El tema del tema
La exploración del machismo, la elección del machismo como tema, ¿convierte a las novelas de un autor en machistas?
Gonzalo Torné 19/01/2018
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1. Novelas seleccionadas por su tema, listas de novelas organizadas por su tema, novelas recomendadas “en función” del tema que abordan. ¿Qué está pasando con el tema? Alguien podría insinuar: “nada importante”. Y ahora mismo le respondería: “¡Importantísimo!”. El tema de una novela puede ser interesante, pero no siempre es un valor y jamás una garantía de mérito. El tema de una novela se elige entre un catálogo disponible, abierto a cualquier aspirante. Novelas del mismo tema despliegan una gradación del mérito que va desde lo excelso a lo negado, pasando por lo notable, lo inquietante y lo chipiritifláutico. Un crítico desatiende sus funciones cuando valora un libro por las presuntas bondades de un tema de moda (la crisis, el feminismo…) o prestigiosos (el Mal, el Holocausto, la Muerte…). Encontrarán críticos más tontos pero no más vagos que los que insisten en el tema. Del tema como instancia de valor se podría decir lo mismo que de la irrupción de la estadística en el ensayo: suponen una vergonzosa disminución del pensamiento.
2. El tema de una novela es un asunto serio y complejo. Existe cierto consenso en considerar el Quijote como la novela más importante de “todos los tiempos”. Supongamos que eso quiera decir “la más leída”, la que ha inspirado a más colegas, la más interpelada. Pues bien, a estas alturas no está todavía claro cuál es su tema. Las tesis románticas (el conflicto entre la realidad y el deseo, por resumir) parecen llevar cierta ventaja, pero están lejos de poderse dormir en los laureles. Prueben con Hamlet (que, de acuerdo, es teatro, pero vale como novela si atendemos a su influencia sobre los novelistas), prueben con Guerra y paz, prueben con El hombre sin atributos, prueben con El castillo, prueben con una cortita como el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Nunca salimos del lío. Siempre nos enfrentamos al mismo problema. Quizás la novela sea un sistema de significado y expresión demasiado complejo para contenerlo en un “tema” convencional, de catálogo.
3. Algunos novelistas sugieren que las novelas sí tienen tema, pero que el tema permanece escondido, secreto. Le debemos a Pamuk una formulación muy sugestiva de la tesis del “centro secreto” para la que se inspiró en Finding the centre, una novela donde Naipaul expone los mimbres para escribir su biografía y con emocionante inclemencia conduce el texto hasta la constatación de su propio fracaso por culpa de no haber encontrado un centro que articulase el material (Naipaul se resarciría con El enigma de la llegada, una de las contadas novelas a las que se puede aplicar sin hipérboles el adjetivo “fascinante”). El centro de un libro (su tema) vendría a ser como el agujero negro sobre el que se arremolina y orbita todo el contenido de una galaxia: planetas, satélites, cuerpos solares… Algo escondido a la vista de todos. Y la habilidad con la que lo esconde el autor y la tenacidad con la que lo busca el lector despierto constituyen un fino y placentero ejercicio intelectual-artístico del que se priva quien antepone a la lectura del libro (una suerte de aduana turulata: “pero, vamos a ver, qué me trae usted aquí”) el esclarecimiento del tema.
4. Un daño colateral de la beatificación del tema es que produce una ceguera particular sobre su propio desarrollo. Tomemos como ejemplo las llamadas “novelas sobre la crisis”, tantas veces celebradas. ¿Cuántas veces se limitan a desactivar las causas políticas y sus posibles soluciones al proponernos un teatrillo sentimental y lacrimógeno centrado en la pérdida personal de un piso o un trabajo? Está muy bien reflexionar sobre las heridas de la historia reciente pero, ¿no supone un infantilismo casi aterrador solventar una sutura que debería pasar por el reconocimiento de los crímenes y la satisfacción de las víctimas con un alud de anécdotas costumbristas sobre mi abuelo rojo y mi abuelo facha (quien, según cómo, recuerda, atención, a Aquiles) y aquí no ha pasado nada? ¿No es la industria de libros sobre el Holocausto, con su bienintencionada cursilería y sus poses de agudísimo dolor a costa de otros, mucho más reprobable que quienes pasan por alto el asunto?
5. Vayamos al otro extremo. Libros que parecen racistas porque los afroamericanos no son simpáticos (Faulkner). Libros que parecen antisemitas porque los judíos que pululan por sus páginas viven en lugar de posar como víctimas (Bellow). Libros que parecen pro-colonialistas porque los indígenas no son presentados como lámparas de pureza en búsqueda de la libertad (Naipaul). O libros que parecen machistas porque aparecen varones que actúan justo como suelen actuar los machistas. Escuchemos al plusmarquista de esta categoría, escuchemos a Philip Roth: “A mí, como has indicado, no me son ajenas como novelista las furias eróticas. La tentación sexual que envuelve a los hombres es uno de los temas sobre la vida masculina que he tratado en mis libros. Hombres que responden a la insistente llamada del placer sexual, acosados por deseos vergonzosos y la imprudencia de esas ansias obsesivas, engañados incluso por la atracción del tabú; a lo largo de décadas, he imaginado una pequeña camarilla de hombres inquietos, poseídos por esas fuerzas inflamables con las que han de negociar y lidiar. He querido ser intransigente al describir a estos hombres, mostrando a cada uno tal y como es. Cómo se comporta, excitado, estimulado, hambriento bajo el control del fervor carnal y frente a la variedad de dilemas psicológicos y éticos que presentan las exigencias de sus deseos. No he renunciado a retratar los hechos más fuertes en estas ficciones sobre por qué, cómo y cuándo los hombres hacen lo que hacen. Incluso cuando éstos no han estado en armonía con el retrato que una hipotética campaña de marketing de lo masculino, si existiera tal cosa, podría preferir. He caminado no sólo dentro de la cabeza del hombre, sino en la realidad de aquellos impulsos cuya presión obstinada por su persistencia puede amenazar la propia racionalidad, a veces tan intensos que incluso pueden experimentarse como una forma de locura. En consecuencia, ninguno de los comportamientos más extremos sobre los que he estado leyendo últimamente en la prensa me ha sorprendido”.
