COMUNICACIÓN
Los vendedores de humo
Si tratamos la plutocracia como si fuera democracia, la democracia muere
Simon Wren-Lewis (SOCIAL EUROPE) 3/01/2018
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Hay muchas similitudes entre el Brexit y Trump. Ambos son movimientos autoritarios, en los que la autoridad o bien recae en un único individuo, o en una única votación: la votación que los obliga a todos. Esta autoridad expresa la identidad del movimiento. Se trata de movimientos irracionales, y con ello me refiero a que descartan la experiencia en cuanto esta entra en conflicto con los deseos de los movimientos. Por tanto, la base de sus simpatizantes está constituida por los menos formados, y las universidades son consideradas como enemigos. Ambos grupos son sumamente nacionalistas: ambos quieren devolverle la grandeza a América o a Inglaterra.
Es fácil relacionar a cada grupo con conceptos familiares: clase, raza o lo que sea. Sin embargo, creo que esta clasificación obvia algo importante. Obvia lo que corroboran las convicciones de estos grupos, lo que les permite perseverar en su visión del mundo que tan a menudo se contradice con la realidad. Ambos grupos obtienen la información sobre el mundo a través de medios de comunicación que ha convertido las noticias en propaganda. En EE.UU. es la Fox y en el Reino Unido es la prensa sensacionalista de derechas y The Telegraph.
Considerar que estos medios de comunicación son un síntoma en lugar de una causa es un grave error. Tal y como demuestra claramente el estudio sobre el que hablé en este artículo, la producción de noticias de la Fox no está diseñada para incrementar al máximo el número de lectores, sino para incrementar al máximo el impacto de su propaganda en sus lectores. Creo que se podría decir exactamente lo mismo sobre The Sun y The Mail en el Reino Unido. La Fox y The Sunpertenecen al mismo hombre.
Incluso aquellos que logran desprenderse de la idea de que estos medios no regulados solo reflejan la actitud de sus lectores, en general creen que estos medios dan apoyo a ciertos partidos políticos. En el Reino Unido existe la prensa que apoya al Partido Conservador y la que apoya al Partido Laborista, y en EE. UU. ocurre algo similar. A mi entender esa idea está anticuada diez o veinte años, e incluso entonces se subestimaba la independencia de las empresas de comunicación. (The Sunapoyó notoriamente a Blair en 1997). Cada vez más frecuentemente son los medios los que llevan la voz cantante y los partidos políticos los que les siguen.
El Brexit no habría tenido lugar si hubiera permanecido como un deseo expresado por una minoría de diputados conservadores. Sucedió gracias a la prensa de derechas del Reino Unido. Ocurrió porque esta prensa de derechas reconoció que un amplio sector de sus lectores estaba descontento con la política convencional y empezó a prepararlos con historias sobre inmigrantes de la UE que quitaban empleos, reducían los salarios y se beneficiaban de las prestaciones (y a veces de cosas mucho peores). Estas historias no eran (siempre) falsas, pero, como toda buena propaganda, magnificaban una verdad a medias para convertirla en una firme convicción. Por supuesto esta preparación jugaba con inseguridades ancestrales, pero las agravaba para convertirlas en un movimiento político. El nacionalismo hace lo mismo. No se limitó a reflejar las opiniones de los lectores, sino que jugaba con sus dudas, temores y esperanzas para convertirlas en votos.
Esto no quiere decir que no existieran motivos reales de queja que derivaron en el voto a favor del Brexit o el racismo que derivó en la elección de Trump. Este análisis del populismo actual es importante, siempre que no nos desvíe hacia los debates sobre la identidad frente a la economía. Hacer hincapié en las causas económicas del populismo no infravalora las cuestiones de identidad (como la raza o la inmigración), pero son los asuntos económicos los que causan los virajes que ayudan a llevar a los populistas al poder. Fue crucial, por ejemplo, en el engaño que usaron los medios para convencer a muchos para que apoyaran el Brexit: que los inmigrantes y las cuotas de la UE estaban limitando el acceso a los servicios públicos, cuando en realidad sucede todo lo contrario.
