Tribuna
La huelga feminista y la envidia de pene
El 8M no es un fin sino el principio de un proceso que está en nuestras manos construir para reclamar cosas concretas, e imaginar otras formas de organización social. La huelga constituye la constatación y toma de conciencia colectiva de nuestro poder
Nuria Alabao 21/02/2018
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Freud dijo que toda mujer desde el momento de su nacimiento está frustrada por no tener pene. En un clásico del feminismo, La mujer y la subversión de la comunidad (Akal), Mariarosa Dalla Costa señala que a Freud se le olvidó decir que este sentimiento de frustración surge en el momento en el que la mujer se da cuenta de que tener pene quiere decir tener poder (Evidentemente no se refería a las transexuales). “Y ni mucho menos puso esto en relación con el hecho de que el poder tradicional del pene abrió una nueva etapa de su historia cuando la separación entre hombre y mujer se convirtió en una separación capitalista. Nuestra lucha parte de aquí”, concluye Dalla Costa.
Evidentemente nadie niega que la separación –la subordinación de la mujer– fuese anterior al capitalismo, aunque las formas de desigualdad tuviesen declinaciones muy diferentes según el lugar y las formas de producción. Lo que creó el capitalismo de forma masiva fue el salario, y de él excluyó todas las tareas que hacen posible la vida y se las atribuyó a la mujer. Así, lo que llamamos tareas de reproducción –limpiar, cocinar, criar, cuidar–, es decir, producir trabajadores, estarían exentas de cualquier reconocimiento social y derecho y permanecerían invisibilizadas en el ámbito de lo privado. El salario sería para el hombre y con él mantendría al resto de la familia –y su poder sobre ella. Casi no importa decir que las desigualdades que sufrimos las mujeres hoy están relacionadas con esa separación de roles. Además, nuestra falta de “poder social” y la reclusión de las mujeres en el ámbito de lo privado ha sido el humus para el crecimiento y consolidación de la violencia machista. Por tanto, lo que queremos no es un pene biológico y funcional –aunque algunas pudiéramos sentir curiosidad por la cosa en sí– sino el poder de los que están abajo, el poder social que nos permita revertir la situación de desigualdad que todavía se produce.
La huelga productiva ha sido el instrumento por antonomasia de la clase obrera para demostrar su poder. Una herramienta que nació y se desarrolló en otra era, entre fábricas y sindicatos. Interrumpiendo la producción y los servicios, el beneficio peligraba y las ciudades se paralizaban y con ello los trabajadores organizados demostraban su fuerza, conseguían mejores condiciones y a veces un reparto algo más justo de las rentas que generaba su trabajo. Hoy día es más difícil hacer huelga porque las propias características del trabajo han cambiado: es menos estable, más fragmentado y precario. Incluso algunas autoras como Cristina Morini hablan de que la feminización del trabajo se ha extendido a toda la sociedad. Es decir, la mayoría del empleo está asumiendo los rasgos que hasta ahora tenían aquellos sectores donde era mayoría la fuerza de trabajo femenina: mal remunerados, poco reconocidos, temporales y precarios, con jornadas parciales infrapagadas. Es decir, cada vez es más difícil hacer huelga porque no tenemos derechos reconocidos.
A pesar de todo convocamos huelga
El 8 de marzo el movimiento feminista en asambleas masivas, alegres y potentes y de manera internacional –muy a lo 15M– ha convocado huelga general de mujeres, y también de cuidados, estudiantil y de consumo. Es cierto, para muchas es complicado hacer la huelga laboral. No hace falta ser una trabajadora de un taller clandestino en Elche para que parar de trabajar un día implique que no se cobra, que tu puesto peligra –o que luego habrá que trabajar el fin de semana o por las noches–, cualquier periodista o traductora freelance y otros tanto trabajos de mujeres que se consideran de clase media, tampoco podrán hacer huelga de forma organizada.
Y aunque contra todas las dificultades se decida secundarla, ¿quién se va a enterar si esos trabajos no cuentan en la esfera pública? ¿Cómo hacer que parar cuente? La clave es estar organizadas, juntas se puede visibilizar nuestra fuerza –ese poder que buscamos– y encontrar maneras de sostener las huelgas de las que no pueden hacer huelga, ya sea con cajas de resistencia o de otras mil maneras que ya inventaron los hombres y mujeres del movimiento obrero, nuestros predecesores. Solo hay que reconstruir la memoria de las luchas y trenzar de nuevo las amarras de la organización. Aunque hoy nos parezca complicado. Los principales retos, llegar a las mujeres que más difícil lo tienen, también el organizarse, y encontrar un suelo común con ellas. Las Kellys, las trabajadoras domésticas o las dependientas de Bershka que hicieron huelga marcan el camino.
Por tanto, el 8M se trata de visibilizar el trabajo –pagado y no pagado– de las mujeres, de tomar conciencia y demostrar nuestra fuerza, de inventar la protesta otra vez, juntas. O al menos, de reflexionar públicamente sobre nuestros trabajos, nuestras vidas y cómo queremos vivirlas. No es una convocatoria cerrada, sino una palanca para seguir inventando la protesta que inaugura nuevas preguntas. ¿Cómo va a parar cada una y cómo lo va visibilizar? ¿Cómo paran las que están cuidando en lugares como residencias de ancianos donde a veces los servicios mínimos coinciden con los turnos habituales que ya están bajo mínimos? ¿Cómo hacen huelga las trabajadoras domésticas que apenas tienen reconocidos derechos y la mayoría no tiene contrato? ¿Qué pueden hacer los hombres que no están llamados a parar pero quieren colaborar? Y todas las relacionadas con la huelga de cuidados: ¿cómo podemos dejar de hacer esas tareas ineludibles, quién llevará al niño al cole, quién cuidará al abuelo? (Aquí los compañeros o amigos pueden encontrar formas de apoyar la huelga.) ¿Ese día no se come, no se limpia, no se lava?
Poder para contestar el poder
Este artículo empezaba hablando de penes y poder. Las mujeres queremos poder, pero ¿qué poder? Si el trabajo de reproducción de la fuerza de trabajo es vital para el sostenimiento del capitalismo y el de cuidados es un trabajo que hacemos fundamentalmente las mujeres, tenemos una enorme palanca de poder. En los 70, las primeras marxistas que ampliaron el concepto de producción de mercancías y servicios a la reproducción social decían que reconocer la enorme importancia de este trabajo para el capital implicaba comprender la extraordinaria fuerza de las mujeres.
La huelga feminista no es un fin sino el principio de algo más, un proceso que está en nuestras manos construir para reclamar cosas concretas: servicios públicos, socializar los cuidados, un cambio radical en las condiciones de las trabajadoras domésticas, permisos de paternidad/maternidad iguales –y sufragados por las empresas–, la renta básica y tantas otras cuestiones. Pero también para imaginar otras formas de organización social. Con la huelga se abre un momento de disyunción momentánea para que nos replanteemos qué es el trabajo, para que reconfiguremos los espacios y las formas de producir de las mujeres. Para evidenciar el conflicto capital/vida. ¿Cómo es una vida que merece la pena ser vivida? ¿Cómo la conseguimos para todos y todas? La desigualdad –y la retirada del Estado– nos resta dinero, posibilidades, libertad, descanso y tiempo para organizarse. La huelga es pues, una promesa, una subversión momentánea, las cosas podrían ser de otra manera, démonos el tiempo para pensar cómo lo hacemos y con quién.
“Hemos trabajado bastante”, decía Mariarosa Dalla Costa, “hemos recogido millones de toneladas de algodón, lavado millones de platos, raspado millones de suelos, mecanografiado millones de palabras, puesto los hilos de millones de radios, lavado millones de pañales a mano y a máquina. Cada vez que nos han “abierto puertas” para entrar en alguna fortaleza masculina, nos han abierto a una nueva cota de explotación. Con todo, la lucha de la mujer que trabaja fuera no va dirigida a volver al aislamiento del hogar, por más que algunas veces los lunes por la mañana, el lugar pueda parecer atractivo.” Las mujeres tenemos que descubrir nuestras posibilidades. La huelga es una oportunidad. Porque queremos guarderías y residencias, pero también queremos tiempo para estar con los niños y con los ancianos, y con los amigos, cuándo y dónde queramos. Queremos tener tiempo, queremos tener poder.
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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