Y cuando nos cierren Mauthausen, ¿qué?
Nunca será suficiente recordar que la estrategia del nazismo se basa en el olvido. Por eso la lucha por la memoria supone principalmente una lucha de futuro
Víctor Alonso Rocafort 16/05/2018
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“Cubiertos de harapos a rayas azules, con un casquete también rayado, hundido por encima de las orejas, sus caras requemadas por el aire helado, amoratados sus labios y rojas sus narices, temblando todo su cuerpo encogido, mostraban, a través de su delgadez cadavérica una existencia de infinitos sufrimientos (…) Uno de aquellos esqueletos abrió la boca: ¿Sois españoles?, preguntó, con acento andaluz”.
Así rememoraba Joaquim Amat-Piniella, en el excepcional clásico que es K. L. Reich, su propia entrada en el campo de concentración de Mauthausen. En invierno suponía subir la carretera helada bajo los golpes de los soldados escuchando los tiros de gracia contra aquellos que, derrumbados, no podían seguir. Y como Amat-Piniella no uno ni dos, tampoco cien, sino hasta cerca de 10.000 españoles y españolas republicanas fueron deportados a los campos de concentración nazis, donde sufrieron el horror absoluto. Alrededor de 5.000 de ellos fueron exterminados. Este 5 de mayo pasado celebramos en Mauthausen, Austria, el aniversario de la liberación del campo y el 9 de mayo algunos nos concentramos frente al Congreso de los Diputados, acompañando a los colectivos de víctimas del franquismo, para celebrar la victoria antifascista en el resto de Europa.
La mayor parte de los hombres y mujeres españoles deportados a los campos lo fueron como apátridas
No nos enseñan su terrible historia en las escuelas, tampoco que la mayor parte de los hombres y mujeres españoles deportados a los campos lo fueron como apátridas. Esto es lo que significaba el triángulo azul que cosieron los nazis en sus uniformes a rayas, con la enorme paradoja de que llevaban una S, de Spaniers, bordada en su interior. El Estado franquista no los reconoció como ciudadanos españoles, de haberlo hecho a buen seguro se habrían salvado. El Estado francés venía de considerarlos indésirables. El Estado alemán los consideró directamente “enemigos del Reich” y decidió llevar a la mayoría a un campo de grado III como el austríaco, el nivel más duro. Así, durante los primeros años de reclusión sufrieron el especial ensañamiento de las SS, con todo el catálogo de inimaginables crueldades que ello significaba.
A partir de 1942 varios contingentes de españoles enrolados en la Resistencia llegaron a Mauthausen y otros campos, esta vez ya con el triángulo rojo que los marcaba como políticos, y algunos de ellos además con las letras NN bien visibles sobre él. Estas eran las iniciales de “noche y niebla” (Nacht und Nebel), la expresión tomada de la wagneriana El oro del Rin y que daba título a uno de los más siniestros decretos nazis para legalizar el terror, aquel de diciembre de 1941 que ordenaba las desapariciones absolutas de los enemigos considerados irrecuperables.
Los republicanos y republicanas que sufrieron los campos, tras su derrota en la Guerra de España, habían escapado del vengativo régimen franquista que ya contemplaba cualquier viejo contacto con los partidos del Frente Popular como delito. Unas 500.000 personas cruzaron los Pirineos como refugiadas, y una parte importante de ellas fueron encerradas por los franceses en campos de internamiento. Al invadir la Alemania nazi el país vecino, hasta 50.000 republicanos pasaron a formar parte de las Compañías de Trabajadores Extranjeros, bajo las órdenes del ejército francés, y se calcula que un 10% cayó en los combates contra la Wehrmacht. La mayoría de los miles que detuvieron y mandaron a campos de prisioneros (frontstalags, stalags) en los meses siguientes serían enviados posteriormente a campos de concentración.