Sin embargo, a pesar de que los asuntos económicos puedan haber creado una mayoría ganadora tanto para el Brexit como para Trump, las cuestiones de identidad defendidas por los medios de comunicación logran que el apoyo que reciben ambos sea difícil de reducir. El Brexit y Trump son expresiones de identidad, y a menudo de lo que se ha perdido, lo que los convierte en algo sumamente difícil de derribar al recibir el respaldo de los grupos mediáticos. Asimismo, tanto Trump como el Brexit sostienen la idea, porque sus defensores lo quieren así, de que representan a aquellos que normalmente son ignorados, que reaccionan en contra de la maquinaria gubernamental de la capital con todos su expertos.
Pero centrarse en lo que algunos llaman la “demanda” de populismo corre el peligro de perderse al menos la mitad de la historia. Por muy legítimas que fueran las quejas de los defensores del Brexit y Trump, aquellos han sido utilizados y serán traicionados. No hay nada que al abandonar la UE vaya a ayudar a las olvidadas ciudades de Inglaterra y Gales. Aunque lo intente, Trump no recuperará muchos puestos de trabajo en la fábricas de las zonas desindustrializadas, y sus payasadas con el NAFTA pueden haber empeorado las cosas. La identificación de los abandonados solo supone la mitad de la historia porque no te dice por qué se dejaron engañar por los remedios de los vendedores de humo.
Tal y como escribí inmediatamente después de las votaciones en este post, el Brexit fue, ante todo, un triunfo de la prensa de derechas del Reino Unido. Esa prensa primero impulsó al Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) que encarnaba las opiniones que promocionaba la prensa. La amenaza que suponía ese partido y el transfuguismo hacia el mismo obligó al Primer Ministro a convocar el referéndum que quería la prensa. Se trataba de una prensa de derechas que vendía una enorme mentira sobre la economía del Reino Unido, una mentira que compraron los medios audiovisuales para asegurarse de que los conservadores ganaban las elecciones siguientes. Cuando llegó el referéndum fue esta prensa de derechas la que se aseguró de que se ganaran suficientes votos y así derrocaron al gobierno.
Del mismo modo Donald Trump fue, ante todo, el candidato de Fox News. Tal y como escribió Bruce Bartlett con gran elocuencia, Fox habría empezado como una cadena que solo apoyaba a los republicanos, pero su poder aumentó de forma constante. La parcialidad en Fox se convirtió en la desinformación de sus espectadores, hasta el punto de que los espectadores de la Fox están claramente peor informados que los espectadores de otros canales de noticias. Un análisis sugirió que más de la mitad de los hechos mencionados en la Fox son falsos: los lectores del Reino Unido recordarán cuando informaron de que Birmingham era una zona vedada a los no musulmanes.
Fox se convirtió en una máquina de mantener a las bases enfadadas y encendidas en la creencia de que no podía haber nada peor que votar por un demócrata. Fue Fox News la que impidió que los votantes republicanos vieran que estaban votando a un demagogo, ocultó que este mentía abiertamente todo el tiempo. La cadena incita al odio hacia otras religiones y grupos étnicos y hace que sus espectadores crean que Clinton merece ser encarcelada. No refleja las opiniones de sus espectadores, sino que los moldea. Según han demostrado ciertos economistas, la producción de la Fox no optimiza su número de lectores, sino que optimiza el poder propagandístico de su producción. Aparte de algún que otro altercado, Trump fue el candidato de la Fox en las primarias.
Tenemos una empresa de comunicación de derechas que ha derrocado a la clase política dirigente republicana y una prensa de derechas que ha derrocado a un gobierno de derechas. Cómo es posible que algunos politólogos sigan analizando esto como si los medios tuvieran un mero papel pasivo, de apoyo o incluso fueran invisibles cuando derrocan gobiernos o subvierte partidos políticos es algo que desconozco.
