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Hay tantas leyes que nadie está seguro de no ser colgado
Napoleón Bonaparte
Echemos mano de ese marciano mítico y prototípico que convencionalmente está de guardia siempre que queremos/pretendemos tener una visión elevada e imparcial de las cosas a ras de suelo, sobre todo los que no tenemos cuerpo astral que desdoblar. El marciano tiene una gran tradición en el periodismo de análisis ─Ambrose Bierce usaba un selenita─, y supongo que por una parte se basa en la creencia de que la distancia ayuda a la perspectiva, predispone a la imparcialidad, o incluso es consustancial a ella. Por otra, en determinados ámbitos, tuvo su origen en la necesidad de conjugar el soltar la lengua y conservar la cabeza atribuyendo las opiniones propias a un extraterrestre. A mí siempre me pareció que la distancia, además del olvido, es eso, la distancia. El alejamiento, el conmigo eso no va, o como creo que decía Robert Capa, si la foto no es buena, es que no te has acercado lo suficiente. Pero, en fin, tomemos a ese marciano, o al selenita del viejo gruñón yanqui, y pongámoslo frente a la sentencia que condena a doce raperos a dos años y un día (a cada uno) porque en sus letras enaltecen el terrorismo.
De entrada, habría que hacer saber al extraterráqueo que aquí hay una legislación antiterrorista, aunque no grupos terroristas en activo, y que los actos terroristas que se cometen lo hacen con la religión como excusa (admito que habría que emplearse a fondo para explicar todo esto). Después, informarle de que doce chavales ─crías de humanos─ irán a la cárcel por cantar, sin ser el tipo del Despacito. Eso porque el fiscal, el representante de la sociedad ─del gobierno─ consideró que “ensalzaban de una manera casi sistemática a la organización terrorista PCE (r) – GRAPO” y que su mensaje “mantiene una tónica subversiva frente al orden constitucional democrático”. Y porque la sentencia establece que no hay un riesgo concreto, pero sí “un riesgo abstracto” de que las canciones del grupo puedan animar al público a seguir el ejemplo de los GRAPO y de que quienes escuchen sus letras puedan abonarse las tesis defendidas por el grupo “fruto de su juventud, de la falta de conocimiento cabal de los acontecimientos terroristas o de encontrarse en una situación de desesperación por su precariedad económica”. Y por si los crédulos oyentes quieren pasar de la teoría a los hechos, la sentencia advierte que las canciones “dan ideas de cómo llevar a cabo los ataques que propugnan: impuestos revolucionarios, quemar cajeros…”.
A estas alturas, yo ya me habría deshecho del marciano, desesperado por sus previsibles preguntas: ¿ensalzar al Grapo si ya no existe no es como ensalzar a la Mano Negra o a la Columna Durruti?, ¿el orden constitucional ese del que no se puede disentir es la religión que defienden o la que atacan los que cometen actos terroristas?, ¿lo de rebelarse por desesperación no viene ya en los libros de historia?, ¿el film de celuloide Espartaco sigue siendo legal?, ¿y lo de quemar cajeros y romper cosas como protesta no se ve en televisión?, ¿tenían entonces más audiencia esos raperos que Ana Rosa Quintana?
Sinceramente, hay que ser muy marciano, o muy lunático, o vivir en una burbuja de presurización gremial y/o mediática que te mantiene las esencias como en los buenos viejos tiempos, para considerar normal una sentencia de dos años y un día a los doce raperos de La Insurgencia, como en su día las que condenaron a César Strawberry, Cassandra, Valtonyc o Pablo Hásel. Al menos en cualquier país de nuestro entorno. Y a Google me remito: una búsqueda de músicos condenados arroja el habitual saldo de estrellas de rock, obviamente en su mayoría anglosajonas, trincadas por posesión de sustancias ilegales en los sesenta, y alguno que mata a alguien, o que lo intenta, inducido por el abuso de las sustancias esas o en pleno uso de sus facultades. Hay que remontarse casi medio siglo para encontrar cargos como los de “comportamiento obsceno y lascivo, exposición indecente, blasfemia y embriaguez” de los que fue acusado Jim Morrison por sacarse el pene en el escenario y simular lo que el atestado describió como “una cópula oral” con el guitarrista Robbie Krieger. Algo que no fue precisamente una opinión. Seis meses y 500 pavos. Y para situarnos a precios judiciales más o menos actuales: Boy George llevó con engaños a su casa a un escort al que encadenó a una argolla en la pared del dormitorio. Después, exhibiendo una panoplia de artefactos sadomasos, le espetó no precisamente Do You Really Want to Hurt Me, sino muy al contrario, “te vas a llevar lo que te mereces”. Un tribunal de Londres lo condenó a 15 meses. En la Audiencia Nacional, si llega a decir algo de un cajero, aunque fuese para decirle “ahora no tengo nada, iré a sacarlo después”, le hubiesen salido 15 años.
Claro que hay condenas a músicos. Está la que les impusieron en Rusia a las Pussy Riots. O las que dictó el año pasado la Sección 54 del Tribunal Revolucionario de Irán, a dos hermanos músicos y al gerente de su discográfica: tres años de prisión y otros tres años de prisión condicional por “insultar lo sagrado” y “propaganda contra el régimen” al difundir música underground. Peor lo tienen los de la banda heavy Confess, acusados de “blasfemia, publicidad contra el sistema, dirigir una banda clandestina e ilegal y un sello discográfico que promueve música considerada satánica” (claro, son heavies). Aun así, salvo si cae blasfemia, pueden salir mejor parados que los de La Resistencia: de seis meses a seis años. Asimismo en Vietnam sentenciaron hace poco a un par de ciudadanos canoros a residir a la sombra durante una temporada, a uno, de nombre artístico Viet Khang, por el curioso motivo de criticar al gobierno por su excesiva mano blanda en las disputas fronterizas con China. En Turquía basta con entonar en kurdo para ir a la trena.
Efectivamente, como me preguntaría el marciano si no lo hubiese despachado, tales decisiones, las de aquí y las de los distintos allás, se sustentan en leyes. Eso no hace más que corroborar aquello que decía Gandhi: una ley injusta es en sí misma una especie de violencia, pero el arresto por su incumplimiento lo es aún más. De que la cosa acabe en condena ya ni hablamos.
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Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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