6. Lo anterior es una declaración a la prensa. Una declaración escrita, por supuesto. El lector asiduo enseguida reconoce las marcas de estilo: la intensificación eufórica, el matiz casi maníaco… Lo que Roth plantea en este párrafo es un problema (tan inquietante como incitante) de primer orden: la relación del tema (aparente, parcial, secreto, evidente…) de una novela con su intención. Roth responde a sus acusadores elevando el desafío: apelando a su dignidad y su rigor como artista. De la sencilla moral del escándalo pasamos a la compleja moral del arte.
7. La acusación de machismo contra las novelas de Roth tiene dos vertientes. La primera: sus mujeres no terminan de convencer a los lectores. Es un asunto muy serio y es mejor dejarlo para otro artículo, pero no sin dejar una píldora para la reflexión: las decisiones estéticas de un escritor exigente a menudo provienen de una limitación imaginativa. La segunda (que sí le atañe a este artículo): muchos de sus personajes son machistas; si entendemos por “machista” la clase de varón que Roth describe por extenso en el párrafo citado, efectivamente lo son. La exploración del machismo, la elección del machismo como tema, ¿convierte a las novelas de un autor en machistas?
8. Un novelista ambicioso juega con dos barajas. La primera es cierto compromiso con el mundo tal y como es. En este apartado no se pueden hacer trampas ni concesiones. La lectura de las novelas se dirime en la mesa de los adultos, y el lector serio no tolera que le cuenten mentiras; a la primera patraña, arrojan el libro por la ventana. La segunda baraja es la de las posibilidades, la exploración de mundos posibles, de la realidad tal y como podría ser, aquí la gradación es más amplia. Dovstoievski logró maravillas proyectando (en los discursos de sus personajes) mundos que no existían y pensando literariamente cómo llegar hasta ellos. Las dos barajas tienen las cartas marcadas: sólo un novelista inepto censurará el mundo tal y como es en su conjunto y elogiará sin fisuras el mundo que imagina posible. Una novela que denuncie el capitalismo sin incluir sus atractivos no valdrá un real, y cualquier exploración visionaria pierde fuerza si no podemos intuir las sombras (o la sangre) de su desarrollo y su implantación. Algunas de las novelas de Roth (pero no todas, Pastoral americana contiene varias líneas de fuga, Operación Shylock es un festival de variaciones imaginativas) se basan en un contraste crudo: persigue hasta el fondo con un naturalismo descarnado y desagradable el “mundo tal y como es”, y no nos permite la menor evasión visionaria. El resultado de graduar así la lente es la intensidad opresiva de El teatro de Sabbath o Patrimonio. Esta serie de decisiones estéticas (que sobrepasan en interés y complejidad a la mera elección del tema en un catálogo) “conducen” a una serie de novelas protagonizadas por algunos de los mayores “machistas” de la literatura contemporánea. Pero en la medida que lo que estas novelas proponen es la contemplación y el estudio de estas criaturas sin el bálsamo protector de la denuncia (ese sentirse superior), el contacto directo (agradable o desagradable), a pelo, se están exigiendo una formulación adulta y compleja de los problemas, están proponiendo un desafío estético.
9. ¿Quién trabaja más por la higiene: quien niega la existencia de los microbios, quien exige su erradicación o quien se arremanga ante el microscopio para verle el último pelo (o lo que tengan) a esas criaturas hasta entender cómo actúan? A lo que se podría responder: “Claro, pero, ¿no podría parecerse más Roth al científico y estudiar a sus criaturas con frialdad evitando la empatía salvaje y la euforia que transmiten algunas de sus descripciones psicológicas? Pero, ¿cómo ser preciso negando la alegría que a los machistas les da serlo? Estás preguntas y respuestas que podríamos prolongar veinte páginas más indican que estamos ya fuera de la pueril pretensión de atribuirle un valor al libro por su tema. Algo similar ocurre con las novelas de George Eliot, de Virginia Woolf o de Iris Murdoch, cuyas páginas se separan tantas veces de las convenciones que es imposible afirmar con rotundidad si escriben libros feministas. O sí, pero esa calificación se juega capítulo a capítulo, página a página, párrafo a párrafo. Con resultado dispares, ambiguos y cambiantes. La novela no es trabajo para lectores con prisas, la novela es un asunto endiabladísimo.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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