Manifestación del Día de la Mujer de 2017 en Madrid.
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Sí, está pasando. Hablamos más de feminismo que del procés catalán. No, no es falta de perspectiva ni que una viva con su sesgo. Es el #metoo y el #yotambién, es la Caja de Pandora y son los logros de nuestras campeonas en tantas disciplinas deportivas. Son nuestras directoras de cine y nuestras músicas y nuestras escritoras. Y también es que nos están matando, pero más aún es que nos queremos vivas. Es que se denuncia una violación cada ocho horas, pero más aún que las fiestas de muchísimos municipios explicitan que no se permiten las agresiones machistas. Es el caso de Juana Rivas, y más aún es “Juana está en mi casa”. Es el juicio a La Manada, pero más aún el “hermana, yo sí te creo”. Es la disputa todavía del derecho al aborto seguro y gratuito, y más aún las masivas manifestaciones del 28 de septiembre. Es la RAE ignorando “heteropatriarcado”, y más aún nuestra movilización verbalizando lo que existe. Ha costado: además de la injusticia y la falta de democracia que conllevan el machismo y la desigualdad, ha tocado la toma de conciencia, la sororidad como fórmula de encuentro, de compañía, de empatía. Generarnos un espacio seguro entre nosotras porque lo que peleamos no nos lo van a dar, tenemos que tomarlo.
También está pasando que el contradiscurso, el que niega la violencia machista, el que habla del síndrome de alienación parental como si no se hubiera demostrado ya que no es otra cosa que “la histeria del siglo XXI” –una magufada patriarcal para quitarnos nuestros derechos–, el que coloca la sospecha sobre nosotras, el que nos llama “puritanas” o “censoras", se activa más que nunca. Es una reacción normal cuando se teme el cambio en los equilibrios (ahora mismo el equilibrio es que nuestra mochila pesa muchos kilos más para andar el mismo recorrido y que si nos quejamos somos unas victimistas). Es una reacción lógica cuando avanza un proceso que deconstruye todo lo que dimos por bueno, y qué molesto e inseguro es que nos muevan los cimientos.
Pero se acerca el 8M, se acerca la huelga feminista y todo esto último me preocupa poco. Es tan emocionante escuchar a mujeres jovencísimas en las asambleas de la coordinadora 8M, cuando van a cualquier espacio, hablan para los medios y explican en qué consiste esta huelga; tan emocionante, digo, que una sabe que en esta revolución sí vamos a bailar. Sí, de hecho, estamos ya bailando. El 8 de marzo de 2017 paramos. Fue media hora. Paramos todas las que pudimos parar, aunque algunas en realidad no podían y hubo consecuencias. Muchas otras no vieron respetado su derecho a parar (aunque la Intersindical había dado cobertura todo el día, y la CGT cubría el paro de treinta minutos). Muchas otras no pararon porque no podían parar. Recuerdo un artículo muy potente de Laura Casielles sobre aquel parar que nunca llegaba porque había que comunicar que parábamos –en nuestro caso en el pleno del Congreso–, porque había una manifestación multitudinaria después. Tanta gente hubo que, de hecho, estuvimos paradas dos horas.
Y parar para qué. Para qué se dice en esta huelga feminista que hay que parar de estudiar, de trabajar, de cuidar, de consumir. Qué ocurre si paramos. Qué pasa con todo lo que está funcionando ahora si la mitad de la población para. Esa mitad de la población que cuando trabaja lo hace objetivamente en peores condiciones, si miramos a aquellos sectores más precarios que están feminizados. La misma mitad de la población que realiza históricamente y a día de hoy un trabajo invisible, no reconocido: que cuida de peques y de nuestras personas mayores, de las personas que están en situación de dependencia. Ese cuidar implica dejar trabajos y por tanto independencia económica. La misma mitad de la población que brilla académicamente y que luego se invisibiliza en el marco de los referentes culturales y científicos. La misma mitad de la población que ve cómo se gravan exageradamente con una tasa rosa los productos específicos para su salud o su higiene. Qué pasa con todo lo que está funcionando ahora si la mitad de la población para. No se trata tanto de ver el efecto, explican desde la coordinadora 8M, como de comprender el potencial que cada mujer de este país y de todo el mundo tiene con su inacción. De valorar todo lo que están haciendo continuamente, sin parar, al ver qué ocurre cuando paran. Qué ven, a quién ven, cuando paran. Qué valor, que la sociedad no reconoce, tiene todo lo que hacen, todo el tiempo, sin parar.
El éxito de la huelga feminista no lo vamos a medir el 8M. El éxito de la huelga feminista lo podemos medir ya, porque para muchas conversaciones –por más revisiones delirantes y vergonzosas de maleteros que hagan alrededor del Parlament– este ya es un tema presente. Lo podemos medir en que sea esta una pregunta constante para las personas que están al frente de partidos y sindicatos. Lo podemos medir en las doscientas personas que hoy se concentran en una asamblea, en una población no muy grande la Comunidad de Madrid, para organizar el 8M, para ver cómo acercan esta herramienta de transformación a cada mujer de cada pueblo.
La revolución no va a ser feminista. La revolución es feminista, está pasando. Y no se para, sigue.
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Sofía Castañón es diputada de Unidas Podemos por Asturies. Secretaria de Feminismos, Interseccional y LGTBI de Podemos.
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Sofía Castañón
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