Gastrología
Menú turístico rico, rico
Con la llegada del sector económico del turismo, las ciudades son transformadas en parques de atracciones y hotelilandias, y la comida que se ofrece queda reducida a una caricatura obscena, plasticosa y falsa de lo que una vez fue autóctono y auténtico
Ramón J. Soria 29/08/2017
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Cartel con menú, en un bar de tapas de Barcelona.
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Selfie 1 “quiero más paella”.
Sí, lo confieso, bebo alcohol, como tocino con el cocido, soy turismófobo y no quiero redimirme. Afilo la palabra, puntualizo: tengo miedo al turismo. Porque una y otra vez voy comprobando que donde llega el sector económico del turismo la tierra queda arrasada, parcelada, tasada, alambrada, masificada, contaminada. Las ciudades transformadas en parques de atracciones y hotelilandias típicos, los habitantes convertidos en paisaje humano o decorado social para el imaginario idealizado del turista y la comida que se ofrece queda reducida a una caricatura obscena, plasticosa, tramposa y falsa de lo que una vez fue autóctono y auténtico.
¿Aún regala el gobierno al turista un millón u ochenta millones un ramo de rosas al pisar la escalerilla del avión y una estancia gratis en Torremolinos?, ¿sigue Manuel Fraga siendo ministro de Información y Turismo? ¿mantienen las suecas los fértiles sueños húmedos de los alfredoslandas shore? A veces me lo parece. Porque fueron los dineros que enviaban de vuelta los millones de emigrantes y las divisas golosas del turismo europeo sesentero lo que oxigenó lo podrida economía franquista y hoy me huele todo casi a lo mismo cuando leo y escucho las apasionadas defensas acríticas de las tristes emigraciones y las colitis turísticas.
Releo ahora el viejo estudio: El Turista, Una nueva Teoría de la clase ociosa, de Dean MacCannell escrito en el 1976 cuando la sociología crítica del turismo era casi una curiosidad. El libro está muy centrado en lo que le estaba pasando entonces a París pero se acaba de publicar este año en España y sus conceptos siguen muy vivos: habla del turismo como “consumo de experiencias”, “autenticidad escenificada” “lujo popular” ¿les suena todo eso? Así que si ven un cartel que pone, en cualquier idioma, en cualquier lugar del mundo “menú turístico” salga corriendo, si va a un hotel y pone “cocina internacional”, lárguese también, donde vea una franquicia gastronómica huya, donde tengan la carta en su idioma y en otros cuatro o cinco, un camarero haga proselitismo a la puerta del local o vea a otros pardillos de su país comiendo uno de esos platos combinados que incluyen patatas fritas congeladas ponga pies en polvorosa. Y por supuesto corra como alma que lleva el diablo si en el menú o en el escaparate o en la carta del local hay fotografías a todo color de los guisotes, platillos o mixturas que allí puede comer. Suelen ser fotografías de banco de fotos, tal vez con los colores algo fluorescentes o quizá ya algo desvaídos por el solazo español.
Si ven un cartel que pone, en cualquier idioma, en cualquier lugar del mundo “menú turístico” salga corriendo, si va a un hotel y pone “cocina internacional”, lárguese también
Claro que si todo eso no le disgusta, adelante, incluso yo le recomendaría Benidorm que es el mejor modelo, el más sostenible, rentable, intenso y divertido pack sol y playa typical spanish. Lo digo en serio, verité. Hace ya mucho tiempo que el sociólogo experto en turismo Mario Gaviria nos demostró con números y datos que Benidorm rentabiliza al máximo el espacio, con un mínimo gasto de agua y recursos, un máximo de rentabilidad económica y un alto grado de satisfacción de sus consumidores con cuatro turnos de playa autogestionados y unos menús turísticos con precios sin competencia en todo el orbe. Yo lo sé. Ya lo decía Lope “quien lo probó lo sabe”.