Cuando Francia cayó bajo dominio alemán fueron los y las españolas refugiadas quienes conformaron el primer convoy de civiles que se dirigirían del oeste al este hacia los campos de concentración. Sin juicios ni razones, sin saber dónde les llevaban. El 20 de agosto de 1940 partió de la ciudad de Angoulême un tren de mercancías repleto de familias españolas que más tarde serían separadas a la fuerza, tras viajar en lo oscuro entre el hambre y la falta de higiene, con la muerte ya cercando sus primeras víctimas. 470 hombres y niños de más de 13 años se quedarían en Mauthausen, de los que 409 morirían allí. El resto se dirigiría vía Ravensbrück, el terrible campo para mujeres donde los cuervos acechaban cada hálito de vida y en el que más tarde acabarían muchas republicanas, de vuelta a Angoulême y de ahí a España, donde no les esperaba más que aislamiento y represión.
Como nos enseñó Hannah Arendt, es necesario rescatar cada historia de vida como una manera de resistir al proyecto totalitario que pretendía hacer de cada una algo superfluo
El homenaje de estos días en Mauthausen se lleva a cabo en un campo que gestiona el Ministerio del Interior austríaco pero que en gran parte es de propiedad internacional. Tras la liberación, diversos Estados compraron parcelas del mismo para poder colocar allí sus monumentos. Se calcula que entre 1938 y 1945 mataron hasta 120.000 personas en Mauthausen y sus subcampos, víctimas pertenecientes a más de 70 nacionalidades, un tercio de ellas judíos. La mente humana no está hecha para imaginar tan altas cifras de barbarie. Y sin embargo, como nos enseñó Hannah Arendt, es necesario rescatar cada historia de vida como una manera de resistir al proyecto totalitario que pretendía hacer de cada una algo superfluo.
En el caso español los antiguos deportados, sus familias y amigos, asociados en torno a la Amical que ellos mismos fundaron en 1962 –y que no consiguió ser legal en España hasta 1978– tuvieron que solicitar espacio sobre el suelo francés del campo y erigir el monumento con sus propios recursos. El franquismo no iba a permitir ninguna asociación ni homenaje oficial, menos aún iba a comprar cualquier terreno para ello. Así, cada año, como forma de agradecimiento e imbuidos del espíritu internacionalista de estas celebraciones, el homenaje a los republicanos exterminados en el campo se hace junto a la delegación francesa, a la que luego se acompaña a su monumento para cantar conjuntamente viejas canciones partisanas. Hasta el momento únicamente se ha logrado que un presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, acuda a estos homenajes. Fue en 2005. En 2015 acudió García Margallo, entonces ministro de Exteriores. En este mayo de 2018 la ausencia gubernamental, más allá de la presencia habitual desde 1978 del embajador de España en Austria, ha resultado palmaria y una vez más ofensiva. A pesar de este desprecio oficial que solo se rompe en contadas excepciones, una amplia delegación española organizada por la Amical ha formado parte de las 10.000 personas que han acudido este año al que es el acto antifascista e internacionalista más significativo de Europa.
La alarma ha cundido este año entre el Comité Internacional de Mauthausen, que agrupa a las asociaciones de exdeportados de los diversos países, al cerrarse por vez primera el acceso a lugares emblemáticos de memoria del campo, en especial a la escalera de 186 peldaños que conduce a la cantera de granito, entonces propiedad de la empresa DEST que controlaba las SS. Por ella debían pasar cada día los presos cargados de piedras, a varios grados bajo cero durante meses, mientras los nazis a menudo se divertían empujándolos o lanzándoles a los perros hasta causarles la muerte. Al lado se cierne lo que las SS llamaban salto de los paracaidistas, donde los presos eran arrojados al vacío. Se cuenta que los franceses admiraban la determinación y optimismo de muchos españoles cuando, exhaustos con su carga, afrontaban el último peldaño de subida: “Una victoria más”, decían.
En Austria, como en el resto de Europa, se ha producido un notable crecimiento de la extrema derecha. En este caso el eufemísticamente denominado Partido de la Libertad (FPÖ) gobierna el país en coalición con los conservadores, acumulando los Ministerios de Interior, Defensa y Exteriores entre otros. El Comité Internacional, desde 1946, nunca ha invitado a ningún representante político de extrema derecha y este año, de manera pública y expresa, se negó a que acudiera el ministro austríaco de Interior, Herbert Kickl, ideólogo principal del FPÖ. Es el ministro que hace apenas unos meses propuso “concentrar” a los refugiados “en un solo lugar”. Como respuesta por no ser invitado, y alegando supuestas razones de seguridad, éste decretó el cierre de la escalera.
