Mauthausen: maneras de matar
El historiador Benito Bermejo presenta una nueva edición, revisada y aumentada, de ‘El fotógrafo del horror. La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen’
Luis Felipe Torrente Madrid , 10/06/2015
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[Nota previa: si ya sabe todo lo que hay que saber sobre el Holocausto, o si sabe todo lo que hay que saber sobre el campo de concentración y exterminio de Mauthausen y sus satélites, o si ha leído antes esto, esto, esto, esto o esto, no necesita seguir leyendo. De lo contrario, continúe, porque creemos que hay historias de la Historia que no se pueden ignorar.]
Cierto día llegó a la cantera un Kommando de 1.000 hombres, entre los que se encontraban alrededor de 300 judíos, la mayoría calzados con zapatos de suela de madera. Los SS colocaron a estos penados al final de la formación y la cerraron ellos mismos acompañados de unos cuantos perros policía. Cuando el primer centenar de judíos llegaba a la mitad de la escalera, se les ordenó detenerse. Lo hicieron temblando, intuyendo probablemente el espanto que les esperaba (…) Los perros (…) fueron liberados de sus ataduras por los soldados y azuzados contra los judíos que comenzaron a bajar despavoridos entre las risas de los nazis. Presas de indecible pánico, los más fuertes atropellaban a los débiles en su afán por alcanzar los primeros lugares. El calzado de madera les hacía resbalar escaleras abajo mientras los perros desgarraban su carne ensangrentada. Las víctimas lanzaban horrendos gritos que despertaban tanto nuestro espanto como el de los judíos que aún no habían sido alcanzados por los perros. Y sobresaliendo por encima de aquel horror, las risas y bromas de los kapos y los SS. (…) Cuando todo hubo terminado, los escalones estaban cubiertos de cadáveres, heridos agonizantes y trozos de miembros arrancados.
Este relato, firmado por Lope Massaguer, es uno de los cerca de cien testimonios que durante el último cuarto de siglo ha recabado por toda Europa el historiador Benito Bermejo (Salamanca, 1963). Son los recuerdos que componen el texto de su libro El fotógrafo del horror, sobre las colecciones fotográficas de Francesc Boix, el fotógrafo de Mauthausen.
La lectura de El fotógrafo del horror nos devuelve al escenario abismal del desasosiego que produce reconocer hasta dónde puede llegar el ser humano, su capacidad para acometer sin complejos las mayores atrocidades o para comportarse como un héroe. El autor escribe a cuerpo gentil, con precisión y limpieza, un texto plagado de datos y testimonios bien organizados y descargado de adjetivos. Porque los adjetivos solo servirían, en este caso, para disfrazar una realidad –llevarla hacia terreno de la ficción- que así, en su desnudez blanca y negra, es imprescindible conocer.
El marco general del libro es el Holocausto, la Shoá hebrea, el Endlösung alemán, la “solución final” nazi, o sea, el asesinato sistemático y planificado de seis millones de judíos y de otros cinco millones de personas, principalmente comunistas, gitanos y homosexuales. Para ello, el III Reich, con Hitler al mando, desplegó por Europa una red de 42.500 instalaciones de concentración y exterminio de seres humanos. Entre ellas estaba el complejo de Mauthausen, en Austria.
Los campos nazis eran de tres tipos: los de concentración (como Dachau o Buchenwald), en los que la mayoría de los presos se emplearon como fuerza de trabajo; las factorías de exterminio de seres humanos (como Auschwitz); y los mixtos, como Mauthausen y sus satélites, que era un campo de concentración en el que la mayoría de los presos trabajaban en canteras de granito hasta la extenuación mientras que, paralelamente, los SS probaban métodos diversos para asesinar masivamente.
“Hasta el aire mataba a la gente. Si no hay comida, ni atención sanitaria y el trabajo consiste en acarrear a la espalda piedras inmensas por una escalera de 186 peldaños, la cosa es rápida”, concluye Bermejo con frialdad de historiador. Además de esa muerte por imposibilidad de seguir viviendo que suponen los trabajos forzados sin alimentación ni asistencia médica, allí se probaron otras maneras de quitar vidas, como el gas, la electricidad, el frío, las inyecciones… En fin, el preso austriaco Ernst Martin sistematizó en forma de lista las maneras de morir en Mauthausen:
-Por disparo en el curso de un intento de fuga;
-suicidio por salto al vacío;
-suicidio por ahogamiento;
-suicidio por descarga eléctrica;
-suicidio por ahorcamiento;
-cámara de gas;
-inyección letal;
-despedazamiento por perros;
-duchas frías en invierno;
-por extenuación,
-y por disparo en la nuca.
¿Y por qué, si los presos ya morían por los trabajos forzados, los nazis se molestaban en llevarlos a 40 kilómetros de allí, al castillo de Hartheim, para gasearlos con monóxido de carbono? “Seguramente porque estaban experimentando. De hecho, los responsables de las cámaras de gas de Hartheim fueron posteriormente destinados a lugares como Treblinka, donde gasearon a gente a gran escala. Gasear a moribundos, las inyecciones, el agua helada, les servía para probar métodos”.
“Nazi Concentration Camps”, película documental del Departamento de Defensa de EE. UU. En Archive.org El fragmento rodado en Mauthausen va del minuto 28:26 hasta el 36:24.
ATENCIÓN: Imágenes de violencia explícita.
