En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Aporta aquí
Un chico de unos veinticinco o treinta años como mucho avanza corriendo hacia mí por la estación de Atocha. Me pongo en alerta, lleva cara de muy mal genio y bufa como un toro, pero pasa de largo, ni siquiera repara en mi presencia. Me giro para ver hacia dónde va y observo cómo arroja su maleta lejos y corre hacia ella para patearla con mucha rabia. Luego tira la mochila y la patea también varias veces. Está furiosísimo. El guardia de seguridad, desde el otro extremo del vestíbulo, se lleva la mano a la porra, pero se queda quieto, sin saber qué hacer. Supongo que el chico ha recibido un disgusto enormísimo, una de esas noticias que te parten la vida en dos. Algo más que un despido o un divorcio. Le han dicho que se ha muerto su hermano, me imagino. O su madre. Si no estuviera tan bravo y diera tantas coces, más de uno nos acercaríamos a darle un abrazo.
Le dejo con su rabia y me marcho a mi tren. He llegado pronto, algo raro en mí, y me siento a tomar un café. Al rato, reconozco al chico de antes. Está sentado, junto a su maleta y su mochila, y habla por teléfono a grito pelado, muy enfadado. Es imposible no oírle: “¡Ya no vuelvo a España! ¡Este país no tiene arreglo! ¡Venía con ilusión y ya me han jodido todo, este país no va a salir nunca de la crisis! Mira, primero, el avión llega con retraso; luego, mogollón de rato hasta que salen las maletas, y colas en el metro para las putas máquinas, y cuando llego a la estación, sólo hay dos taquilleros. Sólo dos, en este país no curra nadie, todo funciona como el culo. ¡Claro que he perdido el tren! ¡Y he tenido que coger el siguiente! Puto país, yo no vuelvo en la vida, que le jodan a España, que le jodan bien. ¡A la mierda ya, hombre!”.
Remuevo el café tratando de no asombrarme mucho. O sea, que toda esa tragedia, toda esa violencia homérica, se debía a que no había llegado a coger un tren porque le había costado un rato desplazarse desde el aeropuerto (la frecuencia de los trenes es de una hora, más o menos, no es que tenga que esperar un día a coger el siguiente). Supongo que estaría cansado. Tal vez hecho polvo después de un viaje largo. Seguramente, también, atribulado por otros muchos problemas y preocupaciones que vete tú a saber. Pero no dejó de sorprenderme cómo sacó un discurso político de un contratiempo que los viajeros habituales sufrimos a menudo. Si tuviera que enfadarme así cada vez que pierdo una conexión o se me retrasa un vuelo, no habría cardiólogos en España para tratarme los infartos.
no dejó de sorprenderme cómo sacó un discurso político de un contratiempo que los viajeros habituales sufrimos a menudo
Sin tanto grito, golpe ni exageración, bien mirada, la reacción del chico es muy habitual. No sólo en la vida cotidiana, sino en la pública. Tiramos de costumbrismo para elaborar teorías generales a partir de una anécdota mínima. Somos hijos de Larra y de aquel Vuelva usted mañana. Tenemos un mal día con un funcionario y escribimos airados que la administración se hunde. Nos cruzamos con un profesor vago, y toda la universidad está podrida de indolencia. Pillamos a un escritor en acto de nepotismo, y toda la cultura está infectada de la misma corrupción que la política. Yo mismo observo un comportamiento raro en un desconocido en una estación de tren, y deduzco de ello una actitud nacional, casi un rasgo de carácter. Nadie nos libramos. Lo sensato sería limitarme a celebrar que aquel tipo no quiera volver a España nunca, porque así son menores las posibilidades de cruzármelo de nuevo en uno de sus arrebatos de furia (si se pone así por perder un tren, imaginen su fuerza destructiva el día que le pase algo de verdad).
Deberíamos desconfiar mucho más de nuestra percepción, que sólo suele ser útil en términos literarios. No es raro que los datos contradigan creencias muy arraigadas. Por ejemplo, mucha gente cree que vivimos en una sociedad cada vez más violenta, cuando las estadísticas dicen justamente lo contrario, que el mundo de nuestros padres y abuelos era muchísimo más violento. Tenemos muy arraigada la idea de decadencia, y no hay una sola generación de la historia que no haya visto a su sucesora como destructora de todo lo bueno y justo. Un análisis sereno y documentado suele desmentir ese prejuicio.
Pero desmentirlo no es romperlo. Como es en realidad una creencia, no se deshace por muchas tablas y gráficos que se pongan delante de las narices del creyente. Son cuestiones de fe, anteriores a cualquier racionalización y perfectamente comprensibles, pero inaceptables para quien se dedique a observar y compartir reflexiones. Incluso aunque sean pensamientos dispersos y a vuelapluma, como los que hacemos los juntaletras. Habría que ir más allá. Porque tal vez haya motivos para tirar la maleta y patearla, pero el día que nos pongamos burros y bramemos contra dios, la patria y el rey, hagámoslo por un motivo incontestable, no porque se nos fue el tren (sobre todo, porque el hecho de perder el tren contradice el aserto de que en España nada funciona: si así fuera, no lo habría perdido; lo perdió porque salió a su hora y él no estaba allí para cogerlo).
CTXT necesita un arreglo de chapa y pintura. Mejorar el diseño, la usabilidad… convertir nuestra revista en un medio más accesible. Con tu donación lo haremos posible este año. A cambio, tendrás acceso gratuito a El...
Autor >
Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí