¿Así que estos son los ‘libros del año’?
Tomándonos en serio las propuestas de los más destacados suplementos culturales, proponemos una relectura de las cuatro ‘mejores novelas del año 2017’
Ignacio Echevarría / Gonzalo Torné 23/02/2018
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Como Papa Noel, las imágenes de ciudades nevadas, las campanadas, los turrones, los propósitos de año nuevo y las cartas a los Reyes Magos, las listas de los mejores libros del año constituyen ya un ingrediente indispensable del prolongado periodo conocido como “las navidades”.
Aunque se adelanten un poco al fin del año (para contribuir a las últimas ventas de la temporada), y aunque cada vez tengan más competencia de particulares y de negociados digitales, las listas de “lo mejor del año” son el gran momento de los suplementos culturales tradicionales, quizás el único momento en que concitan una atención parecida a la que recababan en el pasado. Se espera algo de ellos, se los lee con curiosidad, incluso cabe pensar, siquiera pasajeramente, que el escrutinio crítico influye, por una vez, más que la publicidad. Hasta se diría que, para la ocasión, los críticos emplean un criterio más estricto, más ceñido a los estándares convencionales de calité literaria (lo que explica, por ejemplo, que, llegado el momento, se olviden reiteradamente de un autor como Pérez-Reverte, que ha conseguido entrar antes en la Academia que en una de esas listas).
La curiosidad que despiertan estas listas no está exenta de suspicacias, expresadas a menudo en términos más o menos jocosos. ¿Cómo olvidar que en una de ellas entraron, años atrás, las memorias de Casanova, dos gruesos tomos de más de mil páginas publicados apenas dos semanas antes de las votaciones?
No pocas veces la responsabilidad de escoger los “libros del año” se sustrae del control de los críticos propiamente dichos, diluyéndose en una cantidad cada vez más amplia de votantes
Algunos de los disparates a que dan lugar estas listas son resultado de los procedimientos con que se elaboran. No pocas veces la responsabilidad de escoger los “libros del año” se sustrae del control de los críticos propiamente dichos, diluyéndose en una cantidad cada vez más amplia de votantes, muchos de los cuales no ejercen el reseñismo de novedades, por lo que no es esperable que, por buenos lectores que sean, estén en condiciones de emitir un juicio cabal, ni siquiera aproximado –sino solamente antojadizo, o de oídas–, sobre el caudal amplísimo de los libros publicados ese año.
¿Qué es lo que se les pregunta, en rigor? ¿Cuál es el mejor libro que han leído ellos –los votantes– ese año? Pero podría tratarse de un libro publicado años atrás. ¿El mejor libro que han leído entre los publicados ese año, entonces? Pero, si no son profesionales del reseñismo (y aun así), sus lecturas estarán muy mediadas por sus intereses y ocupaciones; y su curiosidad, por otra parte, muy prejuzgada por las campañas de publicidad y las opiniones dominantes. ¿El mejor libro que han leído entre los publicados ese año dentro de su especialidad, cualquiera que ella sea? Esto parece más plausible, pero determina la confección de listas, a su vez, especializadas…
He aquí otro aspecto que da lugar, en conjunto, a importantes distorsiones: la indefinición del tipo de listas que se proponen. Éstas no adoptan siempre el mismo patrón. ¿Los mejores libros del año en cualquier género? ¿En cualquier lengua? ¿Listas mixtas o específicas por géneros? ¿De literatura nacional y extranjera?
En la última lista de Babelia, los Cuentos completos de Henry James y la Poesía completa de Robert Frost ocuparon posiciones muy destacadas. Pero si se enredan las recuperaciones de clásicos más o menos indiscutibles con las novedades propiamente dichas, la tendencia a la confusión se incrementa exponencialmente. ¿O es que cabe en la cabeza de nadie que la competencia incluya a los grandes clásicos de la literatura mundial? ¿Habrá que competir con Shakespeare, Cervantes o Kafka los años en que se publiquen nuevas ediciones de estos autores?
El recuento de estas u otras frecuentes “anomalías” puede resultar divertido o deprimente, pero casi todas han sido señaladas ya en otras ocasiones, y son muchos los lectores que están, como suele decirse, “al cabo de la calle”. Lo que está claro es que no todas las listas se confeccionan igual, y que distinguir el grado de disparate, acierto o inconsistencia de cada una llevaría un trabajo que a estas alturas quizá no valga la pena tomarse. Alguien, por otro lado, podría replicar: “Mire usted, todo esto son cuestiones de procedimiento. Y bueno, es cierto, sí, que a menudo se cuela algún libro que…, en fin, ya se sabe; pero, ¿y si esos cuatro o cinco libros que se repiten de una lista a otra, los que con más amplitud se postulan como los libros del año, los que están en boca de todos, fueran, en efecto, los mejores?”.
