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Dos hermanas, Encarna y Julia, de 83 y 94 años, se fueron a vivir juntas a una residencia de Soria, y la administración reaccionó con premura y diligencia, enviándoles una carta en la que anunciaban que iban a retirarle a Encarna su pensión no contributiva de 370 euros porque, al compartir residencia con su hermana, consideraban que formaban una unidad familiar. Para evitar perder tan gran privilegio financiero, las dos hermanas decidieron separarse, aunque lo único que querían al vivir juntas era mitigar su soledad. Esta semana, Julia murió en Madrid, a 230 kilómetros de su hermana, sin ni siquiera poder despedirse de ella.
Como creo mucho en la responsabilidad individual y en la desobediencia debida (de ahí que el movimiento de los insumisos me parezca la última expresión de grandeza y dignidad que tuvo la sociedad española), espero y deseo, en plan maldición gitana, que los funcionarios que redactaron y tramitaron la carta sufran de ansiedad, insomnio y culpa, que se les abra una úlcera, que la bilis les suba por el esófago y no les deje comer. Ya sé que la ley es la ley, pero estoy harto de una administración que sólo se muestra puntual, impecable e implacable con los mismos desgraciados de siempre. Es digno de aplauso y de asombro lo bien que funcionan departamentos, agencias, consejerías y ministerios cuando se trata de negarle 370 euros a una octogenaria que no dispone de más recursos.
Ya sé que la ley es la ley, pero estoy harto de una administración que sólo se muestra puntual, impecable e implacable con los mismos desgraciados de siempre
Me gustaría reprimir la demagogia que me hierve dentro, pero es que, casi a la vez que leía esta noticia, me enteré de que el Estado va a asumir el rescate de las autopistas radiales quebradas, con un coste previsto de mil millones de euros (con suerte, porque ya sabemos que los técnicos de Fomento son expertos en calcular a la baja, no sé cómo se las arreglan para que luego acabe costando todo mucho más). Unos días antes, el ayuntamiento de mi ciudad aprobó una subvención de 800.000 euros al Real Zaragoza, un equipo de segunda con más deudas que jugadores. Son sólo dos ejemplos, muy dispares, de lo generosa, flexible y displicente que puede ser la administración cuando quiere serlo. Hay que manejar los euros por millones o centenas de miles para que el Estado te diga que pelillos a la mar, que no hay problema, que esto lo arreglamos en dos patadas. Si tienes la mala suerte de ser una octogenaria pobre de solemnidad que espera la muerte en una residencia de Soria y sólo desea charlar un rato por las tardes con su hermana, el Estado no te va a pasar ni una. ¿Qué se habrán creído estas ancianas? Sólo faltaría que se nos subiesen a la chepa y nos birlasen 370 eurazos. Hasta ahí podríamos llegar. Hay que estar vigilante, porque hay por ahí miles de ancianas pobres que, en cuanto te descuidas, te sacan una pensión mínima. Se habrán pensado que esto es Jauja. No puede ser, hay que guardar ese dinero para los que montan autopistas ruinosas y clubes de fútbol decadentes.
Si tienes la mala suerte de ser una octogenaria pobre de solemnidad que espera la muerte y sólo desea charlar un rato por las tardes con su hermana, el Estado no te va a pasar ni una
Ha sido miserable la forma en la que los sucesivos gobiernos españoles, desde 2008, han hostigado a los más débiles. Miserable porque se han detraído partidas presupuestarias que han dejado a los niños pobres sin comedor en la escuela, a los estudiantes pobres sin beca, a los pensionistas sin gratuidad para sus medicinas y a los dependientes sin un triste cuidado. Más allá de todos los efectos que sobre el mercado laboral y sobre los jóvenes ha tenido la crisis, la ofensiva contra los más frágiles ha sido aterradora, y la forma despiadada, fría y eficientísima con la que las administraciones la han acometido, no dejando a un solo pensionista sin su carta amenazante, debería avergonzar a miles de gestores que hoy se pasean felices y duermen tranquilos, amigos de sus amigos, y amantísimos padres de familia.
Ojalá sientan un escalofrío al ponerse en la piel de Encarna cuando le dijeron que su hermana Julia acababa de morir sola en un piso de Madrid.
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Autor >
Sergio del Molino
Juntaletras. Autor de 'La mirada de los peces' y 'La España vacía'.
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