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Hemos invertido todos, medios y público en general, tanto en el caso de Diana Quer que la confirmación de su ―de momento― homicidio y el descubrimiento de sus restos ha supuesto una liberación del espíritu, un tollis peccata mundi, no solamente para su familia y allegados, como es lógico, sino para todo eso que había girado en torno al caso. Todas las fundadas sospechas hacia la víctima y su familia se han convertido en sentido pésames, todas las acusaciones de pasividad negligente a los investigadores se han transformado en loas a la eficacia y profesionalidad. La execración se ha vuelto ditirambo. Quizá la energía mediática, una vez que se crea, nunca se destruye, sino que se transforma. Llegados a esta brillante conclusión, vayamos con las puntualizaciones. Y a ver en qué se transforma.
Una. En el año en el que desapareció Diana Quer, 2016, se registraron 1.520 denuncias de desaparición activas (sin resolver) y desde 2010, las fuerzas de seguridad buscan a 1.300 menores de edad. Obviamente, que el foco se ponga en unos o en otros depende de factores como la proyección de la familia, sus contactos, su habilidad a la hora de comunicar, o de aspectos a veces intangibles. Ignoramos las circunstancias de esas 1.300 familias, pero, salvo en casos de desapariciones voluntarias, podemos aventurar dos conjeturas más que probables y dar por más que segura una tercera. Una de las probables es que en todos esos hogares se daba parecida proporción de riñas y momentos de felicidad que en la media de familias españolas. La otra es que la pérdida del hijo o hija, excepto en casos contados en que ha servido para unirlas, ha actuado como un detonador. Y la más que segura es que pertenecer a una familia desestructurada o una de rosario diario no supone diferencia a la hora de caer en manos de un psicópata. Es decir, la familia, se llevasen bien o a matar, sean del PP o de Anticapitalistas, rica o en vías de recuperación económica, no tiene la culpa de lo que le pasó a Diana. Y creo que sobra insistir en que tampoco la tiene la propia víctima. Sobra porque seguirá habiendo jueces, opinadores y cabestros sin graduación que lo sostengan, explícita o implícitamente.
Otra. Ni Rianxo es Brooklyn, ni Ribeira, Boiro o A Pobra do Caramiñal son el Bronx, aunque Nueva York esté lleno ―es un decir― de vecinos de la zona, que llegaron embarcados y comprobaron que era menos arriesgado y más provechoso construir rascacielos que andar de marinero. Yo incluso recuerdo un amigo que se refugió allí cuando en su primer trabajo como capitán de barco tuvo un percance con el cargamento ―Winston y Marlboro― y acabó de vicepresidente de una empresa de limpieza en Manhattan. En verano allí, en la península do Barbanza, puede haber demasiada gente ―veraneantes, algún turista y los de New York o Nuarca (Newark) que vienen a pasar las fiestas― pero tampoco es Torremolinos, ni siquiera la cercana Sanxenxo. En el resto del año, no hace falta destacar mucho para que todo el mundo sepa de quién vienes siendo.
Y otra más (o la de antes). Esto viene a cuento, o eso creo, porque sin desmerecer los esfuerzos de los investigadores, el tal Chicle no es precisamente Hannibal Lecter, y no por su mayor o menor grado de maldad, si eso es medible, sino por su inteligencia. Un tipo que logra escapar de la acusación de haber violado a su cuñada, y después de hacer lo que sea que hizo a Diana Quer se dedica a acosar desde su vehículo ―“¡Oye, rubia, sube al coche!”― a chicas que ni van solas, no parece un genio del mal, sino un borrico del mal. De hecho, los vecinos, empezando por su padre, no es que lo considerasen el serial killer que siempre saludaba en la escalera, sino un buscavidas que, como definen despectivamente un par de rías más arriba “non aparta moito dos coches”. Que lo hayan pillado después de un intento de secuestro en dos fases ―primero a mano, después con palanqueta― con testigos, grabación de audio y de vídeo y en una zona donde puede identificarte no ya la guardia civil, sino el cartero, por los piños e incluso por el modelo del vehículo, no es para que en la amplia tarima de la Delegación del Gobierno en Galicia se apelotonen jefes y oficiales para contar la operación con pelos y señales. (Pelos y señales, por cierto, que quizá sea muy útil tener en cuenta para que no te pillen a la hora de delinquir).
Pero, como decía al principio, si recuerdan el principio, aquí se ha hecho una enorme inversión emocional, un despliegue llamémosle informativo. Y una vez creado, repartidas las horas de magazine, adjudicadas las páginas, hay que alimentar todo eso. Después de la epifanía, la revelación del culpable, hay que desvelar otro misterio y poner el foco en otra cosa. Exactamente: en el entorno del criminal. Exponer el dolor de la madre, la confusión del padre, asediar a quien entra o sale de su casa, aunque sean otros nietos, como recriminó a los sitiadores una representante del Ayuntamiento. Habrá quien argumente que con lo que sufrió el entorno de Diana Quer, por qué ahorrarle el sufrimiento al del que la mató. Me imagino que el lunes habrá quien se plantee seguir a la hija del culpable ―eso sí, sin sacarle la cara, que solo tiene ocho años―, a ver cómo la reciben sus compañeros en el colegio. Porque como Rianxo no es Brooklyn, ni siquiera Hortaleza, todos saben quién es su padre.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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