Es importante que no diluyan lugares de memoria como Mauthausen en un mero museo
Resulta difícil imaginar, un día de primavera en la colina a orillas del Danubio donde se emplaza Mauthausen, el horror que sufrían cada día los prisioneros. Para empezar, el áspero olor a carne quemada procedente del humo de las chimeneas del crematorio no lo impregna todo como entonces. No nos reciben obligándonos a formar desnudos, esperando una depilación total. No se experimenta el silencio, cortado por los gritos y golpes de Kapos o los SS. No se siente el hambre, extrema, que llevaba a muchos directamente a la locura. Tampoco vemos cuerpos achicharrados entre las alambradas, algunos tras lanzarse voluntariamente hartos del horror. Imposible imaginar qué supone pasarse horas inmóviles de pie en la Appellplatz antes y después de un día de trabajo esclavo en la cantera, sin apenas comer ni beber, para el recuento de vivos y muertos, sin poder recoger al compañero que cae en la fila de al lado. No sabemos lo que son duchas heladas y eternas, bajo las que tantos murieron, y en las que en ocasiones se obligaba a los españoles a gritar Viva Franco como condición para apagar los grifos. Desconocemos la perpleja incertidumbre en la cámara de gas preparada desde 1942 para matar unas 120 personas simultáneamente en este campo, o en el llamado coche fantasma, sin posibilidad de salir, que recorría los alrededores de la fortaleza gaseando hasta la muerte a sus ocupantes. Difícil acercarse al terror ante los experimentos pseudocientíficos del cercano castillo de Hartheim, donde se gaseó a decenas de miles de personas con alguna discapacidad y se estima que a cerca de 10.000 presos de Mauthausen –entre ellos 456 republicanos–, o imaginar cómo sería la muerte instantánea que provoca inyectar gasolina al corazón. Tampoco cómo duelen los 25 latigazos habituales de castigo mientras has de contarlos en alemán, sin tener el mínimo fallo para que no vuelvan a empezar. Imposible entender del todo el complejo espíritu del campo, las jerarquías internas a las que fueron sometidos por los nazis y ese bascular entre la supervivencia y la dignidad.
Por eso es importante que no diluyan lugares de memoria como Mauthausen en un mero museo, por eso no nos pueden cerrar sus escaleras y el acceso a la cantera, pues subir esos 186 escalones nos acerca a comprender, lo que resulta esencial para la no repetición. Menos aún puede ordenarlo el ministro de un partido fundado por las SS que pide a día de hoy concentrar refugiados. Pero esto es lo que está pasando hoy en Europa.
En los principales subcampos dependientes de Mauthausen, Gusen (I, II y III) y Ebensee, el gobierno austríaco acabó hace ya décadas con casi cualquier vestigio de los barracones y ahora se erigen chalets. Resulta inquietante pasear por una idílica urbanización entre montañas, en Ebensee, mientras en un extremo de la misma te topas con un memorial bajo cuya hierba hay decenas de muertos en fosas comunes. O cómo, siguiendo un pequeño camino de apenas un par de minutos, llegas al metódico sistema de túneles donde bajo condiciones esclavas de 12 horas diarias de trabajo y al borde de la inanición, muriendo a cada rato con una duración media de 6 a 9 meses de vida, cavaban y cavaban los presos para lograr un escondite donde el ejército alemán pudiera fabricar su armamento sin ser bombardeados. Allí cada mes de mayo la Amical española se junta con la delegación italiana para intercambiar pañuelos, cantando juntos el Bella ciao.
La lucha por la memoria supone principalmente una lucha de futuro
El hermano de un deportado italiano al que mataron en Gusen compró rápidamente dos parcelas mientras a su alrededor proliferaban los chalets y así al menos hoy se erige allí el memorial que contiene los hornos crematorios que se pudieron rescatar para dar testimonio de lo que allí sucedió. Se estima que en Gusen, conocido como el matadero o el infierno dentro del infierno, murieron más de 3.900 españoles. La casa principal del comandante del campo, con su entrada de piedra y su verja, se conserva prácticamente como entonces, solo que ahora reconvertida en mansión privada.
