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Francesc Boix Campo vivió apenas 30 años, pero fue suficiente para sobrevivir al campo de exterminio nazi de Mauthausen-Gusen y no sólo explicárselo al mundo de viva voz, sino también --y sobre todo-- ilustrar los horrores que sucedieron a diario intramuros.
Nacido en 1920 en el barrio barcelonés de Poble Sec, hijo de un sastre también barcelonés y de una joven de Fraga (Huesca), el joven Boix contaba 16 años cuando estalló la Guerra Civil y empezó a documentar con su cámara y junto a su padre, fotógrafo aficionado, los hechos que iban sucediendo a su alrededor, como el asalto a la caserna de Drassanes. Se afilió primero a las Juventudes Socialistas Unificadas y, posteriormente, se fue a luchar como voluntario a la 30ª división (antigua columna Macià-Companys).
Tras la derrota, emprendió el camino a Francia, donde pasó por los campos de Vernet y Septfonds. A finales de 1939, Francia creó las Compañías de Trabajadores Extranjeros, unidades militarizadas integradas por varones refugiados de entre 20 y 48 años y lideradas por oficiales franceses de la reserva, que desempeñaron acciones defensivas contra los alemanes en las fronteras. A Boix se le incorporó a la 28 CTE, destinada a los Vosgos, donde fue capturado por los alemanes. Tras pasar por los frontstalags y stalags (campos de prisioneros de guerra de los nazis), llegó deportado al campo austríaco de Mauthausen-Gusen el 27 de enero de 1941.
Ese mismo año, otro fotógrafo catalán deportado, Antoni Garcia Alonso, había sido destinado al Servicio de Identificación del Campo al que posteriormente se incorporó Boix. Un par de años después se integró al equipo el madrileño José Cereceda, y juntos orquestarían uno de los robos más importantes de la historia.
Boix era el preso número 5.185, pero los miembros de las SS lo conocían como Franz, explicó Rosa Toran, historiadora y vicepresidenta del Amical de Mauthausen, en un acto conmemorativo de la figura del fotógrafo el pasado 8 de junio en el Museu d’Història de Catalunya. “Por su carácter, por hacerles retratos a los miembros de las SS y darles copias, se ganó su confianza, pero el robo fue posible porque fue una acción conjunta”, enfatiza Toran.
Lo complicado no era sólo sacarlas del laboratorio, sino cómo guardarlas en el campo, cómo sacarlas y conseguir un refugio para ir a buscarlas después, recuerda esta historiadora. Las fotos no se sacaron del campo hasta cuatro meses antes de la liberación, en un momento en que los alemanes, ante la deriva que estaba tomando el conflicto, empezaron a destruir pruebas comprometedoras. Los jóvenes que formaban parte del comando Poschacher (nombre de la pedrera donde trabajaban en el pueblo de Mauthausen) fueron los encargados de sacar los negativos en pequeños paquetes que les guardaba Anna Pointner, una vecina del pueblo casada con un trabajador de la estación del ferrocarril –testigo, por tanto, de la llegada masiva de deportados– que no les repudiaba como sí hacían el resto de vecinos.
Cuando el campo fue liberado por el Ejército estadounidense, Boix captó la entrada de los soldados, las instalaciones del campo, el interrogatorio del comandante del campo, Franz Ziereis, y la repatriación de los distintos colectivos.
Posteriormente, el fotógrafo barcelonés se trasladó a París con los cerca de 20.000 negativos y fotografías que habían logrado sustraer del campo, y ofreció el material a diversas publicaciones periódicas y editoriales. Antes de su muerte en Francia en 1951, Boix fue un colaborador habitual de Regards, L’Humanité y Ce Soir, publicaciones vinculadas al Partido Comunista Francés.
Juicios de Núremberg
Boix fue también el único testigo republicano en los juicios de Núremberg y Dachau. Su declaración ante el Tribunal Militar Internacional en Núremberg, creado para juzgar los crímenes del nazismo, fue importante porque identificó al general de las SS Ernst Kaltenbrunner en su visita a Mauthausen y porque pudo aportar fotografías tomadas por las SS y relatar lo sucedido. Posteriormente fue testigo en Dachau ante el tribunal militar estadounidense que juzgaba a 61 criminales de Mauthausen y aportó fotografías como pruebas de “conspiración criminal”.