Entre 1938 y 1945 por Mauthausen y sus campos satélite pasaron cerca de 200.000 presos, de los que la mitad no salieron con vida. Alrededor de 7.200 eran españoles, conocidos como Rotspanienkämpfer (Combatientes de la España roja), aunque también había menores que no habían llegado a participar en la Guerra Civil. Todos fueron marcados con el triángulo azul que señalaba a los apátridas, ya que, según demuestra Bermejo, el Gobierno franquista se desentendió de ellos sabiendo que podían ser exterminados: “El Gobierno de Franco practicó ignorancia activa”. Dos tercios de aquellos republicanos españoles apátridas, exactamente 4.761, no salieron vivos de Mauthausen.
Entre los que sortearon la muerte estaba el fotógrafo comunista Francesc Boix (Barcelona, 1920–París, 1951), el protagonista de esta historia.
Franz Boix
Llegó a Mauthausen el 27 de enero de 1941. Pronto consiguió emplearse en el laboratorio fotográfico del Erkennungsdienst, el servicio de reconocimiento. Era el departamento encargado de retratar a las personas y de documentar la vida del campo: los trabajos de construcción, las visitas, las instalaciones, y el día a día de su “rutinaria” actividad criminal.
“Era un tipo bastante echado ‘palante’, incluso dentro del campo, como me confirmó Hermann Schinlauer, el SS que fue último responsable del departamento en que trabajaba Boix”. Y Bermejo continúa parafraseando al SS con el que habló en 2001, meses antes de morir con 83 años: “Franz hablaba mucho y no se daba cuenta de que no era el sitio adecuado para hacerlo con tanta soltura: su conversación no dejaba de tener peligro, me dijo cuando le entrevisté. Ignoraba que Boix le había nombrado en el proceso de Nüremberg. Porque a Schinlauer nadie nunca le había preguntado nada sobre su pasado en las SS, ni él había contado nada a nadie, ni a su familia, hasta que llegué yo. Incluso su hija ha sabido del pasado de su padre en Mauthausen cuando, ya muerto, encontró una carta mía dirigida a él”.
Fuera Boix más o menos vehemente, lo sorprendente es la minuciosidad del trabajo de Bermejo como historiador-detective, un interés que no desvanece ni ante el detalle más nimio y que le hace recordar frases exactas escuchadas años atrás, o rasgos faciales, o que le hace estudiar la sombra proyectada por un árbol para calcular a qué hora de qué día del año fue tomada tal fotografía.
Volvamos a Boix. El fotógrafo abandonó Mauthausen por su propio pie los últimos días de mayo de 1945, unas semanas después de la liberación del campo. Del hombro le colgaba una cámara Leica. Y entre sus pertenencias, 20.000 negativos fotográficos, la inmensa mayoría fotografías hechas por los SS para documentar las actividades del campo entre 1941 y 1943, los años más atroces. Son las fotografías del horror. El resto fueron hechas por el mismo Boix tras la liberación del campo el 4 de mayo de 1945.
Lo cuenta Boix en los juicios de Dachau: Después de la derrota alemana en Stalingrado (febrero de 1943), a Mauthausen llega la orden de destruir los archivos fotográficos del campo. Borrar huellas. De 60.000 imágenes que había en aquel momento en el archivo, Boix escondió 20.000, de las cuales han aparecido casi un millar: 600 negativos originales hechos por los SS y otras 400 imágenes hechas por Boix después de la liberación.
Algunas de esas imágenes, fruto de un robo colectivo, sirvieron meses después como prueba contra los jerarcas nazis en los procesos de Dachau y Núremberg, en los que Boix compareció como testigo de la acusación francesa.
Fragmento de la comparecencia de Francesc Boix ante en Tribunal Militar Internacional durante los Juicios de Núremberg el 29 de enero de 1946.
Benito Bermejo
Todo lo anterior se sabe gracias al testimonio de Boix y a las fotografías que robó del campo, pero también gracias al trabajo de Benito Bermejo. Sobre él son estas líneas extraídas del prólogo del libro y firmadas por el escritor Javier Cercas:
Bermejo es un historiador ejemplar. Como cualquier historiador honesto, sabe que es imposible reconstruir del todo y con absoluta precisión el pasado, porque éste siempre se nos escapa; pero también sabe que hay pocas tareas más nobles y necesarias que esa. Al menos cuando de su trabajo se trata, Bermejo no conoce las prisas: con humildad y tozudez, con infinita paciencia, habla con testigos, contrasta sus testimonios, viaja, rebusca en bibliotecas y archivos, lee, relee, verifica, y no da nada por cierto hasta que no está completamente seguro de que lo es. Se dirá que en eso consiste el trabajo del historiador, y así es; pero hay quien lo hace y quien no lo hace. Bermejo lo hace.
La primera versión del libro de Bermejo apareció en 2002 en RBA. Trece años después reaparece en las librerías corregida y aumentada, en catalán y castellano. Unas ediciones que se suman a la ya existente en alemán. En francés será publicado próximamente.
En 2000, Benito Bermejo realizó la investigación histórica que dio lugar al documental Francisco Boix – Un fotógrafo en el infierno, con guión y dirección de Llorenç Soler y producción ejecutiva de Oriol Porta.
El libro El fotógrafo del horror es una obra en marcha, porque Benito Bermejo, lejos de establecer un punto y aparte en su labor de investigador, continúa recabando materiales y testimonios mientras los protagonistas de aquella atrocidad que fue el Holocausto van muriendo.
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Luis Felipe Torrente
Nacido en Albany (EE. UU.) pero criado entre Galicia, Salamanca y Madrid, donde vive. Es guionista del programa Ochéntame otra vez de RTVE. Antes trabajó en Canal +, CNN+, Telemadrid y Cuatro. Ha hecho varias películas documentales con su socio Daniel Suberviola, entre otras, el libro+documental Manuel Chaves Nogales: El hombre que estaba allí, finalista de los Goya en 2014.
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