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El J.R. Mora de hoy: Manual de estilo
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La gran mayoría de la población mundial considera que el año, todos y cada uno, acaba el 31 de diciembre. Una convención como otra cualquiera, que ni siquiera se ajusta al solsticio de invierno. Se debe a que Julio César se hizo un calendario a medida, y determinó que el día siguiente, el 1 de enero (entonces el mes undécimo) estuviese dedicado a Jano, el dios de las dos caras, patrón de los comienzos y de las entradas. Si pueden existir dudas sobre quién precedió a quién en el caso del huevo y la gallina, está claro que el Año Viejo debe su existencia a la del Año Nuevo. Obviamente, no abrigo ninguna esperanza de que los años recién estrenados, 2018 en este caso, vayan a suponer cambios sustanciales ―al menos a mejor― que los acabados de extinguir, pero al menos es para celebrar que haya finalizado 2017, el año en el que los guionistas tomaron las riendas del mundo.
Los guionistas y redactores de programas, como toda profesión subalterna pero imprescindible, destilan un cinismo gremial atroz, que se puede resumir en un chiste que la actualidad hace todavía más terrible: “Era una actriz tan tonta que se acostó con un guionista para conseguir un papel”. Los que trabajan en televisión o radio sudan tinta para sacarse temáticas y personajes de la manga. Además de la actualidad, hay que echar mano de la primavera, las efemérides o que el Pisuerga discurre por Valladolid. Los que elaboran ficción transitan por el estrecho filo que separa crear algo de lo que se sienta partícipe el espectador, pero que sea más interesante que su vida (la del espectador), que sea fantástico y a la vez creíble. Que puedan aparecer dragones pero que el público no rompa la convención y diga “¡esto no se lo cree nadie!”. Que la historia fluya naturalmente, a pesar de que se construye con un corsé bastante rígido, con puntos de giro en la trama que sabemos que se van a producir, y en qué momentos, pero que nos siguen sacudiendo emocionalmente.
Grandes éxitos del guionismo en la escena ―nunca mejor dicho― mundial han sido el Brexit, o la elección de Trump. Dos puntos de giro que torcieron lo que parecía el rumbo natural de las cosas y agitaron el cotarro, dieron vida a los medios y avivaron las redes sociales. También nuestra agenda local está guionizada, aunque a lo cutre. Sin demasiadas ganas de echar la vista atrás, el resultado de la primera vuelta de las elecciones generales de hace un año, la segunda vuelta con el resultado del regreso al futuro de Mariano McFly Rajoy, o el hundimiento/resurgir/hundimiento de Pedro Sánchez son dignos de los guiones de la pareja I.A.L. Diamond- Billy Wilder (yo le adjudicaría a Walter Mathau el papel de Mariano, aunque se parezca más a Albiol, y a Jack Lemmon el de Sánchez). Lo de Cataluña puede ser cualquier cosa, empezando por una especie de remake de La Cina é vicina (Marco Bellochio, 1967) y acabando por Si hoy es martes, esto es Bélgica (Mel Stuart, 1969).
Paul Valéry definía la política como “el arte de evitar que la gente se metiera en lo que le importaba”. Y añadía: “En una época posterior se le agregó el arte de comprometer a la gente a decidir sobre lo que no entiende”, pero en España estamos en la primera fase, en la del guion escapista. El último caso es la tremenda polémica sobre el menú de los policías a bordo del Piolín. El debate lógico y normal sería la oportunidad o la conveniencia de enviar o no destacamentos policiales para impedir un acto que ya había sido declarado ilegal, y por lo tanto inefectivo. (No todo lo ilegal es susceptible de impedir/resolver mediante cargas policiales, que en algunos casos lo que hacen es convertir lo que puede ser un delito, una falta, o nada, en un disturbio. Por ejemplo, los botellones masivos en los que participan menores). Y también vendría a cuento la discusión sobre pertinencia o no de mantener allí a las fuerzas de seguridad después de haberse aplicado a discreción el artículo 155. O si un coste de más de 15 millones de euros para tener en condiciones discutibles a unos agentes del orden que tienen que conservar la calma y el equilibrio mental es adecuado o no.
Desgraciadamente, eso es política, y en España, eso significa paradójicamente algo a la vez muy enconado y muy aburrido, porque nadie escucha a nadie y todo el mundo grita. Así que el guionista máster convierte lo que debería discurrir, como el Pisuerga por Valladolid, por el cauce sindical, como es la mayor o menor habitabilidad de Piolín y las otras naves, y la pertinencia o no del bacalao rebozado como menú navideño y lo eleva a la categoría de elemento discernidor entre patriotas y antipatriotas. Que un ministerio investigue un menú y un Parlamento bloquee la comisión de investigación de la tragedia ferroviaria del Alvia, que causó 80 víctimas, nos define como país, le leí a alguien en twitter. Y también demuestra la necesidad imperiosa de que sigan existiendo guionistas que distraigan al público. Nada nuevo. Para Adlai Stevenson, alguien que probablemente habría sido un excelente presidente de los EE.UU. (al menos sus enemigos jurados eran Joseph Cazadebrujas McCarthy y Richard Nixon) este papel lo desempeñaban los editores: “Los que separan el grano de la paja e imprimen la paja”. Lo decía en los 50, pero aquí todo llega tarde.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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