Basta con pensar en el Valle de los Caídos o en el incremento en la pensión que se conserva al aún condecorado torturador franquista apodado Billy el Niño, que hemos conocido estos días, para que toda la ira contra el Estado austríaco se redoble contra el español. Nunca será suficiente recordar que la estrategia del nazismo –como la del franquismo y por desgracia parece que la de nuestro régimen del 78– se basa en el olvido. Es por ello que la lucha por la memoria supone principalmente una lucha de futuro.
En Austria las hermandades nacionalistas pangermánicas (Burschenschaften) proliferan entre los universitarios y se expanden por la juventud. Originadas en el pasado romántico de las fraternidades de esgrima, vehículo conservador de la juventud del país desde el siglo XIX, el líder de la comunidad judía en el país, Oskar Deutsch, denunciaba estos días que las fraternidades son “las sucesoras de los precursores de los nazis” y que su brazo político es sin duda el FPÖ. Se calcula que el 40% de los diputados del FPÖ forman parte de alguna de ellas. Aunque las hay también de corte exclusivamente tradicional, la mayoría están ligadas a la extrema derecha. Acumulan escándalos y los más recientes tienen que ver con dos de ellas que tenían entre sus himnos letras antisemitas sobre las cámaras de gas y sobre cómo se encargarían del séptimo millón de muertos judíos. Una de las principales oposiciones a estas hermandades, algo significativo ya de nuestros tiempos, procede del movimiento feminista austríaco.
Entre 1934 y 1938 el partido nazi estuvo prohibido en Austria y el modo que tenían de reconocerse entre ellos era mediante una flor azul, el aciano (cornflower). El FPÖ escogió como color para su partido precisamente este azul, y no contentos con ello en diversas ocasiones sus cargos han llevado directamente la flor en el ojal. Por si fuera poco ahora el socio principal de la coalición de gobierno, el partido conservador, anuncia que variará su color del negro tradicional al turquesa como emblema de la coalición, en otro guiño intolerable hacia un pasado que no debiera de causar más que vergüenza.
El líder del FPÖ y vicecanciller austríaco en la actualidad, Heinz-Christian Strache, fue arrestado en Alemania en 1989 por participar en marchas antorchadas nazis y es miembro de la fraternidad Vandalia. El primer miembro que tuvo el FPÖ en 1956 fue un antiguo miembro de las SS, Anton Reinthaller, excarcelado apenas tres años antes. Aunque tratan de centrar el mensaje en una clara estrategia de engaño y camuflaje, y en la última toma de posesión de cargos cambiaron el aciano en sus ojales por la flor de Edelweiss, asoman la pata a la mínima.
En nuestro país se pudo romper el silencio infame que todavía en la Transición había sobre todo esto, pero no se ha llegado aún a la mayoría de la población. Montserrat Roig, en una fecha tan crucial como 1975, publicó una obra imprescindible, Los catalanes en los campos nazis. Con los años han ido apareciendo reportajes periodísticos, documentales y bibliografía diversa del convoy de los 927, sobre los testimonios de Mariano Constante, Joan Pagés o el propio Amat-Piniella; sobre Mercedes Núñez, Neus Catalá y las mujeres de Ravensbrück, o sobre quien quizá es el más célebre preso de Mauthausen, Francesc Boix, el fotógrafo que fue una pieza clave en el engranaje que permitió salvar los negativos de las fotografías de Mauthausen y que declararía en los juicios de Nuremberg.
En la izquierda nos ponemos el triángulo rojo en la solapa, orgullosos y humildes frente a la enormidad del ejemplo de toda una generación. También empezamos ya a reconocer como icónica la imagen de los supervivientes republicanos frente al Mauthausen liberado bajo la pancarta elaborada la misma mañana del 5 de mayo de 1945, aún clandestinamente y bajo el zumbido de los bombardeos, por Francesc Teix: “Los antifascistas españoles saludan a las fuerzas liberadoras”.