En su libro Catalanes en los campos nazis, la periodista y escritora Montserrat Roig explica que los deportados republicanos podían llegar a un campo de concentración nazi por cuatro vías: desde batallones de marcha, desde las compañías de trabajo, como civiles refugiados o como resistentes. Los últimos estaban clasificados en la lista de los franceses. Los otros, los civiles refugiados en la ciudad de Angulema, los encarcelados en batallones de marcha o en las compañías de trabajo, iban a Mauthausen. “Ahora bien, no se ha resuelto el siguiente enigma: ¿cómo es que estos republicanos fueron deportados a un campo de exterminio nazi si no habían tenido tiempo de participar en ningún hecho de la Resistencia ni eran judíos?”, se pregunta Roig. En el campo de Mauthausen se les consideró “apátridas” y llevaban el triángulo azul. Ya en los propios stalags fueron clasificados como “rojos españoles”. Mientras que sus compañeros franceses eran liberados, la gran mayoría y devueltos a sus casas, los republicanos españoles eran trasladados a un campo de exterminio nazi de tercera categoría, señala Roig.
“¿Por qué a principios de 1940 el convoy de Angulema, formado por hombres viejos, niños y mujeres, fue a parar a Mauthausen primero y después a Ravensbrück?”, insiste la escritora. Algunos testigos le insinuaron que la clave se encontraba en las conversaciones entre el ministro de Asuntos Exteriores franquista Ramón Serrano Suñer y su homólogo alemán, el barón de Ribbentrop. Los testigos apuntaban que, cuando Ribbentrop preguntó a Serrano Suñer qué tenían que hacer con aquella muchedumbre de republicanos encarcelados, éste le contestó que los republicanos no eran españoles, que no tenían patria. Sin embargo, la periodista admitía que no tenían pruebas de esa respuesta, aunque también señalaba que, durante su testimonio, Boix fue interrumpido por Charles Dubost, delegado adjunto del Gobierno de la República Francesa, justo en el momento en que iba a hablar del “caso” Serrano Suñer.
Para el mismo libro, Roig consiguió hablar con el dirigente franquista y le preguntó si sabía durante su conversación con Ribbentrop, en septiembre de 1940, que había republicanos españoles en el campo de Mauthausen y si había dicho alguna cosa sobre esta cuestión al ministro alemán:
--Se lo comenté de pasada porque alguien me lo dijo en el avión de ida. Los nazis me dijeron que no eran españoles, sino gente que había combatido contra ellos en Francia --, contestó.
Roig insistió en preguntar quién fue el responsable del hecho que miles de republicanos españoles fueran al campo de Mauthausen, y por qué unos civiles, viejos y criaturas, fueron trasladados a Mauthausen para ser exterminados. Pero cuando Serrano Suñer iba a responder, explica la periodista, el político monárquico Antonio de Senillosa, también presente en la entrevista, le interrumpió y dijo que “todo eso no era más que una anécdota”. Una anécdota de más de 7.500 deportados y casi 5.000 muertos en Mauthausen-Gusen.
Tras la muerte de Boix, su amigo Joaquín López-Raimundo, también miembro de las JSU y posteriormente interno en Mauthausen, fue quien guardó los negativos durante años y se los ofreció a Roig para ilustrar su libro. El material se puede consultar actualmente en el Museu d’Història de Catalunya. Su directora, Margarida Sala, explicó en el reciente acto de homenaje que pudieron hacerse una composición de lugar de los negativos porque tenían las fundas de los mismos, que contenían algo de información. Esto les permitió saber de forma aproximada los nombres de los fotógrafos de las SS que pasaron por el campo, pero no quién es el autor de cada fotografía. Asimismo, pudieron contar con el testimonio de algunos de los internos.
En el acto celebrado el 8 de junio participó también el comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Barcelona, Ricard Vinyes, quien enfatizó que Boix, “un miembro de la clase subalterna”, no fue tan relevante por sus fotografías sino por su actitud. En una línea similar se expresó el conseller de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalitat, Raül Romeva, también presente, que destacó la capacidad de Boix para “no perder la esperanza de que el infierno se acabaría y sería necesario explicarlo” y para “conservar la humanidad”.
Los restos del fotógrafo, que hasta ahora se encontraban en el cementerio de Thiais, en el extrarradio parisino, se trasladaron el viernes 16 de junio al cementerio Père Lachaise, también en la capital francesa, en un acto en el que participaron la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y el alcalde en funciones de Barcelona, Gerardo Pisarello y el conseller de Asuntos Exteriores de la Generalitat, Raül Romeva. De la conservación de la misma se encargarán, como hasta la fecha, el Amical de Mauthausen y l’Amicale de Mauthausen (Francia), con la colaboración del consistorio barcelonés.
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Autor >
Irene G. Pérez
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