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Aproveche este otoño. Pronto los prohibirán. Representan el desayuno antiguo, rancio, pollaviejero, ancestral, premoderno, antidietético, pre-milenial: una masa de harina de trigo, sal y agua, frita en aceite a la que se puede espolvorear por encima con azúcar ¿Cuántos trillones de calorías contienen esos cinco churros que descasan en tu plato como inocentes víboras calientes de color dorado y nevadas con glas? Si los desayunas o meriendas con una buena taza de chocolate el pecado dietético es mortal de necesidad. Dicen que según te los comes te sale un macromichelín en la barriga y se te pone el culo un centímetro más gordo, tu hígado se hace foie micuit y pedazos de colesterol del tamaño de tapones de botella de champán se sueltan de tus venas por ser un maldito hedonista sedentario. Si están recién y bien hechos, una golosina más rica es imposible.
Muchos creen que los cereales para el desayuno son mucho más sanos, modernos y digestivos, no lo sé, pero más rentables para el fabricante de comida procesada, seguro: cuatro céntimos de maíz en grano se convierten en cuatro euros tras haber sido descompuesto y recompuesto en: harina de maíz, almidón de maíz, jarabe de maíz alto en fructosa, más unas “motas” de vitaminas y minerales para que nos parezca un alimento equilibrado, tal vez algunas briznas de fruta deshidratada, todo metido en una bolsa de plástico y una caja de cartón de muchos colorines arropada por una marca archifamosa ¿A parte de los fondos especulativos hedge fund, la fabricación de cocaína, el tráfico de armas y el ladrillerío de antes de la crisis conoce usted algo pueda multiplicar por tanto su beneficio? He utilizado un redondeo fácil ya que el kilo de maíz está a 0,29 € y el kilo de los archiconocidos cereales está a 5,68 €, si tiene frutas rojas deshidratadas el precio se dispara a los 9,20 €. Si aún se empeña en tomar maíz para desayunar, compre gofio, haga patria, ¡España! y deje los copos para la nieve.
Así que volvamos al churrismo autóctono, al desayuno patrio por antonomasia. Adicción, fijación infantil, vicio, golosineo proletario… durante muchos años siempre pedía churros ya fuera un desayuno en un hotelazo con todas las estrellas de la vía láctea, una luxury cafetería recién inaugurada o en el bar gasolinero y casposo del lugar de la Mancha que no quiere uno acordarse. Una y otra vez, tanto daba la categoría del lugar, esos churros estaban pringosos, secos, fríos, gomosos, resecos, duros, fosilizados o sabían a aceite de freír croquetas de merluza o grasa de camión Barreiros caducada. Pero yo, una y otra vez, como un drogodependiente al que no le importa que le metan yeso de pared, bicarbonato, estricnina o talco en la papela, volvía a pedirlos en el sitio siguiente con la vana esperanza de que alguna vez los churros fueran churros y no engrudo frito en una mezcla corrosiva de aceite de girasol, colza, palma, maíz, ballena y aceite de oliva lampante. Y en estas sigo, conejillo de indias o catador de churros es mi oficio más secreto.
En Granada se llaman tejeringos, chichis en Francia, en muchos países de América se rellenan de cremas, dulce de leche y todo tipo de pringues. Su origen es, como todo lo bueno, inmigrante. Posiblemente árabe o traído de China, sobre todo la sabia tecnología de hacer salir la masa por un agujero en forma de estrella evitando que durante la fritura esta masa estalle y se empape de aceite. De un tiempo a esta parte voy descubriendo que los artesanos churreros se extinguen, las churrerías tradicionales cierran, los bares con churrera propia ya solo están en los libros de historia de Juan A. Ríos Carratalá. La actual elaboración de esa delicia ha caído en manos de emprendedores neoliberales, banqueros reinsertados, traficantes de moléculas diversas y otra mala gente que vende objetos con forma o apariencia de churro o de porra presentados bajo una lámpara de calor o tras vitrinas sospechosas, incluso en los supermercados los venden precocinados, prefritos, congelados, para que los desaprensivos hagan el estropicio en sus propias casas.
Lógicamente en la transición no se tocó el churro franquista (tampoco otras cosas importantes), Franco admitía que pudieran ser ensartados en un junco verde y otros exotismos neolítico-folklóricos. Tuvieron que pasar muchos años y llegar el PSOE al poder para que se redactase el “Real Decreto 2507/1983, de 4 de agosto, por el que se aprueba la Reglamentación Técnico-Sanitaria para la elaboración y comercialización de masas fritas (y que deroga la Orden de la Presidencia del Gobierno de 29 de abril de 1959, firmada por Francisco Franco Bahamonde) A mi me encanta el Art. 2.º que rompe por fin con el sofisticado secreto de su fórmula: “Se consideran masas fritas aquellos preparados alimenticios de consumo inmediato fabricados por una mezcla de agua potable, harina y sal, adicionados o no de gasificantes autorizados, fritos en aceite vegetal comestible autorizado para estos fines.” O el artículo 13.2 que se atreve a puntualizar su organolepsia: “Su aspecto, textura, color, olor y sabor serán agradables y característicos del producto”.¡”Agradables” y “característicos”! Dos palabras trampa, ahí el PSOE no estuvo fino, se dejó llevar por su tendencia socialdemócrata “agradable”. Mi tía Magdalena era agradable, pero ¿un churro es agradable?. Esa imprecisión del socialismo (como otras muchas) nos ha costado cara. Pero no nos metamos en política, como recomendaba el anterior firmante de la ley churrista derogada. Hemos venido aquí a escribir una apología del desayuno con churros recién hechos y entre cuyos ingredientes esté el oficio, la ética en el comercio, la harina de trigo y la ausencia de exquisiteces tales como el frío bromato de potasio, el difícil butilhidroxitolueno, el famoso diacetilo, la popular lecitina o el exitoso aspartamo y todos esos deliciosos “Es” de la química moderna. El churro no necesita “Es”, salvo la sal, que sí “es” imprescindible.
En otoño, para aquellos que madrugan, unos churros serán la mejor magdalena de Proust de sus infancias. Luego habrá que hacer ejercicio para quemar las calorías, pero nadie le ha dicho que deba quemarlas haciendo deporte, hay otras formas que usted conoce bien, más saludables y placenteras. En mi exploración churril les recomiendo dos sitios estupendos de Madrid. El primero es la archifamosa churrería San Ginés, que ha mantenido una fiel secta churrista a lo largo de su historia nada menos que desde 1884. El segundo está en el popular y obrero barrio de Canillejas, la churrería Taki, donde te hacen los churros al momento. Se trata de un pequeño bar con cinco mesas, una barra y un personal excepcional, un “buenos días” y una sonrisa siempre, toda la prensa de papel a nuestra disposición gratis y dos televisores gigantes para que no nos perdamos la rabiosa actualidad de Bélgica.
Así que sea premoderno, perez-revertiano, sedentario, hedonista, fritanguero, desayune churros y deje el muesli para el señor canario, el pájaro, digo.
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NOTA:
Sitios recomendados. Son de Madrid pero seguro que en su ciudad o pueblo aún quedan lugares de resistencia churrista. Busque, explore, moje.
Chocolatería San Ginés. Pasadizo San Ginés 5. Chocolate con churros 3,5 €
Churrería Takel, Santa Tecla 39. Ración de churros y café con leche 2,4 €
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Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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