Selfie 2 “El dato mágico”
Rebusco datos en el ministerio de la cosa fraguiana que ahora se llama, casi peor que entonces, “Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital”. El año pasado nos vinieron a casa 75,3 millones de turistas, un incremento de 9,9% con respecto al año anterior y este año 2017 nos estamos acercando a los 83 millones. Al final de la década serán 100 millones. No se les escapa a las autoridades que la razón de este descorche es la tremebundia de lo ocurrido en el Magreb. Hace ya muchos años esta región era la seria competencia al turismo de “sol y playa” español junto a los paquetes caribeños todo incluido de la República Dominicana y México, pero esas burbujas las desinfló el islamismo radical y el pábulo exagerado que de ello hicieron muchos medios. Estima además el ministerio que estos turistas han gastado en nuestros hoteles, restaurantes, museos, tiendas de souvenirs y chiringuitos unos 77.000 millones de euros con un incremento del 8,3%. Eso da un gasto medio por turista de 1.023 euros, un 3,75% más que el año pasado y un gasto medio diario de 138 euros, un 6,5% más que hace un año. Haciendo la sofisticada cuenta de la vieja económica y sabiendo que somos 46,56 millones de habitantes, podemos decir que el turismo nos deja anualmente a cada español y española 1.653,78 euros. ¡Además cada año nos deja más! ¿acaso no vale este pico de pasta el plato de lentejas de nuestra primogenitura, la aniquilación y alicatado hasta el techo de las playas, el divertido balconingdesnucante, las aceras vomitorio, los chunda-chunda hasta las tantas del apartamento turístico de enfrente, los paelladores en todas las aceras, los campos de golf regados con agua de Vichy Catalán, las novelas de Chirbes, las luchas de sombrillas a las siete de la mañana, la deliciosa sangría a precio de Moet, las aguas verdosas y fértiles de muchas calas, nuestra conversión de ciudadanos en decorado y extras sin sueldo de miles de selfies, ese monumento al futuro que admirarán con envidia los marcianos que es el hotel del Algarrobico! Somos el tercer país del mundo en número de turistas solo superados por EE.UU. y Francia y el primero en turistas por habitante. ¡despertad turismofóbicos, id al banco a pedir los 1.600 euros que os corresponden y no seáis aguafiestas! ¡además los datos indican que la cosa irá a mucho más. Los incrementos de visitantes e ingresos subirán año a año, las proyecciones estadísticas no mienten nunca!, ¡olvidaos de la burbuja del ladrillo pasada!, ¡no leáis a Chirbes que era un amargado!, ¡recordad el optimismo vociferante de Don Manuel Fraga inaugurando Paradores y saludando a la guiri un millón con un ramo de claveles reventones en ese Youtube patrio de entonces que era el Nodo! ¡Le debemos mucho al turismo! Más del 10,9% del PIB casi un 14% de los empleos, ¡ah! ¿qué usted no recibe esos 1.600 euros anuales de renta vitalicia por la pequeña molestia? ¿Qué esa pasta se reconcentra en muy pocas manos? ¡cómo todo!, ¡pero de qué se queja si le da un buen trabajo temporal de camarero, mucama, limpiador, DJ, socorrista, animador, cocinero, recepcionista, guía, vigilante… a 700 euros/mes por 12 horas de trabajo… ¡no todos podemos ser astronautas! ¡haber estudiado! ¡ah que tiene dos master! ¡pues lárguese fuera y déjenos a nosotros con nuestra rentable industria de sol y playa!, ¡16.961.140 ingleses, 10.767.308 franceses, 10.734.120 alemanes y otros millones, por orden de importancia turística, millones de italianos, holandeses, belgas, estadounidenses, portugueses, irlandeses y rusos no pueden equivocarse! Claro que ese mismo turista cuando va a Alemania o al Reino Unido se deja más de 2.000 euros, debe ser que las frankfurt y el fish & chips son carísimos. Pero me estoy saliendo del tema. Estábamos para destripar el “menú turístico”. Veamos otro dato: si el gasto medio diario del turista en España es de 138 euros (+6,5% en comparación con el año pasado) y el precio medio por habitación de hotel es de 100 euros le van a quedar 38 al visitante para pagar la entrada del museo, una excursión, un billete de bus, comprarse una granizada y… para un menú turístico en la comida y otro en la cena ¡No pretenderá encima que con esos 10 euros la paella sea de verdad!