La plutocracia
Trump y el Brexit son creación de un tipo de plutocracia. En EE.UU. la política ha mantenido importantes elementos plutocráticos durante algún tiempo a causa del modo en que el dinero influye en las elecciones. Esto proporcionó una enorme influencia a las finanzas en el Partido Demócrata y logró que los republicanos se obsesionaran con reducir los impuestos más altos. En comparación, en el Reino Unido la plutocracia ha sido casi inexistente y operaba principalmente a través de la financiación de los partidos y escaños en la Cámara de los Lores, aunque todavía estamos averiguando de dónde procedió el dinero de la campaña del Brexit.
Si nos centramos en lo que algunos llaman la vertiente de la demanda del populismo en vez de la vertiente de la oferta, no alcanzamos a ver a Trump y el Brexit como manifestaciones principalmente ligadas al poder plutocrático. El gobierno de Trump es la plutocracia personificada y, como sostiene Paul Pierson, su programa fundamental constituye una aceptación absoluta del programa tradicional de las elites económicas del Partido Republicano. Los defensores del Brexit quieren convertir el Reino Unido en Singapur, un tipo de neoliberalismo que insiste en que los mercados deberían liberarse de las interferencias del gobierno, en lugar de liberalizar el trabajo para todos, y que el comercio debería librarse de reglamentaciones, en lugar de que las regulaciones se armonicen de modo que las empresas puedan comerciar libremente.
Asimismo es un error considerar que la plutocracia está diseñada para defender el capital. Una vez más esto debería ser obvio en los casos del Brexit y Trump. Es mejor para los intereses del capital tener fronteras abiertas a las mercancías y a la gente que crear barreras y levantar muros. Lo que una plutocracia hará es asegurarse de que se mantenga una elevada desigualdad, en un 1% o un 0,1% etc., e incluso que se incremente. De hecho, muchos plutócratas amasaron su fortuna extrayendo grandes sumas de las empresas para las que habían trabajado, una riqueza que de otro modo habría ido a parar a los inversores en forma de dividendos. En este sentido son parásitos para el capital. Y esta plutocracia también se asegurará de que la movilidad social sea escasa para prolongar la pertenencia a la plutocracia: la movilidad social va pareja a la igualdad, como demuestran Pickett y Wilkinson.
Asimismo es un error considerar que lo que está ocurriendo es el resultado de una especie de comité invisible del 1% (o 0,1%, etc.). Los intereses de los hermanos Koch no son necesariamente los intereses de Trump (no es casualidad que el primero quiera ayudar a comprar la revista Time). Los intereses de Arron Banks no son los de Lloyd Blankfein. En su lugar estamos viendo cómo los magnates de los medios establecen alianzas con políticos, no solo para presionar a favor de sus intereses empresariales, sino también a favor de sus ideas políticas. Y en estas alianzas, a menudo, está claro quién depende de quién. Después de todo, la competitividad de los medios es escasa cuando hay montones de políticos.
¿Qué tiene que ver esto con el neoliberalismo que se supone que es la cultura dominante de la derecha política? Tal y como argumenté en este artículo, es un error considerar el neoliberalismo como una ideología unificada. Puede que tenga un núcleo común respecto a la primacía del mercado, pero el modo de interpretarlo no es uniforme. ¿Los neoliberales están a favor o en contra del libre comercio? Al parecer ambas cosas. Por el contrario, el neoliberalismo es un conjunto de ideas fundamentadas en una creencia común en el mercado que diferentes grupos han utilizado e interpretado en su beneficio, al tiempo que se han visto influenciados por la ideología. Tanto los intereses como las ideas importan. Mientras algunos neoliberales ven en la competencia la característica más valiosa del capitalismo, otros buscarán contener la competencia para mantener el poder del monopolio. Los defensores del Brexit y la prensa que les apoya son neoliberales, del mismo modo que el gobierno de Cameron que derrocaron.