La propuesta que presentamos no pasa tanto por impugnar las listas de los mejores libros del año como por tomárnoslas en serio. Se trata de abordar los “libros del año” considerados como tales
La propuesta que presentamos no pasa tanto por impugnar las listas de los mejores libros del año como por tomárnoslas en serio. Se trata de abordar los “libros del año” considerados como tales, es decir, a la luz de la relevancia que les otorga el haber sido destacados como “los mejores” entre cientos, miles de otros libros potencialmente susceptibles de esa consideración. Bajo el foco de tan comprometedora calificación, los aciertos y las limitaciones de esos libros adquieren relieves distintos que los observables a la media luz de la lectura corriente. También los adquieren los juicios críticos que arroparon a esos libros en una primera instancia, y que ya forman parte del vestuario, por así decirlo, con que esos libros se presentan ahora al lector.
El Ministerio aspira a promover, dentro de sus posibilidades, nuevas modalidades críticas. Esta vez se trata de ensayar una evaluación retrospectiva de determinados títulos publicados en España en 2017 que tiene en cuenta la recepción de que han sido objeto por parte de los medios que los han consagrado como los “mejores” de ese año.
El ensayo se limita a solo cuatro libros de narrativa española. Más concretamente, a las cuatro novelas españolas que han obtenido las cuatro primeras posiciones en una lista resultante de combinar las listas de “los mejores libros del año 2017” propuestas por los suplementos culturales supuestamente más leídos en el ámbito español: Babelia (El País), El Cultural (El Mundo), Culturas (La Vanguardia), iCult (El Periódico de Cataluña) y ABC Cultural (ABC). Las novelas son Berta Isla de Javier Marías (Alfaguara), La vida negociable de Luis Landero (Tusquets), El monarca de las sombras de Javier Cercas (Literatura Random House) y Clavícula de Marta Sanz (Anagrama). El orden se corresponde, de mayor a menor, al número de “votos” obtenidos por cada título. (Destaquemos, entre paréntesis, el hecho en absoluto azaroso de que las cuatro novelas pertenecen a autores ampliamente consagrados, publicados por editoriales literarias que se cuentan entre las más conspicuas. Constatemos, sin adelantar conclusiones, la presencia de una única mujer frente a tres hombres, y la pertenencia de los cuatro autores a una franja de edad que va de los cincuenta años que tiene Marta Sanz a los setenta de Luis Landero.)
Lo de circunscribirnos únicamente a novelas se explica con facilidad si se conviene en que la novela es, desde hace mucho, el género hegemónico, el que de manera más amplia estimula la capacidad imaginativa del lector, y el que contribuye más eficazmente a ilustrar –ya sea promoviéndolas o resistiéndose a ellas– las tendencias que en cada momento configuran la ideología dominante. Las novelas trazan –de manera caprichosa, sin seguir un plan deliberado– una suerte de reverso distorsionado de esa ideología, incluso cuando pretenden sustraerse a ella. Arrastran una sombra de debate político que se desprende inevitablemente de sus cualidades estéticas o artísticas. De ahí que, mucho más que del nivel más o menos consensuado de calidad literaria alcanzado ese año por la “novelística” del país (esa institución que despertaba en Juan Benet tantas y tan justificadas aprensiones), las “novelas del año” sean indicadores fiables de la sensibilidad estética que comparte el público que las lee, y más que eso: de su susceptibilidad hacia los problemas que esas novelas señalan o enmascaran. Desde este punto de vista, la revisión de las que se han entronizado con más o menos unanimidad como “novelas del año” adquiere un interés más que literario.
A lo que nuestra iniciativa aspira, siquiera tentativamente, es a contrastar la propuesta de lectura de los suplementos culturales, a reconsiderar el valor social, artístico y cultural de los “libros del año”, más allá de que el haber sido seleccionados renueve su presencia en la mesa de novedades, o refrende los intereses y estrategias de la industria editorial. Lejos de ofrecer un diagnóstico “cerrado”, una suerte de examen final o juicio sumarísimo, quisiéramos incentivar nuevas lecturas tanto de los libros tratados como, eventualmente, de otros que asimismo hayan sido destacados por cualquier razón; lecturas que consideren los textos –novelas o no– más allá de sí mismos, responsabilizándolos, al menos hasta cierto punto, de la fraseología a que dan lugar.
Los abordajes que proponemos –uno por semana, a partir de hoy mismo, durante un mes– son personales y se alejan de los moldes convencionales del reseñismo al uso. Cada uno de los críticos ha tenido libertad para afrontar la novela por las vertientes que más le interesaban. Por nuestra parte, contamos con hacer un balance del ensayo una vez concluido.
A ver.
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Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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