Claro que ese mismo turista cuando va a Alemania o al Reino Unido se deja más de 2.000 euros, debe ser que las frankfurt y el fish & chips son carísimos
Selfie 3: “la vieja de la fabada Litoral”
Sí, lo han descubierto, la vieja era su abuela, o la mía o la de Moderna de Pueblo, disfrazada de aldeana de postal, lista como ella sola, que ha montado una casa rural porque el secano ya no da para más y ha pillado unas subvenciones del 80% de la Junta para reformar el secadero y ¿para qué va a molestarse en hacer guisotes de pueblo de verdad si el turista urbanícola no sabe ni quiere saber y les parecen muy ricas las alubias de Litoral? La caricatura existe, también la verdad alternativa de miles de hoteles rurales que prometen silencio, trinos, paz y buenos alimentos con una dosis de autenticidad, jacuzzi en el cuarto de baño y un menú de actividades de turismo aventura que va del rafting al curso de posición de loto, del birdwatching al overlanding en todo terreno, del ordeño manual al parapente. Proponer actividades es fundamental porque el turista urbano no sabe estarse quieto y no hacer nada, necesita que su cuerpo y su mente, entrenadas durante décadas en la prisa y laborismo, este activo, verlo todo, hacerlo todo, fotografiarlo todo para colgar las fotos en las redes sociales porque si no siente que está “perdiendo el tiempo”, ¡al campo no se va a leer o a mirar amapolas!. Luego uno vuelve a la ciudad la mar de oxigenado y con un queso, una mermelada o una ristra de tasajos de souvenir aborigen. La caricatura existe, también los sesudos estudios que han vendido que la olvidada, despoblada y agraria España rural solo se salva reconvirtiendo parte de ese abandono en exotismo o sus campos, casas, bosques, perdidos y labrantíos en paisajes de postal y foto selfie que no debe ser estropeada por una mujeruca que se cabrea cuando hemos dejado abierta la portilla por donde se le han escapado las vacas, o por la misma portilla, hecha con un viejo somier oxidado y que nos parece horrible, poco bucólica, poco auténtica. Creemos que la gente de pueblo no tiene gusto y lo que pasa es que no entendemos que ese uso podría ser tomado como un perfecto ejemplo de reciclaje y reutilización de verdad. Los ayuntamientos de la España rural se han creído la copla de que sólo el turismo puede salvar la aldea y se desviven por atraer a esos pocos o muchos turismos porque “como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”. Así pueblos con instalaciones para una población de 1.000 habitantes aloja y entretiene en agosto y algún puente a 15.000 y más personas con los consiguientes problemas con el agua para beber, la depuradora, el aparcamiento, los accesos, la seguridad, la limpieza… Es muy frecuente ver, por ejemplo, cómo se cierran de forma artificial el arroyo, garganta o río del pueblo y hasta se hace en la ribera un remedo de miniplaya para que los turistas puedan bañarse, llevar sus neveritas portátiles para hacerse un cubata, tirar sus colillitas o las mondas de sandía a la maleza que “total, es orgánico y luego en invierno se lo lleva todo el agua con la crecida, ¿no?” y poner un poco de chundachunda en el móvil “para tener ambiente”. No pocos pueblos incluso han permitido instalar un chiringuito junto al charco para que el turista chiringuetee sus sardinas y sus cañas y no eche de menos nada de pack sol y playa costero. Sobra decir que el citado río queda hecho una mierda, el agua se suele poner verde a los pocos días y que la riqueza y el progreso que deja en el pueblo ese turismo rural sólo toca a unos pocos afortunados, sobre todo al supermercado y a los cuatro bares. Al resto de habitantes, como a la señora ganadera de las vacas famosas, solo le toca la pedrea y las molestias. La caricatura existe pero la España agraria no se rescata fomentando el Airbnb rural, el hotelito agrario con encanto, la playa fluvial o Rajoy haciendo runningcon dificultad manifiesta por una cañada real.