Creo que hay algo de verdad en el razonamiento, formulado por Philip Mirowski entre otros, de que la confianza en el neoliberalismo fácilmente puede implicar la creencia anti-intelectual de que la gente necesita ser convencida para que se someta totalmente al mercado. Ciertamente, aquellos que se sitúan en la derecha neoliberal son más fácilmente convencidos de que inviertan tiempo y esfuerzos en las artes oscuras de la interpretación parcial que los de izquierdas. Pero sería ir demasiado lejos sugerir que todos los neoliberales son antidemócratas: como he dicho, el neoliberalismo es diverso y está dividido. Lo que argüía en mi post sobre la extralimitación neoliberal era que el neoliberalismo tal y como está formulado en el Reino Unido y EE.UU. había hecho posible que la plutocracia que vemos ahora tuviera un papel dominante.
Al tratarse de una plutocracia desorganizada, los tipos de neoliberalismo que se impongan seguramente serán muy aleatorios, y dependerá mucho de quién posea las empresas de comunicación. Esto se traduce en una forma de política que en muchos sentidos es impredecible e irracional, con una tendencia omnipresente a la autocracia. Esto es lo que estamos presenciando, ahora mismo, en el Reino Unido y EE.UU. No se trata de la política normal a la que están acostumbrados estos países, aunque sería más común en los regímenes cuasi-dictatoriales. Todos sabemos cómo la ley de reducción de impuestos republicana favorece casualmente a los magnates inmobiliarios que heredan su dinero como lo hizo Trump. Esto es mera corrupción, promulgada de un modo corrupto. Que el presidente de los Estados Unidos retuiteara a un grupo británico de extrema derecha que animó a un individuo a asesinar a un diputado británico no es normal. Cuando los diputados que apoyan el Brexit responden al problema de la frontera irlandesa diciendo “no vamos a poner una”, no se debería aceptar como una respuesta admisible: debería ser motivo de risa por el disparate que es.
Cuando la política está a merced de los caprichos y proyectos absurdos de una pequeña minoría que solo se escucha a sí misma, que no se modifica en virtud de los controles y salvaguardias normales de una democracia activa, debería ser tratada por los medios imparciales como lo que es, no normalizarlo como más de lo mismo. Si tratamos una plutocracia como si fuera una democracia, la democracia muere. No deberíamos dejarnos engañar con la idea de que esta plutocracia tiene el aspecto de política normal solo porque los plutócratas se hayan hecho con el principal partido de la derecha.
Una línea divisoria
Estamos muy cerca del punto en que el neoliberalismo se convierta en algo mucho peor. El Presidente de Estados Unidos está siguiendo una estrategia fascista de demonizar a una minoría religiosa. Si las investigaciones de Mueller continúan según lo previsto, pero es despedido y/o los republicanos bloquean cualquier intento de juicio político (impeachment), puede que hayamos pasado ese punto crítico. Si los defensores del Brexit logran romper con el acuerdo aduanero y el mercado único de la UE, puede que el Reino Unido no tenga otro sitio al que ir más que a los brazos de unos EE.UU. permanentemente republicanos.
Si hay una forma de escapar a este destino, y rescatar así la democracia tanto en el Reino Unido como en EE.UU., ha de incluir una derrota democrática de los partidos de derechas que permitieron que surgiera esta plutocracia, y que incluso alentaron y con la que llegaron a hacer tratos cuando se creía que aún la tenían bajo control. La derrota tiene que ser abrumadora y total. Aquellos que nos trajeron el Brexit y apoyaron o toleraron a Trump tienen que quedar desacreditados como los portadores del desastre. El control que ejercen sobre el Partido Republicano y el Partido Conservador debe acabar.
Únicamente esto permitirá que la izquierda, y creo que tiene que ser la izquierda, acabe con un sistema en el que una parte de la plutocracia puede controlar hasta tal punto los medios de información. En el Reino Unido eso supone extender a la prensa las normas, debidamente adaptadas, que se aplican a las cadenas. En EE. UU. supone no solo recuperar la “doctrina de la equidad” derogada bajo el mandato de Reagan, sino también asegurar los controles sobre el gasto electoral de forma similar a los del Reino Unido (y los controles del Reino Unido deben ser reforzados). En resumen, necesitamos sacar el dinero de la política para asegurarnos de que la democracia sobrevive. Darle a los periodistas la libertad de escribir o difundir una noticia cuando la ven, en lugar de cuando su empleador quiere que se vea.