Recordemos sus historias, su pluralidad, sus identidades. Son testimonio de que no se logró la dominación totalitaria. Historias como la del joven anarquista de apenas 26 años relatada por Antoni García, uno de los fotógrafos del campo, que le da un no rotundo a Mauthausen y se declara en huelga de hambre ante lo que ve, inconcebible, muriendo tan solo 8 días después; la de Joan Pagés, del PSUC, que ya estaba organizándose políticamente con cuatro compañeros desde el primer día de entrada al campo; la de Mercedes Núñez, a quien un 13 de abril de 1945 sus siete entrañables amigas españolas le habían bordado una bandera tricolor como símbolo de esperanza, en la antesala de la cámara de gas, cuando al día siguiente el campo fue liberado y ella salvó la vida; la de Francesc, aquel amigo digno y leal de Emili en la novela de Amat-Piniella; o la monumental historia de amistad entre Bernat Torán y Jacint Carrió, compartiendo las miserias que les daban cuando alguien les robaba, aún sabiendo que ese poco de menos les podía causar la muerte. También la de Neus Catalá, la propia Núñez y sus compañeras de la Resistencia cantando por las noches, intercambiándose recetas aguijoneadas por el hambre, boicoteando millones de proyectiles en Ravensbrück y en la fábrica HASAG de Leipzig sabiendo que se jugaban la horca.
Desde la Amical española comentan cada año lo difícil que resulta organizar viajes de estudiantes de secundaria y bachillerato de todo el Estado a Mauthausen. Son pocas las instituciones que los promueven, pero si vieran las acciones artísticas, las representaciones, poemas y músicas que ofrecen a lo mejor de nuestra historia, probablemente sus responsables comenzarían a desarrollar programas de memoria que incluyan visitas al campo.
En este viaje he comprendido por qué las asociaciones de deportados y deportadas toman el concepto de amistad para sus Amicales. “No lloro por mí, lloro por los amigos que dejé allí”, explicaba un viejo superviviente a Roig tras sobrevenirle un llanto repentino y desconsolado al ver una vieja carta que escribió a lápiz nada más ser liberado. La amistad era revolucionaria frente al espíritu del campo. Y toma aún más sentido constatando cómo resurgen las hermandades nacionalistas en la Austria actual, las de la sangre y la tierra a la que cantaban los nazis, las mismas a las que hoy cantan miles de jóvenes austríacos desnortados. Contra eso también se dirige el que salgamos mezcladas las delegaciones del homenaje a Mauthausen, nos une una lucha común.
Urge recordar Mauthausen, y con ello llevar las políticas de memoria, solidaridad internacional y amistad al primer plano de la política
El pasado 5 de mayo un ministro de extrema derecha cerró por vez primera el acceso a la escalera de Mauthausen. Se ha atrevido porque un determinado contexto, en su país y en el continente, le es favorable. La extrema derecha vuelve a conseguir el voto y la pasiva complicidad de millones de europeos. A los refugiados e inmigrantes se les tacha de indeseables, se los maltrata por toda Europa. ¿Qué haremos cuando nos cierren el campo? ¿Se unirán los Estados para recordar que estamos ante un campo internacional? ¿O dejarán hacer? ¿Qué nuevos contextos dejaremos que se den para que se atrevan a dar un paso más? ¿Habrá tiempo para reaccionar o será ya demasiado tarde? Urge una política común europea antifascista, un proyecto de país que conlleve la idea de otra Europa, asentada sobre valores que hagan impensable la fortaleza Schengen, con principios antagónicos a los del campo, a los de la concentración y exterminio de apátridas, gitanos, judíos o disidentes.
Urge recordar Mauthausen, y con ello llevar las políticas de memoria, solidaridad internacional y amistad al primer plano de la política. Otro mundo. Tal y como juraron el 16 de mayo de 1945 los comités nacionales de presos del campo, se trataba de luchar por un mundo nuevo, justo y libre.
Queremos sacar a Guillem Martínez a ver mundo y a contarlo. Todos los meses hará dos viajes y dos grandes reportajes sobre el terreno. Ayúdanos a sufragar los gastos y sugiérenos temas
Autor >
Víctor Alonso Rocafort
Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).
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