Selfie 4. “La calidad”
Imprescindible citar aquí al experto, para que la cosa no quede opinática. Echo mano de Manuel Manquiña, alias Pazos en Airbag, cráneo privilegiado: “El conceto es el conceto. Y vamos a llevarnos bien, porque si no van a haber hondonadas de hostias aquí” y el manido concepto es “turismo de calidad” que es el eufemismo para decir que quiero sólo a un turista rico, ese que gasta mucho, no de la especie “campista autosuficiensis” ni mucho menos de la variedad “turista hooligan magalufensis” que se alimenta de paella de garrafa, anticongelante alcohólico y hamburguesas de color rosa. El turismo de calidad es el turismo de élite, que deja muchas divisas, aspira a comer caro sin revisar la cuenta, a alojarse en hoteles de cinco estrellas y embellecer las costas con yates, villas con vistas al campo de golf y playas semiprivadas con superchiringo chic. Un turismo que también sabemos que lo arrasa y prostituye todo, agota el agua potable, ocupa espacios públicos naturales protegidos, corrompe y urbaniza a lo bestia ¿Recuerdan la Marbella de Jesús Gil y las docenas de imitadores que luego surgieron? ¿Turismo de Visa oro?
Pero miren por donde voy a hacer ahora apología del turismo que quiero que venga a mi país. Soy turismófobo, sí, pero tampoco tanto: El turista respetuoso, curioso, sin prejuicios, atento a lo que tenemos de distinto, que busca descansar sin romper, ensuciar o cambiar y respeta sobre todo al ciudadano de aquí intentando no molestarle ni cambiar su vida. El turista que no quiere ser multitud ni colapsar la belleza del lugar, que hará sus fotos con discreción, que sabe que va a gastar dinero y que lo bueno tiene su precio, que no hay gangas en el paraíso y que tiene siempre muy en cuenta que en esos paraísos vive gente que a veces se gana la vida de forma complicada y el servicio al turista hay que pagarlo bien y no equilibrar un mal sueldo con una buena propina. Ese turista quiero.
El turista de recursos limitados, y hasta limitadísimos, que intentará no gastar un duro en el viaje, que camina, coge autobuses, hace dedo, no tiene prisa, ese que apenas consumirá un bocadillo de mortadela, una botella de agua y suele ir anotándolo todo en un mugriento cuaderno de notas, ese no aparecerá ni en las estadísticas del Ministerio porque sus pernoctaciones serán en casa de amigos, conocidos, saludados, desconocidos. El turista trotamundos que sin embargo es un viajero ilustrado y quien sabe si dentro de algunos años, como hizo Patrick Leigh Fermor o Bruce Chatwin cuando eran zarrapastrosos viajeros, nos cuentan en un libro brillante lo que vio y cómo éramos y cómo le tratamos. Ese turista quiero.
El turista rico y hasta riquísimo que no quiere, sin embargo, que le cambien el paisaje a su gusto, ni que ese rincón de España sea similar a Las Vegas, Calivigny, Los Hamptons, Saint Tropez o Portofino. El que pasa desapercibido y no necesita el ronroneo de ningún Maserati para pasear, ni piscina de horizonte infinito, ni sombrillas diseñadas por Miyake y que se va a comer una paella a la Barraca de Toni Montoliú sin colarse en su lista de espera diciendo su nombre.
También quiero al turista que lleva de la mano a su hijo o su hija para enseñarle el mundo, que patea las ciudades famosas y las menos famosas, el que se gasta parte de sus ahorros en viajar lejos o muy cerca porque cree que la sabiduría, la cultura y el ser mejor persona se aprende conociendo a los otros, entendiendo lo que nos hace distintos, leyendo mucho sobre el lugar, saliéndose de las rutas de las guías, sin prisas y teniendo tiempo por delante. El que quiere aprender a cocinar lo que comió acá o allá y le gustó tanto, el que no quiere que le pongan un brazalete de colores de “todo incluído”, el que pasea por las Ramblas, por cualquiera de las ramblas del mundo y mira fascinado, sonríe, es amable y nunca tiene miedo.
Estos para mi son los turistas “de calidad” que quiero. Para los demás, turismofóbico a tope.
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Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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