¿Por qué la izquierda en lugar del centro? El centro se romperá la cabeza con lo que esto supone para la libertad de expresión o la libertad de prensa y, por consiguiente, no se conseguirá gran cosa (véase Leveson), como nada se consiguió con Clinton o Blair. Esto puede ser un tanto injusto para ambos líderes porque el peligro de la plutocracia quizá no era tan obvio por entonces y los medios eran más comedidos. Pero con el Brexit y Trump no hacen falta más pruebas. La izquierda debería ver más claramente cómo, en la práctica, esta libertad es en realidad la libertad de preservar una plutocracia. Solo la izquierda tiene el valor para revertir radicalmente el poder y la riqueza del 1%. Me temo que el centro carecerá de la voluntad de hacerlo. A pesar de que el enfoque de Anthony Barnett es distinto al mío, plantea esta cuestión muy acertadamente aquí: si lo único que se pretende es detener el Brexit y a Trump y volver a lo que se considera normal, se está olvidando que lo que era normal es lo que ha dado lugar al Brexit y a Trump.
Esa afirmación hará que mucha gente sensata y razonable niegue con la cabeza, pero la alternativa no funciona. Derrotar o llevar a juicio a Trump y permitir que el Partido Republicano sobreviva en su forma actual de poco servirá porque continuarán manipulando y las noticias de la Fox seguirán corrompiendo las mentes. El Partido Demócrata invertirá sus energías en tratar de subsanar el daño que ha causado Trump y el siguiente autócrata de las filas republicanas que llegue al poder porque habrán “limpiado la ciénaga” será más inteligente que Trump. En el Reino Unido, si el Partido Conservador sobrevive en su forma actual, sus envejecidos afiliados corren el peligro de elegir a más locos por el Brexit que superarán con creces la decreciente cantidad de diputados conservadores razonables. La BBC, si es que sobrevive, se convertirá cada vez más en portavoz de una prensa dominada por plutócratas. (Por esta razón fallan los razonamientos que afirman que la prensa del Reino Unido está perdiendo poder a causa de la disminución del número de lectores. Si esta prensa domina las noticias de las cadenas, no necesita muchos lectores). En cualquier caso se habrá superado un momento crítico.
Sé por muchas conversaciones que he mantenido que existe un gran temor entre muchos líderes de la izquierda. En este punto el Reino Unido va por delante de EE. UU.. La historia en el Reino Unido era que la izquierda podría no ganar nunca, y era una historia plausible, sin embargo, sucesos recientes han arrojado muchas dudas. La misma historia se cuenta en EE. UU., pero también hay muchas razones para dudar. No hay razones para pensar que todos los desencantados que se creyeron las mentiras de los vendedores de humo no fueran a apoyar remedios radicales propuestos por la izquierda: la identidad y los medios son fuertes, pero es la economía la que dicta los cambios.
En el Reino Unido, actualmente, la historia parece mucho más elemental: que de alguna manera la izquierda amenaza la existencia del capitalismo y la democracia. En verdad es imposible que Corbyn pudiera persuadir al Partido Laborista para que abandonara el capitalismo democrático, del mismo modo que es imposible que Sanders o Warren pudieran hacer lo mismo en EE.UU. De lo que estamos hablando es de revertir muchas de las consecuencias del neoliberalismo. Pero es difícil convencer a alguien, a través de la lógica, de que los fantasmas que ve no existen. En contraste con estos fantasmas de la izquierda, la dinámica de la plutocracia que he descrito es muy real y es necesario un cambio radical para poner fin a esta dinámica.
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Simon Wren-Lewis es profesor de Economía en la Universidad de Oxford.
Traducción de Paloma Farré.
Este artículo se publicó en Social Europe.
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Simon Wren-Lewis (SOCIAL EUROPE)
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