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Muy poca gente acierta a comprender la histeria actual por los “bulos” y casi nadie está dispuesto a situarla en su contexto histórico y a entender por qué el problema ha surgido ahora.
La razón por la que la histeria se ha propagado, y con especial incidencia en los Estados Unidos, es porque se trata de una reacción (en cierta medida comprensible) a la pérdida del poder monopolístico mundial que han ejercido los medios de comunicación anglo-estadounidenses especialmente desde 1989, pero prácticamente a partir de 1945.
Las razones para el cuasi-monopolio occidental entre 1949 y 1989 (llamémosla Fase 1) eran variadas: la cantidad de información que ofrecían canales como la BBC, y posteriormente la CNN, era mucho mayor que la de los canales nacionales de muchos países; el alcance de los grandes medios en inglés eran mucho más amplio: cubrían todos los países cuando los medios nacionales apenas podían pagar corresponsales en las dos o tres capitales más importantes del mundo; la difusión del inglés como segundo idioma; y por último, pero no menos importante, la calidad de las noticias (por ejemplo, mayor veracidad) era superior a la de las fuentes nacionales.
Estas ventajas de los medios de comunicación occidentales eran especialmente obvias para los ciudadanos de los antiguos países aliados de la Unión Soviética, donde los gobiernos imponían una férrea censura y, en consecuencia, la URSS tuvo incluso que llegar al extremo de interferir las emisoras de radio occidentales. Pero incluso en el resto del mundo, los medios de comunicación occidentales a menudo eran mejores que los medios locales por las razones que he mencionado.
El lector atento se habrá dado cuenta de que hasta ahora he contrastado los medios anglo-estadounidenses globales solo con los medios nacionales o locales. El motivo es que únicamente los primeros tenían un alcance mundial y el resto (debido a la falta de recursos económicos o ambición, al control gubernamental o al hecho de ser una lengua minoritaria) eran meramente nacionales. De este modo, los medios estadounidenses y británicos libraban una batalla bastante desigual con los pequeños periódicos o televisiones nacionales. No es sorprendente que los medios de comunicación globales anglo-estadounidenses por entonces pudieran controlar, en muchos casos completamente, los relatos políticos.
Los medios occidentales no solo podían influir totalmente en lo que, por ejemplo, la gente de Zambia pensaba de Argentina o a la inversa –porque probablemente la cobertura local disponible era prácticamente nula para alguien que vivía en Zambia respecto a lo que ocurría en Argentina; y a la inversa–; aún más importante, puesto que los medios de comunicación occidentales eran más abiertos y de mejor calidad, podían influir incluso en el relato que se ofrecía dentro de Zambia o dentro de Argentina.
Los competidores globales que tenía Occidente en esa época eran irrisorios. Las radios de onda corta chinas, soviéticas y albanas tenían programas en múltiples idiomas, pero sus historias eran tan embrutecedoras, aburridas y poco realistas que la gente que, de vez en cuando, las escuchaba lo hacía principalmente para entretenerse.
El monopolio de los medios de comunicación occidentales se expandió aún más con la caída del comunismo (llamémosla Fase 2). Todos los países del antiguo bloque comunista donde los ciudadanos solían escuchar de forma clandestina Radio Europa Libre estaban ahora más que dispuestos a creer en la verdad de todo lo que decían Londres y Washington. Muchos de esos canales se instalaron en la antigua Europa del Este (Radio Europa Libre –RFE- se emite ahora desde Praga).
Sin embargo, esa luna de miel del monopolio global occidental empezó a cambiar cuando los “otros” se dieron cuenta de que ellos también podían intentar ser globales en el espacio mediático único que se había creado gracias a la globalización e Internet. La difusión de Internet garantizaba la producción de programas y noticias en español o árabe y que se vieran en cualquier parte del mundo. Al Jazeera fue el primer canal que hizo mella de forma significativa en el monopolio occidental sobre el relato de Oriente Medio en Oriente Medio, con el que posteriormente acabaría. Y ahora llegamos a la Fase 3. Los canales turcos, rusos y chinos después hicieron lo mismo. Lo que ocurrió con las noticias fue muy parecido a lo que sucedió en otro sector en el que el monopolio anglo-estadounidense también era absoluto pero después se erosionó. Las series de televisión que se exportaban eran de producción estadounidense o británica; sin embargo, enseguida surgieron competidores de gran éxito, como las telenovelas latinoamericanas, las series indias y turcas y, más recientemente, rusas. De hecho, estas novedades prácticamente expulsaron a las series estadounidenses y británicas de sus mercados “nacionales” (que, por ejemplo, para Turquía incluye la mayor parte de Oriente Medio y los Balcanes).
Entonces llegó la Fase 4, momento en el que otros medios de comunicación no-occidentales se dieron cuenta de que podían intentar desafiar el monopolio occidental de las noticias no solo fuera del territorio de los medios de comunicación occidentales, sino dentro de su propio terreno. Aquí es cuando Al Jazeera-EE. UU., Russia Today, CCTV y otros entraron con sus programas y noticiarios en inglés (y después en francés, español, etc.) dirigidos a un público global, incluido el estadounidense.
Sin duda fue un cambio enorme. Y esta es la razón por la que ahora estamos atravesando una fase de reacción histérica a los “bulos”: porque es la primera vez que los medios de comunicación no-occidentales no solo están creando sus propios relatos globales, sino que además están tratando de crear relatos de los Estados Unidos.
Para la gente procedente de países pequeños (como yo) esto es algo completamente normal: estamos acostumbrados a que los extranjeros no solo nombren nuestros ministros, sino a que estén presentes en los espacios mediáticos e incluso influyan —a menudo debido a que la calidad de sus noticias es mejor y su erudición mayor— en el relato sobre nuestra historia o política. Pero para mucha gente en EE.UU. y el Reino Unido esto es un auténtico shock: ¿cómo se atreven unos extranjeros a contarles el relato de su propio país?
Hay dos posibles consecuencias. Una es que el público estadounidense comprenda que, con la globalización, incluso el país más importante, como es EE.UU., no es inmune a la influencia de otros; incluso EE.UU. se queda “pequeño”, si lo comparamos con el mundo en su totalidad. Otra posibilidad es que la histeria dé paso a la fragmentación del espacio de Internet como ya están haciendo China, Arabia Saudí y otros. De este modo, en vez de una estupenda plataforma global que dé cabida a todas las opiniones, regresamos a la situación anterior a 1945, con “emisoras de radio” nacionales, internets locales, la prohibición de idiomas extranjeros (y quizás incluso de personas extranjeras) en las NatNets nacionales —y básicamente habremos acabado con la globalización de la libertad de pensamiento y habremos regresado a un nacionalismo puro.
P.D. No encontrarás artículos como este en tu prensa local. Y por eso Internet (y no NatNet) es genial.
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Branco Milanović es doctor en Economía, especialista en desigualdad.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor.
Traducción de Paloma Farré.
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Branko Milanović
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