobernantes que, como Thatcher o González, se prestaron a reducir a golpes de porra y balazos de goma los últimos focos industriales de sus países, la izquierda, huérfana del discurso de clase, se abrazó a la doctrina New Left y se centró en la lucha por los derechos civiles de grupos y minorías. Lo que era un ideal de transformación ecuménica de la sociedad se atomizó en cientos de resistencias particulares. No es una crítica, sino una constatación, y no cabe duda de que han sido luchas dignas, necesarias, inapelables y exitosas, que han contribuido a mejorar el mundo en su conjunto. Nadie con una mínima sensibilidad democrática puede sostener que el mundo era mejor cuando los gays eran maricones; los gitanos, vagabundos, o las mujeres, sus labores. Son respuestas a discriminaciones y opresiones salvajes y reales que están lejos de ser erradicadas, por más que los avances en algunas de ellas hayan sido casi tan asombrosos como el aislamiento del virus de la viruela o la carrera espacial.
La cruz (las alergias consecuencia de estos logros sociales y políticos) es que, una vez vencidas las grandes batallas, el victimario trata de mantenerse en la anécdota, lo cual no tendría nada de malo en sí mismo si no fuera por su capacidad para eclipsar el debate político y desviar la atención de los problemas sociales realmente existentes.
Un ejemplo de esto ha sucedido en Zaragoza esta semana. El ayuntamiento de Zaragoza en Común ha anunciado una intervención artística sobre los letreros de los baños públicos de las instalaciones municipales, para criticar el “sistema binario de género”. En palabras de la concejala de Igualdad, Arantxa Gracia: “Qué pasa si vas al baño y no te sientes identificado por ningún género del cartel, o si el aseo que te corresponde no encaja con lo que la gente entiende que te corresponde”.
Esto no pasa de una mera intervención artística, muy en la línea reflexiva de muchas corrientes de arte contemporáneo. El problema es que su ámbito de aplicación ha sido un ayuntamiento importante de España y el propio alcalde ha dado visibilidad y soporte a la acción. ¿Qué ha conseguido con ello? Lejos de avanzar en la lucha contra la discriminación de las personas trans, ha introducido un montón de ruido mediático, dando una excusa perfecta a la caverna para solazarse en la estulticia de la izquierda e imposibilitando cualquier debate sobre los verdaderos logros económicos y sociales de los que el Ayuntamiento de Zaragoza (que ha reducido la deuda municipal y ha saneado unas cuentas disparatadas, por ejemplo) sí puede presumir. Tal vez esto refuerce al núcleo duro de votantes, ya convencidos, a los que una reacción furibunda de la derecha da fuerza moral para mantenerse en su postura, pero aleja a la mediocritas, al ciudadano medio, que siente que el alcalde pierde el tiempo con chorradas mientras las aceras se destripan y los autobuses urbanos se rompen y la pobreza se dispara en su barrio. Así se pierden las elecciones, y al perderlas, no vale decir que la prensa estaba en contra, cuando, sabiendo sobradamente la oposición mediática que se sufre, se le ofrece carnaza con tanta frecuencia y prodigalidad.
La reducción de la violencia y la profundización de la democracia son imposibles si sólo te importa tu familia y no eres capaz de ponerte en la piel de personas completamente ajenas y alejadas de ti
El victimismo distorsiona el panorama y hace perder visión de conjunto. Los muñequitos de las puertas de los baños o los señoricos de los semáforos, ¿suponen de verdad un problema digno de atención política? ¿No hay aquí un exceso enorme de paternalismo? ¿Alguien ha dejado de cruzar una calle o de orinar por no sentirse representado por el monigote de turno? Y, si así ha sido, ¿no merecería tal persona una atención psiquiátrica de calidad antes que un cambio de dibujo? Porque yo creo que los políticos, en tanto que gestores del bien común, deberían asegurarnos el acceso a un psiquiatra cuando lo necesitamos, y tal vez los recortes hayan privado de esa especialidad médica a gente que se tiene que conformar con un cambio de rotulación.
Soy pinkeriano, creo en la teoría de los círculos de empatía, según la cual, la cultura avanza en pos de una ampliación de los afectos. Es decir: que te importe lo que le pase a un extraño. La reducción de la violencia y la profundización de la democracia son imposibles si sólo te importa tu familia y no eres capaz de ponerte en la piel de personas completamente ajenas y alejadas de ti. Eso implica a menudo escuchar las llamadas de atención. Los extraños tienen que hacerse visibles, sus problemas tienen que ponerse en la luz pública para que todos los entendamos y contribuyamos a solucionarlos. Pero, en términos políticos, hay que definir qué es un problema y qué no lo es. Hay que jerarquizar y decidir hasta dónde se interviene. Y también hay que hacer cálculos y plantear estrategias y tácticas. Una fuerza política no puede vivir en la ingenuidad de su propia bondad, tiene que anticiparse a los movimientos del adversario y neutralizarlos, no ofrecerle constantemente partes de su cuerpo al descubierto para que las golpee a placer.
Es decir: con mucho esfuerzo (pero mucho, muchísimo, una barbaridad bárbara de esfuerzo), puedo llegar a entender el sufrimiento de alguien que no sabe dónde orinar porque ninguna de las dos puertas de los baños de un bar le “representa”, pero ni siquiera mi empatía justifica una acción política a su favor en un mundo con tantas urgencias y tantas fracturas. Discernir lo importante consiste en tener claro que la obligación de un gobierno es asegurarse de que los baños estén limpios y no sean focos de infección, independientemente de lo que ponga en sus puertas. Como aquel alergólogo me dijo: ¿qué prefieres, estornudar en abril o morir de cólera a los veinte años? Dejemos de preocuparnos por unos cuantos estornudos, no sea que aparezca un brote de cólera mientras nos quejamos del polen.
Un epidemiólogo me explicó una vez que el hecho de que tengamos cada vez más alergias a más cosas es consecuencia de vivir en un mundo mejor. La higiene, las vacunas y los avances médicos han alargado nuestra esperanza de vida. En el camino se ha resentido el sistema inmune, que no se refuerza con las...
Autor >
Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí