La irrelevancia (de la cultura)
Faltan proyectos de apoyo a la creación, proyectos que generen lugares de encuentro y articulación del sector cultural
Carlos Alberdi 26/05/2018
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Un repaso a los proyectos impulsados por las administraciones culturales en los últimos tiempos permite captar algo del espíritu del momento. Dejemos atrás el recorte brutal de los presupuestos. Ni siquiera vamos a comentar el hecho de que no haya ninguna voz relevante que solicite la restitución de los presupuestos culturales. Nos centraremos en proyectos de nuevo cuño que han obtenido atención pública en el último año. En lo que parece brotar en medio del desastre.
Detectamos tres tendencias en cuanto a la forma de las iniciativas. La primera podría titularse “Celebre un bonito cumpleaños”; la segunda, “Siente a un rico a su mesa”, y la tercera, “Qué grande la Monarquía”. Tenemos sobre la mesa los bicentenarios del Museo del Prado y del Teatro Real. En ambos casos la efemérides es razonable y al mismo tiempo tiene un lado oscuro del que nadie quiere hablar. En el caso del Museo del Prado se está silenciando el sesquicentenario de su nacionalización en 1868. El cerebro del museo no considera de suficiente interés el hecho de que la revolución de 1868 nacionalizara la colección y abriera el museo al público de una manera nueva. Coincide en eso con el Ministerio, que tampoco tiene prevista ninguna actividad relevante sobre el sexenio revolucionario. El liberalismo progresista y sus flirteos con el republicanismo y el federalismo se ven con prevención en el Madrid del siglo XXI. Se va por tanto a celebrar el cumpleaños del Museo del Rey inaugurado, sin apenas pompa, en el otoño de 1819. En cuanto al bicentenario del Teatro Real, su mentira es distinta. Basta saber que el teatro se inauguró en 1850 para darse cuenta de que el Ministerio ha concedido a la Fundación Teatro Real permiso para festejar un bicentenario inexistente. En línea con la adjudicación por decreto de la gestión del Teatro de La Zarzuela y algunos otros favores. La moda de los cumpleaños es arrasadora, pero todo el mundo está de acuerdo en que 2050 queda muy lejos.
El liberalismo progresista y sus flirteos con el republicanismo y el federalismo se ven con prevención en el Madrid del siglo XXI
La segunda tendencia es políticamente ambidextra. Tanto el Ayuntamiento de Madrid como el Ministerio de Cultura han decidido ceder sus espacios a coleccionistas de arte. Sentar una millonaria a la mesa siempre tiene ventajas porque se supone que paga parte de los gastos. En ningún caso se debate el tema ni se estudia en profundidad. La volatilidad del millonario, la posibilidad de que deje de serlo o de que sus herederos –pues son pactos a largo plazo– no vean con buenos ojos el proyecto son asuntos menores. En ambos casos la justificación cultural se refuerza desde el lado del turismo. La cultura es una cosa muy pequeña si se pone al lado del turismo o de la educación o de la política exterior. Siempre hay un “hermano mayor” que prioriza sus criterios. Máxime cuando los diversos sectores culturales no trabajan al unísono sino que cada uno se mueve en su órbita particular.
La tercera tendencia, “Qué grande la Monarquía”, se expresa en el proyecto del Museo de las Colecciones Reales y en la ampliación del Prado con el Salón de Reinos. El primer proyecto hunde sus raíces en la época de Aznar. Ha tenido todo tipo de problemas y los seguirá teniendo porque no responde a una necesidad cultural y se dirige desde criterios de Presidencia de Gobierno/Patrimonio Nacional. Apagado el incendio que supuso el intento de recuperar las joyas cedidas al Prado en los años cuarenta, la justificación turística acompaña la aventura en este último tramo antes de su apertura. Son millones los que se están enterrando en un proyecto que responde a unas colecciones, repartidas por distintas sedes, que ahora tendrán que ceder parte de sus tesoros a la nueva cabecera madrileña. El turismo también tiene un sitio destacado en el argumentario a favor. Del mismo modo el turismo se cita con profusión en la ampliación del Prado, aunque en ese caso también sabemos, por ciertas informaciones de prensa, que el Patronato ha dedicado mucho tiempo a la incardinación del proyecto en una relectura positiva de la monarquía hispana. La idea de un museo al servicio de la Monarquía está muy presente en la actual etapa del Prado. Norman Foster ha ganado el concurso arquitectónico y ahora toca decidir en qué y cómo se utilizan los nuevos espacios.
La idea de un museo al servicio de la Monarquía está muy presente en la actual etapa del Prado
Las tres tendencias se retroalimentan entre ellas y tienen en el turismo, insisto, un aliado de importancia. ¿Qué se echa de menos? Pues depende de dónde se sitúe uno. Para los profesionales de la cultura lo más llamativo es que nadie piensa en los creadores. Si nos atrevemos a usar la terminología del mundo científico, que distingue entre ciencia básica y ciencia aplicada, aquí solo se trabaja la cultura aplicada. Los creadores contemporáneos están fuera de los proyectos importantes. Matadero y Tabacalera, que por diseño general eran la esperanza de los creadores, rebajan esa prioridad para dar entrada a proyectos museísticos orientados a los turistas. También se echa de menos lo que la Constitución llama “comunicación cultural” entre las comunidades autónomas. Lo más grave no es el madrileñismo de las grandes operaciones, que también, sino la despreocupación del ministerio por una de las tareas a las que debía dedicar más energías. En 2008 se renunció a que la comunicación cultural estuviera en el nombre de la Dirección General de Cooperación y desde entonces el esfuerzo ministerial en ese campo ha sido constantemente rebajado. Iniciativas como los encuentros de Verines, que ideó Víctor García de la Concha para mantener en contacto las distintas lenguas españolas en su vertiente literaria, han sido relegadas. Por último, faltan lugares de encuentro. Hace años que el ministerio no reúne agentes culturales para conversaciones constructivas. El modelo actual son reuniones en Madrid con ponencias y sin conclusiones ni compromisos. El modelo de negociación que dio lugar a las recomendaciones de buenas prácticas en los museos de arte contemporáneo quedó en el recuerdo. Sin embargo ese es el modelo para que los agentes culturales influyan en las políticas. Máxime cuando el ministerio está dirigido en su mayoría por técnicos de la administración sin experiencia previa en el sector. A este respecto conviene recordar que si aquellas conversaciones se llevaron a cabo fue porque el sector del arte contemporáneo hizo un esfuerzo de articulación y se reivindicó a sí mismo. Resumiendo: junto a las tendencias a la moda hay una desarticulación del sector cultural que asiste impávido a las diversas humillaciones sin apenas capacidad de protesta.
Faltan proyectos de apoyo a la creación, proyectos que generen lugares de encuentro y articulación del sector cultural. Sin una plataforma en la que los distintos sectores puedan aunar fuerzas, el mundo de la cultura carece de fuerza política para revertir su hundimiento. La cultura para nuestros dirigentes solo se justifica si lo hace como negocio. La escasez presupuestaria y estos asuntos a la moda, que se llevan los dineros y la conversación disponible, condenan a la comunidad cultural a la irrelevancia.
Sin embargo, un país sin cultura es un país sin nervio. Del mismo modo en que no saldremos colectivamente de la mediocridad mientras no seamos capaces de pactar el bachillerato, es muy difícil sentir un “nosotros” español sin un trabajo sobre las lenguas, la música y las artes que nos permita construir un imaginario común. Porque son esos imaginarios inventados colectivamente los que generan comunidad, y el erial, hacia el que volvemos, solo produce movimientos centrípetos y vasallajes imperiales. Quizás hablar de una cultura española sea una antigualla y las jóvenes generaciones inventen otro tipo de amalgama. Lo que se puede constatar es que las administraciones públicas se han desentendido del problema.
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Carlos Alberdi
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